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Un fracaso absoluto
por Rafael Poleo
viernes, 12 diciembre 2008


  Las razones para defender al régimen chavista se han debilitado al punto de que muchas personas que antes quebraban lanzas por él, ahora, frente a la realidad objetiva, aceptan su fracaso. Tal fracaso es notorio incluso en el aspecto donde Chávez  pudiera ser defendible, el de una preocupación social que no tenemos derecho a negarle. Si en los Estados Unidos post-bushistas hay, porque estadísticamente los hay, más pobres que hasta la casita pierden, en la Venezuela que ya empieza a ser post-chavista hay más pobres y sub-alimentados que en la indolente Cuarta República de los años noventa. 

 

Es necesario recordar los polvos que trajeron estos lodos. Para fines de los años ochenta, los dirigentes de la Cuarta República habían olvidado las necesidades de la gente. Los adecos evitaban llamarse socialdemócratas y los copeyanos ocultaron la tierna denominación socialcristiana. Desarrollaron la pueril vanidad de pasar por neo-liberales sin saber exactamente con qué se comía eso. En declaraciones, recepciones, comités y asambleas manejaban la recién descubierta jerga pseudo-gerencial de lo que se llamó economía de mercado, citando de oídas a sus gurúes. Era el mismo doctrinarismo de cartilla, la misma superficialidad conque antes se había mitificado el catecismo socialista. Una garrulería de igual intensidad aunque de sentido contrario. Los políticos y los empresarios, hasta los intelectuales reales o presuntos, perdieron el contacto con la realidad. Así les tomó por sorpresa ese punto de inflexión en la historia de este país conocido como "El Caracazo".

 

Quienes no habíamos creído en la utopía socialista y después tampoco creímos en la panacea neo-liberal, fuimos suavemente apartados por un empresariado proclive a calcar sin previo análisis los patrones norteamericanos. Pero a los empresarios no hay que pedirles sutileza política, sino eficiencia en la producción y el empleo. "Zapatero a sus zapatos", le recordó el presidente Leoni a Miguel Ángel Capriles cuando éste se quiso doblar en líder de masas –y eso que Miguel Ángel tenía el crédito de ser el mago de la prensa popular.

 

 Lo catastrófico fue que la comunidad política adoptara sin análisis ni adecuaciones una doctrina tan simplista como es la neo-liberal. Claro que en la mayoría de ellos era un postura hipócrita, aconsejada por el prejuicio de que para ser alguien en la política venezolana se necesita la bendición de Estados Unidos y los reales de los empresarios. No puedo olvidar el Comité Político donde la dirección nacional de Acción Democrática analizó el "Caracazo", a pocos días de ese acontecimiento. El presidente Pérez se presentó para mantener los corderos en el rebaño, igualito que Chávez hace ahora en las grotescas asambleas del PSUV. Ante aquel colectivo supuesto a fijar la estrategia del partido de gobierno  presenté una crítica matemática, realizada por eminentes profesores, del proyecto para imponer un cambio de modelo económico por terapia de choque. De mi cosecha fue el análisis político, resumible así (hablamos de febrero de 1989): No se trata de discutir doctrinas económicas, sino viabilidades políticas. Un cambio de modelo económico en un país habituado al subsidio sólo puede hacerse por un gran acuerdo nacional, no por imposición ejecutiva. En la austera sociedad chilena los militares lo hicieron en dieciocho años y eso con licencia para matar. Si Acción Democrática se empeña en hacerlo en dos años en esta sociedad que vive del subsidio, lo único que conseguiremos será que se nos desafecten las mayorías y queden a disposición de cualquier aventurero fascista que les ofrezca devolverles lo que ellos sienten que nosotros les estamos quitando. (Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia).

 

Lo más doloroso es que en aquel CPN todos estaban de acuerdo conmigo, pero no se atrevían a decirlo en presencia de Pérez, proveedor de canonjías y contratos. Eran los adecos descastados que antes de una década entregarían la Cuarta República. Hipócritamente seguían a Pérez, cuyo cerebro estaba en el pulido escritorio de Pedro Tinoco, igual que los borregos chavistas siguen hoy a Chávez, cuyo cerebro está en el mugriento lecho de Fidel Castro.

 

Satisfecha esta lamentación de quien tuvo razón antes de tiempo, aterricemos en la pobre Venezuela de hoy. Después de la catástrofe de Wall Street, generadora de la mayor recesión que el planeta ha conocido después de la Segunda Guerra Mundial, para sostener la ortodoxia neo-liberal hay que ser tan ciego o tan hipócrita, o tan bien pagado, como habría que serlo para defender el modelo socialista. Los neo-liberales se dejaron de eso –ahora todos somos keynesianos. Pero hay un muchacho latinoamericano con la cabeza llena de basura,  que en un falso socialismo –en realidad nazi-fascismo puro y duro-, ha encontrado la coartada para satisfacer su patológica necesidad de ocupar el centro de la escena. Este personaje en quien se resumen todos nuestros errores y confusiones ha mandado a su antojo durante diez años. En ese lapso ha derrochado el más inmenso ingreso que podía soñar un país latinoamericano, nos ha endeudado en un volumen que compromete no sólo el bienestar de las generaciones jóvenes actuales y el de las venideras, sino, sobre todo, nuestra soberanía –háganme caso: para pagar, terminaremos entregando a PDVSA, como pacientemente espera, contando con la torpeza de Hugo Chávez, El Imperio, que existe y es maluco.

 

Dentro de este cuadro catastrófico, es demencial la proposición de mantenernos en un camino que conduce al desastre. Quienes primero deben entender esto son los dirigentes chavistas, leales o disidentes. El chavismo tiene –lo sugerimos al comienzo de esta crónica y lo decimos claramente al cierre-, el crédito histórico de haber repuesto como prioridad la lucha contra la pobreza. Sólo que la conducción ha sido incompetente y se desvió hacia un ortodoxia doctrinaria objetivamente insostenible y realmente dirigida a eternizar un líder de incompetencia manifiesta.

 

 Muchas veces he dicho que el chavismo llegó para quedarse, quizás como un íncubo, en la política venezolana. Eso será verdad en la medida en que no se convierta en instrumento de una insania tan evidente como la que aqueja a Hugo Chávez Frías, cuyo proyecto hace tiempo dejó de ser el del cambio social para convertirse en una orgía de poder personal fanáticamente utilizado.

 

La Historia está allí, tomando nota.

 

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  Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta


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