La
historia nos sugiere que existe una muy clara conexión, a
largo plazo, entre el auge y la caída a nivel económico, de
una gran potencia y el crecimiento y la declinación de su
poder militar. Esto es evidente, primero porque los recursos
económicos son necesarios para mantener unas fuerzas armadas
numerosas y de primer orden, pero también y sobretodo
porque, en el sistema internacional, la riqueza y el poder
son siempre relativos. En efecto, Holanda, en la mitad del
siglo XVIII, era mucho más rica, en términos absolutos, que
cien años antes, pero ya había dejado de ser una gran
potencia, entre otras cosas, porque sus vecinos Francia y
Gran bretaña la superaban ampliamente en riquezas y poder.
La Francia de 1914 era, sin duda, mucho más poderosa que en
1850, pero esto servía de muy poca consolación frente a una
Alemania que la superaba en casi todos los elementos del
“potencial” del Estado.
Actualmente, la declinación relativa de la hegemonía
económica norteamericana ha debilitado el estable marco
político que sostuvo la expansión de la economía mundial,
durante la segunda posguerra, abriendo así las puertas a un
período caracterizado por crecientes presiones
proteccionistas, inestabilidad monetaria y crisis económica
generalizada, producto también de una excesiva falta de
regulación del sistema financiero internacional y de una
desatada concupiscencia crematística. La historia nos
enseña, a este respecto, que la transición hacia un nuevo
potencial “hegemon” siempre ha estado acompañada por lo que
el Profesor de la Universidad de Princeton, Robert Gilpin,
llama una “guerra hegemónica”.Afortunadamente, en la era
nuclear, esta “solución” al problema de la declinación del
liderazgo económico- político es impensable. Además no
existen reales candidatos para sustituir a los Estados
Unidos. En los años ’80 del siglo pasado, cuando surgió una
relevante literatura sobre la declinación de los Estados
Unidos, Japón fue visto como la potencia en ascenso. Pero
después resurgió la economía norteamericana, cayó el muro de
Berlín, se derrumbó la Unión Soviética y su imperio
comunista y pareció que había llegado un “Nuevo Orden’
internacional, basado en el unipolarismo y la ‘pax
americana’.
Samuel
Huntington en un artículo en Foreign Affairs: “La
superpotencia solitaria”, afirmaba que estábamos viviendo un
sistema internacional de transición, un extraño híbrido:
“uni—multipolar”. El momento unipolar ya había pasado y en
una o dos décadas ingresaríamos a un verdadero sistema
multipolar. Según Zbigniew Brzezinski, los Estados Unidos
serán la primera, última y única superpotencia global. En
este periodo transitorio, los Estados Unidos siguen siendo
la sola potencia con preeminencia en todas las dimensiones
del poder económico, militar, diplomático, ideológico,
tecnológico y cultural con el alcance y la capacidad de
promover sus intereses a nivel global. Sin embargo, nos dice
Huntington, la solución de los problemas fundamentales del
sistema requieren, necesariamente, de la acción conjunta de
la superpotencia y de alguna. combinación de otras grandes
potencias. Los Estados Unidos mantienen, por ahora, el
derecho de veto en los asuntos de mayor relevancia
internacional. Varias grandes potencias regionales están
fortaleciendo su posición en la correspondiente área del
mundo. China y, en menor medida, Japón en Asia Oriental, la
Unión Europea, liderizada, en mi opinión, cada vez más por
Alemania, aun cuando Huntington prefiere hablar de un
condominio franco—alemán, Rusia en Eurasia, la India nuclear
en Asia del Sur, Irán en Asia Sur occidental, Sudáfrica en
África y Brasil en América Latina. Lo único cierto es que
estamos viviendo una verdadera transición “epocal”,
caracterizada por una profunda e inquietante incertidumbre.