El Señor de los Anillos: Un Fenómeno Editorial y Cinematográfico
por Roberto Palmitesta

En medio de la avasallante publicidad que está recibiendo la tercera parte de la trilogía fílmica de El Señor de los anillos, titulada "El regreso del Rey", es relativamente fácil ignorar la labor del autor de este formidable producto de la literatura fantástica, un profesor  de idiomas antiguos llamado John Ronald Tolkien, quien nos dejara en 1973 a los 81 años y por lo tanto no pudo ver las versiones cinematográficas ni percibir una parte de las enormes ganancias que dejaría su impactante novela a los productores de esos filmes.

En efecto, su libro ha sido aclamado por los conocedores como “la gran novela del siglo XX”, aún cuando nunca ganó un premio literario ni tuvo una amplia acogida de los críticos, muchos de los cuales la subestiman como literatura juvenil. Y ese prestigioso calificativo no es para menos, pues se han vendido cerca de cien millones de ejemplares, si se cuentan las ediciones en los 40 idiomas en que ha sido traducido. Un verdadero ‘mega best seller’, con ventas sólo superadas actualmente por los libros de Harry Potter de la autora inglesa J.K. Rawling.  Quizás habría que reconocer que gran parte del reciente éxito del libro de Tolkien ha sido posible gracias a la publicidad que han disfrutado las tres películas realizadas bajo la dirección del neocelandés Peter Jackson, que han reavivado el interés mundial en la novela. Un típico caso de sinergia entre el medio literario y el fílmico.

Pero los ingresos provienen no solamente de las librerías y teatros, sino por las ventas de juguetes, adornos, juegos y cintas de video, pues la comercialización de los subproductos puede ser quizás más lucrativa que la venta de libros y boletos. En el área fílmica, las tres cintas estrenadas desde el 2001 constituyen uno de los proyectos más rentables en la historia del cine, pues con una inversión de unos $ 275 millones en su realización se ha obtenido una recaudación global superior a los $ 2.000 millones hasta la fecha.

El secreto de esta rentabilidad estuvo en la visión de Jackson de filmar las tres películas al mismo tiempo, aprovechando al máximo a los técnicos, el reparto y los extras y filmando todo en un tiempo record (dos años) en escenarios y estudios de Nueva Zelanda, -y utilizando su propio laboratorio de animación computarizada- pues de haberse realizado en Hollywood el costo se hubiera duplicado. Las recaudaciones de taquilla de los tres capítulos se vieron aumentadas también gracias a los premios Oscar –entre otros- ganados hasta la fecha por los dos primeros episodios, La comunidad del anillo y Las dos torres, y muchos apuestan que El regreso del Rey será la gran ganadora en la próxima premiación de la Academia, alzándose con el galardón para la mejor película.

Después de ver las impresionantes cifras de ventas y taquilla, cabe preguntarse qué proporción de las ganancias irá a parar a los herederos de Tolkien, que todavía conservan los derechos literarios. Pero el filólogo inglés no fue muy visionario en términos comerciales, y vendió los derechos fílmicos de El señor de los anillos demasiado temprano, en 1968, por la suma irrisoria de $ 14.500, cuando todavía la novela no era un gran éxito de librería (la primera edición de su libro, aparecida en tres partes entre 1954-55, fue de apenas 3.000 ejemplares de cada volumen.) Sin embargo su hijo Christopher Tolkien sigue explotando la parte literaria, aunque está algo molesto porque se subestima la autoría de su padre en la copiosa publicidad de las películas de Jackson, ya que los derechos fílmicos fueron adquiridos de segunda mano por los actuales productores, sin mucha responsabilidad directa con la familia de Tolkien.

El mismo autor veía muy difícil que su obra fuera llevada al cine o la televisión, por la complejidad de los escenarios y la variedad de personajes en la novela. Sin embargo, además de una serie radial de la BBC, hubo en 1977 una versión fílmica en dibujos animados –que cubría apenas la mitad del libro- y años más tarde se hizo una serie también animada para la TV inglesa, pero en ambos casos no hubo una buena receptividad de público. A fines de los años 70, el famoso director inglés John Boorman (el de Excalibur), trató de llevar al cine una versión con actores en carne y hueso, pero ningún estudio quiso financiarla por el alto costo del proyecto.

Así que la pantalla grande tuvo que esperar hasta que Jackson, un director con seis exitosas películas en su currículo fílmico, se interesara en la obra, mayormente porque la había leído siendo muchacho y apreciaba tanto su mensaje idealista como su universalidad. Además del razonable costo del proyecto, quizás fue esa familiaridad de Jackson con la obra literaria y su entusiasmo juvenil, los factores que contribuyeron a convencer a los financistas norteamericanos de las empresas Miramax y New Line Cinema, pues se anticipaba que Jackson iba a ser bastante fiel al original, sin condensar excesivamente la dinámica trama ni diluir sus moralejas, como sucedió en la torpes versiones anteriores.))

El mensaje de Tolkien

Son muchos factores los que atraen tanto a lectores como a espectadores, pues lejos de ser una simple historia de aventuras fantásticas en una tierra mítica, para muchos adictos a Tolkien la obra logra transmitir valores como: amistad, lealtad, libertad y solidaridad. En los años 30, Tolkien había escrito una historia más corta, El hobbit, que tuvo una cálida aceptación en el público joven debido a que el autor –también de baja estatura como sus personajes- ya había comprobado su fascinación al relatar el imaginativo cuento a sus propios hijos.  Los editores le pidieron que escribiera una secuela y así nació el ambicioso proyecto de El señor de los anillos, que tomó 12 años de trabajo y que completó en 1944, pero tuvo que esperar una década para ser publicado en tres volúmenes.

Tolkien, un profesor de idiomas anglosajones en Oxford, construyó toda una mitología, con lenguaje y parajes propios, basándose en fuentes como la saga poética finlandesa Kalevala, que data del siglo XIX, aunque recoge tradiciones orales mucho más antiguas, llenas de magia y eventos sobrenaturales. Tolkien también tomó algunas ideas de la saga germánica El anillo de los Nibelungos, así como de leyendas celtas e historias típicamente anglosajonas como la del Rey Arturo. Como escenarios utilizó los parajes provincianos de su juventud en el condado de Warwick, que ahora sirven de sitios turísticos al reconocer los fanáticos de sus novelas a casas similares a las que habitan los hobbit en la novela.

Otra inspiración para Tolkien fue la Primera Guerra Mundial , que vivió de cerca al enrolarse en el ejército británico para combatir en Francia, en 1916, y por poco forma parte de las bajas de la sangrienta batalla de Somme, donde murieron casi todos sus compañeros de estudios, pues Tolkien fue repatriado por sufrir de fiebre antes de la misma. Esa guerra, junto con la que libró su país contra la dominación nazi a principios de los años 40, ayudaron a moldear el carácter y la ideología del autor y lo motivaron a incluir el  mensaje ejemplar que quiso transmitir en su obra: gente pequeña como los hobbit pueden vencer a fuerzas mucho más poderosas, si exhiben la unidad y perseverancia de los héroes de la novela.

A ese mensaje –junto al hecho de constituir un buen vehículo escapista en esta época turbulenta- quizás se debe la fascinación que lleva a tantos jóvenes y adultos a las salas de cine o frente a la pantalla chica, o a leer y releer una voluminosa novela (1260 páginas en la edición castellana) para adentrarse en el fantástico mundo de la Tierra Media, con sus reyes, princesas, soldados, enanos, magos y seres sobrenaturales, todo entrelazado en una absorbente trama de sacrificios, intrigas, rescates y batallas. Sus personajes pudieran ser extraídos del mundo moderno a pesar de estar ambientado en tiempos medievales, pues la lucha por la justicia y contra el despotismo ha sido un tema constante en la literatura universal. De hecho, aún en nuestro propio país se está escenificando una lucha de la gente sencilla, la sociedad civil, contra el poder omnímodo y parcializado del estado, así que la experiencia de El Señor de los Anillos no debe ser tan extraña para nosotros.  Imprima el artículo Subir Página