Pierre
Rosanvallon estuvo en Caracas unos pocos días. Mientras le
veía responder, en la Alianza Francesa, que no podía
emitir aún una opinión sobre lo que sucedía en este país y
agregar que en Francia tenían interés las posturas de
política exterior de este gobierno y no la situación
interna, me dejaba llevar por mis propios pensamientos.
Otra cosa no podía decir el profesor del College de France
y yo tenía en mis manos La contre-démocratie, su
último libro, de manera que con su rostro tranquilo
enfrente y el libro a medio leer en la mano podía
dedicarme a meditar en torno a algunas de sus ideas y a
mis propias conclusiones sobre algunas barbaridades que se
dicen en este país.
Pensaba como
la población acepta las condiciones de quienes aspiran sus
votos sin someterlas a examen. Es una población falta de
cultura política que grita las consignas pre-elaboradas
sin pasarlas por tamiz alguno. Se hacen masa y aceptan que
la oferta es extraordinaria. A medida que la gritan
pierden absolutamente la conciencia crítica.
Se nos dice
–en una cuña de televisión que es el ejemplo más acabado
de la incultura política- que el que no vote debe
callarse. Pensaba como en estos tiempos se han
multiplicado las opciones de participación, incluso por el
avance tecnológico, hasta el punto que el acto de votar,
conservando la importancia capital que tiene, es una más
entre el poder de vigilancia del pueblo sobre las acciones
de los gobernantes, las formas de actuar ante las
violaciones y la capacidad de juzgar, hasta llegar a
emitir opinión por Internet. La acción política de los
ciudadanos tiene, pues, diversas vías y mandar a callar al
que no ejerce alguna es una muestra de limitación de la
democracia al acto de votar, precisamente una de las
causas fundamentales de su crisis actual. De manera que no
hemos aprendido de la multiplicidad de canales, que
seguimos siendo reduccionistas y que no tenemos idea del
ejercicio democrático.
El profesor
francés termina y el acto es cerrado. Me pregunto sobre la
real impresión que tiene en su cabeza, pero llega la hora
de tomarse unos vinos. Rosanvallon no tiene cansancio en
el rostro a pesar de haber hablado por horas en diversos
sitios, de haber escuchado algunas peroratas y seguramente
algunas cosas interesantes, y de haber pasado
gran parte
de su tiempo en largas colas en la autopista del
este, tomada por una multitud víctima de indigestión
monetaria por el cobro anticipado de los aguinaldos, de un
nerviosismo electoral que le lleva a adelantar las compras
y por un afán de tener
provisiones alimenticias “por si acaso”. Le digo
que aquí también se piensa, no sé porque se lo digo,
quizás como un acto reflejo de mi parte. Él,
condescendiente, me anota su correo electrónico y escribe
una amable dedicatoria en mi ejemplar de La contre-démocratie.
Escucho todas
las versiones sobre la realidad electoral y me parece que
soy un ser extraño que tiene en la cabeza otro país, uno
muy diferente. Quizás se deba a que las informaciones que
recibo son objetivas y pensadas y que provienen de fuentes
del exterior. Muchas de los países donde serví como
diplomático y muchas de los tantos países donde hay
intelectuales con los que me escribo. Se habla de las
elecciones francesas. Insisto en que Segolène Royal
encarna la puesta sobre la mesa electoral de cambios
profundos y hacia lo que insisto en llamar una democracia
del siglo XXI. Rosanvallon se
mantiene prudente, prefiere no opinar sin haber analizado
previamente los detalles.
Su actitud contrasta
profundamente con lo que leo en algunos articulistas de
prensa y de Web venezolanos, quienes parecen estar
escribiendo sobre este país nuestro el segundo tomo de
El código Da Vinci, mientras el
correo electrónico trae amenazas a los comunicadores, se
advierte que un frente armado cuyo nombre no recuerdo dará
justas cuentas de quien se propase llamando a cosas raras
el 3 de diciembre. Se lo copio a un amigo en Europa y me
responde sucintamente que eso está hecho “al mejor estilo
bielorruso”.
Esta es la
realidad de un país a escasos días de unas elecciones
denominadas “la última oportunidad”, otra aberración, pues
la democracia no tiene nunca una última oportunidad. Basta
haberse paseado un poco por los procesos históricos, basta
no meter en una gaveta todos los papeles, basta no fusilar
de antemano el juego (utilizada esta palabra con seriedad)
de las posibilidades políticas, para concluir que en este
país se utilizan frases al voleo, se dicen impertinencias
a granel, se utiliza
muy mal el lenguaje. La lectura de la prensa
confirma que no hay nada. Cero información medianamente
importante a dos semanas de un proceso electoral. Leer o
no leer la prensa es exactamente lo mismo. Me parece que
debía haberme encontrado con una arremetida de propuestas,
con un empujón en busca de los votantes indecisos o
reacios, pero no hay nada. Me parece que tal vez no soy un
ser tan extraño, sino que esto más
que una campaña electoral
es un esfuerzo inconexo
sobre una alteración inequívoca
de todo sentido democrático.
De manera inexplicable recuerdo a Orhan Pamuk, el premio
Nóbel de este año y compruebo, una vez más, que me
simpatiza. Aún estoy golpeado por la lectura de sus
libros, por su amargura, por su ciudad donde no encuentro
a la vieja Constantinopla que tanto he investigado y
estudiado. Me vuelve a la mente el rostro apacible de
Pierre Rosanvallon y me pregunto qué conclusiones habrá
sacado, cómo habrá comparado sus tesis con la realidad de
este extraño país (es el país el extraño) y escribo esta
especie de “crónica social” de una agradable noche en la
Alianza Francesa escuchando al país y mirando el rostro
apacible de un profesor francés.
tlopezmelendez@cantv.net