La proposición de paz que, bajo
presión de las circunstancias y de los más afectados por
ellas, Hugo Chávez hizo a los venezolanos el domingo pasado,
debe ser atendida por la sociedad civil. El primer paso
sería que el proponente demuestre su deseo de conciliación
restableciendo la custodia de las armas de la república a la
institución que constitucionalmente la tiene asignada, y una
renuncia inequívoca a homologar Venezuela con Cuba. Esta
homologación podría ser la pregunta sincera de un referéndum
definitivo, en el cual Chávez planteara a los venezolanos,
sin arterías ni disimulos, el destino que les tiene pensado.
De un día para otro, como demonio que pide la extremaunción,
Hugo Chávez, nada menos que Hugo Chávez, quien con los
dictadores de Zimbabwe y Bielorrusia comparte el campeonato
mundial de la violencia de Estado, propone que haya paz. Su
cara de circunstancias, una de "muchacho regañao", ilustra
la mala gana conque asume el rol de pacifista. No es a uno
el civil a quien le habla. No es a uno el desarmado a quien
propone respeto. Es a quienes finalmente les han dicho que
esto no puede ser. Que estas elecciones con un árbitro
electoral bajo su voluntad, unos recursos de Estado puestos
descaradamente al servicio de una pregunta
anticonstitucional y unos poderes públicos sumisos al
Ejecutivo, no son elecciones, sino un auténtico adefesio. Lo
peor es que aún así estas elecciones él las pierde, y que si
desconoce su derrota cual ya lo ha pretendido en ocasiones
anteriores, la mayoría, con los estudiantes al frente, no se
la va a calar. Que esos muchachos cogerán la calle y
arrastrarán a la sociedad civil, y en esa coyuntura las
armas de la república, estén en manos regulares o
irregulares, no pueden ser usadas contra pacíficos
compatriotas desarmados.
Las armas de la república son el casus belli. No es fácil
decírselo sin incurrir en irrespeto. Si aceptamos su versión
de que él no sabía de los grupos irregulares y sus andanzas,
asumimos que nos gobierna un lunático que como el marido
engañado es el último en enterarse de lo que pasa en casa. Y
si nos negamos a creer que haya ocurrido sin su
consentimiento este reparto de armas entre un creciente
ejército de irregulares, sobre el cual la prensa viene
hablando desde hace años, le estamos llamando mentiroso.
¡Alerta! No es nada más "La Piedrita". Desde hace tiempo la
señora Ron viene protestando públicamente porque el Ejército
regular –como estará la cosa que debemos adjetivarlo-
estorba el desarrollo de un ejército paralelo, con el cual
ella ha convivido y cuyas características amorosamente ella
describe. Ese ejército paralelo ya está emplazado, con armas
de la república, en lugares donde puede coordinar su acción
con la hermana guerrilla colombiana. Esta fuerza armada
paralela pronto asumirá a plenitud su rol como brazo armado
de la revolución.
Si a esta distorsión de pesadilla no podemos llamarla un
problema de fondo, todavía hay hechos que merecen así ser
considerados. Como dijo "el caballero" a quien acusa de
querer colgarlo con la cabeza para abajo*, primero en
mencionar eso de las armas de la república puestas en manos
de malandrines y forajidos, el odio sembrado imagínense por
quién nos convierte en nación dividida, por tanto en
situación de inferioridad cuando tiene pendiente una
legítima e irrenunciable reclamación territorial sobre el
Esequivo y un diferendo crónico sobre aguas territoriales
con Colombia, nación ésta que unida sabe defender sus
intereses y sabiamente aprovecha cada debilitamiento de esos
que las rencillas internas causan a Venezuela, para en ese
momento replantear el caso y salirse con la suya. ¿Puede
alguien discutir que este problema real es más importante
que la coronación del delirio personal de un muchacho
latinoamericano con la cabeza llena de basura, empeñado en
fundar una monarquía que sería de opereta, pero también
absoluta y hereditaria, como la del paradigma cubano?
Por donde llegamos al gran problema, ése que atañe ya no
sólo al estamento cuya desazón obliga a proponer esta paz a
regañadientes, sino a cada venezolano con aunque sea un
mínimo sentido de la dignidad nacional y personal: el
objetivo de convertir a Venezuela en el reemplazo de una
Cuba fidelista que vive días postreros. Arteramente, usando
el disimulo y cegando a los humildes con el odio venenoso
que ha sembrado entre compatriotas, Hugo Rafael Chávez Frías
ha ido avanzando en la conquista de ese objetivo inaceptable
de montar en Venezuela un régimen como el actual de Cuba. A
conciencia de sus significados utilizo las palabras artería
y disimulo, porque Chávez no plantea de una vez un referendo
sobre si queremos o no ser un país como la Cuba de Fidel,
sino que con artería y disimulo nos va llevando a esa
horrible e inaceptable perspectiva que, de ser propuesta de
manera leal, según todas las encuestas sería, más que
rechazada, abominada por no menos de un 90% de los
venezolanos.
Cierto que una proposición de paz no puede ser desestimada,
ni aún cuando sabemos que el proyecto malvado no llegará a
cumplirse porque, como Uslar se lo dijo, "es inviable". Lo
es por anacrónico, por insensato, por malvado, por canalla,
por estúpido, por absurdo, porque para quitarnos la
dignidad, la libertad y la Patria los del ejército irregular
tendrían que matarnos a la mitad de los venezolanos. Esta
paz a regañadientes se propone como Rudolf Hess y Karl
Dönitz la propusieron cuando ya era inocultable que el
Tercer Reich estaba condenado. Pero aún así hay que
escucharla, porque no se trata de una paz difícil entre
enemigos naturales sino la reconciliación entre
compatriotas, urgente de realizar antes de que el choque se
produzca y nos convierta en un país dividido como España en
y después de su guerra civil.
Viniendo de quien viene, cabe sospechar que esta paz sea una
nueva artería. Para ser sincera, esta paz debe incluir un
desmontaje de todo el aparato paramilitar, un cambio
diametral en la política de colaboración con el enemigo –que
son las guerrillas colombianas-, un deslinde con el proyecto
guerrerista de dominación mundial desarrollado por el
fundamentalismo pseudo-islámico, una renuncia demostrada en
la práctica a gobernar más allá del año 2013 –aunque al
chavismo debe respetársele el derecho a ejercer plenamente
sus derechos políticos dentro del marco de democracia y
libertad-, el retiro de toda representación extranjera
abierta o encubiertamente política -sea cubana,
estadounidense, islámica o europea-, un restablecimiento
pleno de los derechos humanos con autonomía de los poderes
públicos. En fin, ser un país civilizado en medida aún mayor
de lo que fuimos durante la ciertamente degenerada Cuarta
República, donde, por ejemplo, sí hubo una dependencia de
los poderes Legislativo y Judicial al capricho del Poder
Ejecutivo. (Eso no pueden discutirlo dirigentes adecos y
copeyanos, pues todos lo gozaron y lo sufrieron).
El párrafo anterior pudiera parecer una rendición
incondicional del chavismo, puesto que en esencia se le
exige renunciar a la tentación totalitaria expresa desde el
momento en que pregona como objetivo suyo una sociedad como
la actual cubana. Pero en modo alguno sería una rendición
del chavismo, sino de un iluso de apellido Chávez y unos
cuantos aprovechadores que con una esperpéntica coartada
ideológica se enriquecen en posiciones privilegiadas dentro
de un sistema anacrónico. Óigase bien: la cubanización de
Venezuela no es una aspiración del chavismo, sino de un
enajenado histórico llamado Hugo Chávez. La rebelión contra
la Cuarta República no pretendió cambiar Venezuela por Cuba.
Ni siquiera fue esa la proposición conque Chávez ganó las
elecciones de 1998. La renuncia al protagonismo delirante
alcanzado por métodos totalitarios, para concentrarnos en la
reconciliación nacional que permita un esfuerzo de todos
para alcanzar una prosperidad económica verdaderamente
distribuida, es un objetivo que sólo puede disgustar a
quienes han usado el odio y la división como instrumento
político, sin reparar que ese vitriolo puede disolver hasta
la nacionalidad.
En fin, que la paz es un desideratum colectivo y nos abriría
un horizonte de posibilidades. Una paz que comience ya con
las condiciones, por cierto lógicas y honorables, de respeto
mutuo que arriba enumeramos. Una paz para todos los
venezolanos, a ver si sobre ella construimos un país
civilizado en este campamento minero que nos legaron los
libertadores.
* Me
pregunto si Hugo Chávez padece algún trastorno de percepción
que le impide entender lo que dije cuando hice la analogía
entre él y Mussolini, o es que arteramente sigue usando ese
recurso para mantener el interdicto que limita mi presencia
en la televisión. Su insistencia en esa mentira cuando hizo
su sorprendente proposición de paz más bien pareciera parte
de su discusión con el estamento que le exige restablecer la
unidad entre los venezolanos. En todo caso, no tiene "ese
caballero" derecho a acusarme de incitar al magnicidio. Mis
palabras textuales aquel día de octubre cuando por última
vez visité "Aló, Ciudadano" son expresamente preventivas
sobre lo que puede pasar en Venezuela si se profundiza el
abismo que Chávez quiere abrir entre quienes le siguen y
quienes le adversan. Cualquiera puede entender que mostré
una posibilidad horrible de la cual debemos alejarnos. Mi
prédica desde hace años ha sido sobre la necesidad de lo que
textualmente llamé un Gran Acuerdo Nacional (GAN) para
construir un país civilizado en este campamento minero que
nos legaron los libertadores. Acuerdo que no sería posible
con el trauma de un atentado político, sean quienes sean el
autor y la víctima.
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Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta |