Ya
con varias generaciones de discípulos en el oficio de hacer
periódicos –o noticieros, documentales y cuanto hay-, este
humilde cronista ha creado, por pura razón práctica, uno
como manual que jamás será escrito sobre el modo de ejercer
tan azarosa profesión. Lo comunico a lamparazos, sin orden
ni concierto, cuando cada tema se presenta, a estos jóvenes
a quienes no dejo de corregirles sus originales o decirles
cómo lograr las difíciles metas de este quehacer sin
objetivos.
Si el para-discípulo es capaz de entender tamañas sutilezas,
le recomiendo hacer un perfil psicológico de sus fuentes.
Conocerlas, pues. Con esa información preliminar escarbará
en los suelos apropiados, hará las indagaciones eficaces e
interrogará de manera precisa a quienes pueden darle la
información. Hasta podrá adelantar la conducta de sus
personajes ante cada coyuntura o eventualidad.
Por supuesto, uno se aplica el cuento. Se lo confesé a Uslar
Pietri, como seis meses antes de su muerte. Había ido a
visitarle un domingo al atardecer, hora en la cual, no sé
por qué, la gente es más sincera. Apenas llegué, el doctor
Uslar me desbordó con sus certeros comentarios sobre los
acontecimientos del día. Incurrí en un cuasi-irrespeto que,
afortunadamente, un hombre tan experimentado y tan sensible
fue capaz de entender.
-Doctor Uslar –le dije-, no vengo a hablarle de política.
Con todo respeto, las opiniones de los compatriotas de su
generación yo las conozco. Pudiera entregarle a la prensa
una nota cada día con su opinión sobre el hecho más
importante del momento, y cuando usted la leyera por la
mañana diría: “Sí... Esto es lo que yo pienso”. Esta tarde
necesito hablarle de un tema existencial: cómo es eso de
envejecer. Porque siento que en algún lugar de mí, un lugar
que no está en mi cuerpo, yo mismo he empezado a envejecer.
Por ahí nos fuimos en consideraciones sobre el difícil arte
de ser viejo, las cuales no vienen ahora al caso. El hecho
es que hasta a alguien como Uslar éste viejo periodista le
había hecho -sin proponérselo, por supuesto-, un cuidadosa
tomografía.
Pero... Uslar era una persona explícita. En otros casos la
operación puede ser más difícil. Unas veces porque el objeto
de análisis no está suficientemente conformado, de modo que
él mismo no sabe qué va a hacer en determinado caso. Otras,
porque su naturaleza y/o lo que la vida le enseñó, han hecho
de él una persona reservada. Eso que llaman “un político
guabinoso”. Digo que así es Manuel Rosales.
No soy el primero en caer en cuenta. Rosales tenía esa fama
en AD, según recuerdo de la campaña del ’83, que hice en el
Zulia. Cauteloso, pero guapo a la hora de las chiquiticas.
Después supo eludir las maldades adecas, que si les cuento
lloran -nunca vi una concentración de canallas como la que
Acción Democrática, un partido tan bello, pudo reunir en
determinado momento de su historia.
Cuando el partido estalló por la cobardía de sus dirigentes
en el tránsito de la Cuarta a la Quinta -se le rindieron a
Chávez, así de simple-, Manuel hizo el side step de los
buenos pugilistas y, llevándose a la masa adeca, siguió
siendo un gobernante socialdemócrata que para serlo no
consideraba indispensable pelear con un presidente fascista
que vivía tan lejos de Maracaibo. Se limitó a ser un buen
gobernador. No le melló la traición –cuándo no- de un
protegido suyo a quien había hecho alcalde capitalino. Así
llegó a un momento muy interesante y discutido de esta
década fascista: la de ir o no ir a las elecciones
parlamentarias del 2005. Un tema que por extemporáneo eludo
discutir. Tendría, además, que ofender a políticos a quienes
el régimen pagó para que fueran. No toques ese vals/cierra
ese piano.
Lo bueno fue la expectativa sobre qué haría Rosales. Henry
Ramos se decía y se repetía: “La vaina es qué hará Manuel”.
Chávez, consciente de cuánto le perjudicaría la abstención,
trató personalmente de persuadirlo a que votara. Le ofreció
villas y castillas. Rosales le permitió dejar la reunión con
la sensación de que no se abstendría. En la hora cero,
ordenó la abstención. La arrechera de Chávez fue pública, lo
cual debería ser suficiente para demostrar que esa
abstención en la cual la Oposición a nada renunció –el CNE
había dispuesto dejarle unas veinte bancas en la Asamblea-,
ha sido uno de los porrazos más severos que ha recibido el
régimen: su Poder Legislativo es simplemente ilegítimo,
porque no es una representación nacional.
Si ese gancho al hígado del régimen fue un momento cumbre de
Manuel Rosales, su Noche Triste fue aquel 4 de diciembre de
2006, de infausta memoria, cuando, impreciso y tartajeante,
mandó a quitarse los zapatos de caminar a las mayorías
rebeladas contra aquella farsa. Para “el libro”, he
preguntado a testigos qué pasó aquella noche. Puedo
adelantar que Rosales salió con esa vaina después de una
reunión con su peor consejero, quien tenía días diciendo por
diversos medios que el régimen ganaría y eso debíamos
calárnoslo.
De allí se creó la matriz de que contra Manuel había, en el
elector de oposición, mucho rechazo. Sin embargo, se le
aceptó la vocería para anunciar el triunfo opositor en el
referéndum sobre la Reforma Constitucional que Chávez de
todos modos mete, aplicando las razones del atracador: Yo
soy quien está armado.
A partir de ese momento no se le sentía. Hasta el lunes
pasado, cuando anunció que la Oposición inscribirá sus
candidatos sin importarle que algún deplorable Contralor les
haya inhabilitado. Fue como si el muerto a quien estás
llorando levantara la tapa de la urna y te diera unos
amables “Buenos días”.
Los alcances de esta resurrección serán los que Rosales
quiera. Puede afincarse en la verdad política, ética y
jurídica de que la Oposición no puede permitir que el
régimen fascista decida quiénes serán sus candidatos,
eliminando por la vía rusiánica aquellos a quienes no pueda
derrotar. Son esos y no serán otros, no importa lo que diga
un CNE de legitimidad muy discutible, en el cual sólo tiene
representación el régimen.
Chávez entiende ese lenguaje. Solamente los cobardes, los
bolsas o los vendidos –que abundan- pueden hablarle otro.
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Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta |