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Síndrome de Paris Hilton, ataca sociedad de EE.UU.
por Ted Córdova-Claure

martes, 10 julio 2007


Uno de los defectos de la sociedad norteamericana, es el culto a las “celebridades, o a los personajes famosos, especialmente del show business.

En los últimos tiempos, la chica malcriada, consentida por sus padres millonarios, Paris Hilton, capitalizo la atención de la voluble media, dejando al país entero en el ridículo. Por una semana, no importaban las guerras en Afganistán e Irak, ni el debate sobre quehacer con unos 20 millones de inmigrantes ilegales latinos.

El presidente Bush y toda la plana mayor de la política norteamericana, pasaron a segundo plano. La prensa, y muy especialmente, los dos grandes canales por cable, CNN y MSNBC, que son nacionales, le dedicaban la mayor parte de su espacio a esta rubiecita frágil, de gestos y muescas faciales desafiantes, que debía cumplir 23 días de prisión por violar normas básicas de transito y prácticamente haberse reído de una previa sanción judicial por manejar en estado inconveniente. Y contar, generalmente, con la benevolencia de las  autoridades. El sheriff que la libero prematuramente, atizando el escandalete jurídico, según un informe aislado, había recibido un cheque de seis cifras de la familia Hilton, pero no se investigo debidamente este caso de corrupción policial. De paso, vale anotar que ese mismo sheriff, cuando de inmigrantes hispanos se trata, legales o ilegales, solo aplica la mano dura.

Mientras. En el resto del mundo se informa de homenajes y aniversarios, como la pintora Frida Khalo en México o la cantante Edith Piaff en Francia, a raíz de una película sobre su difícil vida. En la sociedad del confort y la bonanza, rinden pleitesía a una chica que no es buena actriz, ni tiene habilidad alguna. Simplemente, es rica y caprichosa y sirve para satisfacer el morbo popular por las supuestas celebridades.

Algo anda mal en el American way of life.... Es la decadencia de la “great society”.

A veces, me siento fatigado de escribir sobre estos temas. Después de todo, la sociedad
norteamericana, tan poderosa como es, tiene constante y excelente autocrítica. Ya sea con la crudeza de un Harold Robbins (The Carpetbaggers), o con la sutileza de dramaturgos como Neil Simon o Arthur Miller
 

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