Los
venezolanos podemos medir la importancia de los partidos
políticos ahora que apenas los tenemos. Mucha vitalidad ha
de ser la nuestra como nación, para sobrevivir en tales
circunstancias. Porque no sólo de partidos carecemos.
Tampoco hay representación popular –lo que en países
civilizados se llama Congreso-, ni Corte Suprema de
Justicia, ni Contraloría, ni Ministerio Público, ni Banco
Central. Ah… Ni Fuerzas Armadas en cuanto instrumento para
defensa de la soberanía. Técnicamente ya no somos una
nación. Más que nunca apenas somos un campamento minero.
En lugar de partidos tenemos comités electorales. Y no es un
reproche. ¿Quién puede culpar a Henry Ramos y a Luis Ignacio
Planas por la postración de AD y Copei (PP)? No fue culpa de
ellos la desbandada adeca en 1998 y la migración hacia el
chavismo de copeyanos como la familia Chávez. Son males que
tienen raíces muy antiguas cuyo estudio escapa a las
limitaciones de esta crónica. En todo caso, nada que
provoque especial admiración por este país acostumbrado a
que lo griten.
Henry Ramos siquiera tuvo la iniciativa de entrar en la casa
del partido con una escoba, espantar cucarachas y ratones y
pagar la cuenta de alumbrado. Cuando digo cucarachas y
ratones hablo de alimañas zoológicas, no morales. Las ratas
que medraron con el antiguo régimen no esperaron a que
llegara la fumigación. Contratistas, constructores,
banqueros, traficantes de toda laya que se enriquecieron con
esos partidos, desaparecieron apenas Chávez asomó la
verruga. La mayoría de ellos se entendieron con el nuevo
régimen, le enseñaron a abrir cuentas cifradas en Suiza y
están haciendo con los jefes chavistas lo mismo que hicieron
con adecos y copeyanos. Claro que corruptores nuevos los
hay. Pero es que ahora la corrupción es tanta que no
alcanzan los expertos heredados del viejo régimen.
En cuanto a Luis Ignacio Planas, trabaja según la vieja
fórmula demócrata cristiana, heredada de la Santa Madre
Iglesia: máximo rendimiento con mínimo riesgo, que el molino
de Dios muele lento, pero muele fino. Comenzó por quitarse
el sambenito de demócrata cristiano, que perdió significado
salvo como enclave de la derecha confesional, y adoptó la
más inteligible y abierta denominación de Partido Popular,
homologado con el PP español y con el PAN mexicano. La
credencial de egresado del San Ignacio o el La Salle ya no
es indispensable para ser dirigente de ese partido. Esa
derecha tiene futuro.
AD y Copei se mueven en un rango del 5% de apoyo popular.
Más adhesión tienen Un Nuevo Tiempo y Primero Justicia. Pero
son adhesiones labiales. El que hoy en día es adeco, es
adeco, y el que es copeyano, es copeyano. En cambio, de
quienes están en UNT y PJ siempre estamos esperando que un
día amanezcan en otra parte o simplemente se vayan para su
casa. Si estos dos partidos que podemos llamar de
centro-derecha tienen alguna proposición, es un secreto bien
guardado. AD y Copei siquiera la llevan implícita, como
tradicionales representantes de la socialdemocracia y la
democracia cristiana. UNT y PJ sólo representan liderazgos
personales muy respetables pero que tampoco son como para
perder la cabeza por su amor.
En el campo que se llamó socialista sobrevive la franquicia
del MAS, Andrés Velásquez sostiene con bravura una pancarta
de la Causa R y emerge la bizarría de Podemos. El MAS
quedará reducido a muy poco después de las elecciones de
noviembre y el destino de Causa R depende de la suerte de
Velásquez en las elecciones de Bolívar.
A Podemos hay que mirarlo de otro modo. Se le ve la
planificación estratégica, tiene la energía que falta a los
demás, cuenta con sólidos enclaves regionales y sobre todo
ha entendido que en días históricos como estos que vivimos
es cuando se puede cambiar el menudo en morocotas. Su
alianza con Leopoldo López y la oportuna valentía conque la
asume le atraen la admiración de la oposición dura –que a la
hora de la verdad arrastrará a la blanda- y le confieren un
interesante matiz policlasista. Nadie, ni en el Gobierno ni
en la Oposición, se está moviendo con tanta eficacia con
respecto al corto, mediano y largo plazo.
Pero todo eso no va más allá de la coyuntura electoral.
Mientras los partidos hacen lo único que pueden hacer dentro
de sus limitaciones, Chávez está anulando ese esfuerzo con
instrumentos para-legales. Tales son esas leyes no
discutidas sino decretadas, originadas en un poder Ejecutivo
habilitado como legislador por un Poder Legislativo que no
tiene ni la condición mínima de ser una representación
popular, puesto que se eligió en unos comicios donde no
participó la Oposición.
Así que tenemos pendiente un trabajo que los partidos de
oposición no están en capacidad de realizar. Ese trabajo es
el de enfrentarnos a los instrumentos para-legales con los
cuales Chávez quiere imponer por la fuerza el régimen
totalitario que los ciudadanos rechazaron claramente en las
elecciones del 2 de diciembre pasado. Un totalitarismo que
no será de Estado, porque tal cosa ya fue desmontada. Mucho
menos de las Fuerzas Armadas, pues la disolución de este
factor de poder es cosa ya decidida por el déspota, quien ni
siquiera estima necesario disimularlo. Se trata de una
tiranía personal como la Adolfo Hitler y Fidel Castro, con
toda la patología pero sin la coartada histórica y los
destellos de grandeza que estos dos tiranos mostraron antes
de caer en la vesania total.
Ha sido un error, del cual no escapa este cronista, esperar
que los partidos como agrupaciones o los políticos como
individualidades asuman la defensa de la libertad. Ellos han
entendido que están para otra cosa y no habrá modo de
sacarlos de ahí. La tarea trascendente queda para otros
factores e individuos. Ya los gremios profesionales, con
toda la importancia que se les reconoce y con la dignidad
que esta iniciativa les confiere, han asumido la
responsabilidad de dar la batalla legal. El que sean los
profesionales y los técnicos los primeros en reaccionar
dentro del cuerpo social tiene una importancia indiscutible.
Me permito agregar una, la de que su emergencia pone esta
lucha en el terreno que básicamente le corresponde como
enfrentamiento histórico entre civilización y barbarie.
La valentía del país ilustrado que rechaza la oclocracia
nazi-fascista es una alentadora muestra de vitalidad en el
cuerpo social. Pero hace falta una conducción política que
no tiene que ser partidista. En la reserva tenemos talentos
de capacidad demostrada como Ramón J. Velásquez, Luis
Miquilena, Pompeyo Márquez y Pedro Pablo Aguilar, que
representan bien la paleta ideológica de la democracia
venezolana. Además de su talento político, son los
supervivientes morales de una época tan cuestionable como
fue en su etapa final la Cuarta República, de la cual es
Chávez el producto final y no el inicio de un tiempo mejor.
Finalmente, pero no menos sino mucho más importante, será la
participación de la sociedad toda en el esfuerzo final para
impedir la destrucción de Venezuela a mano de una banda
predadora. La vanguardia de esa sociedad es la clase media
entendida como el segmento ciudadano que tiene un nivel de
vida digna que defender o al cual aspirar. La participación
de estos venezolanos será lo determinante en los días
históricos que vamos a vivir.
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Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta |