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Vivir en el carajo
por Rafael Poleo
viernes, 18 julio 2008


Reivindiquemos la palabra carajo. Rescatémosla del degrado en el cual yacen las meras groserías carentes de sentido. El carajo no es –o más bien era- otra cosa que la cesta de mimbre, a veces un medio barril, atada en lo alto de la verga, así llamado el palo mayor de aquellos veleros donde a los románticos nos hubiera gustado navegar hacia tierras ignotas –tal soñábamos cuando adolescentes.

A los marineros que se portaban mal los mandaban al carajo. Duro castigo. Los vaivenes del mar, soportables en la cubierta, allá arriba eran tremendos bandazos ampliados por la altura. La inclinación de un metro al pie del palo, en el carajo era arco amplísimo cuyo recorrido sacudía al castigado. El mandado al carajo vomitaba las tripas. Se suponía que entre basca y basca debía mirar el horizonte, avistando tierras y navíos. Es muy posible que Rodrigo de Triana, el marinero de Colón que primero vio tierra americana, fuera un malaconducta a quien Don Cristóbal mandó largo al carajo. Dicen que con ese pretexto le quitó la recompensa ofrecida a quien primero viera nuevas tierras. Todo es posible. El misterioso almirante –así llamado por el historiógrafo venezolano Carlos Brandt, en atención al modo como ocultaba su pasado-, no era una Madre Teresa.

Conocido, mas no por ello inútil, es el chiste del lorito borracho condenado al carajo. Allá estaba cuando una tormenta barrió el buque y empezó a hundirlo. El lorito castigado gozaba un puyero viendo como abajo los oficiales eran arrastrados al mar mientras él se creía a salvo allá arriba, en el carajo. “¡Se jodieron!”, gritaba. “¡Se jodieron!”. Se hundía el buque. El agua subió por la verga y llegó hasta el carajo. Sólo cuando se le mojaron las plumas de las patas el lorito vio la realidad. “Nos jodimos… Nos jodimos…”, fueron sus últimas palabras.

Esta modesta carajada es a propósito de una verdadera carajada, la de la prensa oficialista que se contenta porque está “En picada la economía de EEUU”. (Título de abrir en “Últimas Noticias” del miércoles 16 de julio). El tabloide se basa en el informe sobre la situación económica que el presidente de la Reserva Federal –banco central de EEUU- acaba de presentar ante el Congreso. Cosas de los países serios, donde las autoridades monetarias no tienen que hacer lo que diga un déspota sin instrucción, sino que deben entregar cuentas es al ciudadano común, compareciendo en fechas fijas ante la representación popular para, con el país pendiente de sus palabras, decir la verdad, toda la verdad y solamente la verdad. Mentir allí es delito. Por supuesto, los parlamentarios entienden lo que dice el funcionario y la prensa lo divulga sin sesgarlo. Es el mundo civilizado, del cual cada día estamos más lejanos.

En todo caso, lo que dijo el presidente de la Reserva Federal no es nada nuevo. Informaciones claras y comentarios autorizados sobre el tema ocupan espacio y tiempo de los medios desde hace cuatro años, y desde hace dos todo el mundo se prepara para el golpetazo que viene. El primer sacudón se ha producido en Estados Unidos porque esa es la locomotora de la economía mundial. Desde hace un año quebró el mercado inmobiliario, caldera de esa locomotora. Grandes bancos entraron en crisis. Mes a mes se reducen las ventas de casas y automóviles, industrias que más gente emplean y más dinero mueven.
Hecho probado es que cuando la economía americana tiene catarro, al mundo le da pulmonía. El crecimiento de China e India, también de México y Brasil –democracias punteras de América Latina, qué envidia-, entra en ralente porque sus grandes ventas no son en la Avenida Baralt sino en el rico mercado estadounidense. Ya Europa está tosiendo con el pecho trancao, porque ella también depende de que los americanos tengan con qué comprar sus exquisiteces, desde Dom Perignon hasta Mercedes Benz.

Sólo un lorito inconsciente como el que tenemos aquí, que aprendió a hablar con Fidel Castro, puede alegrarse de esta situación sólo porque él esta montado en el carajo. Ya en el año 29 la crisis mundial tardó un par de años en llegar a Venezuela, pero aquí pegó más duro que en Estados Unidos, cuya economía tuvo masa para lanzar gigantescos planes de reactivación basados en las ideas de John Maynard Keynes, un sujeto genial y, como suele ocurrir, mal comprendido. Este inglés de gustos particulares describió la manera eficaz de aplicar un déficit presupuestario, no para gastarlo en fantasías egocéntricas sino en obras de desarrollo que producirían para pagar la deuda. En Venezuela, donde nunca hubo capacidad para prever ni reaccionar, aquella gran recesión parió la generación desnutrida, raquítica y canija que uno ve en las fotos de los años cuarenta. Salimos de ella gracias a la Guerra Mundial y de la mano de Estados Unidos. Desde mediados de los años cuarenta, los cerebros que mueven aquella maraca de país empezaron a prepararse para la embestida nazi, que sabían inevitable. Fundamental fue buscar petróleo, de modo que intensificaron las exploraciones y perforaciones en el Zulia y en los llanos orientales de Venezuela. Por fin hubo trabajo y circuló el dinero en este país menesteroso. Necesitados de trabajar en tierras tropicales, los americanos inventaron recursos como el insecticida DDT, que hizo habitables regiones del mundo en las cuales la gente arrastraba los pies agotada por el paludismo, la bilharzia, la leshmaniasis y la fiebre amarilla. Las actuales generaciones pueden hacerse una idea de aquello leyendo “Casas Muertas”, del comunista Miguel Otero Silva. Eso fue así como lo pintó el poeta. Les cuento que un día de los años sesenta llegué a San Carlos (Cojedes) con el doctor Enrique Tejera, padre del calvito homónimo, guapo e ilustrado, que hace un par de años dio la cara frente a Chávez. El viejo Tejera había sido ministro de López Contreras al final de los años treinta. “No puedo dejar de impresionarme cada vez que vengo aquí”, me dijo. “La primera vez que vine, fue acompañando al presidente López. Llegamos al mediodía. Bajamos del carro para caminar unas cuadras. Nuestros pasos resonaban en las casas vacías”. Eran ciudades que habían sido prósperas en la Colonia, ahora desoladas por el paludismo. No sé qué están esperando llaneros como Hugo Chávez para hacerle un monumento al robusto de figura pero escuálido en política doctor Arnoldo Gabaldón (también padre de un hijo homónimo de buena figuración en La Cuarta). Ese médico que no se quitaba la corbata de lacito fue el que fumigó a Venezuela en tiempos de la Acción Democrática original, haciendo habitables vastas regiones de un país que se moría de mengua. De eso no se acuerdan ni los adecos, ocupados en ser alcaldes para ver qué se cogen.

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  Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta


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