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La estructura y el funcionamiento del poder
por Teódulo López Meléndez  
sábado, 5 agosto 2006

 

Abreboca: No me ocupo de “politólogos” que para explayar sus complacientes teorías con el poder plutocrático se dedican a averiguar la vida personal de los líderes (si beben, si fuman o si fornican) y menos cuando citan a Liz Taylor para avalarlas.


El desarrollo del concepto de alienación echó en el olvido al de fetichismo. Ambos han sufrido períodos de esplendor y de olvido, remodelaciones y cambios. Marx está en el origen de ambos, sólo que la interpretación de “fetichismo de la mercancía” se fue reduciendo a una falsa valoración de las cosas lo que le daba una implicación ideológica, cuando hoy en día la sociedad del espectáculo ha convertido a esa mercancía en la creadora del mundo que habitamos.

Es evidente que ambos conceptos se entrelazan. El objeto es un fetiche (hoy el símbolo a citar sería el teléfono celular) y estamos alienados en el sentido de que nuestra creación escapó de nosotros y nos domina. Hoy decimos en relación a ambos conceptos que se han modificado sustancialmente los medios de dominación. Es evidente que insistimos en lo tecno-mediático porque vivimos en la civilización de la imagen, pero ella tiene relación directa con la mercancía “fuera de sí”. Este “rebaño normalizado” lo es ahora por vías distintas, las cuales han sido afinadas en su efectividad por la tecnología.

La precisión del cambio la definió Gilles Deleuze como el paso de una sociedad disciplinal a una sociedad de control. En la primera existen instituciones que funcionan como la columna vertebral y definen el especio social, esto es, la llamada sociedad civil (otro concepto en riesgo) define al cuerpo social todo. Si a ver vamos la casi totalidad de las instituciones que sirven de estructura a esa sociedad civil están derruidas trayendo como consecuencia lo que este pensador llama “vacío social”. La llamada sociedad civil, en algunos casos, sigue conservando las instituciones y características que alguna vez la definieron, pero estas han sido anegadas por las nuevas formas de control hasta llegar a una de las condiciones esenciales de este, la hipersegmentación de la sociedad. Aquí, y en todas partes, deberíamos comenzar a hablar más bien de una sociedad postcivil.

Está claro que para la existencia de una democracia la sociedad civil resulta indispensable. Es ella el campo donde lógicamente se producen las mediaciones esenciales al espíritu democrático. Fue Hegel el mayor estudioso de este tema, aunque, claro está, el concepto nació para oponerlo al de sociedad natural. Lo civil en los pensadores anteriores implicaba la organización social, con el Derecho incluido como gran ordenador, mientras Hegel parece referirse más bien a “sociedad burguesa”.

Bien podría argumentarse que la sociedad civil se ha convertido en un simulacro de lo social. La democracia, por ejemplo, parece alejarse de su marco de drenaje y composición, para elevarse por encima de las fuerzas conflictivas que se mueven en su seno. El poder que amenaza con surgir en el siglo XXI trabaja –ya lo hemos dicho hasta la saciedad- con la velocidad y con la imagen, más con la velocidad de la imagen. Su alzamiento por encima de una sociedad civil débil le permite recuperar el sueño del dominio total, de la modelación de los “contemporáneos” (antes ciudadanos) a su leal saber y entender. Así, el poder de la dominación se hace total. En el campo del sistema político la democracia comienza a ser mirada como un impedimento, como un estorbo.

Ya no estamos, pues, y a veces mucha gente no se da cuenta, en una sociedad industrial. En consecuencia las formas de poder son otras. Las que corresponden a una sociedad panóptica* si aceptamos el término, o, simplemente a una sociedad de control. En consecuencia, las viejas formas (sindicatos, partidos políticos, asociaciones empresariales y todas aquellas “instituciones” de la sociedad civil) se derrumban, al igual que los sistemas de valores tradicionales, la familia, los sistemas de poder (la democracia en peligro). No se trata, como repite tanta gente en mi país, de que los partidos se regeneren o se hagan diferentes. Lo que pasa es que la forma de expresión política de este tiempo ya no pasa por ellos. Hay nuevas formas de poder y también nuevas formas de política, sólo que la tendencia es a la eliminación de esta última, es decir, a un neo-totalitarismo. Si vemos, por ejemplo, la inutilidad de los sindicatos y la impotencia absoluta de los partidos para unir en torno a ideologías, debemos admitir que la nueva estructura política pasará por un entramado de redes de acción y presión política. Lo que hay que entender es que la política dejó de ser un espacio de acción individual o uni-organizativo para convertirse en una gran red de redes de transmisión de información, creación de coaliciones y alianzas y en articulación de presión política.

En su postdata sobre “Las sociedades de control”, Gilles Deleuze nos recuerda el proceso, con Foucault, de las sociedades disciplinarias de los siglos XVIII y XIX, en plenitud en los principios del siglo XX, donde el hombre pasa de espacio cerrado a espacio cerrado, esto es, la familia, la escuela, el cuartel, la fábrica y, eventualmente, la prisión, que sería el perfecto modelo analógico. Este modelo sería breve, apenas sustitutivo de las llamadas sociedades de soberanía, donde más se organiza la muerte que la vida. Deleuze considera el fin de la II Guerra Mundial como el punto de precipitación de las nuevas fuerzas y el inicio de la crisis de lo que llamamos sociedad civil. Entran en crisis la familia, la escuela, el hospital, el ejército, la prisión. En otras palabras, entran con fuerza las sociedades de control que sustituyen a las sociedades disciplinarias. Virilio habla así de control al aire libre por oposición a los viejos espacios cerrados. El gran diagnóstico sobre este proceso lo hace, qué duda cabe, Foucault, pero es a Deleuze a quien debemos recurrir para entender el cambio de los viejos moldes a lo que él denomina modulaciones. La modulación cambia constantemente, se adapta, se hace flexible. La clave está en que en las sociedades disciplinarias siempre se empezaba algo, mientras que en las de control nunca se termina nada, lo importante no es ni siquiera la masa, sino la cifra. Es decir, hemos dejado de ser individuos para convertirnos en “dividuos”. No hay duda de la mutación: estamos en la era de los servicios, la vieja forma capitalista de producción desapareció. He definido esta era como la de la velocidad, pues bien, el control es rápido, cambiante, continuo, ilimitado. Si algunos terroristas colocan collares explosivos a sus víctimas, la sociedad de control nos coloca un collar electrónico.

Y como siempre que diagnosticamos en este tema debemos regresar a Michael Foucault (“Microfísica del poder”, “Vigilar y castigar (Nacimiento de la prisión)”, “La arqueología del saber”, “Los anormales”, “Estrategias de poder”). Siempre ha existido algún tipo de vigilancia hacia los individuos o grupos sociales, pero una que pueda llamarse de “rango institucional centralizado” corresponde a este tiempo del nacimiento y progreso de las nuevas tecnologías. Así, la sociedad de control tiene mayor intensidad y sistematización en su vigilancia, alzándose esta última como sustituta de la coerción física. Esta pérdida de libertad es aceptada gustosamente. Foucault distingue así entre sociedad de espectáculo y sociedad de vigilancia, diferenciación que no encuentro correcta, pues como he dicho más arriba, el espectáculo es una forma vigilante. En cualquier caso podemos aceptar el término acuñado, el de sociedad panóptica, que no es otra que aquélla que reproduce la estructura y funcionamiento del poder. En otras palabras, se homogeniza el comportamiento. El preso no puede observar a quien lo observa, mientras que el panóptico no hace otra cosa, está fijo frente al carcelero, mirándole, aprendiendo de él, haciéndose él. Para decirlo con palabras propias de una dictadura, el que se sabe vigilado procura “comportarse bien”. La vigilancia se introyecta, se hace parte integral del “dividuo”. Nos hemos convertido en autómatas consumidores de imágenes. Y volvemos a lo que he llamado la plaga neo-totalitaria que puede avizorarse en el horizonte: ya no habrá dictaduras con estadios llenos, no hará falta, la sumisión estará en el interior del hombre, pues el “dividuo” no verá al poder, ni hará falta, y al no verlo le parecerá ausente, inaccesible, y eso hará del poder el amoroso dictador cuya eficacia está garantizada.

*Panóptico: Dicho de un edificio. Construido de modo que toda su parte interior se pueda ver desde un solo punto. DRAE),

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