Los recientes acontecimientos
políticos en Honduras me hicieron recordar dos frases, la
primera del Canciller demócrata cristiano alemán de la
Segunda Posguerra, Konrad Adenauer, quien dijo que “si algo
“injusto” habría hecho Dios es que habiendo limitado la
inteligencia humana, dejó totalmente ilimitada la
estupidez”. La segunda es de Einstein: “sólo dos cosas son
infinitas: el universo y la estupidez humana, pero de la
primera no estoy muy seguro”. Efectivamente, lo que pasó en
Honduras demuestra la infinitud de la estupidez.
Por un lado, el Presidente
Zelaya estaba tratando de imitar el modelo chavista de
reformar, desde el poder, la constitución, cambiando
unilateralmente las “reglas del juego” político, para
permitir la reelección presidencial. Sin embargo, a
diferencia de Chávez, Morales y Correa, que modificaron la
constitución al inicio de sus mandatos, cuando tenían un
apoyo popular de más del 50% y el control, quien más quien
menos, de los demás poderes e instituciones del Estado,
Zelaya inicia su aventura caudillista, al final de su
mandato, con un apoyo popular reducido, según las encuestas,
y todos los poderes e instituciones del Estado, incluyendo
su propio partido, en contra. La constitución hondureña es
categóricamente clara en lo que respecta a su reforma, que
sólo puede hacerse, a través de las dos terceras partes del
Congreso, en dos legislaturas sucesivas.
Además es absolutamente rígida,
(”pétrea”), en relación con la reelección presidencial,
calificando de delito, la sola propuesta de reforma de los
artículos pertinentes. No hay ninguna duda que el Presidente
Zelaya estaba embarcado en un proceso inconstitucional. Por
otro lado, la oposición a Zelaya, teniendo el control casi
unánime del Congreso, de la Corte Suprema de Justicia, el
Tribunal Electoral, la Fiscalía General de la República, el
Procurador de los Derechos Humanos, el Procurador General de
la República, de la mayoría de la población, según las
encuestas, y de las Fuerzas Armadas, no se les ocurre mejor
solución que secuestrar, “manu militari”, en horas de la
madrugada, al Presidente, expulsarlo forzosamente del país y
“depositarlo”, en paños menores, en Costa Rica.
Es el verdadero triunfo de la
estupidez. Tenían todo para hacerlo bien y lo hacen
estúpidamente mal. No hace falta un gran sentido político,
basta sólo un poco de sentido común, que desgraciadamente es
el menos común de todos los sentidos, para entender que el
secuestro y la expulsión, por los militares, de un
Presidente constitucional vienen a reforzar la imagen, muy
arraigada en el mundo, del clásico golpe latinoamericano.
La oposición hubiese
perfectamente podido, en el marco de la Constitución y las
leyes, iniciar un procedimiento legítimo, para procesar a
Zelaya. Recuérdese a este respecto y, “mutatis mutandis”,
los casos de Bucaram, Collor de Melo y Carlos Andrés Pérez.
La estupidez de los que tomaron la decisión de defenestrar a
Zelaya ha creado, paradójicamente, las condiciones para que
Chávez, el teniente coronel golpista de 1992 y el violador
constante de su constitución, conjuntamente con el sátrapa
dinástico comunista cubano, se rasguen las vestiduras en la
defensa de la democracia hondureña. Lo que la estupidez ha
complicado, innecesariamente, ahora sólo podrá ser resuelto,
con muchas dificultades, a través de una inteligente
negociación.