La
salud del presidente es un tema que merece atención
permanente de la opinión pública en cualquier país
civilizado. Se lo debe tratar por encima de la política
inmediata. Pero hay que tratarlo. Con naturalidad, seriedad
y respeto, pero hay que tratarlo.
Las hordas necesitan líderes.
Estos son unos personajes misteriosos, carismáticos,
psíquicamente “atípicos”, que hacen muchos discursos y pocas
obras. Adorándolos, algunos pueblos encuentran consuelo a su
atraso. Estarán arruinados, pero tienen un líder que les
enseña el odio como compensación a sus frustraciones.
Las naciones propiamente dichas
no usan líderes, sino administradores de sus intereses
concretos. Todo aspirante a esa responsabilidad tiene que
exponer sus credenciales y características, entre ellas un
completa y clara información sobre su salud. Una vez en el
cargo, cada gripecita o indigestión debe ser motivo de
numerosas y convincentes explicaciones sobre la enfermedad.
Se hace chequeos médicos anuales en clínicas bien
establecidas, sobre los cuales se difunde un informe
profesional. Después de todo, no se trata de un gurú, sino
del empleado público más importante, que por eso mismo no
puede estar disminuido en su capacidad física y mental para
hacer el trabajo por el cual se le paga. Esto no se entiende
en sociedades atrasadas, donde la gente se entusiasma con
políticos ladrones justamente por saber que lo son, cree que
las reinas de belleza pueden mutarse en presidentas de la
república de la noche a la mañana y elige para el máximo
cargo militares jóvenes siempre que ignoren cuanto tenga que
ver con la administración del Estado y hayan fracasado en el
intento de derrocar gobiernos legítimos.
Lo natural sería que la salud de
los presidentes fuera agua clara desde antes de llegar al
cargo. Las postulaciones presidenciales deberían ir
acompañadas por un informe sobre su salud emitido por la
Academia Nacional de Medicina. La imperfecta democracia no
llena esos extremos. Pero la democracia es perfeccionable.
En tal sentido, los comentarios responsables, fundamentados,
que se hagan sobre la salud del presidente Chávez, serán por
lo menos un positivo ejercicio democrático y civilizador.
La humanidad ha vivido
experiencias aleccionadoras en este aspecto. Cuando los
desastrosos efectos de la Conferencia de Yalta ya eran
irreversibles, fue cuando se vino a saber que en aquellas
negociaciones donde Roosevelt, Churchill y Stalin decidieron
la suerte de la humanidad para los próximos cincuenta años
al cabo de la II Guerra Mundial, el presidente de los
Estados Unidos no estaba en condiciones médicas de sostener
las posiciones del mundo democrático. Desde dos años antes
debió retirarse o ser inhabilitado. Más cerca en el tiempo y
el espacio tenemos el caso de Fidel Castro. Es poco serio
pretender que las facultades del derruido dictador cubano
sean las necesarias para ejercer la Jefatura del Gobierno y
el Estado. El establishment cubano lo ha entendido y
resolverá satisfactoriamente la situación, depositando en el
olimpo al decrépito criminal.
Un recuento somero del Siglo XX
venezolano comienza con un Cipriano Castro derrocado no por
sus adversarios políticos sino por un atormentado cuadro
urológico. A Gómez, el mismo padecimiento prostático-renal
le postró en los últimos años, durante los cuales gobernó el
miedo que le tenían. Pero ya se había creado el Estado
venezolano como maquinaria capaz de funcionar manejada por
el equipo brillante que dirigía López Contreras. Éste había
superado una tuberculosis laríngea y vivía atormentado por
neuritis y culebrillas. El retiro temprano de este gran
estadista pudo estar relacionado con eso. Por su situación
vascular, Medina no sobrevivió mucho a su derrocamiento.
Como este mal es progresivo, cabe pensar que su irresolución
frente a los alzados de 1945 tuvo que ver con una pobre
irrigación cerebral. Igual pudiera considerarse del Gallegos
depresivo que se dejó ir cuesta abajo.
Caso especial es Diógenes
Escalante, el hombre en quien Gobierno y Oposición estaban
de acuerdo para que fuera candidato en 1945. Cuando se
preparaba ese tránsito pacífico hacia la democracia plena,
el hombre enloqueció, el acuerdo no pudo recomponerse y la
revolución siguió su curso. Si no se enferma Escalante, el
curso de nuestra historia pudo ser más sereno.
De Pérez Jiménez en adelante los
presidentes gozaron de una medicina avanzada, capaz de
prevenir muchos males. Poco antes de morir, me dijo,
riéndose de sí mismo: “Soy un hombre biónico”. Y me
describió de arriba abajo los adminículos que le habían
colocado para que siguiera funcionando. En cuanto a
Betancourt, estaba intelectualmente disminuido en sus
últimos años, pero no tanto como para no saberlo. Por eso
dejó el paso a Carlos Andrés, quien luego trataría sin la
menor delicadeza este aspecto de la salud del maestro sobre
cuyos hombros llegó al poder.
Los problemas psíquicos se
mantienen soterrados por un enfoque arcaico de la salud
mental, que llama locura cualquier depresión o simple fatiga
de los nervios. Ésta fatiga del timonel basta para explicar
el rumbo errático del actual régimen. En sana lógica, nadie
en la situación del presidente Chávez puede estar sano. Son
cuatro años de campaña electoral cuesta arriba y nueve años
de fracasos en el gobierno, sin posibilidad de recuperación
porque el equipo es cada vez más pequeño y menos competente.
Todo esto sobre un psiquismo sensible, dotado más para la
escena que para el duro trabajo de administrador. Y, más
abajo en la psiquis, la condición básica de un artista, de
un “divo”, no de un jefe de Estado.
Por supuesto, el perverso no es
Chávez, sino el sistema. Los medios, especialmente la
televisión, propiciamos el auge de los picos de plata
carismáticos, en el fondo inconsistentes y hasta
infradotados para la específica función de gobierno. En el
caso que nos ocupa, el personaje pudo haber sido un digno
sucesor de mi admirado e inolvidable amigo Renny Ottolina,
cuyo show del mediodía Hugo reproduce en sus “Aló
presidente”. Porque a Chávez la figura de Fidel se le vuelve
paradigmática cuando ya es un político en funciones. Antes
de eso, sus ídolos son Renny y ese cumplido caballero del
micrófono y la amistad que fue Delio Amado León. En la
Escuela Militar, Chávez no se dormía soñando que estaba en
la Sierra Maestra –como le dijo a Fidel la primera vez que
se encontraron-, sino pegado al radiecito por donde salía la
masculina entonación y dicción perfecta de Delio Amado
transmitiendo los juegos de béisbol.
Todos somos responsables
Para comprender la tragedia
debemos aceptar que en el caso de Chávez la
irresponsabilidad no fue suya, sino de los poderosos que lo
promovieron creyendo que podrían manejarlo y de los
electores que fueron a votar en el ánimo de quien elige una
reina de carnaval. Él era un muchacho sin preparación ni
experiencia, que perseguía un sueño aún confuso, cuando
alguien lo puso en manos de Fidel. El viejo bellaco, hábil
manipulador de personas, llenó aquel recipiente vacío con
toda la mierda acumulada en décadas de maldad. A partir de
allí, Fidel ha actuado como un íncubo que ha ido desalojando
de la mente de su víctima todo respeto humano y la ha
llenado con sus propios complejos y frustraciones,
instrumentalizándolo para sus obscuras venganzas.
Lo cierto es que hoy tenemos un
presidente manejado a distancia por un malvado moribundo que
a través de él pretende continuar su proyecto de odio.
La fatiga de tantos años de
poder y la frustración de una serie de fracasos, dentro de
los cuales el fundamental ha sido en su honesto deseo de
redimir a los pobres, agobia a este presidente nuestro cuya
naturaleza hipersensible no tolera la crítica, cuyo orgullo
infantil le impide rectificar, urgido por una enfermiza
necesidad de ser amado la cual provoca reacciones
apocalípticas ante cualquier rechazo de los que naturalmente
debe enfrentar un político. Su ejecutoria al frente del
Estado venezolano ha sido un rosario de fracasos y
frustraciones que en nada confortan una naturaleza como la
suya. Viene de cuatro años de campaña electoral cuesta
arriba más nueve años de ejercicio ineficaz del poder,
durante los cuales se han agravado todos los problemas que
él soñó resolver. Se ha derrochado un capital inmenso, se ha
amontonado una deuda nacional abrumadora, se ha desmontado
la maquinaria administrativa, se ha fracturado mortalmente
el aparato productivo justo cuando los precios mundiales
trepan en rubros vitales como el de alimentos, se ha
entronizado una corrupción descarada y masiva, se ha
convertido la revolución en una farsa en la cual no creen ni
sus más voraces usufructuarios. No hay empleo, ni comida, ni
seguridad personal ni territorial, ni salud, ni educación,
ni servicios públicos elementales. Nuestra conducta
internacional es la de forajidos. Nuestro presidente yace en
el agujero obscuro de los fracasados. Sus manos están
vacías. Como político y estadista no tiene ni partido, ni
revolución, ni equipo de gobierno, ni algo que mirar salvo
fracasos. Como hombre no tiene amigos, ni compañera, ni
confidentes, ni religión, ni filosofía que lo conforte. Ni
alguien en quien confiar salvo el anciano bellaco que lo
manipula. Ante este cuadro meramente descriptivo, ¿cómo
puede estar, allá en su soledad, sino agotado y
desmoralizado, sobre todo cuando se trata de una
personalidad hipersensible, el ser humano cuyo psiquiatra
original, Edmundo Chirinos, describe bañado en llanto cada
vez que exponía sus problemas íntimos, y eso mucho antes de
que sobre él cayera tanta adversidad?
Es una situación delicada que
delicadamente se debe manejar. Pero se debe manejar no sólo
y no tanto por una Oposición naturalmente interesada en
sacar provecho político, sino por la delgada línea de los
ciudadanos responsables y desinteresados, empezando por los
del partido de Gobierno. Ante lo que viene en las próximas
semanas por obra del desabastecimiento, el costo de la vida,
el caos social, ya no se puede invocar la coartada de la
revolución bajo la cual se han amparado ladrones e
incapaces. En un país normal, en estas condiciones el Jefe
del Gobierno debe dimitir y el partido de Gobierno tiene la
prioridad para la elección de un substituto. Porque una
realidad tan evidente como la del colapso del presidente
Chávez, es que el chavismo sigue siendo el movimiento
político más importante del país, con raíces
socio-históricas muy profundas, con una razón de ser que le
da validez y permanencia, con una vitalidad de la cual otros
carecen y, de modo inmediato, con más respaldo electoral que
cualquier otra opción. De modo que substituirlo en el poder
sería una pretensión tan ilegítima como la de soslayar un
análisis serio sobre la fatiga nerviosa del presidente y la
posibilidad de que ésta sea tan profunda que le inhabilite
para el cumplimiento de sus funciones.
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Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta |