Chávez
se ha cubierto las espaldas, sobre las cuales ya calienta el
sol, con el mismo manto de humildad y tolerancia que le
vimos lucir, por unos días, después del 11 de Abril. Como
entonces, la súbita humildad es una maniobra táctica
aprendida en Lenín: “Demos un paso atrás para luego dar dos
hacia delante”. Su objetivo de poder absoluto está intacto,
aunque sea diferido. Pero su situación se ha hecho aún más
precaria que en aquel dulce abril.
A su natural adversario externo –Estados Unidos-, se han
sumado el Vaticano y la Unión Europea. En América Latina le
adversan los tres que cuentan: México, Brasil y Colombia. A
algunos recordarán declaraciones donde Lula parece
respaldarle. Esas declaraciones corresponden a la firma de
los numerosos contratos y acuerdos con los cuales Brasil se
está beneficiando. Una vez firmados no los rescindirá un
nuevo gobierno en Venezuela. En lo estructural, Brasil está
obligado a pelearse con Chávez por algo decisivo: Bolivia,
que para la potencia del Sur es inmediato suministro
energético y futura salida al Pacífico. Brasil sabe que
Chávez le manosea la novia, que es Bolivia. ¿Y Cuba? Eso se
acabó. Fidel está técnicamente muerto y Raúl se está
entendiendo con los americanos por debajo de la mesa.
Las computadoras de Raúl Reyes tienen un efecto deletéreo en
la opinión mundial. Es que El Imperio existe, y es maluco.
Las solas filtraciones astutamente colocadas aquí y allá en
medios de comunicación de todo el mundo, han puesto a
temblar al alto perraje. Esto será rematado con la
revelación de las cuentas bancarias e inversiones de los
líderes chavistas adentro y afuera. El Imperio ha hecho pura
inteligencia financiera, con la cooperación de Panamá y
Suiza. Para El Imperio no hay secretos. Los bolimillonarios
están pillaos. El Imperio los tiene sujetos por las
muchísimas gracias. No les queda otra que cantar y
cuadrarse.
Ahora: importante es lo de adentro. El cuadro económico es
desastroso –leer a Maza Zabala en “Zeta” de esta semana.
Cuesta creerlo, pero… No hay real. Estamos sin fondos y
endeudados porque un gobierno irresponsable ha despilfarrado
y robado los fabulosos ingresos petroleros de estos años.
Chávez se ha comido la base financiera que le estabilizaba.
Intentó jugarse el resto en una ofensiva que incluye
inhabilitaciones, Ley Gestapo y exclusión de los militares
institucionalistas. Fue una contra-ofensiva espectacular
pero breve, como aquella de Hitler en Las Ardenas al final
de la II Guerra Mundial. Las inhabilitaciones son
insostenibles en la medida en que la Oposición se niegue a
aceptarlas, como hasta ahora ha hecho. La Ley Gestapo fue
detenida por la Iglesia y los medios. En cuanto a la
exclusión de los militares institucionalistas, merece
párrafo aparte, porque es lo determinante, como decía
Rómulo.
El análisis presentado por Aníbal Romero en la Universidad
de Santiago de Compostela a principios de este mes, sobre el
cual “Zeta” informó hace dos semanas, es simplemente exacto.
Chávez ha logrado captar o sobornar a un 20% de la
oficialidad. El otro 80% se hace llamar institucionalista,
aunque el Informe Romero lo define naserista. Este cronista
lo llamaría naserista suave o naserista de la última etapa
del naserismo, cuando el gran líder, padre del Egipto nuevo
como Kemal Ataturk lo fue de la Turquía moderna, aceptó las
realidades geopolíticas representadas en Israel y el poderío
determinante, aún hoy incontrastado, de los Estados Unidos
de Norteamérica, potencia militar capaz de destruir en media
hora cualquier gran ciudad del planeta y al mismo tiempo
desembarcar en cada uno de los puntos estratégicos del globo
30.000 hombres cada uno de los cuales vale por un batallón
adversario. (Recuérdese el misil que entró en la poceta
personal de Kadafi en su “inexpugnable” búnker,
convirtiéndolo en afable amigo de El Imperio, y el paseo de
las tropas americanas en Irak, donde el Sadam Husein que
prometía “la madre de todas las guerras” terminó desencamado
del hoyo miserable donde se escondía, y condenado en
tribunales internacionales y ejecutado, como le pasará a mi
tercio si no cuadra de verdad-verdad).
Esa realidad geopolítica que esbozo de manera basta pero
exacta, es conocida por la oficialidad media y por la
mayoría de los generales. Es un 80% de la Fuerza Armada que
anda arrechísima con un orate que después de reducirla a una
deplorable situación operacional pretende enfrentarla al
poderoso y eficaz ejército colombiano. ¡Como si estos fueran
los tiempos de Lusinchi, cuando a la corbeta “Caldas” le
pusimos dos fragatas misilísticas en el costado, los Mirage
y F16 estaban en capacidad de arrasar en tierra el poderío
aéreo colombiano y 20.000 hombres realmente sobre las armas
fueron movilizados hacia la frontera!
No sólo eso saben los oficiales que Romero llama naseristas.
Nacionalistas vergatarios como son, han presenciado el
derroche de los dineros con los cuales hubiéramos podido
construir un nuevo país. Lloran la destrucción del aparato
productivo al punto de que hoy importamos el 70% de lo que
consumimos, con énfasis en el estratégico rubro alimentario.
Tienen ganas de matar a los odiados cubanos que les pautan
la vida y hasta les dan órdenes directas, disfrazados de
oficiales venezolanos. Quieren poner en marcha un plan de
reconstrucción que relance al país hacia destinos que le son
posibles. Conscientes de que la unidad nacional es
indispensable para que Venezuela salga de abajo, ven con
espanto el abismo que Chávez ha abierto entre el estamento
militar y el país civil.
Pero… El 80% de militares humillados hubiera seguido
llorandito y viviendito si el orate no hubiese intensificado
el acoso a los oficiales que se niegan a ser comunistas.
Perseguidos hasta la alambrada, se han regresado en un
“¡Vuelvan caras!” que puede terminar en la degollina de sus
adversarios, especialmente los civiles, quienes, como lo
intuye el fino instinto de Lina Ron, están condenados en
listas más terribles que la de Tascón.
Ese “¡Vuelvan caras!” es lo que ha frenado a Chávez. Lo
demás es adorno. Nadie puede ser tan pendejo como para creer
que el cambio de estilo corresponde a un cambio de
propósitos. De momento le favorece la cooperación de los
políticos temerosos de un régimen naserista –por moderado
que sea- y la reticencia de Estados Unidos y la Unión
Europea hacia gobiernos militares nacionalistas. Washington,
igual que nuestros políticos, prefiere un Chávez amansado
antes que un Nasserito arrecho. O sea, que Bush –u Obama o
el viejito, es igual-, y los dirigentes de la oposición
venezolana coinciden con Chávez en la tarea de aquietar al
80% de la oficialidad. Este cronista pasa y gana. Como el
brujo en la guaracha de Billo, “Digo lo que veo”.
* |
Artículo publicado originalmente en el diario El
Nuevo País |