Debemos
marchar hacia la conformación de un clima cultural
distinto, de un medio ambiente externo que permita el
acceso de los ciudadanos a la enseñanza y a la práctica de
una cultura de principios. Estamos inmersos en una cultura
política inmóvil que nos ha robado la capacidad de
decisión. Debemos desintoxicar a la sociedad venezolana y
liberarla de tabúes y estereotipos y darnos cuenta exacta
de cual es nuestro pasado y cual nuestro presente. Así
aprenderemos cabalmente cuales son las causas de la
pobreza y el subdesarrollo en un país de inmensa riqueza
petrolera.
Digamos que existe una base
psicológica de la democracia. Se ha llegado a definir la
cultura democrática como la orientación psicológica hacia
objetivos sociales. Esto es, la cultura política es la
interiorización de la democracia y la orientación hacia el
bien común. Es lo que se ha denominado también la
conformación de un carácter nacional democrático. Aquí la
democracia ha sido violentada sin que una opinión
mayoritaria haya reclamado sobre la violación de los
límites de legitimidad del gobierno; hemos visto a la
gente, por el contrario, aclamando la verborrea
violatoria. La democracia es una cultura de la
responsabilidad colectiva en lo que sucede, con todo lo
que implica como solidaridad y respeto. La democracia debe
ser considerada como un sistema cultural y en ella va
incluida la conciencia de que la democracia es una línea
de fuga que usamos para construir la justicia, admitiendo
las palabras democracia y dificultad como sinónimas.
Si vamos a analizar la cultura
democrática hay que analizar el contexto en que se produce
esa cultura dejando de lado la idea de limitarse a los
laterales pues es a la sociedad misma donde debe irse. Es
decir, a los conceptos de pertenencia y ciudadanía, con
obligaciones y derechos, a la revalorización de la cultura
como conciencia crítica. La democracia reposa sobre la
autonomía humana y la cultura es un componente esencial de
la complejidad de lo social-histórico. Lo que tenemos
ahora es “un ascenso de la insignificancia” para decirlo
con palabras de Cornelius Castoriadis
(La crisis de la
sociedad moderna,
Transformación social y
creación cultural, etc)
encarnada en despolitización, alienación, vaciamiento de
los valores y un rechazo creciente de la sociedad a la
idea de que se puede cambiar a sí misma. En resumen, de lo
que somos testigos es de una
desocialización sucedida artificialmente por los
massmedias. Una democracia
del siglo XXI tiene que tener necesariamente a una
sociedad capaz de interrogarse sobre su destino en un
movimiento sin fin. Esa nueva cultura democrática presenta
una dimensión imperceptible, pero real, de una voluntad
social que crea las instituciones. Hay que romper el
encierro del sentido y restaurarle a la sociedad y al
individuo la posibilidad de crearlo, mediante una
interrogación ilimitada.
Debemos ver hasta donde los
sujetos sociales se dan cuenta de lo que pasa. La cultura
política cambia en la medida en que los ciudadanos
descubran nuevas relaciones entre el entorno inmediato y
el devenir social. En otras palabras, en el momento en que
descubran lo social. Algunos han llamado esta mirada de
compromiso una percepción de la “ecología política
general” lo que debe generar un movimiento energético
comprensivo. Para que ello suceda el cuerpo social debe
estar informado y ello significa que pueda contextualizar
con antecedentes propios y extraños, pasados y presentes.
Si no posee la información no podrá actuar o actuar mal.
La democracia del siglo XX se caracterizó por una
información mínima suficiente apenas para actuar en lo
individual. Si volteamos el parapeto y echamos la base
para que el cuerpo social busque por sí mismo la
información tendremos sujetos activos. El primer paso es
el contacto entre los diversos actores sociales, lo que va
configurando una cultura de la comunicación, una donde no
necesitan de esa información como único alimento, sino que
comienzan a necesitar del otro, lo que los hace mirar al
mundo como una interconexión de redes. La comunicación con
el otro reduce la importancia del yo. Si la información
proviene exclusivamente de los entes dirigidos habrá una
cultura de la información (necesidad de estar informado) y
no una cultura de la comunicación (la necesidad de obtener
del otro información). La
existencia de una cultura de la información, sea en el
grado que sea, siembra el autoritarismo. La existencia de
una cultura de la comunicación siembra la libertad. Si
avanzamos hacia lo que podríamos denominar una “sociedad
comunicada” es evidente que esa sociedad se autogobierna
aún usando los canales democráticos rígidos conocidos y
puede autotransformarse.
Es evidente que una democracia
del siglo XXI requiere de individuos y grupos sociales
distintos de los que actuaron en la democracia del siglo
XX. No se trata de una utopía o de una irracionalidad. Se
trata, simplemente, de evitar que las energías se gasten
en el refuerzo a una estructura jerarquizada y autoritaria
no-participativa y de conseguir un salto de una sociedad
que sólo busca información a una que busca la conformación
de una voluntad alternativa lograda mediante la
consecución de cambios en la forma social impuestos por
un comportamiento colectivo. Se obtendrían así más
libertad y más movimiento.
No se trata de una especie de
conversión moral de la población para que se haga mejor,
implementada por el Estado bajo una ética democrática. Se
trata de una generación de convergencias en un tejido
social en permanente consolidación. A los intelectuales
nos toca plantear el trasfondo teórico al combatir un
individualismo utilitarista, y por tanto egoísta, para
sustituirlo por una sociabilización
democrática.
Debemos concluir que la
democracia es un proceso sin término. En cada fase del
avance la cultura política juega un papel fundamental que
permite autogenerarse y autoreproducirse. La democracia
sólo es posible cuando se tiene la exacta dimensión de una
cultura democrática. Debemos educarnos en una cultura de
la comunicación democrática o volveremos al drama
shakesperiano: Bruto grita al pueblo que ya es libre
porque César ha muerto para que el pueblo le responda “Te
haremos César”.
tlopezmelendez@cantv.net