Sábado 9
de febrero de 2007. 21.15 horas. Plaza Ñuñoa, Santiago de
Chile.
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¡Señorita… la
cuenta, por favor!
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Altiro
Pagados los cafés, nos dispusimos a volver a casa. Pero
atraídos por las risas, nos acercamos al lugar donde dos
simpáticos payasos entretenían a un grupo de personas. “Ramona”
se llamaba ella; una pequeña payasita bastante fea (espero
que sólo producto del maquillaje), provista de dos largas
trenzas que, una en cada mano, halaba cuando la paciencia se
le agotaba. De él nunca supimos el nombre, por lo que le
llamaremos “Payasito”… aunque de “ito” poco
tenía, pues casi doblaba la estatura de “Ramona”.
“Payasito” (también bastante feo, por cierto),
además de una barba y un bigote poco usuales en un
profesional de su tipo, llevaba un traje similar al de Pepe
Grillo, cuyo ajustado pantalón se ceñía a sus largas
piernas, cubriéndolas hasta llegar a unos zapatos que yo,
aún vestido de payaso, jamás hubiese calzado. Por el acento,
rápidamente advertimos que se trataba de artistas de calle
argentinos.
Luego de un
par de graciosos trucos y de muy buenas piruetas, propias de
estos creativos artistas de la calle, se desarrolló el
diálogo que transcribo a continuación:
Payasito: ¿Sabés, Ramona?
Sho también tengo un sueño.
Ramona:
¿Tenés un sueño? Decíme ¿Cuál es tu sueño?
Payasito: Mi sueño es hacer
desaparecer a un monstruo grande; grande y malo, que se cree
el dueño de todo… el dueño del mundo. Un monstruo que hace
lo que quiere. Y se shama… su nombre comienza por “ge”… Es
que, Ramona, sho quiero luchar por la justicia.
Ramona:
¿Querés luchar por la justicia?
Payasito: Sí, quiero luchar
por la justicia en el mundo; tener una supercapa… y un
supertraje. Quiero tener superpoderes.
Ramona:
Pero ¿Para qué querés tener superpoderes?
Payasito: ¡¡¡Es que quiero
eliminar a George W. Bush!!!
Asistentes:
Ja ja ja (risas)
Es la primera
vez que no dejo monedas en un sombrero como forma de
contribución personal al arte y a la cultura. Aunque las
manifestaciones artísticas antisistémicas y
revolucionarias no son compatibles con mi gusto
“fascista, ultraderechista e hiperconservador” (imagino
que así lo calificaría un buen “progre”), el hecho de
que existan causa un infinito placer y una reconfortante
tranquilidad a mi espíritu democrático. Pero lo que me
resulta verdaderamente intragable es ver cómo dos cabezas
calientes disfrazados de payaso preparan a un grupo de
inocentes niños para formar parte de la próxima generación
de guerrilleros, tirapiedras y anarkos.
Pues no había dicho, por cierto, que la gran mayoría del
público presente estaba compuesta por niños con edades
comprendidas entre los 0 y quizás los 10 años.
Soy un ferviente
defensor de la libertad de expresión y del uso del arte y de
la cultura para difundir sentimientos, ideas y creencias,
sean éstos o no de mi gusto. Si para ello no es el arte,
pues ¿para qué sirve? Daría mi vida (no lo tomen, por favor,
tan literalmente) para que quienes piensan distinto a mí
puedan decir cuanto deseen y cuando lo estimen conveniente,
pero sólo un tonto irresponsable puede enseñar a niños
pequeños, que aún no han pasado del PlayStation al
noticiero, la tercermundista y absurda idea de que sus
miserias (pasadas, presentes y futuras) se las deben – y
deberán - al Uncle Sam, al Águila Calva Imperialista y/o al
presidente estadounidense de turno. No puedo imaginarme
diciendo a un niño: “Si no te tomas la sopa, va a venir
George W. Bush y te va a llevar a Guantánamo”. A este
paso, el Hombre de la Bolsa, el Cuco y el Diablo se van a
quedar sin oficio en menos que canta un gallo.
Nuestras
sociedades (me refiero a las que habitan desde el Río Grande
hasta la Patagonia), especialmente por estos días, están
sumidas en una pasmosa ordinariez y se encuentran
condicionadas por el más aterrador complejo de inferioridad;
problema que pretende ser superado rodilla en tierra y con
un fusil (de preferencia Kalashnikov) apuntando hacia el
norte. Si no hay fusil, que están por cierto bastante caros,
hay piedras y bombas molotov en abundancia y por un costo
mínimo. De manera que para cada cumbre, reunión o evento que
huela a globalización y a capitalismo, hay una jauría de
tirapiedras dispuestos a salvar al mundo de las garras
del “neoliberalismo salvaje”… tarea que tradicionalmente
comienzan destrozando los locales de comida rápida
“imperialista” y haciendo pintas en los edificios
históricos.
Afortunadamente,
este no es un sentimiento – y un comportamiento -
generalizado… todavía. El problema es que su crecimiento
lleva el paso de las tropas de Genghis Khan y amenaza con
cubrir de insensatez la región, camino al previsible y
seguro embrutecimiento de las masas al ritmo de peligrosas
consignas con notas de amor y paz: “¡Por la vida, muerte
al capitalismo!”; “Por la libertad de los Pueblos; ¡muerte a
Bush… maldito genocida!”
Este discurso,
que esconde una irremediable envidia y el mal hábito de
endosar al “Mefistófeles de la Casa Blanca” cuanta cosa
indeseable sucede al pobre Miguelito González, nos llevará
directo al matadero. Y la razón principal es que Miguelito
González está hoy más preocupado en tratar de dejar tuerto
al gringo - sin que le importe demasiado quedarse ciego –
que en superarse honradamente y resolver sus propios
problemas de corrupción, pobreza, delincuencia, debilidad
institucional y decadente democracia. Esta actitud propia de
los evasores, no de impuestos sino de responsabilidades,
sólo logra reforzar el apego al subdesarrollo y a la
inmadurez política que mantienen a América Latina en el
atraso, cuando no en decidida y veloz marcha reversa hacia
el siglo XIX (si tenemos suerte y el freno funciona), tal
como sueñan algunos por ahí. Si Miguelito está convencido de
que el origen de sus todos sus problemas está en la mano del
tan mentado George, pues le tengo “pésimas” noticias.
Ramona y
Payasito pueden hacer toda clase de chistes políticos si
ello les hace felices; preferiblemente, claro está, frente a
un público adulto capaz de procesar el mensaje. El tal
George seguramente no ha hecho méritos suficientes para ser
amado y admirado por todos, pero una cosa es la crítica
inteligente (lo deseable) y otra la consigna hueca que sólo
sirve para movilizar políticamente a bandoleros y borregos
(lo bastante indeseable). Nuestras sociedades necesitan
excelentes profesionales, sobresalientes políticos y mejores
ciudadanos. Y a los niños, mejor orientarlos en esa
dirección, pues la oferta de tirapiedras, guerrilleros,
anarkos y similares especies sobrepasa desde hace rato
la demanda.
ralle1975@hotmail.com