Parece de rigor que al terminar
un año y comenzar el otro se escriban mensajes esperanzados
que alienten a la la gente de trabajo y levanten el ánimo
colectivo. El tránsito de 2008 a 2009 es una excepción
histórica de esa regla no escrita. En este caso, ocultar la
gravedad de la situación mundial y nacional sería un crimen
comparable al de ocultar la proximidad de un maremoto en vez
de alertar a sus posibles víctimas.
La situación mundial es mucho peor de lo que se nos ha
dicho, especialmente en las informaciones emanadas del
perverso estamento financiero del mundo industrializado.
Hemos entrado en una recesión tan severa que amenaza subir
de rango hasta convertirse en la segunda gran depresión
económica que conozca el mundo contemporáneo, comparable a
la de 1929. Ya no es un secreto que los gobiernos de las
grandes potencias están tratando de ocultar la gravedad del
cuadro financiero y sus catastróficos efectos económicos. La
teología neo-liberal, fanatismo contra el cual clamamos en
el desierto durante tantos años sufriendo por ello desprecio
y exclusión, ha arruinado la economía mundial con tanta
eficacia como la teología socialista arruinó previamente la
de Europa Oriental y algún apéndice menor -Cuba. Las ruinas
de ambos mundos podrían amontonarse en un gigantesco túmulo
en memoria de la inagotable estupidez humana.
A modo de orientadora referencia, recordemos que la
depresión de los años treinta encontró a Venezuela tan
postrada por la oscuridad de una larga dictadura, que casi
no pudo descender más en su nivel de vida. Pero siempre
puede haber algo peor, como después lo comprobarían los
venezolanos que huyendo de la corrupción de la Cuarta
República cayeron en la corrupción descarada e incapacidad
extrema de la Quinta. En el caso de la Venezuela gomecista,
los venezolanos pasaron de la pobreza a la miseria. De ésta
sólo saldrían, nunca completamente ni todos completos,
después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el petróleo se
convirtió en la mercancía más cotizada. Lamentablemente, los
períodos de auge en los precios de su cuasi único producto
de exportación, no se aprovecharon para construir una
economía sólida. Es corriente decir que estas posibilidades
–presidencias de C. A. Pérez I, Luis Herrera y Hugo Chávez-,
se frustraron por la incapacidad de los gobernantes. Pero
sería más exacto decir que fue por falta de criterio de los
ciudadanos a la hora de elegir esos gobernantes, debilidad
de la cual tuvimos muestra en la votación alcanzada por
Chávez en las elecciones presidenciales de 1998. No tiene la
culpa el loco, sino quien le da el garrote.
Dentro de su escandalosa impreparación para gobernar, de
dimensión sólo comparable a la irresponsabilidad de quienes
lo votaron en 1998 y sobre todo de quienes le han sostenido
hasta la fecha, Chávez llegó a decir que la crisis mundial
no afectaría a Venezuela. Lo grave es que el gobernante
impreparado creía el disparate que estaba diciendo. Su
ignorancia oceánica, potenciada por la adulación de los
delincuentes que medran de ella, le hizo pensar que nuestra
economía podría flotar como un corcho en la inundación. La
sensación de omnisciencia (conocimiento de todo lo posible;
capacidad atribuida, que se sepa, a Dios, Carlos Andrés
Pérez y Hugo Chávez), suele apoderarse de los ignorantes
encumbrados. A Chávez, esa sensación de omnisciencia le
mantiene en un limbo cognoscitivo, inflando su delirio con
aspiraciones de grandeza continental y hasta ecuménica. Las
personas serias, como el profesor Maza Zavala, quien le
informó sobre la gravedad de la crisis y le recomendó
convocar un acuerdo nacional para enfrentarla, fueron suave
o bruscamente extrañadas. Es pertinente preguntarse si entre
los escasos dirigentes chavistas que conocen la materia
económica, quizás Diosdado Cabello o José Vicente Rangel,
hubo alguno capaz de decirle al pobre hombre que estaba
equivocado. En su hora se escribirá la crónica secreta del
chavismo.
El hecho es que la tremenda contracción que la economía
mundial apenas está empezando a sentir, será mucho más que
un breve espasmo. Durará mucho más y será mucho más severa
de lo que decían los voceros del gobierno de Bush, afanados
en disimular la gran torta neo-liberal, cuya profundidad y
anchura es mayor que la gran torta socialista de Europa
Oriental, puesto que es mayor el volumen de la economía
occidental. No habrá rincón del planeta donde su efecto no
se sienta con toda fuerza. Por cierto que Rusia será
especialmente sensible a su impacto, así como las economías
asiáticas, dependientes de sus mercados occidentales. La
onda sísmica comienza en los Estados Unidos y Europa, pero
se extenderá de manera exquisitamente globalizada, como
querían los epígonos del neo-liberalismo. Avanzará tan
rápidamente como lo permiten las comunicaciones instantáneas
de nuestro tiempo. Para el segundo trimestre del año 2009,
muchos se habrán ahogado y los demás estaremos con el agua
al cuello.
Venezuela, país gobernado por ignorantes que, ocupados en
robar, no utilizaron en la construcción de un dique los
ingresos de esta década perdida, está entre los que sufrirán
mayor daño, traducible en miseria para su población. Al
desinformado presidente le ocultaron –o no se atrevieron a
informarle, porque él no acepta que le digan sino lo que
quiere oir-, que al contraerse la actividad en el mundo
industrializado bajaría el consumo de energía, y que al
bajar la demanda caerían los precios del petróleo. Todavía
esta semana una legislatura oclocrática y sin personalidad
aprobó un presupuesto mentiroso basado en un barril de
petróleo a 60 dólares. Eso es un engaño criminal contra cada
estómago venezolano. En una sociedad menos primitiva
bastaría para descalificar a un gobierno. A corto plazo,
Venezuela pagará el precio de tener esa calidad de
representantes populares. Seremos descalabrados en todos los
aspectos. Me limito a mencionar el más elemental y básico:
la alimentación. El alza y escasez de alimentos, que durará
varios años, nos pilla con un aparato productivo destruido.
Primero lo golpeó la necedad neo-liberal que predicó el
abandono de la producción de alimentos según la premisa
imbécil y realmente piti-yanqui de que mejor era comprarlos
a quienes los producían a menor costo, sin reparar en el
carácter estratégico de este rubro. Luego vino el
desmantelamiento de las unidades de producción decretado por
un presidente tan iluso como para creer que hacía justicia
social repartiendo tierras a quienes no estaban en capacidad
de cultivarlas. El resultado es que no produciremos comida
ni tendremos real para importarla. Habrá hambre pura y
simple.
La incapacidad del Régimen para enfrentar esta situación
será patente dentro de pocos meses. Los hechos mismos
solicitarán su dimisión. Un presidente atribulado por la
dimensión del problema y la incapacidad de su séquito
recurrirá al expediente elemental de silenciar a la prensa
para que no informe lo que pasa y acorralar a la Oposición
para que no proteste. Se está montando el aparato represivo
para eso. Hay que estar preparados para lo peor. No habrá
abuso que no se cometa ni maldad que no se practique. Pero
los hechos determinarán el resultado final. Sin dinero, el
Estado colapsará y el régimen se hundirá con él. Los
arrogantes de hoy se arrastrarán entre los escombros,
buscando una cueva que los oculte. Viviremos días
espantosos. Después, a los sobrevivientes de uno y otro
bando tocará subir la cuesta de la reconstrucción, más allá
de la cual quizás esté el paraíso perdido.
* |
Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta |