Tan mal se le presentan al
Régimen las votaciones del 15 de febrero y tan importantes
son para sus planes esas elecciones, que ha considerado
necesario utilizar abiertamente el recurso del terror. Sabe
que entra en un camino peligroso, pero el rechazo a la
reelección indefinida es de tal magnitud, que ha decidido
pagar el precio.
Como los militares se niegan a intervenir en cualquier
situación que pueda llevarles a disparar contra ciudadanos
venezolanos, el Régimen ha movilizado bandas reclutadas
entre los malhechores de la ciudad, a quienes ha armado a la
manera como Hitler armó a los "camisas pardas" del capitán
Röhm. En una segunda línea actúa la Policía Metropolitana,
cuerpo municipal que en previsión de tales fines fue con
anterioridad sustraída de su jurisdicción -la Alcaldía
Metropolitana-, y puesta bajo el mando del Ejecutivo
Nacional, a fin de usarla como tropa de asalto contra los
civiles.
La meta inmediata de las acciones terroristas es impedir que
se realicen manifestaciones de calle, evento el más temido
por el Régimen, pues las Fuerzas Armadas han hecho saber,
con tanta firmeza como respeto y discreción, algo que por
obvio no necesitaría ser advertido: no actuarán contra
movilizaciones civiles. La razón de los militares es que no
están adiestrados para operar contra la población civil,
sino para la destrucción de un enemigo militar armado. Si
los efectivos adiestrados para destruir al enemigo actúan
contra civiles, corren el riesgo de hacer bajas entre sus
compatriotas, tragedia que rompería su identificación con el
resto de la sociedad. Esa identificación con la comunidad
humana a la cual pertenecen y que les sustentaría en caso de
conflicto –por ejemplo, una invasión-, es indispensable para
cumplir su específica y elevada misión constitucional, la
misma que les da razón de ser como defensores de la
soberanía y la integridad territorial.
Por supuesto, en el ánimo militar también opera el respeto a
los derechos humanos que es preocupación básica del hombre
de nuestro tiempo. Adicionalmente, hay razones sociales para
quienes no pertenecen a una especie distinta del resto de
sus compatriotas, sino que tienen familiares y amigos en su
mayoría civiles, hijos y sobrinos que forman parte de la
comunidad estudiantil, esposas y hermanos con las opiniones
políticas de una clase media que las encuestas identifican
como la más opuesta a la reelección indefinida y en general
al establecimiento en Venezuela de un régimen como el actual
de Cuba.
Es así como el amedrentamiento de la Oposición corre por
cuenta de los delincuentes armados que el partido de
gobierno moviliza al efecto. El funcionamiento y actuación
de estos grupos terroristas bajo protección del Ejecutivo
Nacional crea una situación desconcertante si se la mira con
ojos medianamente civilizados. Han ocupado la sede de la
Alcaldía Municipal capitalina impidiendo el acceso de las
autoridades elegidas por el pueblo el 27 de Noviembre
pasado. Han lanzado bombas contra representaciones
diplomáticas (la de la Santa Sede), medios de comunicación (Globovisión,
Zeta y El Nuevo País) y hogares de ciudadanos opuestos al
Régimen (Marcel Granier). Han atacado a balazos una
celebración inofensiva -el aniversario de un partido
político-, secuestrando durante varias horas a los
dirigentes de ese partido y a los de otras organizaciones
legales que civilizadamente presentaban su saludo al
cumpleañero. Han atacado con armas en la mano
manifestaciones pacíficas autorizadas. En ninguno de estos
casos la fuerza pública ha considerado propia la detención
de los agresores, que sería inmediata en cualquier sociedad
regida por leyes. Los oficiales militares han tenido que
parlamentar en actitud sumisa con los delincuentes armados,
rogándoles cambien de actitud e ignorando que sus
interlocutores portaban armas de guerra, las cuales no se
sintieron obligados a decomisar o recibieron órdenes
superiores de no hacerlo. Frente a estos hechos guardan
silencio los organismos públicos a los cuales la
Constitución y las leyes asignan la obligación de garantizar
la seguridad del ciudadano y el libre ejercicio de sus
derechos legales: la Fiscalía General, la Defensoría del
Pueblo y el Poder Judicial, sin hablar de los ministerios
responsables de la seguridad ciudadana. No se ha investigado
de dónde provienen las armas que por esas calles portan los
"camisas pardas", nueva clase delincuencial que comparte con
las Fuerzas Armadas el privilegio de portar armas de guerra,
exhibirlas públicamente y –ya esto no tiene que ver con las
F.A.- operarlas contra ciudadanos desarmados.
El propósito de este cuadro de extrema ilegalidad y de
inseguridad pública es disuadir cualquier expresión de
disgusto ciudadano contra el plan de imponer en Venezuela un
régimen como el de Cuba. De manera inmediata, se trata de
amedrentar al electorado, para que el 15 de febrero se
mantenga alejado de las urnas, y en caso de que acuda a
ellas no integre los cuadros opositores que permanecerían en
los centros de votación cuidando que el proceso se realice
con legalidad. Con este cuadro intimidatorio coadyuva la
decisión del Consejo Nacional Electoral, integrado por
cuatro (4) representantes del Régimen y sólo uno (1) de la
Oposición, de extender, contra todo antecedente, las
votaciones hasta las 6 de la tarde. Esta disposición permite
al partido de gobierno usar recursos nacionales para forzar,
casi físicamente, a humildes ciudadanos a quienes sacan de
sus hogares para que voten en unas elecciones en las cuales
prefieren abstenerse por temor a represalias que sufrirían
si votan como realmente piensan. Regresando al tema de la
violencia, el retraso de la operación electoral hasta horas
de obscuridad ahuyenta a los representantes de la Oposición
en mesas ubicadas en los barrios donde no hay otra ley que
la de las bandas armadas del Gobierno, frente a las cuales
ya se ha visto que se retraen los efectivos militares.
Todo esto constituye una vasta operación dirigida a someter
por el terror a una sociedad a la cual no se ha podido
persuadir para que acepte el establecimiento de un sistema
de vida como el de la Cuba actual. El objetivo de quienes
han creado esta situación parece inviable dentro del cuadro
global y nacional. En un mundo que da prioridad a los
derechos humanos, a las instituciones legales, a las
libertades públicas, a las maneras civilizadas de vivir, no
parece posible imponer lo que Stalin y Hitler impusieron
cuando la libertad no era todavía un valor irrenunciable.
Hugo Chávez no podrá imponer su proyecto de poder absoluto.
Pero los hombres y mujeres libres deberemos hacer grandes
esfuerzos antes de ver el fracaso de ese propósito
monstruoso.
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Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta |