Cada
vez que Hugo Chávez monta un sainete en vivo pierde libreto
y seso. Se le sale la clase, mejor dicho. Queda en cueros, o
sea. La lengua se encabrita. Y un acre olor a sapos y a
culebras contamina el ambiente.
Lo del 18 de marzo fue un acto grotesco. Un pequeño adelanto
de lo que Chávez quiere. ¿O un pequeño adelanto de lo que no
podrá? Por la boca, dice la gente, muere el pez. Sin
importar cuán gordo sea.
Quiso darse su baño de halago popular, en vivo y en directo,
por presuntos favores concedidos. Pero el vals cambió a
tango. Las obras ofrecidas al voleo, hace ya algunos años,
en algún arrebato de su verbo, siguen siendo promesas
incumplidas (por la boca, dice uno, muere el pez). La gente
reclamó. En directo y en vivo.
Desnuda la ineficiencia de su gobierno, Hugo Chávez empezó a
dar bufidos. Y a señalar culpables. Aquel gobernador o aquel
alcalde. Y comenzó el suplicio para los interfectos. Un
cirquito romano. El emperadorcito con su dedo inclemente y
la galería pidiendo a gritos sangre.
Huyendo de las embestidas, los acosados funcionarios se
refugiaron en el burladero de la burocracia y la corrupción.
En la carrera no se dieron cuenta de que esas excusas no
calificaban. Porque ellos son los jefes de sus dependencias,
y enterados están de los raros manejos. Sigue muriendo por
la boca el pez.
La culpa fue pasando de gorra en gorra (le pasó por encima a
un pobre diablo que preside no sé que oficinita) hasta que
aterrizó en un contratista. Y allí estaba el culpable: la
empresa privada. Hacia ella apuntó su mala lengua.
Chávez se agarró de este último argumento para promocionar
su ideario socialista. La propiedad social lo cura todo. Los
contratos, recomendó, hay que entregarlos a los egresados de
una fulana escuela de constructores populares, que en otra
incontrolada verborrea anunció hace ya meses.
¿Cómo andan las escuelas, le preguntó al Ministro de
Vivienda? No funciona ninguna, respondió el funcionario con
ganas de que la tierra se lo tragara. De nuevo el comodín de
la burocracia y la corrupción. Y otra vez el pez muriendo
por la boca.
La mente elemental de Hugo Chávez está poblada por muy pocas
ideas, a las cuales recurre en casos de emergencia.
Corrupción y burocracia, supo decir, se combaten con Partido
Único… Hasta allá no llegó mi entendimiento. ¿Qué tiene que
ver el codo con las pestaña?, pregunté en mi ignorancia.
Aprovechó el enlace para caerle a palos a los aliados que no
han terminado de digerir el pensamiento único. Les puso las
maletas en la puerta. Y abrió más de una herida de esas que
no cicatrizan de un día para otro. Y por la boca el pez
sigue muriendo.
El acto, en su conjunto, mostró como le gusta gobernar a
Chávez. Con Improvisación, sin resultados (importa es el
aplauso del momento). Rodeado de funcionarios que ensucien
los calzones cuando él sube la voz. Sin opiniones que lo
contradigan. Con la ignorancia de unos tarifados haciéndole
coro.
El único héroe que quedó en la tarima fue el autor del
sainete, por supuesto. Con sus manos lavadas y su cara muy
limpia. Liberado de culpas (los demás funcionarios las
llevaron consigo). Con sus botas cansadas de patear
traseros. Imprescindible e incomprendido… (¡Payaso!)
El acto demostró otra cosa importante. Si el país no
funciona, la culpa es de la boca (no de la vaca, como dice
el libro de Lopera y Bernal). De la boca que ofrece sin
reparos. De la boca que humilla. De la boca que se acusa
excusándose. De la boca que miente y que engatusa. De la
mismísima boca por la que muere el pez.
romeropernalete@gmail.com
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Sociólogo, Profesor Titular de la Universidad de Oriente
(Venezuela) |