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Un mensaje pesimista para 2009
por Rafael Poleo
viernes, 19 diciembre 2008


Parece de rigor que al terminar un año y comenzar el otro se escriban mensajes esperanzados que alienten a la la gente de trabajo y levanten el ánimo colectivo. El tránsito de 2008 a 2009 es una excepción histórica de esa regla no escrita. En este caso, ocultar la gravedad de la situación mundial y nacional sería un crimen comparable al de ocultar la proximidad de un maremoto en vez de alertar a sus posibles víctimas.

La situación mundial es mucho peor de lo que se nos ha dicho, especialmente en las informaciones emanadas del perverso estamento financiero del mundo industrializado. Hemos entrado en una recesión tan severa que amenaza subir de rango hasta convertirse en la segunda gran depresión económica que conozca el mundo contemporáneo, comparable a la de 1929. Ya no es un secreto que los gobiernos de las grandes potencias están tratando de ocultar la gravedad del cuadro financiero y sus catastróficos efectos económicos. La teología neo-liberal, fanatismo contra el cual clamamos en el desierto durante tantos años sufriendo por ello desprecio y exclusión, ha arruinado la economía mundial con tanta eficacia como la teología socialista arruinó previamente la de Europa Oriental y algún apéndice menor -Cuba. Las ruinas de ambos mundos podrían amontonarse en un gigantesco túmulo en memoria de la inagotable estupidez humana.

A modo de orientadora referencia, recordemos que la depresión de los años treinta encontró a Venezuela tan postrada por la oscuridad de una larga dictadura, que casi no pudo descender más en su nivel de vida. Pero siempre puede haber algo peor, como después lo comprobarían los venezolanos que huyendo de la corrupción de la Cuarta República cayeron en la corrupción descarada e incapacidad extrema de la Quinta. En el caso de la Venezuela gomecista, los venezolanos pasaron de la pobreza a la miseria. De ésta sólo saldrían, nunca completamente ni todos completos, después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el petróleo se convirtió en la mercancía más cotizada. Lamentablemente, los períodos de auge en los precios de su cuasi único producto de exportación, no se aprovecharon para construir una economía sólida. Es corriente decir que estas posibilidades –presidencias de C. A. Pérez I, Luis Herrera y Hugo Chávez-, se frustraron por la incapacidad de los gobernantes. Pero sería más exacto decir que fue por falta de criterio de los ciudadanos a la hora de elegir esos gobernantes, debilidad de la cual tuvimos muestra en la votación alcanzada por Chávez en las elecciones presidenciales de 1998. No tiene la culpa el loco, sino quien le da el garrote.

Dentro de su escandalosa impreparación para gobernar, de dimensión sólo comparable a la irresponsabilidad de quienes lo votaron en 1998 y sobre todo de quienes le han sostenido hasta la fecha, Chávez llegó a decir que la crisis mundial no afectaría a Venezuela. Lo grave es que el gobernante impreparado creía el disparate que estaba diciendo. Su ignorancia oceánica, potenciada por la adulación de los delincuentes que medran de ella, le hizo pensar que nuestra economía podría flotar como un corcho en la inundación. La sensación de omnisciencia (conocimiento de todo lo posible; capacidad atribuida, que se sepa, a Dios, Carlos Andrés Pérez y Hugo Chávez), suele apoderarse de los ignorantes encumbrados. A Chávez, esa sensación de omnisciencia le mantiene en un limbo cognoscitivo, inflando su delirio con aspiraciones de grandeza continental y hasta ecuménica. Las personas serias, como el profesor Maza Zavala, quien le informó sobre la gravedad de la crisis y le recomendó convocar un acuerdo nacional para enfrentarla, fueron suave o bruscamente extrañadas. Es pertinente preguntarse si entre los escasos dirigentes chavistas que conocen la materia económica, quizás Diosdado Cabello o José Vicente Rangel, hubo alguno capaz de decirle al pobre hombre que estaba equivocado. En su hora se escribirá la crónica secreta del chavismo.

El hecho es que la tremenda contracción que la economía mundial apenas está empezando a sentir, será mucho más que un breve espasmo. Durará mucho más y será mucho más severa de lo que decían los voceros del gobierno de Bush, afanados en disimular la gran torta neo-liberal, cuya profundidad y anchura es mayor que la gran torta socialista de Europa Oriental, puesto que es mayor el volumen de la economía occidental. No habrá rincón del planeta donde su efecto no se sienta con toda fuerza. Por cierto que Rusia será especialmente sensible a su impacto, así como las economías asiáticas, dependientes de sus mercados occidentales. La onda sísmica comienza en los Estados Unidos y Europa, pero se extenderá de manera exquisitamente globalizada, como querían los epígonos del neo-liberalismo. Avanzará tan rápidamente como lo permiten las comunicaciones instantáneas de nuestro tiempo. Para el segundo trimestre del año 2009, muchos se habrán ahogado y los demás estaremos con el agua al cuello.

Venezuela, país gobernado por ignorantes que, ocupados en robar, no utilizaron en la construcción de un dique los ingresos de esta década perdida, está entre los que sufrirán mayor daño, traducible en miseria para su población. Al desinformado presidente le ocultaron –o no se atrevieron a informarle, porque él no acepta que le digan sino lo que quiere oir-, que al contraerse la actividad en el mundo industrializado bajaría el consumo de energía, y que al bajar la demanda caerían los precios del petróleo. Todavía esta semana una legislatura oclocrática y sin personalidad aprobó un presupuesto mentiroso basado en un barril de petróleo a 60 dólares. Eso es un engaño criminal contra cada estómago venezolano. En una sociedad menos primitiva bastaría para descalificar a un gobierno. A corto plazo, Venezuela pagará el precio de tener esa calidad de representantes populares. Seremos descalabrados en todos los aspectos. Me limito a mencionar el más elemental y básico: la alimentación. El alza y escasez de alimentos, que durará varios años, nos pilla con un aparato productivo destruido. Primero lo golpeó la necedad neo-liberal que predicó el abandono de la producción de alimentos según la premisa imbécil y realmente piti-yanqui de que mejor era comprarlos a quienes los producían a menor costo, sin reparar en el carácter estratégico de este rubro. Luego vino el desmantelamiento de las unidades de producción decretado por un presidente tan iluso como para creer que hacía justicia social repartiendo tierras a quienes no estaban en capacidad de cultivarlas. El resultado es que no produciremos comida ni tendremos real para importarla. Habrá hambre pura y simple.

La incapacidad del Régimen para enfrentar esta situación será patente dentro de pocos meses. Los hechos mismos solicitarán su dimisión. Un presidente atribulado por la dimensión del problema y la incapacidad de su séquito recurrirá al expediente elemental de silenciar a la prensa para que no informe lo que pasa y acorralar a la Oposición para que no proteste. Se está montando el aparato represivo para eso. Hay que estar preparados para lo peor. No habrá abuso que no se cometa ni maldad que no se practique. Pero los hechos determinarán el resultado final. Sin dinero, el Estado colapsará y el régimen se hundirá con él. Los arrogantes de hoy se arrastrarán entre los escombros, buscando una cueva que los oculte. Viviremos días espantosos. Después, a los sobrevivientes de uno y otro bando tocará subir la cuesta de la reconstrucción, más allá de la cual quizás esté el paraíso perdido.

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  Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta


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