Los
Estados petroleros, aquellos cuya economía depende casi
exclusivamente de la renta petrolera, se parecen bastante
entre sí, lo que los diferencia son las diversas relaciones
entre la producción de petróleo y la población.
Kuwait
es un país rico porque produce 2.6 millones de barriles
diarios y tiene una población de alrededor de tres millones
de habitantes, de los cuales sólo un millón son ciudadanos
kuwaitíes. Nigeria en cambio es un país pobre, a punto de
convertirse en un “Estado fracasado”, porque produce
alrededor de 2.5 millones de barriles diarios, pero tiene
109 millones de habitantes. Venezuela dejó de ser un Kuwait
hace ya algunas décadas y, “por ahora”, todavía no somos una
Nigeria. Irán ha sido recientemente el objeto de un largo
reportaje del The Economist, que creo útil reseñar. Irán
tiene una población de alrededor de más de 70 millones de
habitantes y una producción petrolera de alrededor de 3.5
millones de barriles. Ha tenido en los últimos años un
crecimiento económico del 5%, pero con un desempleo cercano
al 20%. La inflación está llegando al 25% anual.
El
petróleo representa el 80% de las exportaciones. El Estado
controla entre el 65% y el 80% de la economía. El sector
público además de hipertrofiado adolece de una endémica y
generalizada corrupción. Un cuarto de siglo después de la
revolución islámica Irán produce sólo las dos terceras
partes del petróleo que producía en tiempos del Shah. Los
subsidios al consumo alcanzan el 25% del PIB, la gasolina
cuesta 11 céntimos de dólar el litro, la más barata del
mundo, después de la venezolana que está en 2.5 céntimos. La
capacidad de refinación es insuficiente e Irán debe importar
el 40% de su gasolina.
Recientemente, el gobierno tuvo que racionar el expendio de
gasolina, provocando fuertes disturbios. A través del
contrabando, que enriquece a los amigos del régimen y a los
Guardias de la Revolución, Irán subsidia la gasolina de sus
vecinos, perdiendo fondos que podrían ser utilizados para
aumentar la decadente producción. La inversión privada es
muy baja y la salida de capitales creciente.
El
parecido con la situación venezolana es relevante. Sin
embargo hay una diferencia fundamental, el gobierno iraní ha
iniciado recientemente un vasto programa de privatizaciones
que prevé vender, durante los próximos 8-10 años, 25 grandes
compañías estatales, que fueron nacionalizadas en los
inicios de la revolución. ¿Será capaz el gobierno venezolano
de aprender algo de las experiencias de su aliado
estratégico?