Ésta es la interrogante que, en tono
provocador, ha formulado al mundo el presidente de la
República Checa Václav Klaus. Para responder a ella, Klaus
ha publicado en 2007 un libro titulado
Modrá, nikoli zelená planeta. Co je ohroženo:
klima, nebo svoboda?.
En diciembre de ese mismo año, el texto fue traducido al
alemán bajo el título Blauer Planet in grünen Fesseln.
Was ist bedroht: Klima oder Freiheit? (Planeta azul
con cadenas verdes: ¿Qué está amenazado, el clima o la
libertad?) y hasta hoy ya circulan, además de la checa, las
versiones rusa, holandesa e inglesa.
Mi propósito es presentar, en dos entregas, algunas de mis
coincidencias con las inquietudes
"políticamente
incorrectas“ de Klaus, a propósito de la manera en que la
causa ambientalista, al menos en ciertos casos, ha venido
traduciendo sus preocupaciones y propuestas en un conjunto
de ideas y creencias irrefutables y, por lo tanto,
perniciosas. En esta primera parte, postulo que la causa
ambientalista, si desea ser útil a la humanidad, debe
comprender que existe una inevitable tensión entre la
consecución de objetivos económicos y la conservación del
medio ambiente. Siendo ineludible esta situación y absurdo
el intento de frenar el desarrollo, hay dos caminos para
enfrentarla: proponer soluciones inteligentes y planes
flexibles y ajustables o convertir la causa ambientalista en
una suerte de religión política no disponible para el
cuestionamiento y la transacción. En este último caso, la
libertad de las personas parece correr grave peligro.
En muchas compañías, y especialmente en aquellas cuyas
actividades implican riesgos para la integridad física de
las personas y para el medio ambiente, la relación entre el
Departamento de Seguridad Industrial, Higiene y Ambiente (SHA)
y el Departamento de Operaciones y Producción (OP) casi
nunca es buena. De hecho, es habitualmente bastante mala y
en ocasiones realmente inaguantable. Durante mis años de
trabajo en la sección de SHA de una operadora alemana
transnacional de exploración y explotación petrolera, pude
constatar que la tensión interna entre el objetivo de
producción y el de control de calidad de SHA es, no sólo muy
fuerte, sino también inevitable. Y así debe ser.
Este mismo conflicto de intereses fundamentales, pero a
escala diferente, se da también entre la propia empresa, por
una parte, y las autoridades ambientales y la comunidad por
la otra. Es decir, se produce otra tensión, esta vez entre
los objetivos económicos de la compañía y el respeto a las
leyes y a los principios éticos de conservación del medio
ambiente.
Ahora bien, es infructuoso intentar escapar de este enredo
y, de hecho, las mejores compañías lo enfrentan con gran
habilidad. Una transacción exitosa entre ambos propósitos,
en apariencia excluyentes, es perfectamente factible con una
visión responsable y madura acerca del impacto de la
actividad humana sobre su entorno natural y de las formas en
que éste puede ser amortiguado, así como reparados los
inevitables daños. Algunas ideas clave para poner los pies
sobre la tierra respecto de esta cuestión son las
siguientes:
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El ser humano tiende a buscar su propio bienestar y el del
grupo al cual pertenece, dando así sentido a su existencia.
El bienestar humano no es fácilmente medible y su
significado depende, tanto del contexto socio - cultural,
como de las convicciones, deseos, talentos y proyectos de
cada individuo. Pero aún así, el bienestar suele estar
asociado, de una u otra manera, al enriquecimiento material
y espiritual del hombre, en cuantía y calidad variables.
?
El enriquecimiento material y espiritual referido se busca
mediante el ordenamiento, la disposición, la organización y
el control de recursos y actividades para alcanzar
determinados objetivos, que pueden ir desde la satisfacción
de las más elementales necesidades biológicas hasta aquellas
que están más allá de la mera supervivencia.
?
Los recursos disponibles (tiempo, materias primas, fuerza de
trabajo, entre otros) deben ser administrados con cautela
porque suelen ser – por no decir que siempre son –
agotables. Los recursos naturales, en algunos casos
abundantes y en otros muy limitados, además de materia prima
y energía para la producción de los más variados bienes y
servicios, son parte del ambiente que rodea y nutre la vida
del hombre.
?
Cualquier actividad humana, irremediablemente y en mayor o
menor medida, produce efectos positivos y negativos sobre el
entorno natural. Estos efectos son evaluados de distinta
manera por los afectados, quienes emplean parámetros
moldeados por la cultura, las creencias y las ideologías.
Pero más allá de ello, la gestión humana para la consecución
de los objetivos que se plantean los individuos, las
organizaciones y los países incluye, cada vez con mayor
frecuencia y éxito, el cuidado de las fuentes proveedoras de
recursos.
?
Una gestión carente de consideraciones para la preservación
de tales fuentes e indiferente ante la salud de las personas
es, lisa y llanamente, impresentable. Pero aún la mejor de
ellas es incapaz de evitar absolutamente el impacto de las
actividades humanas sobre el medio ambiente, por muy básicas
e inocentes que éstas sean. Así, los esfuerzos deben estar
orientados a tratar de reducir los riesgos y reparar
aquellos daños que no han podido ser soslayados.
?
Toda gestión humana tiene costos; cuesta el maltrato del
medio ambiente y cuesta su cuidado. Y estos costos no son
simplemente monetarios. De manera que debe el hombre
ocuparse de encontrar un equilibrio inteligente entre cuánto
se invierte y cuánto se deja de ganar con el objeto de
reducir los riesgos y efectos negativos de la actividad
humana, por una parte, y las probabilidades y magnitudes de
los eventuales daños, por la otra. De esta forma, aunque
nunca es demasiado fácil, es viable la obtención de
beneficios aceptables a un costo aceptable en un proceso
susceptible de ajustes y reajustes, posibles gracias a su
flexibilidad, a la experiencia ganada y la creatividad
humana.
Estas ideas elementales son válidas para los individuos, las
empresas, los países, la civilización humana. Así las cosas,
tanto la actividad empresarial como la causa por la
preservación del medio ambiente deben ser sostenidas y
dirigidas con un enorme sentido de la responsabilidad. Ni
las improvisaciones ni el fanatismo tienen cabida en esto.
En cuanto a la causa ambientalista, sus promotores deben
observar con extrema atención todos y cada uno de los puntos
anteriores y asumir con madurez su participación en el
debate político, pues cada propuesta y cada acción tendrán
consecuencias sobre los espacios
públicos
y privados; sobre personas y organizaciones con diferentes
necesidades, proyectos y creencias. Y por ello las posibles
soluciones deben ser planteadas inteligentemente. Las
cuestiones ambientales, por su estrecha relación con las
ciencias naturales, no pueden quedar a merced del fanatismo
ni ser reducidas a eslóganes simples.
En el debate político - ambientalista las convicciones
ideológicas tienen bastante menos utilidad que los hechos
concretos. En los asuntos ambientales están involucradas las
estadísticas, la física, la química, la biología, las
matemáticas. Del uso de los datos científicos en el discurso
político y de las acciones resultantes dependen decisiones
importantes para la sociedad. Y una buena parte de los datos
científicos relevantes corresponden a predicciones hechas
sobre la base de modelos diversos, cada cual con debilidades
y fortalezas y ninguno con
garantía de infalibilidad. Este hecho no es trivial, pues la
precisión de las predicciones sólo puede comprobarse en el
futuro y las decisiones de hoy están sujetas a la
probabilidad de ocurrencia de ciertos eventos. Y si la
subestimación del impacto de las actividades humanas sobre
el medio ambiente es peligrosa, sucede exactamente lo mismo
con la sobreestimación. El discurso y el accionar político
ambientalista, si es dogmático e irresponsable, si se asume
a sí mismo como incuestionable, puede resultar en serias
restricciones a la libertad y en un gran estorbo para el
desarrollo socio – económico. Esta es una de las
preocupaciones de Klaus y es lo que veremos en la próxima
parte.
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