En
1929, Thomas Mann escribió una pequeña novela titulada
“Mario y el mago”, que es una magnífica y trágica parábola
del fascismo. La acción se desarrolla en Forte dei Marmi en
la costa tirrena de Italia. El mago Cipolla (cebolla,
hortaliza que nos puede hacer llorar) es un prestidigitador,
que además de conocer los usuales trucos de su profesión es
también un poderoso hipnotizador, que logra someter a su
voluntad al público, humillándolo y degradándolo al quitarle
su libertad. El gran “finale” del espectáculo consistió en
someter totalmente a un inocente camarero, Mario, para que
haga el ridículo, confesando públicamente un amor secreto e
imposible. La escena es patética, bufa y finalmente trágica,
porque Mario al despertar del trance mata a Cipolla con una
pistola. Thomas Mann termina su novela con las siguientes
significativas palabras: “Un final terrible, un final
catastrófico. Y, sin embargo, un final liberador. No pude,
ni puedo por menos de sentirlo todavía así.” En cierto
sentido, anticipa y recuerda al mismo tiempo, el trágico
final de Mussolini.
En
efecto, es evidente que Cipolla representa a Mussolini.
Oigan estas palabras de Mann: “La facultad, decía Cipolla,
de renunciar a uno mismo, de transformarse en instrumento,
de someterse a una absoluta y perfecta obediencia, no era
sino el reverso de aquella otra de querer y mandar.
Tratábase de una y la misma facultad: mandar y obedecer…
Quien sabe obedecer también sabe mandar, y viceversa; un
concepto está incluido en el otro, como pueblo y Duce están
incluidos uno en el otro; pero el trabajo, el durísimo y
agotador trabajo, es, de cualquier modo, obra suya, del Duce
y organizador, en quien la voluntad se hace obediencia y la
obediencia voluntad, porque en su persona tiene ambas su
origen…” En efecto el líder carismático y totalitario exige
a los demás obediencia absoluta, porque en el fondo, aunque
proclame su amor por el pueblo, considera al pueblo un
rebaño, que hay que guiar. Sólo Él está en capacidad de ver
y entender el sentido de la Historia. La ideología
totalitaria no sólo pretende explicarlo todo sino tiene la
certeza de conocer las inexorables leyes de la Historia.
Como decía Bernard Crick, se trata de una combinación de
ideología y profecía disfrazada de cientificismo. Este
mago-charlatán y demagogo se cree el príncipe semidiós de
Maquiavelo que ve más allá de los simples mortales. En los
estados totalitarios nos dice Crick: “se crea la necesidad
de fabricar la popularidad, de mantener el entusiasmo de las
masas, de mecanizar el consentimiento, de destruir toda
forma de oposición. El pueblo es inmovilizado por el miedo
que inspiran las noticias constantes (sólo en parte reales o
totalmente inventadas) sobre conspiraciones contra la nación
y el partido, y luego movilizado por la esperanza de ver
cumplidas las grandiosas promesas de enormes beneficios
futuros (siempre futuros). …Sólo en los Estados totalitarios
se mantiene un estado de excepción continuo, un sentimiento
de revolución permanente, el convencimiento de que se libra
una desesperada guerra sin armisticios contra los traidores
internos y agresores externos, una guerra que a menudo se
alimenta de manera bastante artificial ya que parece ser
instrumento básico de gobierno para tales regímenes” Los
venezolanos y los que conocen la Venezuela de hoy saben que
estas palabras reflejan, en buena parte, la situación del
país y la vocación totalitaria del régimen.