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Meditaciones ante el rostro apacible de Pierre Rosanvallon
por Teódulo López Meléndez  
lunes, 20 noviembre 2006

 

Pierre Rosanvallon estuvo en Caracas unos pocos días. Mientras le veía responder, en la Alianza Francesa, que no podía  emitir aún una opinión sobre lo que sucedía en este país y agregar que en Francia tenían interés las posturas de política exterior de este gobierno y no la situación interna, me dejaba llevar por mis propios pensamientos. Otra cosa no podía decir el profesor del College de France y yo tenía en mis manos La contre-démocratie, su último libro, de manera que con su rostro tranquilo enfrente y el libro a medio leer en la mano podía dedicarme a meditar en torno a algunas de sus ideas y a mis propias conclusiones sobre algunas barbaridades que se dicen en este país. 

Pensaba como la población acepta las condiciones de quienes aspiran sus votos sin someterlas a examen. Es una población falta de cultura política que grita las consignas pre-elaboradas sin pasarlas por tamiz alguno. Se hacen masa y aceptan que la oferta es extraordinaria. A medida que la gritan pierden absolutamente la conciencia crítica. 

Se nos dice –en una cuña de televisión que es el ejemplo más acabado de la incultura política- que el que no vote debe callarse. Pensaba como en estos tiempos se han multiplicado las opciones de participación, incluso por el avance tecnológico, hasta el punto que el acto de votar, conservando la importancia capital que tiene, es una más entre el poder de vigilancia del pueblo sobre las acciones de los gobernantes, las formas de actuar ante las violaciones y la capacidad de juzgar, hasta llegar a emitir opinión por Internet. La acción política de los ciudadanos tiene, pues, diversas vías y mandar a callar al que no ejerce alguna es una muestra de limitación de la democracia al acto de votar, precisamente una de las causas fundamentales de su crisis actual. De manera que no hemos aprendido de la multiplicidad de canales, que seguimos siendo reduccionistas y que no tenemos idea del ejercicio democrático. 

El profesor francés termina y el acto es cerrado. Me pregunto sobre la real impresión que tiene en su cabeza, pero llega la hora de tomarse unos vinos. Rosanvallon no tiene cansancio en el rostro a pesar de haber hablado por horas en diversos sitios, de haber escuchado algunas peroratas y seguramente algunas cosas interesantes, y de haber pasado gran parte de su tiempo en largas colas en la autopista del este, tomada por una multitud víctima de indigestión monetaria por el cobro anticipado de los aguinaldos, de un nerviosismo electoral que le lleva a adelantar las compras y por un afán de tener provisiones alimenticias “por si acaso”. Le digo que aquí también se piensa, no sé porque se lo digo, quizás como un acto reflejo de mi parte. Él, condescendiente, me anota su correo electrónico y escribe una amable dedicatoria en mi ejemplar de La contre-démocratie.  

Escucho todas las versiones sobre la realidad electoral y me parece que soy un ser extraño que tiene en la cabeza otro país, uno muy diferente. Quizás se deba a que las informaciones que recibo son objetivas y pensadas y que provienen de fuentes del exterior. Muchas de los países donde serví como diplomático y muchas de los tantos países donde hay intelectuales con los que me escribo. Se habla de las elecciones francesas. Insisto en que Segolène Royal encarna la puesta sobre la mesa electoral de cambios profundos y hacia lo que insisto en llamar una democracia del siglo XXI. Rosanvallon se mantiene prudente, prefiere no opinar sin haber analizado previamente los detalles.  

Su actitud contrasta profundamente con lo que leo en algunos articulistas de prensa y de Web venezolanos, quienes parecen estar escribiendo sobre este país nuestro el segundo tomo de El código Da Vinci, mientras el correo electrónico trae amenazas a los comunicadores, se advierte que un frente armado cuyo nombre no recuerdo dará justas cuentas de quien se propase llamando a cosas raras el 3 de diciembre. Se lo copio a un amigo en Europa y me responde sucintamente que eso está hecho “al mejor estilo bielorruso”.  

Esta es la realidad de un país a escasos días de unas elecciones denominadas “la última oportunidad”, otra aberración, pues la democracia no tiene nunca una última oportunidad. Basta haberse paseado un poco por los procesos históricos, basta no meter en una gaveta todos los papeles, basta no fusilar de antemano el juego (utilizada esta palabra con seriedad) de las posibilidades políticas, para concluir que en este país se utilizan frases al voleo, se dicen impertinencias a granel, se utiliza muy mal el lenguaje. La lectura de la prensa confirma que no hay nada. Cero información medianamente importante a dos semanas de un proceso electoral. Leer o no leer la prensa es exactamente lo mismo. Me parece que debía haberme encontrado con una arremetida de propuestas, con un empujón en busca de los votantes indecisos o reacios, pero no hay nada. Me parece que tal vez no soy un ser tan extraño, sino que esto más que una campaña electoral es un esfuerzo inconexo sobre una alteración inequívoca de todo sentido democrático. De manera inexplicable recuerdo a Orhan Pamuk, el premio Nóbel de este año y compruebo, una vez más, que me simpatiza. Aún estoy golpeado por la lectura de sus libros, por su amargura, por su ciudad donde no encuentro a la vieja Constantinopla que tanto he investigado y estudiado. Me vuelve a la mente el rostro apacible de Pierre Rosanvallon y me pregunto qué conclusiones habrá sacado, cómo habrá comparado sus tesis con la realidad de este extraño país (es el país el extraño) y escribo esta especie de “crónica social” de una agradable noche en la Alianza Francesa escuchando al país y mirando el rostro apacible de un profesor francés.

tlopezmelendez@cantv.net

 
 
 
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