La
reciente crisis en los mercados financieros mundiales ha
replanteado el debate sobre los modelos económicos, sólo que
los sectores pensantes del mundo avanzado se limitan a
debatir entre las diferentes variantes de la economía de
mercado.
“El
socialismo no sólo no creó riqueza, sino ni siquiera
distribuyó con justicia la pobreza”. Esta frase del
dirigente polaco Bronislaw Geremek explica, en buena parte,
el colapso del sistema colectivista de los países del
desaparecido Segundo Mundo y el estruendoso fracaso del
modelo de desarrollo estatista y proteccionista, adoptado en
gran parte del mal llamado Tercer Mundo. Estados Unidos, la
Unión Europea, Rusia y China son economías de mercado,
capaces de aprovechar la eficiencia del mercado en la
producción de riqueza, la diferencia estriba en la
distribución del bienestar apoyado en esa riqueza y en la
mayor o menor relevancia del Estado en la economía y su
regulación. Un análisis de las diferencias entre los dos
modelos de economía de mercado que se combinan con la
democracia política: el modelo neoliberal norteamericano y
la economía social de mercado europea (la
“sozialmarktwirtshaft” del demócrata cristiano alemán Ludwig
Ehrard) escaparía a la economía de estas notas Sin embargo,
en nuestra opinión, no hay duda que la economía social de
mercado ha logrado conciliar, de una forma más aceptable, la
eficiencia económica con la solidaridad y la justicia
social. Se acerca más a lo que Juan Pablo II, en la
“Centesimus Annus” (Punto n.52), define como “una economía
social que oriente el funcionamiento del mercado hacia el
bien común”. Ambos modelos están básicamente de acuerdo que
los gobiernos deben proveer el ambiente favorable para una
creciente productividad de la economía. Esto requiere de un
sistema de precios de competencia que refleje escasez y
atraiga los recursos hacia sus usos óptimos. También se
necesita una economía abierta al comercio internacional que
asegure la competencia y la nueva tecnología, sin las cuales
no es posible elevar la productividad. Los gobiernos deben
abstenerse de financiar el gasto público a través de la
“maquina de hacer dinero”, causa fundamental de la
descomunal inflación tercermundista, que priva de sentido a
los precios y, por lo tanto hace imposible la inversión
eficiente. El Estado debe invertir en infraestructura, que,
“lato senso”, no se limita a carreteras, puentes, diques
etc., sino a necesidades no—
físicas como la ley y el orden. Finalmente, es necesaria la
“inversión en la gente”, en su salud, particularmente la
acción preventiva, y en su educación, especialmente la
primaria.
En
resumen, una microeconomía competitiva, una macroeconomía
estable, nexos globales e inversión en la infraestructura y
en la gente. Una economía de mercado, con solidaridad
social, inteligentemente abierta hacia el mundo, orientada
hacia la creación de riqueza y no al reparto desigual de la
pobreza existente. Sin embargo, en el modelo europeo hay un
énfasis mayor en afirmar que instituciones estatales
efectivas y capaces son tan importantes, para el desarrollo,
como políticas económicas sensatas. El Estado debe ser un
catalizador, facilitador y regulador eficiente. Para el
bienestar social, es fundamental reforzar la capacidad del
Estado, definida como la habilidad de asumir y promover
eficientemente, acciones colectivas. Hay que adaptar el rol
del Estado a su capacidad y elevar la capacidad estatal,
fortaleciendo las instituciones públicas. Un Estado con
instituciones débiles no puede fijarse muchos objetivos
pero, entre los necesarios, debe incluir el fortalecimiento
institucional. El Estado y el mercado son complementarios y
el Estado es fundamental en la creación de las bases
institucionales para el adecuado funcionamiento del mercado
y su regulación.