Allí,
en la Academia, fuera de los límites de Atenas, comenzó un
proceso matemático llamado globalización. La advertencia
sobre la necesaria condición de geómetra para entrar
implicaba una conexión con la ontología que hacía de
filósofos y cosmólogos hacedores de un globo, el del
cielo. Cuando los marineros europeos, alrededor de 1500,
abandonaron la tierra para hacer del mar la nueva vía y
junto a ellos los geógrafos comenzaron a trazar los mapas
de los descubrimientos se inició la globalización
terrestre. Había un interés económico, se usufructuaban
las riquezas del nuevo mundo en beneficio de los monarcas
europeos que habían hecho una inversión en procura de un
retorno a sus inversiones. Desde entonces dinero y globo
terráqueo van juntos. Hoy asistimos a un
factum
político-económico-cultural iniciado con el fin de la
Segunda Guerra Mundial. Tenemos, así, un tránsito que va
desde la mera especulación meditativa hasta la praxis de
registro de un globo. Así, el mundo se des-aleja, se
eliminan las distancias ocultantes,
se convierte en una red de circulación y de rutinas
telecomunicativas. La técnica
ha implantado en los grandes centros de poder y consumo la
eliminación de la lejanía. Quienes se oponen genéricamente
a la “globalización” son unos extravagantes. Está aquí de
hecho, tiene un ritmo indetenible,
la preside el dinero porque este es la nueva barca capaz
de girar el planeta y regresar. No es, por supuesto, un
mero proceso económico, pero sí un hecho consumado, uno
donde consumación sustituye a legitimación, uno que se
hace insustituible a la hora de analizar la era presente
de la humanidad. Como bien lo dice
Peter Sloterdijk “ahora
somos una comunidad de problemas”. Ya hemos apuntado que
con el acontecimiento globalizador
se deshacen las concepciones políticas, se afectan las
autounidades nacionales,
cambian los actores tradicionales que pierden
competencias, el multiculturalismo irrumpe, sobre Europa
se produce el “regreso” por la entrada de grandes masas de
población a un estado de movilidad, lo que a su vez
afecta el concepto de sociedad de masas y, claro está,
viene la protesta de los
antiglobalizadores que lleva a
Roland Robertson (Globalization.
Social Theory
and Global Cultura)
a definir el acontecimiento de la globalización como “un
proceso acompañado de protesta” (a
basically
contested process),
lo que hace que Sloterdijk
señale que la protesta contra la globalización es también
la globalización misma, pues no es otra cosa que la
reacción de los organismos localizados frente a las
infecciones del formato superior del mundo.
Hay que recordar que estamos
asistiendo a una interpenetración de civilizaciones, lo
que hace también superfluo otro debate: el supuesto
enfrentamiento entre homogenización y
heterogeneización, para entrar a analizar como
estas dos tendencias se implican mutuamente.
Robertson recuerda como hay
una discusión global sobre lo local, la comunidad y el
hogar lo que le lleva a pensar en la cultura global como
una interconexión de culturas locales. Aún no sabemos con
precisión cuales serán las consecuencias culturales de
este acontecimiento llamado globalización, pero podría
asomarse que encontraremos una hibridación. Si lo vemos
desde este ángulo, podríamos decir que estamos ante muy
llamativo proceso de mestizaje. Llamémoslo, de una vez por
todas, multiculturalismo, lo que implica respeto hacia una
“fertilización cruzada”. Si se plantea un desarrollo
incontaminado de las culturas estaríamos cayendo en formas
de racismo o de nacionalismo excluyente.
Ahora bien, debemos abordar el
problema desde un ángulo estrictamente económico que,
repetimos, es apenas uno entre los varios aspectos del
acontecimiento globalización. Aquí entran al juego
privatización, anulación de controles, eliminación del
déficit, inflación, etc. Políticas económicas, en suma,
marcadas efectivamente por una concepción neoliberal.
Ello, por la presión de las poderosas transnacionales y
por la conformación misma de instituciones como el Banco
Mundial y el Fondo Monetario Internacional, pero, también,
es necesario decirlo, por la permeabilidad de gobernantes
ahogados incapaces o impotentes para resistir. Identificar
este proceso de manera excluyente con globalización es lo
que ha hecho daño a la palabra que describe el proceso en
que estamos inmersos. Se suma el elemento político: la
acusación de ineficacia contra la democracia, lo que
conlleva a peligros que ya hemos analizado prolijamente en
otra parte. Para mí el problema es el renacimiento de una
vieja enfermedad llamada economicismo,
renacida con tal potencia que ha doblegado la política a
su servicio.
Si uno lee a los pensadores
actuales encuentra cada vez más la palabra ecumenismo,
antiguamente usada para indicar la restauración de la
unidad entre todas las iglesias cristianas, pero si vamos
a su origen griego podemos detectar que más bien se
refiere al espacio apto para la vida humana. Ecúmeno, con
todas las implicaciones de respeto, amplitud y garantías
que implica, debe ser el nuevo espacio humano. Ya no
podemos hablar de culturas como segmentos colocados unos
al lado de los otros. Ahora constituyen un tejido, como
una red de Internet. Debemos enfocarnos en el nacimiento
de un nuevo pluralismo: variedad y experimentación
cultural, tolerancia y desarrollo, la consideración de la
heterogeneidad cultural como recurso para el futuro
social, fomento del dinamismo transformador de la cultura.
El aislamiento en “enclaves del olvido” no conduce a
ninguna parte. Si a ver bien vamos el objetivo del
desarrollo es la cultura, como condición indispensable al
desarrollo es la cultura, culebra que se muerde la cola.
Sabemos perfectamente que de la pobreza podemos salir. Por
lo demás, veamos esta aparente paradoja: sin multiplicidad
el capitalismo no puede sobrevivir, pues perdería la
capacidad de innovar y, con ella, la de competir.
Algunos recurren a las cifras
para demostrar como la globalización es, en grado menor, y
proporcionalmente hablando, no tanto un asunto económico.
Se menciona que lo que ha sucedido es simplemente que las
tecnologías de la comunicación han aumentado la velocidad
en la circulación y, consecuentemente, aumentos en las
ganancias debido a la mayor rotación del capital.
Ciertamente ya nos estamos
des-cobijando de la vieja “patria”. Es lo que
Sloterdjik (Esferas)
llama el tambaleo de “la construcción inmunológica de la
identidad político-étnica” y el juego de las dos
posiciones, la de un sí-mismo sin espacio y la de un
espacio sin sí-mismo y la búsqueda de un
modus
vivendi entre los
dos polos que implicará, seguramente, la creación de
“comunidades imaginarias” sin lo nacional y la
participación, también imaginaria, en otras culturas. El
hombre puede tornar a “envolverse” en protección en la era
globalizada, lejos del feroz individualismo que en el
tiempo presente parece ser la única
caparazón que le resulta reconfortante. Especial cuidado
hay que poner en los efectos políticos, puesto que ya el
colectivo no representa nada para el individualista. Hay
que crear nuevas formas de tejido social-político que
impidan a un hombre que ha hecho de su piel el nuevo
resguardo un agente potencial del totalitarismo o un
desconcertado.
tlopezmelendez@cantv.net