La
reunión de productores de petróleo con la cual Arabia
Saudita supuestamente trató de tranquilizar el mercado
petrolero, ha tenido un efecto contraproducente. No podía
ser de otro modo. Arabia Saudita lo sabía, pero quiso ser
cortés con Occidente.
Cualquier aumento es irrisorio
frente al alza intajable del consumo. Nadie podrá evitar que
cada chino y cada indio –o indú- quiera un carro si cada
americano de Oklahoma tiene tres. Además, la venta de esos
carros es lo que mueve el empleo y el consumo; o sea, la
economía. Los mercados lo entendieron así, y por eso al día
siguiente de anunciarse tal aumento de la oferta los precios
en vez de bajar subieron.
Por supuesto que Arabia Saudita
conoce la verdad: el petróleo se está acabando, físicamente.
No importa las cifras de reservas y producción que se
exhiban. Llegó el momento previsto por la Agencia Mundial de
la Energía en un informe discreto sobre el cual escribimos
un péndulo hace cuatro o cinco años. Según ese informe, para
el año 2010 el petróleo será insuficiente para mantener en
movimiento la maquinaria del mundo industrializado.
Independientemente de que no sea
un país democrático –no tiene que serlo, puesto que es
islámico y el islamismo es teocrático-, Alá bendijo a la
Arabia Saudita no tanto con petróleo cuanto con una clase
dirigente preparada y responsable. En medio del desierto han
desarrollado una economía diversificada y proporcionado a su
pueblo un bienestar fundamentado, estable. Las de la
Península Arábiga son naciones civilizadas según el hermoso
patrón árabe, que no es el de la destructiva Hezbolla amada
por Hugo. Dan trabajo bien remunerado y seguridad social y
personal no sólo a su pueblo, sino a quienes de todo el
mundo van a trabajar allí, desde expertos petroleros
venezolanos expulsados por la fauna que infectó PDVSA hasta
obreros llegados de todos los rincones de Asia y África.
Bien diferente a los países petroleros salvajes, como
Nigeria y Venezuela, a los cuales caudillejos de
correspondiente condición han hecho perder la oportunidad
que evidentemente no merecían.
Venezuela, nación cuyos
habitantes creen que los políticos inmorales, las reinas de
belleza y los tenientes coroneles raspados en el Curso de
Estado Mayor tienen la sabiduría necesaria para gobernar,
conserva la protección divina, no obstante sus modestísimos
merecimientos. Es el caso que justo cuando el petróleo se
está acabando, Venezuela vive bajo un régimen que, gracias a
su ignorancia en esta y otras materias, no sabe extraer
petróleo. Es así como éste commodity cada vez más precioso y
preciado, permanece en el vientre de la Tierra. Allí estará
cuando la pesadilla pase y el sol brille de nuevo. En esas
reservas, en el gas del cual nuestra costa está preñada, y
en la orimulsión –salvada también por la providencial
ignorancia-, estará el financiamiento para construir una
nación justa y soberana en este campamento minero que nos
legaron los libertadores. Alá nos dé vida para verlo.
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Artículo publicado originalmente en el diario El
Nuevo País |