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El
viejo
muerto no
puede
resucitar
por Teódulo López Meléndez
martes, 25
julio 2006
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Frente
a la crisis de la democracia han surgido infinidad de
movimientos sociales de base. Se trata, aquí y allá, de un
ensayo general de alternativas a la relación jerárquica.
La solución, parecen decir, no dependerá más de la promesa
de los políticos, sino que debe ser aquí y ahora. Sólo
que, en la práctica, reaparece, en lugar de desaparecer,
el Estado Providencia, como en el caso venezolano, con
numerosas “misiones” que son reparto de dinero como parche
tranquilizador; es decir, el Estado asume la manifestación
“anárquica” de la base financiando un nuevo populismo.
El asunto de fondo es determinar como esta nueva forma de
organización podrá servir a los tejidos democráticos.
Debemos constatar que estos movimientos son minoritarios
por esencia y son tan poco atractivos como los partidos
tradicionales. Los teóricos comienzan a llamar “tribus” a
estas formas que la muerte de los partidos ha ocasionado.
Así los llaman, porque pareciera que los individuos que se
asocian quieren, en el fondo, redimirse de la
individualidad. Se trata de una especie de sociabilidad
primaria. Estamos ante un caso de reingeniería social de
alta complejidad que pasaría, necesariamente, por
redefinir lo político de una manera muy distinta de cómo
la modernidad la entendió, esto es, organización
jerárquica (partidos, sindicatos, etc).
Por todas partes brotan invectivas contra la jerarquía y
un insistente llamado a la acción de las “bases”, sin que
eso implique voluntad alguna de reestructurar lo político.
Esto parece indicar un vuelco hacia sí mismas, por parte
de estas organizaciones sociales que se asoman como los
sustitutos de los viejos partidos. Se trata de un
planteamiento radical de sustitución de lo representativo
y, en consecuencia, de uno que rompe las bases de la
democracia como la hemos conocido.
El peligro del brote anárquico de organización y destinos
propios es el de la aparición del líder totalitario,
mientras sus ventajas están en la pérdida de dependencia
de la “promesa” y, teóricamente, del estado dadivoso, pues
hemos visto que insurge una nueva forma de populismo
amoroso que dice comprender la nueva realidad y la usurpa.
Aclaremos que entendemos por anarquía en este texto
simplemente la organización que se produce sin órdenes
superiores. Han caído los metarrelatos políticos de
legitimación y los metarrelatos teóricos y el líder
providencial se convierte en sustituto.
En la práctica se ven pocos esfuerzos por hacer un
replanteo de las condiciones básicas de la nueva posible
convivencia social. Los partidos siguen funcionando, si es
que funcionan, como si aquí no hubiese pasado nada. En el
documento final de la asamblea anual de Fedecámaras se
puede encontrar un tibio intento de replantear la función
gremial empresarial. El movimiento sindical carece de
cualquier asomo innovador. Los intelectuales –los pocos
que aún mantienen contacto público- se dedican a una
especie de pelea callejera, mientras la mayoría guarda un
silencio atronador. Entretanto algunas de las nuevas
formas de organización se desgastan en tareas de
ingeniería política mal concebidas. El régimen –como queda
dicho- financia el nuevo populismo sobre la premisa
exclusiva de su propia estabilidad y de combate futuro a
cualquier disidencia peligrosa. Los que podríamos llamar
contemporáneos siguen comportándose como microorganismos a
la deriva, encontrando en la pequeña “tribu” la redención
parcial a su individualismo. Es así, pues, como lo que
podríamos llamar “instituciones tradicionales” de la
“sociedad civil” quedan en evidencia, ya no son capaces de
cumplir el rol de intermediación que alguna vez
ejercieron.
Hay que partir de lo cotidiano para reencontrar lo social.
Hay que innovar en las actitudes y comportamientos y en
las bases teóricas que los sustentan. Hay que entender las
posibilidades del nuevo tejido social para fijar objetivos
compartidos que puedan convertirse en propósitos y
objetivos de la lucha. He dicho y repetido que la
democracia marchaba junto a la sociedad industrial y que
esta terminó. Estamos en un nuevo tiempo y la democracia
debe entenderlo. En cualquier caso toda oposición exitosa
hacia este peligroso fenómeno dictatorial nacido del
rompimiento de la jerarquía organizada-sustituida por la
obediencia al líder único- y de la representatividad,
vendrá de quienes lo hagan desde la óptica del cambio, del
avance, y nunca de quienes quieran restituir el viejo
orden muerto. O aprendemos las nuevas formas de los pactos
sociales o nos quedaremos en un velorio interminable de un
viejo orden que no resucitará.
tlopezmelendez@cantv.net
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