En
medio de la avasallante publicidad que está recibiendo la tercera parte de la
trilogía fílmica de El Señor de los anillos, titulada "El regreso del Rey", es
relativamente fácil ignorar la labor del autor de este formidable producto de la
literatura fantástica, un profesor de idiomas antiguos llamado John Ronald
Tolkien, quien nos dejara en 1973 a los 81 años y por lo tanto no pudo ver las
versiones cinematográficas ni percibir una parte de las enormes ganancias que
dejaría su impactante novela a los productores de esos filmes.
En efecto, su libro ha sido aclamado por
los conocedores como “la gran novela del siglo XX”, aún cuando nunca ganó un
premio literario ni tuvo una amplia acogida de los críticos, muchos de los
cuales la subestiman como literatura juvenil. Y ese prestigioso calificativo no
es para menos, pues se han vendido cerca de cien millones de ejemplares, si se
cuentan las ediciones en los 40 idiomas en que ha sido traducido. Un verdadero
‘mega best seller’, con ventas sólo superadas actualmente por los libros de
Harry Potter de la autora inglesa J.K. Rawling. Quizás habría que reconocer que
gran parte del reciente éxito del libro de Tolkien ha sido posible gracias a la
publicidad que han disfrutado las tres películas realizadas bajo la dirección
del neocelandés Peter Jackson, que han reavivado el interés mundial en la
novela. Un típico caso de sinergia entre el medio literario y el fílmico.
Pero los ingresos provienen no solamente
de las librerías y teatros, sino por las ventas de juguetes, adornos, juegos y
cintas de video, pues la comercialización de los subproductos puede ser
quizás más lucrativa que la venta de libros y boletos. En el área fílmica, las
tres cintas estrenadas desde el 2001 constituyen uno de los proyectos más
rentables en la historia del cine, pues con una inversión de unos $ 275 millones
en su realización se ha obtenido una recaudación global superior a los $ 2.000
millones hasta la fecha.
El secreto de esta rentabilidad estuvo
en la visión de Jackson de filmar las tres películas al mismo tiempo,
aprovechando al máximo a los técnicos, el reparto y los extras y filmando todo
en un tiempo record (dos años) en escenarios y estudios de Nueva Zelanda, -y
utilizando su propio laboratorio de animación computarizada- pues de haberse
realizado en Hollywood el costo se hubiera duplicado. Las recaudaciones de
taquilla de los tres capítulos se vieron aumentadas también gracias a los
premios Oscar –entre otros- ganados hasta la fecha por los dos primeros
episodios, La comunidad del anillo y Las dos torres, y muchos apuestan que El
regreso del Rey será la gran ganadora en la próxima premiación de la Academia,
alzándose con el galardón para la mejor película.
Después
de ver las impresionantes cifras de ventas y taquilla, cabe preguntarse qué
proporción de las ganancias irá a parar a los herederos de Tolkien, que todavía
conservan los derechos literarios. Pero el filólogo inglés no fue muy visionario
en términos comerciales, y vendió los derechos fílmicos de El señor de los
anillos demasiado temprano, en 1968, por la suma irrisoria de $ 14.500, cuando
todavía la novela no era un gran éxito de librería (la primera edición de su
libro, aparecida en tres partes entre 1954-55, fue de apenas 3.000 ejemplares de
cada volumen.) Sin embargo su hijo Christopher Tolkien sigue explotando la parte
literaria, aunque está algo molesto porque se subestima la autoría de su padre
en la copiosa publicidad de las películas de Jackson, ya que los derechos
fílmicos fueron adquiridos de segunda mano por los actuales productores, sin
mucha responsabilidad directa con la familia de Tolkien.
El mismo autor veía muy difícil que su
obra fuera llevada al cine o la televisión, por la complejidad de los escenarios
y la variedad de personajes en la novela. Sin embargo, además de una serie
radial de la BBC, hubo en 1977 una versión fílmica en dibujos animados –que
cubría apenas la mitad del libro- y años más tarde se hizo una serie también
animada para la TV inglesa, pero en ambos casos no hubo una buena receptividad
de público. A fines de los años 70, el famoso director inglés John Boorman (el
de Excalibur), trató de llevar al cine una versión con actores en carne y hueso,
pero ningún estudio quiso financiarla por el alto costo del proyecto.
Así que la pantalla grande tuvo que
esperar hasta que Jackson, un director con seis exitosas películas en su
currículo fílmico, se interesara en la obra, mayormente porque la había leído
siendo muchacho y apreciaba tanto su mensaje idealista como su
universalidad. Además del razonable costo del proyecto, quizás fue esa
familiaridad de Jackson con la obra literaria y su entusiasmo juvenil, los
factores que contribuyeron a convencer a los financistas norteamericanos de las
empresas Miramax y New Line Cinema, pues se anticipaba que Jackson iba a ser
bastante fiel al original, sin condensar excesivamente la dinámica trama ni
diluir sus moralejas, como sucedió en la torpes versiones anteriores.))
El mensaje de Tolkien
Son muchos factores los que atraen tanto
a lectores como a espectadores, pues lejos de ser una simple historia de
aventuras fantásticas en una tierra mítica, para muchos adictos a Tolkien la
obra logra transmitir valores como: amistad, lealtad, libertad y solidaridad. En
los años 30, Tolkien había escrito una historia más corta, El hobbit, que tuvo
una cálida aceptación en el
público joven debido
a que el autor –también de baja estatura como sus personajes- ya había
comprobado su fascinación al relatar el imaginativo cuento a sus propios hijos.
Los editores le pidieron que escribiera una secuela y así nació el ambicioso
proyecto de El señor de los anillos, que tomó 12 años de trabajo y que completó
en 1944, pero tuvo que esperar una década para ser publicado en tres volúmenes.
Tolkien, un profesor de idiomas
anglosajones en Oxford, construyó toda una mitología, con lenguaje y parajes
propios, basándose en fuentes como la saga poética finlandesa Kalevala, que data
del siglo XIX, aunque recoge tradiciones orales mucho más antiguas, llenas de
magia y eventos sobrenaturales. Tolkien también tomó algunas ideas de la saga
germánica El anillo de los Nibelungos, así como de leyendas celtas e historias
típicamente anglosajonas como la del Rey Arturo. Como escenarios utilizó los
parajes provincianos de su juventud en el condado de Warwick, que ahora sirven
de sitios turísticos al reconocer los fanáticos de sus novelas a casas similares
a las que habitan los hobbit en la novela.
Otra inspiración para Tolkien fue la
Primera Guerra Mundial , que vivió de cerca al enrolarse en el ejército
británico para combatir en Francia, en 1916, y por poco forma parte de las bajas
de la sangrienta batalla de Somme, donde murieron casi todos
sus compañeros de estudios, pues Tolkien fue repatriado por sufrir de fiebre
antes de la misma. Esa guerra, junto con la que libró su país contra la
dominación nazi a principios de los años 40, ayudaron a moldear el carácter y la
ideología del autor y lo motivaron a incluir el mensaje ejemplar que quiso
transmitir en su obra: gente pequeña como los hobbit pueden vencer a fuerzas
mucho más poderosas, si exhiben la unidad y perseverancia de los héroes de la
novela.
A ese mensaje –junto al hecho de
constituir un buen vehículo escapista en esta época turbulenta- quizás se debe
la fascinación que lleva a tantos jóvenes y adultos a las
salas de cine o frente a la pantalla
chica, o a leer y releer una voluminosa
novela
(1260 páginas en la edición castellana) para adentrarse en el fantástico mundo
de la Tierra Media, con sus reyes, princesas, soldados, enanos, magos y seres
sobrenaturales, todo entrelazado en una absorbente trama de sacrificios,
intrigas, rescates y batallas. Sus personajes pudieran ser extraídos del mundo
moderno a pesar de estar ambientado en tiempos medievales, pues la lucha por la
justicia y contra el despotismo ha sido un tema constante en la literatura
universal. De hecho, aún en nuestro propio país se está escenificando una lucha
de la gente sencilla, la sociedad civil, contra el poder omnímodo y parcializado
del estado, así que la experiencia de El Señor de los Anillos no debe ser tan
extraña para nosotros.
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