Los
“invitados predilectos” repiten ideas del pasado,
obsoletas, periclitadas. He escuchado, a quien pretendía
convencer a la gente de votar, el argumento de que la
política se les meterá igual en la casa y que no intenten
una escapatoria. La política, así vista, es algo
desagradable de lo cual se huye. El planteamiento es al
revés, la política debe salir de las casas e impregnar el
entorno. Cuando esto suceda tendremos una república de
ciudadanos. La insistencia sobre la política como algo
desdeñable está inserta en la psiquis de estos
“predilectos” que copan los programas de opinión
televisados. Esto escapa al territorio de la anécdota para
pasar a ser una perversión, dado que implica una población
desarticulada y sin capacidad de vigilancia sobre la
esfera pública, aparte de una concepción desdeñosa que ha
permitido el desleimiento de la representación y el
crecimiento pasmoso de la indiferencia por la democracia.
Argumentos
como este confirman la existencia de una “cultura
política” vacua, absolutamente al margen de estos tiempos,
deformada y deformante. Limita la política a los
profesionales de la actividad y reduce toda ingerencia
ciudadana al acto de votar. Esta concepción encarna el
pasado, reproduce todos los vicios que debemos eliminar
para avanzar hacia una democracia del siglo XXI. La
actividad ciudadana debe estar centrada en numerosos
puntos de alarma que se encienden produciendo una cadena
de reacciones. La vigilancia ciudadana sobre la
representación ejercida debe pasar a ser algo tan natural
como lo fue en el pasado –al menos para una parte de la
población- el estar informados. Esta nueva mirada que he
denominado “cultura de la comunicación” no equivale a un
estado hipersensible ni de permanente conflicto, sino a
uno introyectado en un cuerpo vivo.
Mientras los
políticos tradicionales, y en especial los “invitados
predilectos”, sigan sosteniendo los viejos conceptos
mantendrán el control absoluto de la política, una
divorciada de los intereses colectivos, ajena a todo
control de vigilancia ciudadana, una que le permite actuar
a sus anchas como dueños y señores de una actividad que
les ha sido conferida por delegación del cuerpo social.
Frente a estos repetidores de oficio hay que plantear,
como respuesta contundente, lo que bien podríamos llamar
una reapropiación de la política por parte de los
ciudadanos. Ello conduciría, qué duda cabe, a un
elevamiento de la calidad del debate público, al
surgimiento de un contrapoder que oponer a quienes ejercen
el control de las instituciones del Estado y han olvidado
que están allí simplemente porque no es posible el
ejercicio de una democracia directa. En otras palabras, lo
que decimos es de la necesidad de eliminar los desniveles
existentes entre los detentadores del poder haciendo de
los ciudadanos un contrapoder efectivo.
Los “invitados
predilectos” dicen y repiten todo lo que hace falta para
mantener a la población en un estado de somnolencia. Hay
que cambiar el desprestigiado concepto de “opinión
pública” por el de “atención pública”, pues esta última
implica un estado permanente de vigilancia, lo que no
significa, como he dicho antes, un estado de exaltación
generalizada y permanente, sino de tranquila y
consuetudinaria acción de la ciudadanía.
La prensa ha
sido siempre un arma contra el poder. En ella se vierten
las críticas y las denuncias. Son famosos los casos de
cómo una vigilancia de prensa dio al traste con grandes
desaguisados. La incursión de los medios radioeléctricos
ha colaborado a la inclusión de la manipulación entre sus
objetivos y cometidos. En lugar de plantear
concienzudamente la crisis de la representatividad se
escudan llevando a sus espacios a quienes contribuyen con
el objetivo previamente trazado por los dueños. En
palabras más claras, los medios radioeléctricos han
pretendido, y logrado, ejercer ellos mismos la
representación imponiendo a los ciudadanos modos de
conducta y reduciéndolos a objetos a ser manejados a su
antojo. Sólo con una cultura de la comunicación
reemplazando a una cultura de la información será posible
meter en cintura a estos “dirigentes” prevalidos del poder
massmediático. Si recordamos el viejo concepto del
permanente esfuerzo ciudadano frente al poder, habrá que
decir que los medios son un poder tremendamente usurpador,
tanto como el viejo poder encarnado en el gobierno que
ejerce de ejecutor teórico de los designios del estado y,
en consecuencia, hay que resistirlos.
Hay que crear
nuevos “campos de historicidad”, para utilizar palabras de
Alain Touraine. Ello implica abandonar viejos temas que
los “invitados predilectos” insisten en poner sobre el
tapete evitando una discusión seria sobre los nuevos modos
de ser del cuerpo social. Ello implica formas innovadoras
de movilización de recursos para afrontar los abusos de
poder, sea de los gobernantes formales o de los informales
representados por los medio radioeléctricos alzados por
encima de los ciudadanos. Los medios deben ser
instrumentos para expresar con mayor alcance las acciones
contraloras ejercidas por el cuerpo social. Si los medios
ejercen una función pública deben estar bajo la
observación de los ciudadanos al igual que los poderes del
Estado. En otras palabras, los medios deben ser órganos de
la “atención pública”, es decir, deben tener sobre sí a
ciudadanos vigilantes. Es este el contrapeso requerido, el
equilibrio necesario.
tlopezmelendez@cantv.net