El término “bonapartismo”, en el
lenguaje de la ciencia política, tiene un significado
distinto según se aplique a la política interna o a la
política exterior. En política interna, se refiere a un
sistema autoritario en el cual hay una subordinación de
todos los poderes al ejecutivo guiado por una personalidad
carismática. En otras ocasiones, he recordado la obra de
Maurice Joly “Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo y
Montesquieu”, publicada en 1864, extraordinaria sátira del
autoritarismo plebiscitario de Napoleón III, “le petit” y un
verdadero manual del “bonapartismo” interno. Nos dice
Maquiavelo: “... buscaré mi apoyo en el pueblo; este es el a
b c de todo usurpador. Ahí tenéis la ciega potestad que
proporcionará los medios para realizar cualquier cosa con la
más absoluta impunidad; ahí tenéis la autoridad, el nombre
que habrá que encubrirlo todo. ¡Poco en verdad se preocupa
el pueblo por vuestras ficciones legales, por vuestras
garantías constitucionales! ... El usurpador de un Estado...
está condenado a renovarlo todo, a disolver el Estado, a
destruir la urbe, a transformar las costumbres. Tal es el
fin, mas en los tiempos que corren sólo podemos tender a él
por sendas oblicuas, por medios de rodeos, de combinaciones
hábiles y, en lo posible, exentas de violencia. Por lo
tanto, no destruiré directamente las instituciones, sino que
les aplicaré, una a una, un golpe de gracia imperceptible
que desquiciará su mecanismo. De este modo iré golpeando por
turno la organización judicial, el sufragio, la prensa, la
libertad individual, la enseñanza.”
En política exterior, en cambio,
el término “bonapartismo” se refiere a una política exterior
expansionista y megalómana, que más allá de los objetivos
específicos de prestigio, persigue conscientemente el fin de
consolidar el régimen y debilitar la oposición interna. En
efecto, se considera que el gobierno se fortalece con el
prestigio que se adquiere con sus “éxitos” en el sistema
internacional, mientras sus adversarios son debilitados,
haciéndolos aparecer como traidores de la patria e
instrumentos del enemigo, la política exterior se convierte
también en una válvula de escape para las tensiones internas
creadas por un régimen despótico. El chavismo, “mutatis
mutandis”, cada vez más se parece a una especie de
bonapartismo tropical, tanto en su política interna como
exterior. Sin embargo, su clara vocación totalitaria lo hace
más peligroso y grave para el futuro del residual sistema
democrático venezolano. En efecto, ya Tocqueville advertía
que en la sociedad de masa moderna, al debilitarse los
cuerpos intermedios entre el Estado y el individuo, como la
familia, los sindicatos, los partidos y las asociaciones en
general, hay un relevante aumento del poder estatal, la
misma creciente atomización de la vida social produce una
creciente influencia del Estado en la vida de los
ciudadanos. Según Tocqueville, allí hay que buscar las
causas de lo que él llama el “cesarismo” moderno, fenómeno
parecido al “bonapartismo”, pero que requiere de la
existencia de una sociedad de masa moderna. Afortunadamente,
las características “tropicales” del chavismo, “id est”, la
ineficiencia, la incapacidad y la corrupción están
construyendo un “edificio totalitario”, con unas bases
enclenques, no muy difíciles de derribar para las
renacientes fuerzas democráticas venezolanas.