La crisis de Honduras, un
pequeño país latinoamericano agobiado por la injusticia, la
pobreza y la confusión política, está poniendo en evidencia
la inutilidad de la Organización de Estados Americanos en su
versión actual. Todo un entramado de hipocresía ha quedado a
la vista: la doble y triple moral de los gobiernos que la
integran, la debilidad ética de su burocracia. No se puede
creer en la OEA tal como está. O se la reforma o se le da la
espalda. Como no hay acuerdo para reformarla -en la América
de hoy no hay acuerdo para nada-, se terminará por no
hacerle más caso.
La mayoría de los regímenes del área han reaccionado con
pánico. El espectáculo es el del gallinero donde ha entrado
un zorro. Se desató el temor de la clase política al
estamento militar. Ese temor es la clave de toda conducta
política en Centroamérica y el Cono Sur, sin excluir
totalmente al resto. Aquí los políticos viven temerosos de
perder otra vez el poder formal que se les fue de las manos
en los años setenta, cuando lo dejaron caer en el arroyo, de
donde lo recogieron los militares. (Esto no lo digo yo. Lo
dijo Betancourt en un congreso de la Internacional
Socialista realizado en Caracas en 1975, cuando las Fuerzas
Armadas estaban asumiendo el poder en países claves: No
siempre los militares asumen el poder por ambición y
codicia. Con frecuencia ocurre que lo recogen del arroyo
donde lo dejaron caer los políticos. Palabras más palabras
menos, eso dijo allí Rómulo en un análisis invocable igual
por Chávez que por Pinochet).
Frente al derrocamiento de Zelaya cada uno ha reaccionado de
acuerdo a sus intereses. Europa lo condena porque los
empresarios del Viejo Continente apoyan cualquier movimiento
anti-yanki en América, democrático o no, con tal de que les
abra la posibilidad de reconquistar estos mercados de donde
hace más de un siglo los echó Teodoro Roosevelt. España y
Francia les venden el alma al diablo con tal de colocar unos
avioncitos o unos tanqueros. En cuanto a los burócratas de
la OEA, se movilizan de acuerdo a los dos parámetros que
condicionan su existencia. En primer lugar, los votos de
gobiernos de los cuales dependen sus cambures. En segundo
lugar, sus obligaciones con Don Regalón, personaje que cada
tanto les arrima la canoa. Es que las jubilaciones de esos
organismos internacionales no alcanzan para retirarse en
Palm Beach.
La alharaca no durará mucho. Cuando se analicen los hechos
podrá verse que la analogía es con la destitución de Carlos
Andrés Pérez en 1993. Una destitución del jefe del Ejecutivo
ordenada por los otros dos poderes -Judicial y Legislativo-,
cuando el jefe del Ejecutivo viola la Constitución para
eternizarse en la presidencia. Los militares cuidan de
aparecer como obedientes ejecutores del superior mandato
civil, desapareciendo pronto de la escena. Diga la Unión
Europea, diga el Cono Sur, si son o no son independientes y
si son o no son poderes los tres poderes del Estado
democrático.
Lo del bloqueo diplomático es estúpido. ¿Qué puede
importarle a un pequeño país la interrupción de sus
relaciones internacionales? Así ahorrará en esa cosa inútil
que el cuerpo diplomático representa en estos tiempos cuando
los diplomáticos no tienen acceso a las fuentes de
información que sí domina la gran prensa y las
comunicaciones entre gobernantes son directas e
instantáneas. No hay embajador latinoamericano capaz de
elaborar un informe más sólido que el que “The Economist”
publica cada semana, ni presidente que utilice algo distinto
del teléfono cuando quiere hablar algo importante con uno de
sus homólogos. En cuanto al bloqueo económico, es inocuo
además de inmoral. Para superar el trance, la mínima
economía hondureña no necesita más de 500 millones de
dólares, suma modestísima si se considera lo que está en
juego, que es mucho más que Honduras. Eso se le hará llegar
en tres o cuatro triangulaciones, y nadie lo sabrá.
Colombia, México y Brasil harán el trabajo. El Banco Mundial
no interrumpirá la ayuda. La OEA se pondrá en evidencia si
ordena (¿?) bloquear comercialmente a un gobierno
transitorio que convocará a elecciones dentro de cinco
meses, cuando acaba de suspender el bloqueo a una sórdida y
criminal tiranía donde las elecciones consisten en marcar el
nombre de éste o aquél camarada en la única lista de un
único partido. ¡Vamos a respetarnos, coño!
Ver a Chávez invocando la Carta Interamericana es el
espectáculo más divertido en este rincón del planeta donde
la política desde hace tiempo es un festival bufo. Tanto más
si le hacen caso en una comunidad de naciones que
descaradamente ha ignorado esa Carta cuando quien
sistemáticamente la viola es el régimen que les regala
petróleo y les compra bonos chimbos. O sea, que para la
causa democrática no sólo es bueno que a Zelaya le pararan
el trote en su maniobra reeleccionista -ése es el meollo del
problema-, sino que a propósito del incidente se exhiban
estas pústulas y así se desmitifiquen los gavirias, los
inzulsas y toda esa fauna de traficantes inmorales, ociosos
profesionales, pomposos chulos profesionales de carrera, que
medran enquistados en los organismos internacionales.
Chávez, quizás por indicación de los hermanos Castro, se ha
dado cuenta de que la discusión le perjudica. Por eso no
acompaña a Zelaya en el acto de su entrega a las autoridades
hondureñas que le juzgarán. Sabe que él es el punto débil de
Zelaya. Si a Honduras se le llega a lo hondo, aparecerá la
ingerencia venezolana en Centro América. ¿Esa vaina no será
una trampa del Imperio? De repente Lula y Bachelet, los dos
apoyos con fuerza moral, dicen: “Ah…Yo no sabía eso…”. Mejor
hablamos de otra cosa. Pero los hondureños no dejarán que el
Insulza les cambie la conversación. Mientras analizan la
constitucionalidad de la medida pasarán los meses que faltan
para las elecciones de noviembre y en la discusión que está
planteada saldrá a la luz la intervención de Chávez en toda
Centro América. México, Brasil y Chile se retirarán del
ruedo -los demás son monte y culebra.
Como todo es agua para el molino de Dios, la sombra
amenazante de Chávez, que su utilidad tiene, obligará a la
clase dominante hondureña a compartir el pan con los pobres
de ese país, que son demás. Eso está en la línea de Obama.
Al fin de la película, sin justicia social no habrá
democracia, lo cual nunca debe olvidarse.
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Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta |