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Honduras y la estupidez
por Sadio Garavini di Turno
miércoles, 8 julio 2009


Los recientes acontecimientos políticos en Honduras me hicieron recordar dos frases, la primera del Canciller demócrata cristiano alemán de la Segunda Posguerra, Konrad Adenauer, quien dijo que “si algo “injusto” habría hecho Dios es que habiendo limitado la inteligencia humana, dejó totalmente ilimitada la estupidez”. La segunda es de Einstein: “sólo dos cosas son infinitas: el universo y la estupidez humana, pero de la primera no estoy muy seguro”. Efectivamente, lo que pasó en Honduras demuestra la infinitud de la estupidez.

Por un lado, el Presidente Zelaya estaba tratando de imitar el modelo chavista de reformar, desde el poder, la constitución, cambiando unilateralmente las “reglas del juego” político, para permitir la reelección presidencial. Sin embargo, a diferencia de Chávez, Morales y Correa, que modificaron la constitución al inicio de sus mandatos, cuando tenían un apoyo popular de más del 50% y el control, quien más quien menos, de los demás poderes e instituciones del Estado, Zelaya inicia su aventura caudillista, al final de su mandato, con un apoyo popular reducido, según las encuestas, y todos los poderes e instituciones del Estado, incluyendo su propio partido, en contra. La constitución hondureña es categóricamente clara en lo que respecta a su reforma, que sólo puede hacerse, a través de las dos terceras partes del Congreso, en dos legislaturas sucesivas.

Además es absolutamente rígida, (”pétrea”), en relación con la reelección presidencial, calificando de delito, la sola propuesta de reforma de los artículos pertinentes. No hay ninguna duda que el Presidente Zelaya estaba embarcado en un proceso inconstitucional. Por otro lado, la oposición a Zelaya, teniendo el control casi unánime del Congreso, de la Corte Suprema de Justicia, el Tribunal Electoral, la Fiscalía General de la República, el Procurador de los Derechos Humanos, el Procurador General de la República, de la mayoría de la población, según las encuestas, y de las Fuerzas Armadas, no se les ocurre mejor solución que secuestrar, “manu militari”, en horas de la madrugada, al Presidente, expulsarlo forzosamente del país y “depositarlo”, en paños menores, en Costa Rica.

Es el verdadero triunfo de la estupidez. Tenían todo para hacerlo bien y lo hacen estúpidamente mal. No hace falta un gran sentido político, basta sólo un poco de sentido común, que desgraciadamente es el menos común de todos los sentidos, para entender que el secuestro y la expulsión, por los militares, de un Presidente constitucional vienen a reforzar la imagen, muy arraigada en el mundo, del clásico golpe latinoamericano.

La oposición hubiese perfectamente podido, en el marco de la Constitución y las leyes, iniciar un procedimiento legítimo, para procesar a Zelaya. Recuérdese a este respecto y, “mutatis mutandis”, los casos de Bucaram, Collor de Melo y Carlos Andrés Pérez. La estupidez de los que tomaron la decisión de defenestrar a Zelaya ha creado, paradójicamente, las condiciones para que Chávez, el teniente coronel golpista de 1992 y el violador constante de su constitución, conjuntamente con el sátrapa dinástico comunista cubano, se rasguen las vestiduras en la defensa de la democracia hondureña. Lo que la estupidez ha complicado, innecesariamente, ahora sólo podrá ser resuelto, con muchas dificultades, a través de una inteligente negociación.


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