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La política de las ideas y
la democracia como estancia

por Teódulo López Meléndez  
viernes, 27 octubre 2006

 

La política no puede funcionar sin ideas. En buena parte es una ciencia de las ideas, como lo asoman Fitoussy y Rosanvallon. Así, la política no puede ser una acción que busca el poder y no más. Ni una administración desconsiderada de la normalidad. La política sin ideas es una actividad bastarda. La política, en consecuencia, es invención. Cuando deja de serlo sobreviene el cansancio y se asoman las espaldas de los elementos sociales. La organización social del hombre no nació como la vida ni crece como las plantas. La política que carece de empuje proveedor de consistencia es una futilidad. Dado que las formas políticas son invención del hombre no puede desgajarse de la política la capacidad renovadora. Bien se dice que el pueblo no existe, lo crea la política. De esta manera hay que decir que la principal actividad de lo político es dar sentido y toda democracia pasa a ser un proceso ininterrumpido de transformación. 

De esta manera la política y la democracia, es decir, la acción y sus resultados, no pueden ser otra cosa que inserción constante de nuevas opciones o, dicho en otras palabras, ampliación permanente de la libertad. Tenemos, pues, que volver a leer lo político sacándolo del cansancio, del aburrimiento y, sobre todo, de un conservadurismo que brota ante las ideas y ante la esencia misma de lo político y de la democracia, puesto que todo lo establecido siempre resiste las ideas innovadoras. 

En La nueva era de las desigualdades, Jean Paul Fitoussi y Pierre Rosanvallon, nos recuerdan que es a través de la política que se constituye el vínculo social.  Si no enfrentamos este proceso creativo la política pasa a ser inepta para explicar las desigualdades que crecieron paralelas a la libertad y se convierte en algo deleznable para el común de la gente que nunca podrá entender lo que es ejercicio de la ciudadanía. Continuar pensando que la democracia es como es, que la justicia se administra como se administra, que las instituciones son como son y no pueden ser de otra manera, equivale a un corsé al pensamiento y a la esencia misma de los conceptos política y democracia.  

Otra cosa que debemos aceptar es la política como conflicto y los conflictos expresión del animus político. Y a la democracia como capaz de administrar los conflictos mediante una renovación permanente. Una cosa son las instituciones básicas, aptas para administrar el control de estabilización, y otra la permanente manifestación de ideas que amplían los espacios hasta una libertad transformadora. Está claro que las llamadas instituciones y los intermediarios sociales ya no responden a las exigencias de los tiempos y, por tanto, hay que buscar nuevos mecanismos. 

Sin ideas insuflando ciudadanía no puede haber ciudadanos. Esos no ciudadanos generarán formas perversas de poder. Habría que estar atentos a las formas no convencionales de organización social que se manifiestan en estos tiempos y verificar el alimento libre que reciben, así como el abono para que florezcan. Nunca fueron multitudes las que produjeron las ideas.  

De vez en cuando aparece algún dirigente político –y es lo que ha ocasionado esta reflexión- que toma la idea de un pensador. Ocurrió en el debate de los precandidatos socialistas a la presidencia de Francia. Segolène Royal, debatiendo con Fabius y Strauss-Kahn, propuso la instauración en Francia de los llamados jurados de ciudadanos, idea que está en el libro de Pierre Rosanvallon La contre-démocratie. No mencionó la fuente, pero los periodistas franceses se lanzaron, al día siguiente, sobre Rosanvallon. Prensa, radio y televisión querían saber lo que pensaba el profesor y este, discretamente, dijo que no le importaba que sus ideas fueran asumidas por candidatos presidenciales, pero que mencionaran la fuente. Dos hechos resaltan: la influencia del pensamiento sobre la política, la presencia de una figura, Segolène Royal, que plantea en su país la innovación propia de lo que debe ser una democracia del siglo XXI y la atención e información de la prensa que ante una idea de un pensador asumida por un político encuentran la esencia de un debate y destacan a más no poder lo que debe ser la esencia de un periodismo de estos tiempos. 

La señora Royal, madre de cuatro hijos, interrogada machistamente por Fabius sobre quien cuidaría los niños, se está caracterizando por planteamientos que sacuden a los socialistas y a Francia toda.  Ella ya ha lanzado algunas propuestas que han conmocionado a la modorra: ha planteado la carta escolar (poder escoger el liceo fuera de su barrio); ha hablado de los menores delincuentes sugiriendo integrarlos en un servicio civil (en lugar de la cárcel) como bomberos, labores humanitarias y otras parecidas. La señora Royal no sólo indica una tendencia creciente hacia el poder político de la mujer. Es también un político que siembra ideas, y no tiene prurito en tomarlas de los pensadores, no como entre nosotros, territorio de la mediocridad donde se evita a los pensadores y al pensamiento, donde nada se dice de la democracia del siglo XXI donde la política debe ser acción de modelaje y la democracia el campo ideal de los cambios.

tlopezmelendez@cantv.net

 
 
 
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