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Una obsoleta cultura política
por Teódulo López Meléndez  
lunes, 27 noviembre 2006

 

Los “invitados predilectos” repiten ideas del pasado, obsoletas, periclitadas. He escuchado, a quien pretendía convencer a la gente de votar, el argumento de que la política se les meterá igual en la casa y que no intenten una escapatoria. La política, así vista, es algo desagradable de lo cual se huye. El planteamiento es al revés, la política debe salir de las casas e impregnar el entorno. Cuando esto suceda tendremos una república de ciudadanos. La insistencia sobre la política como algo desdeñable está inserta en la psiquis de estos “predilectos” que copan los programas de opinión televisados. Esto escapa al territorio de la anécdota para pasar a ser una perversión, dado que implica una población desarticulada y sin capacidad de vigilancia sobre la esfera pública, aparte de una concepción desdeñosa que ha permitido el desleimiento de la representación y el crecimiento pasmoso de la indiferencia por la democracia.  

Argumentos como este confirman la existencia de una “cultura política” vacua, absolutamente al margen de estos tiempos, deformada y deformante. Limita la política a los profesionales de la actividad y reduce toda ingerencia ciudadana al acto de votar. Esta concepción encarna el pasado, reproduce todos los vicios que debemos eliminar para avanzar hacia una democracia del siglo XXI. La actividad ciudadana debe estar centrada en numerosos puntos de alarma que se encienden produciendo una cadena de reacciones.  La vigilancia ciudadana sobre la representación ejercida debe pasar a ser algo tan natural como lo fue en el pasado –al menos para una parte de la población- el estar informados. Esta nueva mirada que he denominado “cultura de la comunicación” no equivale a un estado hipersensible ni de permanente conflicto, sino a uno introyectado en un cuerpo vivo. 

Mientras los políticos tradicionales, y en especial los “invitados predilectos”, sigan sosteniendo los viejos conceptos mantendrán el control absoluto de la política, una divorciada de los intereses colectivos, ajena a todo control de vigilancia ciudadana, una que le permite actuar a sus anchas como dueños y señores de una actividad que les ha sido conferida por delegación del cuerpo social. Frente a estos repetidores de oficio hay que plantear, como respuesta contundente, lo que bien podríamos llamar una reapropiación de la política por parte de los ciudadanos. Ello conduciría, qué duda cabe, a un elevamiento de la calidad del debate público, al surgimiento de un contrapoder que oponer a quienes ejercen el control de las instituciones del Estado y han olvidado que están allí simplemente porque no es posible el ejercicio de una democracia directa. En otras palabras, lo que decimos es de la necesidad de eliminar los desniveles existentes entre los detentadores del poder haciendo de los ciudadanos un contrapoder efectivo.  

Los “invitados predilectos” dicen y repiten todo lo que hace falta para mantener a la población en un estado de somnolencia. Hay que cambiar el desprestigiado concepto de “opinión pública” por el de “atención pública”, pues esta última implica un estado permanente de vigilancia, lo que no significa, como he dicho antes, un estado de exaltación generalizada y permanente, sino de tranquila y consuetudinaria acción  de la ciudadanía. 

La prensa  ha sido siempre un arma contra el poder. En ella se vierten las críticas y las denuncias. Son famosos los casos de cómo una vigilancia de prensa dio al traste con grandes desaguisados. La incursión de los medios radioeléctricos ha colaborado a la inclusión de la manipulación entre sus objetivos y cometidos. En lugar de plantear concienzudamente la crisis de la representatividad se escudan llevando a sus espacios a quienes contribuyen con el objetivo previamente trazado por los dueños. En palabras más claras, los medios radioeléctricos han pretendido, y logrado, ejercer ellos mismos la representación imponiendo a los ciudadanos modos de conducta y reduciéndolos a objetos a ser manejados a su antojo. Sólo con una cultura de la comunicación reemplazando a una cultura de la información será posible meter en cintura a estos “dirigentes” prevalidos del poder massmediático.  Si recordamos el viejo concepto del permanente esfuerzo ciudadano frente al poder, habrá que decir que los medios son un poder tremendamente usurpador, tanto como el viejo poder encarnado en el gobierno que ejerce de ejecutor teórico de los designios del estado y, en consecuencia, hay que resistirlos. 

Hay que crear nuevos “campos de historicidad”, para utilizar palabras de Alain Touraine. Ello implica abandonar viejos temas que los “invitados predilectos” insisten en poner sobre el tapete evitando una discusión seria sobre los nuevos modos de ser del cuerpo social. Ello implica formas innovadoras de movilización de recursos para afrontar los abusos de poder, sea de los gobernantes formales o de los informales representados por los medio radioeléctricos alzados por encima de los ciudadanos. Los medios deben ser instrumentos para expresar con mayor alcance las acciones contraloras ejercidas por el cuerpo social.  Si los medios ejercen una función pública deben estar bajo la observación de los ciudadanos al igual que los poderes del Estado. En otras palabras, los medios deben ser órganos de la “atención pública”, es decir, deben tener sobre sí a ciudadanos vigilantes. Es este el contrapeso requerido, el equilibrio necesario.

tlopezmelendez@cantv.net

 
 
 
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