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Crónica de un sainete de alto nivel
por Rafael Poleo
viernes, 14 marzo 2008


La espectacular derrota de Chávez en el incidente ecuatoriano y el bodrio de su partido nonato están lejos de ser los hechos más importantes en un país que, mientras sus gobernantes van de chapuza en chambonada y de chambonada en chapuza, se va aproximando al abismo de una catástrofe económica y financiera.

El deplorable desempeño del Jefe del Estado en el incidente ecuatoriano sirve, eso sí, como renovado ejemplo de su incapacidad y la de su equipo para cumplir las obligaciones que en 1998 le confió un electorado irresponsable, pecado histórico del cual esta pesadilla es una muy merecida penitencia –y ojalá sea además su purgación. Hagamos un recuento de la manera como a Chávez se le ha venido empantanando la cosa colombiana.

Antecedente ya remoto es la perversa lenidad de ilustres generales venezolanos que creyeron manipular la célula fascisto-comunista que Chávez montó en el Ejército, y la ceguera del presidente Pérez (II) cuando estos hechos le fueron presentados por quien tenía la obligación de hacerlo. (“¡A mí no se me alza nadie!”, fue la frase conque el agotado prepotente rechazó las evidencias). Estas conductas retratan la degeneración de un estrato gobernante que había perdido el contacto con la realidad, al punto de embarcarse en un programa económico que, independientemente de sus méritos teóricos, era políticamente inviable. A los gobiernos no los tumban, sino que se caen, como hemos dicho.

No quiero recordar quiénes de mis amigos se llevaron a Chávez para Cuba en 1994. El video de aquella visita es un fascinante documento humano. Un tembloroso Hugo literalmente meado ante la figura histórica que le recibía. Fidel acariciándose la barba con expresión de “Esto me lo reparó Dios”. Al viejo criminal se le presentaba inesperadamente la posibilidad, clave de su estrategia en los años sesenta -a la cual ya había renunciado-, de ponerle la mano al petróleo venezolano. El pobre muchacho quedó fascinado y Venezuela quedó jodida... hasta el día de hoy.

Por el año 2002 Fidel exterioriza a personas de su confianza -como el embajador de México, Ricardo Pascoe, ficha del revolucionario López Obrador-, su preocupación por el rumbo que lleva la guerrilla colombiana. Los comandantes de aquella legítima rebelión de los años cuarenta contra un gobierno conservador que decretó el exterminio físico de los liberales, se han trocado en industriales del secuestro y el narcotráfico, actividades cada día más abominadas por el mundo civilizado. Esta guerrilla profesional cuyos comandantes poseen gordas cuentas en Suiza ha perdido la combatividad que nace del sentido de misión. La muy capaz clase dirigente colombiana, ayudada a toda leche por Estados Unidos, está montando –hablo del año 2002- un dispositivo bélico dotado de la más actual tecnología, capaz de aplastar definitivamente la subversión.

Fidel ve la urgencia de buscar una salida que salve a la guerrilla mutándola en partido político. Cepilla su más elegante piel de cordero y ofrece sus oficios para mediar en la guerra. Llega a proclamar su amistad con el presidente Uribe. Por supuesto, no se trata de entregar la guerrilla al Gobierno, sino de abrirle un espacio político-electoral que... quién sabe, visto lo que con Chávez pudo hacer en Venezuela.

Lamentablemente, a Fidel le traicionan las tripas. Sus médicos españoles –no cubanos- explican que el polisapiente caudillo les obligó a practicarles una solución quirúrgica equivocada a raíz de la cual estuvo un año al borde de la tumba. Sale del trance con un incómodo ano contra-natura por el cual las heces fluyen permanentemente y un estado general que le obliga a abandonar el mando. Cuando se reanudan las conversaciones con el discípulo venezolano ya no son sesiones de consulta, sino cariñosas visitas al anciano enfermo. Sin vigilancia directa y permanente, Chávez empieza a actuar por la libre, arrastrado por su naturaleza impulsiva.

El pupilo se mantiene, no obstante, en la línea de ayudar a la guerrilla mientras negocia con Uribe la mutación que Fidel considera necesaria. Las razones del viejo estratega son muy sólidas. El pueblo colombiano, harto de la guerra, respalda a Uribe en su alianza militar con Estados Unidos. Las condiciones no son las de Vietnam, sino las de Venezuela en los años sesenta, luego hay que buscar un escape político cual fue la pacificación venezolana. Sobre todo, Chávez debería ser cauteloso en su ayuda a la guerrilla. Un respaldo evidente serviría de pretexto para precipitar un enfrentamiento armado con Colombia. Uribe cuenta diez combatientes bien armados y entrenados por cada descuidado soldadito venezolano. Tiene el decisivo dominio del aire desde que la desconfianza política desmanteló las flotas de Mirages y F16s, y los pilotos de los Sukoi aún están entrenándose en Rusia, frente a simuladores de vuelo. Los herederos del almirante Padilla no tienen una sola unidad capaz de operar a plenitud. Queda la Guardia Nacional, cazurra tropa profesional habituada a otras funciones. Los generales venezolanos sacrificarían a Chávez para impedir un enfrentamiento desigual y lavarían sus pecados participando en la ofensiva final contra la guerrilla.

A medida que el control de Fidel se debilita por la enfermedad, Chávez incurre en más y más graves imprudencias dictadas por su particular condición psíquica. Su compulsión protagónica es su mayor enemigo. Se vuelve incómodo hasta para quienes viven de él, como Kirchner y Correa. Sólo el cuitado Evo Morales, esperanzado por un nuevo mercado para las hojas de coca, y Ortega, que con Colombia tiene un diferendo de islas útil para su política interna, se retratan de gratis con él. Pobre compañía, como se verá a muy corto plazo.

Las negociaciones para liberar secuestrados son parte del proceso de pacificación, pero Uribe las alarga astutamente para dar tiempo a que la humanidad perciba el horror del secuestro como industria. Lo de la francesa Ingrid Betancourt, que prometía ser un buen punto europeo para Chávez, se revierte como una historia de horror donde el presidente venezolano aparece entre los villanos. En Venezuela se destaca la tranquila presencia en las calles de los mismos guerrilleros que asesinaron a nuestros soldaditos en Cararabo y mantienen secuestrados y maltratados a un centenar de venezolanos inocentes. A los militares se les mira de reojo. Pueden oír cómo se ensancha el abismo que les ha ido separando de la sociedad.

Uribe considera madura la situación para incursionar en Ecuador. Es un golpe maestro que demuestra la complicidad del presidente Correa con la guerrilla y, por analogía, de su protector Chávez. De paso se desmoraliza al guerrillero común demostrándole que está a merced de la eficacia militar del Estado colombiano, capaz de masacrarlo cuando las condiciones de opinión lo permiten. A Chávez el porrazo lo desequilibra. Ordena una movilización militar que sólo sirve para recordar la impreparación en que ha sumido a la Fuerza Armada y enriquecer al transportista carabobeño que ya lucra con los retardos en el otorgamiento de divisas, los cuales mantienen llenos sus depósitos portuarios. Malgasta y desacredita el recurso de llamar traidores a la patria a quienes no le ayuden en el trance, pues que el país entero se ríe de sus desplantes. Esa patológica necesidad de hablar en público hasta en el momento menos conveniente le lleva a su peor perfomance televisiva desde que el Rey de España lo mandó a callar delante de todo el mundo.

Fidel se pone las manos en la cabeza. Hay que enderezar la parada. Detener al imprudente que precipita unos acontecimientos absolutamente desfavorables. Pagar lo perdido y retirarse de la mano. El exquisito Leonel Fernández, estratega de un pequeño país con la suerte de tener un gran presidente, acepta sacarle las castañas del fuego –a cambio, bien seguro, de que la pseudo-izquierda no le encarate su Dominicana y Chávez acentúe su generosidad petrolera. El sainete de la Cumbre de Río se convierte así en una pieza deliciosa. El menudo Uribe, que está en el ajo, se mueve de un lado a otro con destreza de buhonero antioqueño. Chávez, como cucaracha en baile e’gallina, no puede ocultar su confusión. Ortega, ladino con oficio, trata de eludir a Uribe, pero éste, jodedorcito, lo palmea por detrás y lo obliga a cumplir su parte del libreto. A Correa, la víctima directa, se le concede la licencia de echar una lloraíta al regresar a Quito. ¡Pero una sola!

A Chávez no se le han desinflamado los chichones cuando ya debe atender a los guerrilleros que huyendo pasan la frontera. La inteligencia colombiana, que como Dios está en todas partes y además es de verdad inteligente, debió ser quien puso en Internet y de allí en la prensa las imágenes de los capos hospitalizados en el santuario tachirense. Se está produciendo lo que Fidel más temía. No hay vida para la guerrilla. Chávez, general suyo a quien confió la misión de salvarla, tiene en este episodio una nueva y espectacular derrota. Ahora vienen las denuncias internacionales por corrupción contra los millonarios del régimen y la extorsión a los militares enriquecidos con la droga. ¡Ah mundo, Puerto Cabello! Llegamos adonde mono no carga a su hijo, decía mi abuela barloventeña para describir estas situaciones en que la inundación –no precisamente de agua- llega a la copa de los árboles.

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  Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta


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