En
un artículo anterior me permití analizar las razones
internas por las cuales este proceso histórico
venezolano estaba llegando a su fin. Ya es hora de
hablar de las razones de política internacional por la
sencilla razón de que este viaje a las Naciones Unidas
ha sido la guinda de la torta.
Desde mi experiencia
diplomática y de mis lecturas, no logro recordar otro
discurso similar ante la Asamblea General. Puedo
recordar a Nikita
Kruschov golpeando con su
zapato la mesa de su delegación, los duros discursos de
Cuba contra Estados Unidos pero sin insultos personales,
hago memoria sobre los años de la guerra fría y no
encuentro nada similar en injurias al Jefe del Estado
anfitrión de la ONU.
Se han roto todos los
parámetros de la diplomacia, de la cordura y de la
decencia. Un primer efecto se produce en el seno mismo
de la ONU. Ahora todos saben que un embajador de este
gobierno venezolano sentado en el Consejo de Seguridad
convertiría a ese órgano esencial en algo a ser evitado
como foro de discusión de los grandes temas mundiales.
No podrían manejarse los asuntos delicados en manos de
diplomáticos veteranos con un miembro gritón y
escandaloso, por lo que las grandes potencias
preferirían entenderse entre sí fuera del Consejo con el
consecuencial deterioro de la ONU como epicentro de las
negociaciones escabrosas sobre temas claves. La
consecuencia es que ya se puede decir que Guatemala y no
Venezuela será electa para un puesto de miembro no
permanente del Consejo de Seguridad.
La segunda consecuencia
grave es sobre la política interna norteamericana. Las
declaraciones de líderes demócratas, en tono fuerte,
siembran una excepción en la manera como se manejan lo
asuntos internos en Estados Unidos. Por vez primera los
demócratas en tiempo electoral salen en defensa de un
presidente republicano. No recuerdo que tal hecho se
haya producido fuera de circunstancias en que estaba
empeñada la potencia en guerras externas. Ni siquiera
sobre la invasión a Irak recuerdo un hecho semejante.
Ello, creo, pone punto final a los devaneos de algunos
senadores y representantes demócratas que sostenían la
tesis de un entendimiento con el presidente venezolano,
tal vez influenciados por los errores cometidos con
Fidel Castro. La conclusión es que ahora el tema Chávez
no es un asunto del gobierno de Washington, para pasar a
ser un asunto de interés nacional, un asunto relativo al
estado norteamericano. Creo innecesario abundar sobre
las consecuencias. Ahora, en un orden de ideas menos
trascendente, ningún lidercillo local aprovechará la
entrega de combustible de calefacción por parte de
Citgo para tratar de ganar
algunos votos entre el electorado de su jurisdicción.
Otro aspecto que debe
resaltarse es que el comportamiento del presidente
venezolano debe haber resonado como una sirena en los
oídos de Raúl Castro. Al sucesor del trono cubano no le
conviene, si nos atenemos a lo que parece piensa, para
nada esa relación estrecha con este gobierno. Creo que
podemos comenzar a afirmar que la muerte de Fidel pondrá
fin a esto que, utilizando viejas palabras del ex
presidente Menem, podemos
llamar “relación carnal”. No habrá rupturas
espectaculares, sino distanciamiento lento y discreto,
de manera especial si Raúl abre las puertas a un
capitalismo a la manera china, tiempos esos en que no
necesitaría del flujo monetario venezolano.
También hay consecuencias
sobre el continente. No podemos dejar pasar inadvertida
la
boutade
de afirmar que viajaría a México a la toma de posesión
de López Obrador y mucho menos la advertencia mexicana
de que si iba con ese propósito no se le permitiría el
ingreso. No recuerdo un episodio semejante, por más
esfuerzos de memoria que hago, de tan brutal y
desconsiderada amenaza de ingerencia en los asuntos
internos de otro estado americano. Recogió sus palabras,
pero las palabras pronunciadas quedan allí.
Evidentemente que la posición chilena debe haberse
decidido después de este viaje lleno de éxitos. La
señora Bachelet tiene encima
la presión de los democristianos y una posibilidad, que
no veo remota, de fractura de la “concertación” que allí
gobierna. Por lo demás, cuanta razón tenía al celebrar
el ingreso de Venezuela al MERCOSUR. Desde que se
produjo ese ingreso, el presidente venezolano abandonó
la espectacularidad de “su” integración continental para
remitirse a alianzas con Irán y Siria, logrando, al
menos que en el sur del Líbano anden sus fotografías con
la leyenda “hermano” al lado de los fusiles de las
fuerzas de Hezbolá.
Venezuela es, desde ya, un socio incómodo para los
países del sur. La primera advertencia fue la negativa a
apoyar el control de medios que llevó Venezuela a la
última reunión de Río. La siguiente consecuencia es que,
para guardar las apariencias, países como Brasil,
Uruguay y Paraguay, y muy probablemente Argentina, voten
por Venezuela en la primera ronda y si Guatemala no
consigue suficientes votos –de los que está cerca- en la
primera vuelta, de inmediato se sumen a la candidatura
centroamericana. Aunque el voto es secreto y las
sorpresas siempre están a la vuelta de la esquina. En la
Asamblea General de la ONU no se vota con
Smarmatic.
En pocas palabras, el
régimen venezolano ya resulta intragable. Súmele las
razones de política internacional a la larga lista que
enumeré, hace un par de semanas, de razones internas.
Saque bien las cuentas.