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El debate económico
por Sadio Garavini di Turno
martes, 27 enero 20097


La reciente crisis en los mercados financieros mundiales ha replanteado el debate sobre los modelos económicos, sólo que los sectores pensantes del mundo avanzado se limitan a debatir entre las diferentes variantes de la economía de mercado.

“El socialismo no sólo no creó riqueza, sino ni siquiera distribuyó con justicia la pobreza”. Esta frase del dirigente polaco Bronislaw Geremek explica, en buena parte, el colapso del sistema colectivista de los países del desaparecido Segundo Mundo y el estruendoso fracaso del modelo de desarrollo estatista y proteccionista, adoptado en gran parte del mal llamado Tercer Mundo. Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y China son economías de mercado, capaces de aprovechar la eficiencia del mercado en la producción de riqueza, la diferencia estriba en la distribución del bienestar apoyado en esa riqueza y en la mayor o menor relevancia del Estado en la economía y su regulación. Un análisis de las diferencias entre los dos modelos de economía de mercado que se combinan con la democracia política: el modelo neoliberal norteamericano y la economía social de mercado europea (la “sozialmarktwirtshaft” del demócrata cristiano alemán Ludwig Ehrard) escaparía a la economía de estas notas Sin embargo, en nuestra opinión, no hay duda que la economía social de mercado ha logrado conciliar, de una forma más aceptable, la eficiencia económica con la solidaridad y la justicia social. Se acerca más a lo que Juan Pablo II, en la “Centesimus Annus” (Punto n.52), define como “una economía social que oriente el funcionamiento del mercado hacia el bien común”. Ambos modelos están básicamente de acuerdo que los gobiernos deben proveer el ambiente favorable para una creciente productividad de la economía. Esto requiere de un sistema de precios de competencia que refleje escasez y atraiga los recursos hacia sus usos óptimos. También se necesita una economía abierta al comercio internacional que asegure la competencia y la nueva tecnología, sin las cuales no es posible elevar la productividad. Los gobiernos deben abstenerse de financiar el gasto público a través de la “maquina de hacer dinero”, causa fundamental de la descomunal inflación tercermundista, que priva de sentido a los precios y, por lo tanto hace imposible la inversión eficiente. El Estado debe invertir en infraestructura, que, “lato senso”, no se limita a carreteras, puentes, diques etc., sino a necesidades no—
físicas como la ley y el orden. Finalmente, es necesaria la “inversión en la gente”, en su salud, particularmente la acción preventiva, y en su educación, especialmente la primaria.

En resumen, una microeconomía competitiva, una macroeconomía estable, nexos globales e inversión en la infraestructura y en la gente. Una economía de mercado, con solidaridad social, inteligentemente abierta hacia el mundo, orientada hacia la creación de riqueza y no al reparto desigual de la pobreza existente. Sin embargo, en el modelo europeo hay un énfasis mayor en afirmar que instituciones estatales efectivas y capaces son tan importantes, para el desarrollo, como políticas económicas sensatas. El Estado debe ser un catalizador, facilitador y regulador eficiente. Para el bienestar social, es fundamental reforzar la capacidad del Estado, definida como la habilidad de asumir y promover eficientemente, acciones colectivas. Hay que adaptar el rol del Estado a su capacidad y elevar la capacidad estatal, fortaleciendo las instituciones públicas. Un Estado con instituciones débiles no puede fijarse muchos objetivos pero, entre los necesarios, debe incluir el fortalecimiento institucional. El Estado y el mercado son complementarios y el Estado es fundamental en la creación de las bases institucionales para el adecuado funcionamiento del mercado y su regulación.


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