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La hora de las tigras paridas
por Rafael Poleo
viernes, 6 febrero 2009


Las encuestas de la segunda semana de enero sorprendieron a los observadores que esperaban posiciones estables en la intención de voto de los venezolanos, presunción lógica en un país profundamente polarizado. La ventaja de 14 puntos (52 a 38) que el NO mostraba antes de Navidad se convirtió en desventaja de 4 puntos después de Reyes. ¿Cómo pudo ocurrir un cambio tan brusco? Los analistas no le encuentran sentido y los matemáticos lo consideran anti-científico. Pero eso es lo que dicen las encuestas.

Curiosamente, la Oposición pareció más contenta que el Gobierno con estos números adversos. Se dedicó, eso sí, a movilizar a sus electores para que concurran a votar el 15F y a endurecer los cuadros que cuidarán sus votos en las mesas. En cambio, el oficialismo difundió la interpretación de que esos resultados indican un empate técnico.

Los matemáticos que colaboran con este cronista –todos de primerísima línea- no vacilan en sostener que la oscilación de 14 puntos –o 18, según se mida- en menos de un mes, resulta extraña a la especialidad estadística. Señalan protuberantes inconsistencias aritméticas y hasta contradicciones al cruzar los números de las encuestas. Por otra parte, recuerdan que un sacudón de tal naturaleza sólo se produce por un acontecimiento de gran magnitud. Por ejemplo, la bomba en el Metro de Madrid -marzo de 2004, tres días antes de las elecciones que dieron el poder al PSOE. El PP llevaba una ventaja cómoda cuando los 191 muertos y 1.858 heridos de la Estación Atocha aterraron a los españoles. A un porcentaje de "pasotas" –así llaman allá a quienes a la vida sólo piden "pasarlo bien"- le asustó la línea dura del PP ante los terroristas de la ETA y prefirió la blandura del PSOE. Fue así como, para su propia sorpresa, Zapatero se encontró, de la noche a la mañana, Jefe de Gobierno. Otro hecho que determinó un vuelco en la opinión pública comparable al que las encuestas marcan en la Venezuela de los últimos días fue la tragedia de las Torres Gemelas en Nueva York (septiembre de 2001), la cual permitió a Bush adelantar su política guerrerista.

Los matemáticos tienen calculado el efecto que eventos y accidentes pueden tener sobre la intención de voto. Manejan porcentajes aplicables a hechos como las bombas oficialistas contra la Sinagoga de Maripérez y la Nunciatura Apostólica, el asalto de bandas fascistas a la celebración aniversaria de Bandera Roja y las manifestaciones estudiantiles, y otros hechos de igual naturaleza. Son tablas tentativas, apoyadas en los modelos de reacción matemáticamente conocida en la opinión pública. Así dicen que la aplicación de métodos nazi-fascistas como la vandalización de la Sinagoga puede significar hasta un 2% de pérdida para el chavismo o que la reunión de dirigentes opositores en Puerto Rico puede haberle causado a ese sector un perjuicio de más o menos 1%. Estos métodos de credibilidad aproximada son tan válidos como las correcciones que se aplican para compensar la inevitable insinceridad de los electores de clases pobres o los empleados públicos, vulnerables a presiones, que no siempre dicen la verdad cuando el encuestador pregunta si están a favor o en contra del Régimen.

Si para los matemáticos este salto de 14% en tres semanas resulta fuera de su alcance científico, para los analistas políticos resulta aún más forzado. No encuentran razón para que aquello que el 22 de diciembre estaba 52% por el NO y 38% por el SÍ, veinte días después, el 12 de enero –cuando empezó el trabajo de campo-, estuviera 48% por el NO y 52% por el SÍ. Entre Navidad y Reyes aquí no pasó nada que pueda compararse con la bomba en el Metro de Madrid o el atentado de las Torres Gemelas. Más bien se produjeron imprudencias verbales de un presidente agotado por el exceso de trabajo, hechos vandálicos que alejan el voto de izquierda al marcar al chavismo con el signo de la svástica, abierto uso de los recursos de poder –lo cual en política indica desesperación en el oficialismo-, y los primeros efectos de una crisis económica ya reflejada en desempleo y hambre.

En todo caso y si hemos de acatarlas, las encuestas lo que indican es una volatilidad de la opinión que ni la Oposición ni el Gobierno saben exactamente cómo manejar. Hasta los astrólogos, a quienes no se puede ignorar puesto que la mayoría de los líderes oficialistas siguen sus indicaciones, salen del paso con un dictamen según el cual los planetas andan en contradicciones que impiden una interpretación firme. (Por cierto, esos astrólogos dicen que habrá Constituyente y que Chávez no pasa del 2010... Según ellos). En la práctica, tanto la Oposición como los continuistas prefieren hablar del "empate técnico", el cual les protege de un triunfalismo promotor de la temida abstención.

Combinando consideraciones matemáticas, analíticas y astrológicas, más algo de su propia experiencia y cosecha, este cronista percibe que el NO tiene una mayoría pero que esa ventaja dependerá de factores tan difíciles de cuantificar como el miedo y el medio. El miedo de los electores modestos y los empleados públicos a las retaliaciones de que les pueda hace víctimas un Régimen cuya amoralidad no tiene comparación ni precedente, y el apenas medio representante que la Oposición tiene en un Consejo Electoral donde el Gobierno tiene 4 representantes y medio. Estos factores -el miedo más la debilidad de la Oposición en y frente al CNE, se combinan cuando el CNE extiende el tiempo de votación hasta entrada la noche –antes, el Gobierno tuvo la precaución de cambiar la hora para que anocheciera más temprano-, y permite que los electores estén acompañados, más bien vigilados, en el acto, que no puede ser más sencillo, de escoger entre un SÍ y un NO diferenciados además por colores. O sea, que el asistido tiene que ser a un tiempo analfabeto y daltónico para necesitar tan sospechosa compañía.

Para no ocultar información debemos registrar que son muy inquietantes los antecedentes de los partidos y personalidades de oposición en el manejo de estos parámetros. En diciembre del 2006, la voluntad del candidato opositor se quebró después que con él se encerraron conspicuas personalidades que corretean entre los partidos y Miraflores. En diciembre de 2007, para que Chávez aceptara la derrota en el mismo intento de perpetuarse contenido en la actual pregunta, fue necesaria la movilización de los estudiantes combinada con la negativa castrense a cohonestar un fraude. El 23 de noviembre pasado, los mismos intermediarios debilitaron la voluntad de lucha democrática con sus predicciones pesimistas –decían que la Oposición sólo ganaría en Zulia, Carabobo y Nueva Esparta.

Esas conductas cautelosas pueden explicarse por alguna estrategia de avanzar tascando el freno para no provocar reacciones extremas del poder. En todo caso, son hechos, y se citan sólo para que no se adopten como un patrón de conducta. Ahora la Oposición está clara en que estas elecciones se deciden en las mesas. La calculada violencia oficialista busca inhibir a los representantes de mesa, agudizando el fenómeno de elecciones anteriores, cuando la Oposición ganó o perdió con márgenes lógicos en los centros poblados, donde el vandalismo es más difícil, pero perdió en proporciones increíbles en aledaños, aldeas y áreas rurales donde el Gobierno se despacha y se da lo vuelto. Parece escasa la propaganda sobre la secretividad del voto, que esta vez se ve amenazada por los acompañantes que vigilarán el voto de empleados públicos y la comodidad de la clase media donde la Oposición recluta la mayoría de sus testigos. Como contribución al "qué hacer", nada más les transfiero la airada expresión de una vigorosa dama a quien escuché en Caripe decir que "Esos votos tenemos que defenderlos como tigras paridas".

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  Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta


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