Estimado lector:
Esta es una de
esas columnas que bien podría venir enmarcada por una línea
punteada, de las que nos indican recorte aquí. El mejor uso
que podría tener, aparte de rellenar este diario, sería colgar en
alguna cartelera o puerta de nevera para que alguien, además de
usted, tenga la oportunidad de leerla y así, en el silencio de la
verdadera intimidad, darle una respuesta a esta pregunta tan
sencilla como de enormes consecuencias:
¿Cuáles son mis
razones para votar si o no?
Piénselo de
nuevo. No hay prisa. No le pido que defienda su voto, que se arme
de argumentos para el debate, que enumere una lista con la cual
enfrentar a sus conciudadanos. Por
el contrario, tome la pregunta y en la tranquilidad de un espacio
secreto y solitario, digamos que frente al espejo o con la vista
clavada en el techo antes de conciliar el sueño, respóndase con
toda honestidad. Recordemos que nadie mejor que nosotros mismos
para saber cuando mentimos. No hace falta que comunique su
respuesta, esto no es un examen (bueno, si, es un examen de
conciencia), basta con que sienta la tranquilidad que deja estar
en sintonía con nuestro espíritu.
Si me permite, le
sugiero que ponga de lado las primeras razones que vengan a su
mente. No tiene que desecharlas, pero quizás en estos tiempos de
bombardeo mediático, tengan más de respuesta automática que de
verdadera convicción. Busque más adentro, tómele el peso a cada
idea, pregúntese cuáles son suyas y cuáles se tragó con la
propaganda y con la rabia. Borre cualquier rostro que venga a su
mente con frases hechas y arme sus argumentos con oraciones
propias. Dígalas en voz alta, si es su gusto. Hágase dueño de sus
razones y no se limite a repetir las que escucha de políticos y
periodistas.
Pregúntese sin
rodeos ¿es mi voto asunto de convicción, conveniencia, culillo o
castigo? ¿responde a presiones y amenazas, fue comprado con dinero
o especias, es un asunto de familia, lo infla el odio o el asco,
es pan para hoy y hambre para mañana, es una reacción histérica o
una decisión bien pensada? Respóndase sin engañarse, que nadie
sino usted le juzgará. Acá no hay respuesta buena o mala, correcta
o incorrecta, siempre y cuando esté en sintonía con su conciencia
y convicciones.
Una vez que tenga
la pregunta resuelta, mire alrededor. Olvídese de los medios, mire
con sus propios ojos. Salga a la calle, recorra la ciudad,
converse con la gente, pregúnteles como marcha la vida. Haga una
proyección de lo que ve ahora y piense cuál será el efecto futuro
que tendrá su voto. ¿Servirá para mejorar o empeorar su vida y la
de sus vecinos? ¿Es la apuesta a un sueño o la respuesta a una
realidad? ¿Vive usted mejor que antes, es más libre, está más
feliz?
Quizás para
usted, querido lector, la respuesta es de anteojitos. Pero incluso
si ve las respuestas muy claras, tómese su tiempo para practicar
el ejercicio y pensar en las consecuencias que tienen las acciones
individuales sobre la historia de las sociedades. A lo mejor, y
esto puede ser interesante, encontrará nuevas razones que apoyen
su decisión o será capaz de entender las de quienes no comparten
las suyas.
A lo mejor cambia
de opinión y descubre que no se siente cómodo votando como le
dicen que tiene que votar. A lo mejor descubre que usted piensa de
otra manera. Que la conveniencia de los líderes no es la suya. Que
a pesar de lo que le digan, usted tiene sus propias ideas.
Unas frases del
Tao para acompañar su ejercicio de preguntas y respuestas:
Conocer a los
otros es inteligencia
Conocerse a
uno mismo es iluminación
Conquistar a
los otros es poder
Conquistarse a
uno mismo es fuerza.