La ofensiva del miedo desplegada
por Chávez en el mes de enero ha tenido el efecto práctico
de distorsionar las encuestas por inhibición de los
encuestados, quienes prefieren conservar in pectore su
verdadera intención de voto.
Sobre el papel, tres de las principales encuestadoras
muestran ganando al NO y dos al SÍ por una ventaja muy
estrecha. Los dos bandos, comenzando por Chávez, prefieren
hablar de "empate técnico", en previsión de que alardear
anticipadamente de victoria provocaría el triunfalismo y por
tanto la desidia de sus electores.
El principal esfuerzo de los dos es movilizar a sus
electores. En este sentido el Gobierno tiene ventaja, por la
aplicación abierta de los recursos del Estado en la
movilización de sus votantes y la ayuda del CNE, que ha
ignorado el ventajismo oficial y aprobado todas las normas
que pueden facilitarlo. El uso del miedo incluye la presión
directa sobre los electores en los barrios y la vigilancia
de los empleados públicos. La Oposición ha fallado en cuanto
a informar sobre la secretividad del voto y en su
resistencia a medidas aprobadas por el CNE como la de que
personas perfectamente hábiles para decir Sí o NO voten
acompañadas por activistas destacados por el Régimen en los
centros de votación.
Los analistas no encuentran explicación lógica, política o
matemática a la señal de que entre el 15 de diciembre y el
15 de enero la ventaja inter-encuestas de un 13% que llevaba
el NO se haya reducido a un 4%, cuando todos los hechos
ocurridos en ese lapso fueron más bien desfavorables al
Régimen. Pero tampoco pueden ignorar que esta tendencia está
registrada en las seis encuestas consideradas principales.
También encuentran extraño que en un ambiente de violencia
como el creado por el Régimen, en el cual debe aumentar la
tendencia a no responder o responder "no sabe", esa
respuesta indecisa casi ha desaparecido. Cabría suponer que
la campaña de terror ha tenido por lo menos dos efectos:
uno, cambiar la decisión de voto en ciudadanos que
íntimamente se oponen a la reelección indefinida pero temen
expresarla en las urnas; dos, hacer que personas más
cautelosas que atemorizadas se declaren electores del SÍ
cuando piensan votar NO. El hecho es que, bajo la actual
atmósfera de terror, al SÍ habría que hacerle un descuento.
Son protuberantes las discrepancias inexplicables de las
encuestas entre sí y de estas con la lógica. Así ocurre con
el número de indecisos, que en alguna casi desaparecen
mientras en otra igualmente calificada pasan del 20%.
Otro elemento que erosiona la realidad del SÍ es la
relativamente elevada cantidad de chavistas que según las
encuestas no están de acuerdo con la reelección indefinida.
Esto se revela en las respuestas a preguntas como la de si
usted opina que "no es bueno que un presidente se reelija
indefinidamente porque eso le cierra la oportunidad a gente
nueva". Más del 70% considera que la reelección impide el
paso a la gente nueva y sólo 20% considera que no es
obstáculo, con 10% de indecisos. En la realidad, todo
concejal aspira a ser alcalde, todo alcalde a ser gobernador
y varios gobernadores o líderes regionales quieren ser algún
día candidatos presidenciales del PSUV sin que Chávez se les
atraviese. Esto es claramente cierto en los casos de
Diosdado Cabello (Miranda), Henry Falcón (Lara) y "El Gato"
Briceño (Monagas), entre otros. Lo natural es que los
adictos a estos líderes disimulen su decisión de voto. De
hecho, en un estado de tanto peso como Lara, el NO le gana
al SÍ por tanta ventaja que decide la inclinación de toda la
región Centro-Occidental, cuando el gobernador, Henry
Falcón, tiene una aprobación del 70%. En Miranda y Monagas
se observa un cuadro semejante.
Todo lo anterior impide afirmar quién será el ganador,
aunque neteando las encuestas el analista pueda pronunciarse
un tímido NO. El resultado final está pendiente de tres
factores. El primero es la capacidad de cada uno para llevar
sus electores a las urnas. En esto él Gobierno lleva la
ventaja del uso de recursos públicos y la conocida pereza
política de la clase media opositora. Después está la
intimidación de los representantes de mesa opositores por
parte de bandas chavistas y de los efectivos militares,
escogidos entre los oficiales pro-gobierno, que intervienen
en el proceso cuando esa no es su función. El tercero son
las conocidas vacilaciones de los políticos en las horas
finales de cada domingo electoral, cuando solamente la
presión de los estudiantes y la resistencia de los militares
a reprimir manifestaciones ciudadanas, puede impedir que
Chávez imponga su aritmética a un sometido Consejo Nacional
Electoral.
Como en mayor o menor medida ocurre en todos los países
atrasados, estas elecciones dependerán del coraje de la
clase media, la presencia de ánimo de los políticos y la
manera como los militares pesen en un platillo las prebendas
del jefe y en el otro la experiencia de sus colegas de
Argentina y Chile.
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Artículo publicado originalmente en el diario El
Nuevo País |