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Pérez Jiménez y Chávez, diferencias y coincidencias
por Rafael Poleo
jmiércoles, 23 enero 2008


Hugo Chávez debió pensarlo varias veces  y hasta consultar con Fidel Castro antes de ordenar la celebración del quincuagésimo aniversario del derrocamiento de la dictadura perezjimenista. De hecho, en 1998 el actual presidente gestionó el respaldo del ex dictador cuyo derrocamiento ahora celebra. Sobre el tema sostuve entonces una discusión telefónica con el quisquilloso general.  Con la minuciosidad que le era propia, analizó las esperanzas que el teniente coronel generaba y terminó difiriendo su dictamen, aunque dejando un saldo favorable basado en que Chávez demolería el sistema de partidos, que el general, obviamente, detestaba.

Entre las dos figuras históricas se abre la determinante distinción entre la eficacia de Pérez Jiménez y la ineficacia de Chávez. Cierto que el proyecto de país desarrollado por el perezjimenismo fue el de la Revolución de Octubre. Las obras de Pérez Jiménez están anunciadas en el único discurso que el presidente Gallegos pudo pronunciar ante el Congreso. Pero fue Pérez Jiménez quien las realizó. Su administración fue un ejemplo de eficacia, lo cual se explica por su dedicación a la tarea administrativa y la calidad de los colaboradores que supo reclutar. No sería caritativo comparar el nivel aptitudinal de aquellos compatriotas con el personal que Chávez ha podido recoger por ahí.

Analogías entre las dos situaciones, también las hay. En los dos casos se cumple aquello de que a los gobiernos no los tumban, sino que se caen. En su año final, 1957, Pérez Jiménez había caído en la debilidad de creer en su propio mito, común a ese tipo de psiquismos narcisistas y megalomaníacos –a Carlos Andrés Pérez le pasó lo mismo, pero esa es otra historia. Laureano Vallenilla-Lanz me lo ilustró en su casa de Versalles, el año 61, cuando le hice una pregunta que repetí a varios próceres perezjimenistas: ¿Por qué un gobierno que en 1957 parecía invulnerable, a fines de ese año entra en picada y cae a las pocas semanas? El civil más importante de aquel régimen no vaciló un segundo en responder: “Porque él creyó que era Pérez Jiménez”. (Esto se publicó en El Mundo, en 1961).

En los dos casos es también visible la desvinculación de la realidad. Pérez Jiménez me lo confesó paladinamente en una entrevista que le hice en octubre de 1997, emitida en Televen y publicada en Zeta. Explicó que se había sumergido en la dirección de las obras públicas y descuidó tanto la opinión de la calle como la de los militares –en el caso de Chávez la distracción es hacia el proyecto internacional.

A Pérez Jiménez, su derrota en las votaciones del 2 de diciembre de 1957 le fue tan sorpresiva como a Chávez la suya cincuenta años después. Pérez Jiménez reaccionó desconociendo los resultados y acomodando los números como ya lo había hecho en 1952. Chávez intentó lo mismo, pero solamente logró que la diferencia desfavorable de un aproximado 10%  se acomodara a un margen adecuado a su ego.

En el caso de Pérez Jiménez, los militares reaccionaron al mes, con el alzamiento del 1º de enero de 1958, el cual desató la crisis culminada en 22 días después, cuando el dictador hizo caso a la advertencia del general Llovera Páez: “Vámonos, Pérez, que el pescuezo no retoña”. En el caso de Chávez los militares actuaron de otro modo, haciéndole sentir al presidente que debía aceptar la derrota.

Siempre en cuanto a los militares, hay total coincidencia en el modo como los dos personajes reaccionan frente a la rebelión militar. El alcalde Bernal relató al diario Jornal do Povo, de Brasil, que el 12 de abril de 2002, cuando se presentó ante Chávez para apoyarle en el combate que creía inevitable, éste lo disuadió de toda resistencia explicándole que Fidel Castro le había advertido que si lo hacía terminaría como Allende. Y remató, refiriéndose a los militares: “Esos canallas me han traicionado”. Exactamente lo mismo le dijo Pérez Jiménez a su leal José Giacopini Zárraga el 1º de enero de 1958, según relata T. E. Carrillo Batalla en su libro sobre el tema, publicado en vida de Giacopini.

Las comparaciones son odiosas, pero también inevitables. La que puede hacerse entre el dictador andino y el aspirante a tal venido de los llanos, no favorece al llanero. Ni en lo que se diferencian, ni en lo que se parecen.

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  Artículo publicado originalmente en el diario El Nuevo País


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