Las
razones para defender al régimen chavista se han debilitado
al punto de que muchas personas que antes quebraban lanzas
por él, ahora, frente a la realidad objetiva, aceptan su
fracaso. Tal fracaso es notorio incluso en el aspecto donde
Chávez pudiera ser defendible, el de una preocupación
social que no tenemos derecho a negarle. Si en los Estados
Unidos post-bushistas hay, porque estadísticamente los hay,
más pobres que hasta la casita pierden, en la Venezuela que
ya empieza a ser post-chavista hay más pobres y sub-alimentados
que en la indolente Cuarta República de los años noventa.
Es necesario recordar los polvos
que trajeron estos lodos. Para fines de los años ochenta,
los dirigentes de la Cuarta República habían olvidado las
necesidades de la gente. Los adecos evitaban llamarse
socialdemócratas y los copeyanos ocultaron la tierna
denominación socialcristiana. Desarrollaron la pueril
vanidad de pasar por neo-liberales sin saber exactamente con
qué se comía eso. En declaraciones, recepciones, comités y
asambleas manejaban la recién descubierta jerga
pseudo-gerencial de lo que se llamó economía de mercado,
citando de oídas a sus gurúes. Era el mismo doctrinarismo de
cartilla, la misma superficialidad conque antes se había
mitificado el catecismo socialista. Una garrulería de igual
intensidad aunque de sentido contrario. Los políticos y los
empresarios, hasta los intelectuales reales o presuntos,
perdieron el contacto con la realidad. Así les tomó por
sorpresa ese punto de inflexión en la historia de este país
conocido como "El Caracazo".
Quienes no habíamos creído en la
utopía socialista y después tampoco creímos en la panacea
neo-liberal, fuimos suavemente apartados por un empresariado
proclive a calcar sin previo análisis los patrones
norteamericanos. Pero a los empresarios no hay que pedirles
sutileza política, sino eficiencia en la producción y el
empleo. "Zapatero a sus zapatos", le recordó el presidente
Leoni a Miguel Ángel Capriles cuando éste se quiso doblar en
líder de masas –y eso que Miguel Ángel tenía el crédito de
ser el mago de la prensa popular.
Lo catastrófico fue que la
comunidad política adoptara sin análisis ni adecuaciones una
doctrina tan simplista como es la neo-liberal. Claro que en
la mayoría de ellos era un postura hipócrita, aconsejada por
el prejuicio de que para ser alguien en la política
venezolana se necesita la bendición de Estados Unidos y los
reales de los empresarios. No puedo olvidar el Comité
Político donde la dirección nacional de Acción Democrática
analizó el "Caracazo", a pocos días de ese acontecimiento.
El presidente Pérez se presentó para mantener los corderos
en el rebaño, igualito que Chávez hace ahora en las
grotescas asambleas del PSUV. Ante aquel colectivo supuesto
a fijar la estrategia del partido de gobierno presenté una
crítica matemática, realizada por eminentes profesores, del
proyecto para imponer un cambio de modelo económico por
terapia de choque. De mi cosecha fue el análisis político,
resumible así (hablamos de febrero de 1989): No se trata
de discutir doctrinas económicas, sino viabilidades
políticas. Un cambio de modelo económico en un país
habituado al subsidio sólo puede hacerse por un gran acuerdo
nacional, no por imposición ejecutiva. En la austera
sociedad chilena los militares lo hicieron en dieciocho años
y eso con licencia para matar. Si Acción Democrática se
empeña en hacerlo en dos años en esta sociedad que vive del
subsidio, lo único que conseguiremos será que se nos
desafecten las mayorías y queden a disposición de cualquier
aventurero fascista que les ofrezca devolverles lo que ellos
sienten que nosotros les estamos quitando. (Cualquier
parecido con la realidad es mera coincidencia).
Lo más doloroso es que en aquel
CPN todos estaban de acuerdo conmigo, pero no se atrevían a
decirlo en presencia de Pérez, proveedor de canonjías y
contratos. Eran los adecos descastados que antes de una
década entregarían la Cuarta República. Hipócritamente
seguían a Pérez, cuyo cerebro estaba en el pulido escritorio
de Pedro Tinoco, igual que los borregos chavistas siguen hoy
a Chávez, cuyo cerebro está en el mugriento lecho de Fidel
Castro.
Satisfecha esta lamentación de
quien tuvo razón antes de tiempo, aterricemos en la pobre
Venezuela de hoy. Después de la catástrofe de Wall Street,
generadora de la mayor recesión que el planeta ha conocido
después de la Segunda Guerra Mundial, para sostener la
ortodoxia neo-liberal hay que ser tan ciego o tan hipócrita,
o tan bien pagado, como habría que serlo para defender el
modelo socialista. Los neo-liberales se dejaron de eso
–ahora todos somos keynesianos. Pero hay un muchacho
latinoamericano con la cabeza llena de basura, que en un
falso socialismo –en realidad nazi-fascismo puro y duro-, ha
encontrado la coartada para satisfacer su patológica
necesidad de ocupar el centro de la escena. Este personaje
en quien se resumen todos nuestros errores y confusiones ha
mandado a su antojo durante diez años. En ese lapso ha
derrochado el más inmenso ingreso que podía soñar un país
latinoamericano, nos ha endeudado en un volumen que
compromete no sólo el bienestar de las generaciones jóvenes
actuales y el de las venideras, sino, sobre todo, nuestra
soberanía –háganme caso: para pagar, terminaremos entregando
a PDVSA, como pacientemente espera, contando con la torpeza
de Hugo Chávez, El Imperio, que existe y es maluco.
Dentro de este cuadro
catastrófico, es demencial la proposición de mantenernos en
un camino que conduce al desastre. Quienes primero deben
entender esto son los dirigentes chavistas, leales o
disidentes. El chavismo tiene –lo sugerimos al comienzo de
esta crónica y lo decimos claramente al cierre-, el crédito
histórico de haber repuesto como prioridad la lucha contra
la pobreza. Sólo que la conducción ha sido incompetente y se
desvió hacia un ortodoxia doctrinaria objetivamente
insostenible y realmente dirigida a eternizar un líder de
incompetencia manifiesta.
Muchas veces he dicho que el
chavismo llegó para quedarse, quizás como un íncubo, en la
política venezolana. Eso será verdad en la medida en que no
se convierta en instrumento de una insania tan evidente como
la que aqueja a Hugo Chávez Frías, cuyo proyecto hace tiempo
dejó de ser el del cambio social para convertirse en una
orgía de poder personal fanáticamente utilizado.
La Historia está allí, tomando
nota.
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Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta |