La
política no puede funcionar sin ideas. En buena parte es
una ciencia de las ideas, como lo asoman Fitoussy y
Rosanvallon. Así, la política no puede ser una acción que
busca el poder y no más. Ni una administración
desconsiderada de la normalidad. La política sin ideas es
una actividad bastarda. La política, en consecuencia, es
invención. Cuando deja de serlo sobreviene el cansancio y
se asoman las espaldas de los elementos sociales. La
organización social del hombre no nació como la vida ni
crece como las plantas. La política que carece de empuje
proveedor de consistencia es una futilidad. Dado que las
formas políticas son invención del hombre no puede
desgajarse de la política la capacidad renovadora. Bien se
dice que el pueblo no existe, lo crea la política. De esta
manera hay que decir que la principal actividad de lo
político es dar sentido y toda democracia pasa a ser un
proceso ininterrumpido de transformación.
De esta manera
la política y la democracia, es decir, la acción y sus
resultados, no pueden ser otra cosa que inserción
constante de nuevas opciones o, dicho en otras palabras,
ampliación permanente de la libertad. Tenemos, pues, que
volver a leer lo político sacándolo del cansancio, del
aburrimiento y, sobre todo, de un conservadurismo que
brota ante las ideas y ante la esencia misma de lo
político y de la democracia, puesto que todo lo
establecido siempre resiste las ideas innovadoras.
En La nueva
era de las desigualdades, Jean Paul Fitoussi y Pierre
Rosanvallon, nos recuerdan que es a través de la política
que se constituye el vínculo social. Si no enfrentamos
este proceso creativo la política pasa a ser inepta para
explicar las desigualdades que crecieron paralelas a la
libertad y se convierte en algo deleznable para el común
de la gente que nunca podrá entender lo que es ejercicio
de la ciudadanía. Continuar pensando que la democracia es
como es, que la justicia se administra como se administra,
que las instituciones son como son y no pueden ser de otra
manera, equivale a un corsé al pensamiento y a la esencia
misma de los conceptos política y democracia.
Otra cosa que
debemos aceptar es la política como conflicto y los
conflictos expresión del animus político. Y a la
democracia como capaz de administrar los conflictos
mediante una renovación permanente. Una cosa son las
instituciones básicas, aptas para administrar el control
de estabilización, y otra la permanente manifestación de
ideas que amplían los espacios hasta una libertad
transformadora. Está claro que las llamadas instituciones
y los intermediarios sociales ya no responden a las
exigencias de los tiempos y, por tanto, hay que buscar
nuevos mecanismos.
Sin ideas
insuflando ciudadanía no puede haber ciudadanos. Esos no
ciudadanos generarán formas perversas de poder. Habría que
estar atentos a las formas no convencionales de
organización social que se manifiestan en estos tiempos y
verificar el alimento libre que reciben, así como el abono
para que florezcan. Nunca fueron multitudes las que
produjeron las ideas.
De vez en
cuando aparece algún dirigente político –y es lo que ha
ocasionado esta reflexión- que toma la idea de un
pensador. Ocurrió en el debate de los precandidatos
socialistas a la presidencia de Francia.
Segolène Royal, debatiendo con
Fabius y Strauss-Kahn, propuso la instauración en Francia
de los llamados jurados de ciudadanos, idea que está en el
libro de Pierre Rosanvallon La contre-démocratie.
No mencionó la fuente, pero los periodistas franceses se
lanzaron, al día siguiente, sobre Rosanvallon. Prensa,
radio y televisión querían saber lo que pensaba el
profesor y este, discretamente, dijo que no le importaba
que sus ideas fueran asumidas por candidatos
presidenciales, pero que mencionaran la fuente. Dos hechos
resaltan: la influencia del pensamiento sobre la política,
la presencia de una figura, Segolène Royal, que plantea en
su país la innovación propia de lo que debe ser una
democracia del siglo XXI y la atención e información de la
prensa que ante una idea de un pensador asumida por un
político encuentran la esencia de un debate y destacan a
más no poder lo que debe ser la esencia de un periodismo
de estos tiempos.
La señora Royal,
madre de cuatro hijos, interrogada machistamente por
Fabius sobre quien cuidaría los niños, se está
caracterizando por planteamientos que sacuden a los
socialistas y a Francia toda. Ella
ya ha lanzado algunas propuestas que han conmocionado a la
modorra: ha planteado la carta escolar (poder escoger el
liceo fuera de su barrio); ha hablado de los menores
delincuentes sugiriendo integrarlos en un servicio civil
(en lugar de la cárcel) como bomberos, labores
humanitarias y otras parecidas. La señora Royal no sólo
indica una tendencia creciente hacia el poder político de
la mujer. Es también un político que siembra ideas, y no
tiene prurito en tomarlas de los pensadores, no como entre
nosotros, territorio de la mediocridad donde se evita a
los pensadores y al pensamiento, donde nada se dice de la
democracia del siglo XXI donde la política debe ser acción
de modelaje y la democracia el campo ideal de los cambios.
tlopezmelendez@cantv.net