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Paz, sí. Pero, ¿paz para qué?
por Rafael Poleo
viernes, 13 febrero 2009


La proposición de paz que, bajo presión de las circunstancias y de los más afectados por ellas, Hugo Chávez hizo a los venezolanos el domingo pasado, debe ser atendida por la sociedad civil. El primer paso sería que el proponente demuestre su deseo de conciliación restableciendo la custodia de las armas de la república a la institución que constitucionalmente la tiene asignada, y una renuncia inequívoca a homologar Venezuela con Cuba. Esta homologación podría ser la pregunta sincera de un referéndum definitivo, en el cual Chávez planteara a los venezolanos, sin arterías ni disimulos, el destino que les tiene pensado.

De un día para otro, como demonio que pide la extremaunción, Hugo Chávez, nada menos que Hugo Chávez, quien con los dictadores de Zimbabwe y Bielorrusia comparte el campeonato mundial de la violencia de Estado, propone que haya paz. Su cara de circunstancias, una de "muchacho regañao", ilustra la mala gana conque asume el rol de pacifista. No es a uno el civil a quien le habla. No es a uno el desarmado a quien propone respeto. Es a quienes finalmente les han dicho que esto no puede ser. Que estas elecciones con un árbitro electoral bajo su voluntad, unos recursos de Estado puestos descaradamente al servicio de una pregunta anticonstitucional y unos poderes públicos sumisos al Ejecutivo, no son elecciones, sino un auténtico adefesio. Lo peor es que aún así estas elecciones él las pierde, y que si desconoce su derrota cual ya lo ha pretendido en ocasiones anteriores, la mayoría, con los estudiantes al frente, no se la va a calar. Que esos muchachos cogerán la calle y arrastrarán a la sociedad civil, y en esa coyuntura las armas de la república, estén en manos regulares o irregulares, no pueden ser usadas contra pacíficos compatriotas desarmados.

Las armas de la república son el casus belli. No es fácil decírselo sin incurrir en irrespeto. Si aceptamos su versión de que él no sabía de los grupos irregulares y sus andanzas, asumimos que nos gobierna un lunático que como el marido engañado es el último en enterarse de lo que pasa en casa. Y si nos negamos a creer que haya ocurrido sin su consentimiento este reparto de armas entre un creciente ejército de irregulares, sobre el cual la prensa viene hablando desde hace años, le estamos llamando mentiroso.

¡Alerta! No es nada más "La Piedrita". Desde hace tiempo la señora Ron viene protestando públicamente porque el Ejército regular –como estará la cosa que debemos adjetivarlo- estorba el desarrollo de un ejército paralelo, con el cual ella ha convivido y cuyas características amorosamente ella describe. Ese ejército paralelo ya está emplazado, con armas de la república, en lugares donde puede coordinar su acción con la hermana guerrilla colombiana. Esta fuerza armada paralela pronto asumirá a plenitud su rol como brazo armado de la revolución.

Si a esta distorsión de pesadilla no podemos llamarla un problema de fondo, todavía hay hechos que merecen así ser considerados. Como dijo "el caballero" a quien acusa de querer colgarlo con la cabeza para abajo*, primero en mencionar eso de las armas de la república puestas en manos de malandrines y forajidos, el odio sembrado imagínense por quién nos convierte en nación dividida, por tanto en situación de inferioridad cuando tiene pendiente una legítima e irrenunciable reclamación territorial sobre el Esequivo y un diferendo crónico sobre aguas territoriales con Colombia, nación ésta que unida sabe defender sus intereses y sabiamente aprovecha cada debilitamiento de esos que las rencillas internas causan a Venezuela, para en ese momento replantear el caso y salirse con la suya. ¿Puede alguien discutir que este problema real es más importante que la coronación del delirio personal de un muchacho latinoamericano con la cabeza llena de basura, empeñado en fundar una monarquía que sería de opereta, pero también absoluta y hereditaria, como la del paradigma cubano?

Por donde llegamos al gran problema, ése que atañe ya no sólo al estamento cuya desazón obliga a proponer esta paz a regañadientes, sino a cada venezolano con aunque sea un mínimo sentido de la dignidad nacional y personal: el objetivo de convertir a Venezuela en el reemplazo de una Cuba fidelista que vive días postreros. Arteramente, usando el disimulo y cegando a los humildes con el odio venenoso que ha sembrado entre compatriotas, Hugo Rafael Chávez Frías ha ido avanzando en la conquista de ese objetivo inaceptable de montar en Venezuela un régimen como el actual de Cuba. A conciencia de sus significados utilizo las palabras artería y disimulo, porque Chávez no plantea de una vez un referendo sobre si queremos o no ser un país como la Cuba de Fidel, sino que con artería y disimulo nos va llevando a esa horrible e inaceptable perspectiva que, de ser propuesta de manera leal, según todas las encuestas sería, más que rechazada, abominada por no menos de un 90% de los venezolanos.

Cierto que una proposición de paz no puede ser desestimada, ni aún cuando sabemos que el proyecto malvado no llegará a cumplirse porque, como Uslar se lo dijo, "es inviable". Lo es por anacrónico, por insensato, por malvado, por canalla, por estúpido, por absurdo, porque para quitarnos la dignidad, la libertad y la Patria los del ejército irregular tendrían que matarnos a la mitad de los venezolanos. Esta paz a regañadientes se propone como Rudolf Hess y Karl Dönitz la propusieron cuando ya era inocultable que el Tercer Reich estaba condenado. Pero aún así hay que escucharla, porque no se trata de una paz difícil entre enemigos naturales sino la reconciliación entre compatriotas, urgente de realizar antes de que el choque se produzca y nos convierta en un país dividido como España en y después de su guerra civil.

Viniendo de quien viene, cabe sospechar que esta paz sea una nueva artería. Para ser sincera, esta paz debe incluir un desmontaje de todo el aparato paramilitar, un cambio diametral en la política de colaboración con el enemigo –que son las guerrillas colombianas-, un deslinde con el proyecto guerrerista de dominación mundial desarrollado por el fundamentalismo pseudo-islámico, una renuncia demostrada en la práctica a gobernar más allá del año 2013 –aunque al chavismo debe respetársele el derecho a ejercer plenamente sus derechos políticos dentro del marco de democracia y libertad-, el retiro de toda representación extranjera abierta o encubiertamente política -sea cubana, estadounidense, islámica o europea-, un restablecimiento pleno de los derechos humanos con autonomía de los poderes públicos. En fin, ser un país civilizado en medida aún mayor de lo que fuimos durante la ciertamente degenerada Cuarta República, donde, por ejemplo, sí hubo una dependencia de los poderes Legislativo y Judicial al capricho del Poder Ejecutivo. (Eso no pueden discutirlo dirigentes adecos y copeyanos, pues todos lo gozaron y lo sufrieron).

El párrafo anterior pudiera parecer una rendición incondicional del chavismo, puesto que en esencia se le exige renunciar a la tentación totalitaria expresa desde el momento en que pregona como objetivo suyo una sociedad como la actual cubana. Pero en modo alguno sería una rendición del chavismo, sino de un iluso de apellido Chávez y unos cuantos aprovechadores que con una esperpéntica coartada ideológica se enriquecen en posiciones privilegiadas dentro de un sistema anacrónico. Óigase bien: la cubanización de Venezuela no es una aspiración del chavismo, sino de un enajenado histórico llamado Hugo Chávez. La rebelión contra la Cuarta República no pretendió cambiar Venezuela por Cuba. Ni siquiera fue esa la proposición conque Chávez ganó las elecciones de 1998. La renuncia al protagonismo delirante alcanzado por métodos totalitarios, para concentrarnos en la reconciliación nacional que permita un esfuerzo de todos para alcanzar una prosperidad económica verdaderamente distribuida, es un objetivo que sólo puede disgustar a quienes han usado el odio y la división como instrumento político, sin reparar que ese vitriolo puede disolver hasta la nacionalidad.

En fin, que la paz es un desideratum colectivo y nos abriría un horizonte de posibilidades. Una paz que comience ya con las condiciones, por cierto lógicas y honorables, de respeto mutuo que arriba enumeramos. Una paz para todos los venezolanos, a ver si sobre ella construimos un país civilizado en este campamento minero que nos legaron los libertadores.



* Me pregunto si Hugo Chávez padece algún trastorno de percepción que le impide entender lo que dije cuando hice la analogía entre él y Mussolini, o es que arteramente sigue usando ese recurso para mantener el interdicto que limita mi presencia en la televisión. Su insistencia en esa mentira cuando hizo su sorprendente proposición de paz más bien pareciera parte de su discusión con el estamento que le exige restablecer la unidad entre los venezolanos. En todo caso, no tiene "ese caballero" derecho a acusarme de incitar al magnicidio. Mis palabras textuales aquel día de octubre cuando por última vez visité "Aló, Ciudadano" son expresamente preventivas sobre lo que puede pasar en Venezuela si se profundiza el abismo que Chávez quiere abrir entre quienes le siguen y quienes le adversan. Cualquiera puede entender que mostré una posibilidad horrible de la cual debemos alejarnos. Mi prédica desde hace años ha sido sobre la necesidad de lo que textualmente llamé un Gran Acuerdo Nacional (GAN) para construir un país civilizado en este campamento minero que nos legaron los libertadores. Acuerdo que no sería posible con el trauma de un atentado político, sean quienes sean el autor y la víctima.

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  Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta


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