En
mayo del 2004 le dije a Teodoro
Petkoff que nuestra divergencia fundamental estaba
en que para mí la revolución chavista,
como toda revolución, iba hacia la dictadura y que tocaba
a la oposición, inclusive, la decisión sobre el momento de
dejarla deslizar hacia allí. Teodoro debe tener en su
archivo mis correos electrónicos sobre el particular, como
yo tengo en el mío sus respuestas.
En enero del 2006 comencé a
decirle a todo el que me quiso escuchar que era necesaria
la selección de un candidato presidencial único. Eso, a
conciencia de que no se darían las condiciones para unas
elecciones limpias. Todos me contradijeron bajo el
argumento de que primero las condiciones y después, si
acaso, el candidato. Agotado ante la sordera argüí que no
entendía como podía producirse un retiro de unas
elecciones presidenciales si no se tenía un candidato.
Cité todos los casos del universo todo y henos aquí a
mitad de año procurando la selección de ese aspirante
mientras hemos perdido seis meses. Entiendo la política,
entiendo que se mezclan los deseos de algunos de primero
posicionarse, entiendo que los deseos de tener a alguien
como abanderado es un deseo irreprimible en un país
esencialmente democrático como el nuestro, tendencia
natural que no se puede desconocer so pena de pagar el
precio.
El proceso se inició con un
gravísimo riesgo por parte de “Súmate”, hoy golpeada por
no entender el juego de las contradicciones. Continuó con
un pacto que en privado, y ahora por primera vez en
público, califiqué como el Pacto de Punto Móvil, por
oposición al Pacto de Punto Fijo. Este último se firmó
entre Betancourt, Caldera y Villalba, tres líderes
históricos que firmaron con la dictadura ya caída, en el
momento de auge de los partidos y cuando representaban el
95 por ciento de la población. El Pacto de Punto Móvil se
firmó entre Rosales, Petkoff y
Borges, que deben estar, entre los tres, entre un 15 y un
20 por ciento del electorado, con pretensiones excluyentes
y desprecio hacia el “chiripero” (olvidando con qué ganó
Caldera su segunda presidencia) y con un afán de
repartirse el país post-Chávez con Chávez aún en el poder,
lo que da tintes pocos admisibles al Pacto de Punto
Móvil. Han tratado, a posteriori, de dialogar y abrirse un
poco ante la obviedad del sectarismo manifestado y hay que
tratarlos con cuidado pues de oposición se trata.
He dicho que uno de los
errores fundamentales del Pacto de Punto Fijo fue haber
excluido al partido Comunista, viniendo este, como venía,
de una heroica resistencia contra la dictadura
perezjimenista. Es posible que
con la victoria de Castro y de la revolución cubana el PCV
hubiese roto de todas maneras, pero nunca las cosas son
iguales. URD se va con el célebre discurso del entonces
Canciller Arcaya, se produce la insurrección política
primero, y después militar, de los “cabeza calientes” del
MIR y la historia ya conocida: una insurgencia militar que
dio al traste con lo mejor de la izquierda y que explica,
en buena parte, la mediocridad de quienes están en el
poder.
La salida de URD, y antes
la exclusión del PCV, es lo que nos conduce al
bipartidismo AD-Copei, no el
Pacto de Punto Fijo en sí, un acuerdo que era
absolutamente necesario para garantizar la estabilidad
democrática post-dictadura. Lo que se degenera en el
camino es el bipartidismo. Lo que pasa es que entre los
nefastos propósitos del presente régimen está cambiar la
historia. El asunto lo discutí bastante con
Jóvito Villalba, él acostado
en calzoncillos en la hamaca de mi abuelo en Carora y yo
escuchándolo, como escuchaba a ese brillante líder que me
había honrado con su amistad. Villalba, uno de los hombres
más brillantes, inteligentes, cálidos y erráticos que he
conocido en mi vida, me dio todo tipo de explicaciones en
las que no escapaban su rivalidad con Betancourt y las
tendencias sociopolíticas de América Latina.
La digresión me ha venido
por lo del Pacto de Punto Móvil. Delante tenemos ahora
unas primarias patrocinadas por la Santísima Trinidad más
un chiripero con el que se dialoga a contrapelo y sin
ganas, mientras se olvida que existen AD, Alianza Bravo,
El Comité de la Resistencia y la centro-derecha organizada
bajo el lema-consigna “El 4D un mandato de la nación”, es
decir, por lo menos el 80 por ciento de la población
oposicionista. Una que, ciertamente, ha sabido siempre lo
que iba a pasar y lo que pasará: que no habrá condiciones,
que no cederán un milímetro hacia unas elecciones limpias
y que terminaremos todos absteniéndonos. Una que ha
anunciado de antemano su posición, sin dejar de conceder,
porque otra cosa no podía hacer, que se debían continuar
buscando las condiciones necesarias para participar, pero
que, por ello, está ahora en una situación incómoda:
deberán explicar lo de las primarias (que corren serio
riego de fracasar por ausencia de votantes) y lo del
candidato que salga de allí (si es que sale), aunque el
sofoco se les pase con lo que será el resultado final.
Cuando uno no tiene interés
personal alguno y lo único que lo mueve es el interés de
la nación, pues no le importa ser desoído. Además, lo
sabemos, a los intelectuales en este país no nos escucha
nadie, en parte porque nos merecemos ese tratamiento por
nuestra desidia y comportamiento cómodo, en parte porque
los políticos nunca entienden razonamientos
desinteresados. Lo cierto es que, al final de este
lamentable cuento, creo que lo único que queda por saldar
es el encuentro entre las dos vertientes, es decir, entre
el hipotético candidato y quienes ya han dicho no
participarán. Ese final unitario se va a producir cuando
el hipotético candidato deba retirarse para no ir, en
palabras de Teodoro, a “un matadero electoral”. A no ser
que el candidato, creyéndose investido por los dioses,
diga que él es el líder por voluntad de Zeus y de sus
truenos literarios.
Por cierto que
abstencionista es que el que no cree en el voto. En este
país no hay abstencionistas. Abstención viene del latín
abstentioonis, que significa
inhibición o privación y que, referido a la política, es
la expresión doctrinal que defiende la no participación de
los ciudadanos en las tareas públicas. Aquí todos queremos
participar en las tareas públicas, incluyendo la de votar.
Cuando se usa como protesta contra un gobierno significa
que no se reconoce su legitimidad. En otras palabras, si
no votamos el 4 de diciembre del año pasado es porque se
la negamos a la Asamblea Nacional; sin embargo, allí está
funcionando con la cobertura mediática total y sin que
nadie desconozca sus acuerdos. Si no votamos el 3 de
diciembre de este año, ¿seguiremos acatando al gobierno
resultante como si fuera uno legítimo?
Cuando no se es escuchado
uno tiene ventajas.