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La
democracia,
un
entierro
sin
dolientes
por Teódulo López Meléndez
miércoles,
2 agosto
2006
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Las
quejas se han hecho, incluso, estadísticas, amén de
literatura de ficción. Los estudios demuestran que los
latinoamericanos no confían en la democracia: la
democracia no ha disminuido la pobreza, siguen los
problemas básicos de salud, alimentación y educación, no
se ha hecho justicia a fin de cuentas. Si mezclamos lo que
dicen los europeos cultos y los pueblos hambrientos nos
topamos de frente con una crítica que más parece una
condena. Ya en alguna otra parte he dicho que la
democracia es un sistema político formal que privilegia la
libertad y que, en consecuencia, es apenas un punto de
partida. Uno de los asuntos centrales quizás está en el
rol de los políticos, estos es, los que ejercen la
conducción de los asuntos públicos y el manejo de las
finanzas comunes. Podemos encontrar, en cualquier parte,
una actitud general de burla y desprecio hacia ellos. Como
nunca la actividad política está desprestigiada: cada vez
menos gente capaz se interesa en la política, aspira a un
cargo público o emite opiniones. Los asuntos públicos
huelen mal, la política es una pobretona actividad de
tercera. Hay un deterioro global del interés por lo común.
Es también una consecuencia del éxito descrito como la
adquisición de dinero. Al fin y al cabo, lo que importa es
ese éxito tal como nos ha sido impuesto.
La otra conclusión es la de una pobreza intelectual
extrema. No hay ideas en el mundo de la política. Las
teorías sociales se desvanecieron, lo que queda es la
administración común y rutinaria. Los soñadores que veían
la política como una vocación de servicio están creando
nietos. Se puede preguntar cuántos se interesan realmente
por el destino común. La experiencia venezolana indica que
ese desapego es una de las causas por las cuales vivimos
lo que vivimos. Los ciudadanos no son más que individuos
exacerbados que no miden las posibilidades de afectación
que tiene sobre su entorno egoísta la apatía hacia lo
colectivo.
Es cierto que vivimos en un economicismo que derrumba
cualquier otro parámetro. El dinero es el nuevo dios y el
éxito el nuevo paraíso. La concentración de poder
económico es una realidad hasta el punto de las
transnacionales manejar presupuestos que superan en mucho
los correspondientes a varios países tercermundistas
sumados. La plutocracia se concentra en el dominio de las
comunicaciones, en la propiedad sobre la información.
Quien domina la información domina al mundo. Ya he
nombrado al régimen italiano de Berlusconi como a una
dictadura massmediática, tal como la describe, por
ejemplo, Antonio Tabucchi. Con las realidades reales hay
que tratar y no se puede negar que ese poder económico es
poder político. He descrito a los políticos como
intermediarios entre la gente y la mercancía. Aquí y allá
se hacen babosas que mueren por tener delante una cámara
de televisión. Y dicen lo que se espera de ellos.
La crisis política es un aspecto o una faceta simple de
una crisis más profunda. Lo que está en crisis es el
hombre mismo y, por ende, su forma de organizarse
políticamente. La democracia resiste y lo hace, para
paradoja de los manifestantes antiglobalización, en pasos
como los de la unidad europea, aunque en el interior de
esos países los ciudadanos no se distingan en mucho de los
demás, en cuanto a aburrimiento, a cansancio, a
automatismo. De resto, el poder de decisión, la real
posibilidad de elegir o de cambiar la dirección de un
país, siguen sujetos a la imaginación desarrollada en el
campo de la política. La democracia, como todo, es un
labrantío donde la capacidad inventiva debe estar siempre
presente, sobre todo si partimos de la conclusión clara de
que el mundo no puede ser perfecto (la muerte de la
utopía) y que el camino está en su búsqueda permanente.
No obstante, hay y habrá sobresaltos. La crisis va a
conducir a brotes totalitarios en diversas partes. Si no
se regenera el tejido político el totalitarismo será de
signo económico, menos en un país como el mío donde la
revolución se tiñe de regreso a procesos genéticos
decimonónicos. Esa especie que alguna vez fue llamada
“intelectuales” está en desuso o vía de extinción. No hay
tiempo para pensar ni es productivo hacerlo. O quizás sea
más fiera la conclusión: a muy poca gente le interesa
devanarse los sesos en las formas posibles de organización
social. Una de las conclusiones es que necesitamos más que
nunca de la democracia, en estos tiempos en que no se
consigue una idea y gobernar se ha convertido en una tarea
para mediocres.
tlopezmelendez@cantv.net
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