Las encuestas de la segunda
semana de enero sorprendieron a los observadores que
esperaban posiciones estables en la intención de voto de los
venezolanos, presunción lógica en un país profundamente
polarizado. La ventaja de 14 puntos (52 a 38) que el NO
mostraba antes de Navidad se convirtió en desventaja de 4
puntos después de Reyes. ¿Cómo pudo ocurrir un cambio tan
brusco? Los analistas no le encuentran sentido y los
matemáticos lo consideran anti-científico. Pero eso es lo
que dicen las encuestas.
Curiosamente, la Oposición pareció más contenta que el
Gobierno con estos números adversos. Se dedicó, eso sí, a
movilizar a sus electores para que concurran a votar el 15F
y a endurecer los cuadros que cuidarán sus votos en las
mesas. En cambio, el oficialismo difundió la interpretación
de que esos resultados indican un empate técnico.
Los matemáticos que colaboran con este cronista –todos de
primerísima línea- no vacilan en sostener que la oscilación
de 14 puntos –o 18, según se mida- en menos de un mes,
resulta extraña a la especialidad estadística. Señalan
protuberantes inconsistencias aritméticas y hasta
contradicciones al cruzar los números de las encuestas. Por
otra parte, recuerdan que un sacudón de tal naturaleza sólo
se produce por un acontecimiento de gran magnitud. Por
ejemplo, la bomba en el Metro de Madrid -marzo de 2004, tres
días antes de las elecciones que dieron el poder al PSOE. El
PP llevaba una ventaja cómoda cuando los 191 muertos y 1.858
heridos de la Estación Atocha aterraron a los españoles. A
un porcentaje de "pasotas" –así llaman allá a quienes a la
vida sólo piden "pasarlo bien"- le asustó la línea dura del
PP ante los terroristas de la ETA y prefirió la blandura del
PSOE. Fue así como, para su propia sorpresa, Zapatero se
encontró, de la noche a la mañana, Jefe de Gobierno. Otro
hecho que determinó un vuelco en la opinión pública
comparable al que las encuestas marcan en la Venezuela de
los últimos días fue la tragedia de las Torres Gemelas en
Nueva York (septiembre de 2001), la cual permitió a Bush
adelantar su política guerrerista.
Los matemáticos tienen calculado el efecto que eventos y
accidentes pueden tener sobre la intención de voto. Manejan
porcentajes aplicables a hechos como las bombas oficialistas
contra la Sinagoga de Maripérez y la Nunciatura Apostólica,
el asalto de bandas fascistas a la celebración aniversaria
de Bandera Roja y las manifestaciones estudiantiles, y otros
hechos de igual naturaleza. Son tablas tentativas, apoyadas
en los modelos de reacción matemáticamente conocida en la
opinión pública. Así dicen que la aplicación de métodos
nazi-fascistas como la vandalización de la Sinagoga puede
significar hasta un 2% de pérdida para el chavismo o que la
reunión de dirigentes opositores en Puerto Rico puede
haberle causado a ese sector un perjuicio de más o menos 1%.
Estos métodos de credibilidad aproximada son tan válidos
como las correcciones que se aplican para compensar la
inevitable insinceridad de los electores de clases pobres o
los empleados públicos, vulnerables a presiones, que no
siempre dicen la verdad cuando el encuestador pregunta si
están a favor o en contra del Régimen.
Si para los matemáticos este salto de 14% en tres semanas
resulta fuera de su alcance científico, para los analistas
políticos resulta aún más forzado. No encuentran razón para
que aquello que el 22 de diciembre estaba 52% por el NO y
38% por el SÍ, veinte días después, el 12 de enero –cuando
empezó el trabajo de campo-, estuviera 48% por el NO y 52%
por el SÍ. Entre Navidad y Reyes aquí no pasó nada que pueda
compararse con la bomba en el Metro de Madrid o el atentado
de las Torres Gemelas. Más bien se produjeron imprudencias
verbales de un presidente agotado por el exceso de trabajo,
hechos vandálicos que alejan el voto de izquierda al marcar
al chavismo con el signo de la svástica, abierto uso de los
recursos de poder –lo cual en política indica desesperación
en el oficialismo-, y los primeros efectos de una crisis
económica ya reflejada en desempleo y hambre.
En todo caso y si hemos de acatarlas, las encuestas lo que
indican es una volatilidad de la opinión que ni la Oposición
ni el Gobierno saben exactamente cómo manejar. Hasta los
astrólogos, a quienes no se puede ignorar puesto que la
mayoría de los líderes oficialistas siguen sus indicaciones,
salen del paso con un dictamen según el cual los planetas
andan en contradicciones que impiden una interpretación
firme. (Por cierto, esos astrólogos dicen que habrá
Constituyente y que Chávez no pasa del 2010... Según ellos).
En la práctica, tanto la Oposición como los continuistas
prefieren hablar del "empate técnico", el cual les protege
de un triunfalismo promotor de la temida abstención.
Combinando consideraciones matemáticas, analíticas y
astrológicas, más algo de su propia experiencia y cosecha,
este cronista percibe que el NO tiene una mayoría pero que
esa ventaja dependerá de factores tan difíciles de
cuantificar como el miedo y el medio. El miedo de los
electores modestos y los empleados públicos a las
retaliaciones de que les pueda hace víctimas un Régimen cuya
amoralidad no tiene comparación ni precedente, y el apenas
medio representante que la Oposición tiene en un Consejo
Electoral donde el Gobierno tiene 4 representantes y medio.
Estos factores -el miedo más la debilidad de la Oposición en
y frente al CNE, se combinan cuando el CNE extiende el
tiempo de votación hasta entrada la noche –antes, el
Gobierno tuvo la precaución de cambiar la hora para que
anocheciera más temprano-, y permite que los electores estén
acompañados, más bien vigilados, en el acto, que no puede
ser más sencillo, de escoger entre un SÍ y un NO
diferenciados además por colores. O sea, que el asistido
tiene que ser a un tiempo analfabeto y daltónico para
necesitar tan sospechosa compañía.
Para no ocultar información debemos registrar que son muy
inquietantes los antecedentes de los partidos y
personalidades de oposición en el manejo de estos
parámetros. En diciembre del 2006, la voluntad del candidato
opositor se quebró después que con él se encerraron
conspicuas personalidades que corretean entre los partidos y
Miraflores. En diciembre de 2007, para que Chávez aceptara
la derrota en el mismo intento de perpetuarse contenido en
la actual pregunta, fue necesaria la movilización de los
estudiantes combinada con la negativa castrense a cohonestar
un fraude. El 23 de noviembre pasado, los mismos
intermediarios debilitaron la voluntad de lucha democrática
con sus predicciones pesimistas –decían que la Oposición
sólo ganaría en Zulia, Carabobo y Nueva Esparta.
Esas conductas cautelosas pueden explicarse por alguna
estrategia de avanzar tascando el freno para no provocar
reacciones extremas del poder. En todo caso, son hechos, y
se citan sólo para que no se adopten como un patrón de
conducta. Ahora la Oposición está clara en que estas
elecciones se deciden en las mesas. La calculada violencia
oficialista busca inhibir a los representantes de mesa,
agudizando el fenómeno de elecciones anteriores, cuando la
Oposición ganó o perdió con márgenes lógicos en los centros
poblados, donde el vandalismo es más difícil, pero perdió en
proporciones increíbles en aledaños, aldeas y áreas rurales
donde el Gobierno se despacha y se da lo vuelto. Parece
escasa la propaganda sobre la secretividad del voto, que
esta vez se ve amenazada por los acompañantes que vigilarán
el voto de empleados públicos y la comodidad de la clase
media donde la Oposición recluta la mayoría de sus testigos.
Como contribución al "qué hacer", nada más les transfiero la
airada expresión de una vigorosa dama a quien escuché en
Caripe decir que "Esos votos tenemos que defenderlos como
tigras paridas".
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Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta |