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Venezuela, país arruinado
por Rafael Poleo
viernes, 25 abril 2008


El desmantelamiento de la economía venezolana es ya una realidad incontenible e irreversible. Quedará como el resultado más importante de la irresponsabilidad de los venezolanos cuando en 1998 eligieron Presidente de la República a un ciudadano que proclamaba ignorar hasta lo más elemental de cuanto debe saber un Jefe de Estado y de Gobierno.

Esto quiere decir que Venezuela se irá convirtiendo en un país de quinta categoría a los efectos prácticos, humanos, de vida. La escasez llegará a niveles cubanos y, en muchos rubros, hasta africanos. Quien haya estudiado con seriedad el tema convendrá en que estas analogías no son exageradas. Los precios se harán inaccesibles para la mayor parte de la gente. Los pobres harán cola para recibir unos alimentos insuficientes y de calidad tan baja como jamás imaginaron que tendrían que comer. Sufrirán hambre y enfermedades. Vivirán humillados por una realidad cruel en la cual ellos serán la basura -aunque todos los días sus gobernantes, que comerán completo y tendrán a sus hijos viviendo en Europa, les dirán que son los privilegiados de la Tierra porque todos esos sacrificios -impuestos, claro está, por El Imperio- son en aras de una cosa llamada “La Revolución”.

Estas privaciones se reflejarán de inmediato en la apariencia personal de los venezolanos. Volverán a ser esmirriados y andrajosos, como en tiempos de Gómez. Se acabaron esos muchachotes(as) robustos, como son los vástagos del maestro Hugo de los Reyes Chávez, criados por la Cuarta República.

Lo que les digo no está lejos. Mejor dicho, ya está aquí. Puede verse por esas calles. El venezolano de pueblo muestra la gordura fofa de quienes se alimentan de puro carbohidrato. Parecen cubanos. Es el efecto de las harinas de baja calidad substituyendo a las proteínas. Aquí no se come carne, ni aquí, ni aquí. Tampoco leche y ni siquiera huevos. Los jefes chavistas, ellos sí. En los mejores restaurantes no se bajan del Buchanan 18 años con agua Perrier y el asado de tira importado de Nueva Zelandia. Sus mujeres salen de los automercados con esos carritos hasta los topes. Se llevan los mejores cortes de carne importada. Mientras tanto, el pueblo chavista hace cola para comer el pollo insípido de Mercal.

Detesto la palabra culpa. Me suena a Tribunal de la Inquisición, a catolicismo sórdido. (Soy un católico jubiloso, sin temor pero con amor de Dios, convencido de que Él me quiere y me cuida, enseñándome, en primer lugar a portarme bien y a cumplir con mi deber). Pero por más vuelta que le doy no encuentro manera de ignorar que de esta desgracia tiene la culpa mucha gente. No, por cierto, Hugo Rafael Chávez Frías. Es obvio que el ignorante ignora su propia ignorancia. Como ignorante integral de lo que es el Estado y su manejo, mal podía él saber que no sabía. La culpa está en tres sectores. En primer lugar, el liderazgo político y económico de los años noventa que, arrastrado por la vanidad intelectual de los infantes neo-liberales, pretendió cambiar el modelo económico a trancas y barrancas, ignorando la realidad socio-política. (Ese mismo liderazgo demostró ser, además, cobarde, cuando entregó a Chávez las elecciones de 1988 y luego el Congreso Nacional en 1999. Por no hablar de ahora “mesmo”). En segundo lugar, una mayoría electoral estúpida, la misma que se había entusiasmado con una reina de belleza y elegido por segunda vez a un presidente sin los parámetros éticos indispensables para conducir un país. (Esta mayoría electoral pone más cuidado en la elección del botiquín donde se va echar palos el viernes que en la del ciudadano en cuyas manos pondrá el destino de la república). En tercer lugar, un estamento militar que sin creer en el proyecto socialista se ha convertido en único sustento real del grupito que lo promueve, recibiendo -los militares- beneficios inconfesables a cambio de ese apoyo. (Que no son socialistas los militares se transparenta cada vez que uno de ellos tiene que abordar el tema. Los suyos son discursos en la cuerda floja, o de abierto rechazo al modelo cubano, como una vez lo hiciera el ministro Maniglia. Pero ninguno tiene bolas para pararle el trote al muchacho latinoamericano con la cabeza llena de basura que está debilitando a la república al punto de que nos llevará a la pérdida de la soberanía con referencia especial a La Goajira y el Esequivo. Y no hablo de tumbarlo -eso es otra cosa-, sino de hablarle siquiera como cuando lo obligaron a aceptar la derrota del 2 de diciembre pasado).

Como Dios castiga sin palo y sin asador, los venezolanos están viviendo la vida de humillaciones que se compraron en las elecciones de 1998. Unos más que otros. De la culpa exonero al pueblo-pueblo, porque ese siempre lo que ha tenido es hambre y uno se explica que agarre aunque sea fallo. No se puede exonerar igual a los políticos mangasmeadas y a los militares cuánto-hay- pa'-eso. Pero los grandes productores agrícolas están recibiendo su merecido. Y conste que hablo de gente amiga, en cuya casa como y cuyo destino compartí como agricultor “mesmo” hasta que el programa económico de Pérez II, inspirado en las necesidades de los agricultores del Medio Oeste estadounidense y no en la realidad venezolana, me convenció de que José Giacopini Zárraga tuvo razón cuando me dijo que hay tres maneras de arruinarse: “La más rápida, el juego; la más sabrosa, las mujeres; y la más dura, la agricultura”.

Esos productores agrícolas siempre han sido políticamente torpes. Lo sé porque anduve con ellos un trecho largo. Allí me encontraba siempre al hoy gobernador Manuit y a mi muy apreciado el ex ministro y ex embajador Gaviria. Después, cuando se formó el primer gabinete de La Quinta, vimos en él a nombres emblemáticos de la producción agrícola. ¡Había que ser bien ciego! Hoy andan por esas calles en papel de plañideras.

Si Chávez tuviera cuatro dedos de frente, tendería la mano a esos oligarcas del campo. Por cierto que ellos le arrancarían el brazo, según reza la tradición de que ni oligarca ni militar pelean. La razón es muy simple. Ya que estamos usando una palabra tan odiosa y tan generalmente injusta como “culpa”, la desinformación de Chávez tiene la culpa de que no tengamos comida y la poca que hay esté tan cara. Si él leyera algo más que los imbéciles panfletos socialistas, si tuviera una mínima preparación para el cargo, si permitiera a su alrededor algo más que jalabolas, debió, desde antes de ocupar el trono, saber que la humanidad entraba en esta era de escasez que apenas está comenzando. Eso lo leía uno en todas partes. Ante esa perspectiva, había que profundizar en la producción agrícola. No comprando fincas su familia ni repartiendo tierras en producción para entregarlas a campesinos que no podían hacer mas que comerse las vacas y el crédito, sino obligando a esos oligarcas a desarrollar un programa de ampliación productiva de acuerdo a como lo hacen los países que hoy producen comida.

Bueno… Pero la culpa no la tiene el ciego, sino quien le dio el garrote.

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  Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta


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