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La salud mental del presidente
por Rafael Poleo
viernes, 11 enero 2008


La salud del presidente es un tema que merece atención permanente de la opinión pública en cualquier país civilizado. Se lo debe tratar por encima de la política inmediata. Pero hay que tratarlo. Con naturalidad, seriedad y respeto, pero hay que tratarlo.

Las hordas necesitan líderes. Estos son unos personajes misteriosos, carismáticos, psíquicamente “atípicos”, que hacen muchos discursos y pocas obras. Adorándolos, algunos pueblos encuentran consuelo a su atraso. Estarán arruinados, pero tienen un líder que les enseña el odio como compensación a sus frustraciones.

Las naciones propiamente dichas no usan líderes, sino administradores de sus intereses concretos. Todo aspirante a esa responsabilidad tiene que exponer sus credenciales y características, entre ellas un completa y clara información sobre su salud. Una vez en el cargo, cada gripecita o indigestión debe ser motivo de numerosas y convincentes explicaciones sobre la enfermedad. Se hace chequeos médicos anuales en clínicas bien establecidas, sobre los cuales se difunde un informe profesional. Después de todo, no se trata de un gurú, sino del empleado público más importante, que por eso mismo no puede estar disminuido en su capacidad física y mental para hacer el trabajo por el cual se le paga. Esto no se entiende en sociedades atrasadas, donde la gente se entusiasma con políticos ladrones justamente por saber que lo son, cree que las reinas de belleza pueden mutarse en presidentas de la república de la noche a la mañana y elige para el máximo cargo militares jóvenes siempre que ignoren cuanto tenga que ver con la administración del Estado y hayan fracasado en el intento de derrocar gobiernos legítimos.

Lo natural sería que la salud de los presidentes fuera agua clara desde antes de llegar al cargo. Las postulaciones presidenciales deberían ir acompañadas por un informe sobre su salud emitido por la Academia Nacional de Medicina. La imperfecta democracia no llena esos extremos. Pero la democracia es perfeccionable. En tal sentido, los comentarios responsables, fundamentados, que se hagan sobre la salud del presidente Chávez, serán por lo menos un positivo ejercicio democrático y civilizador.

La humanidad ha vivido experiencias aleccionadoras en este aspecto. Cuando los desastrosos efectos de la Conferencia de Yalta ya eran irreversibles, fue cuando se vino a saber que en aquellas negociaciones donde Roosevelt, Churchill y Stalin decidieron la suerte de la humanidad para los próximos cincuenta años al cabo de la II Guerra Mundial, el presidente de los Estados Unidos no estaba en condiciones médicas de sostener las posiciones del mundo democrático. Desde dos años antes debió retirarse o ser inhabilitado. Más cerca en el tiempo y el espacio tenemos el caso de Fidel Castro. Es poco serio pretender que las facultades del derruido dictador cubano sean las necesarias para ejercer la Jefatura del Gobierno y el Estado. El establishment cubano lo ha entendido y resolverá satisfactoriamente la situación, depositando en el olimpo al decrépito criminal.

Un recuento somero del Siglo XX venezolano comienza con un Cipriano Castro derrocado no por sus adversarios políticos sino por un atormentado cuadro urológico. A Gómez, el mismo padecimiento prostático-renal le postró en los últimos años, durante los cuales gobernó el miedo que le tenían. Pero ya se había creado el Estado venezolano como maquinaria capaz de funcionar manejada por el equipo brillante que dirigía López Contreras. Éste había superado una tuberculosis laríngea y vivía atormentado por neuritis y culebrillas. El retiro temprano de este gran estadista pudo estar relacionado con eso. Por su situación vascular, Medina no sobrevivió mucho a su derrocamiento. Como este mal es progresivo, cabe pensar que su irresolución frente a los alzados de 1945 tuvo que ver con una pobre irrigación cerebral. Igual pudiera considerarse del Gallegos depresivo que se dejó ir cuesta abajo.

Caso especial es Diógenes Escalante, el hombre en quien Gobierno y Oposición estaban de acuerdo para que fuera candidato en 1945. Cuando se preparaba ese tránsito pacífico hacia la democracia plena, el hombre enloqueció, el acuerdo no pudo recomponerse y la revolución siguió su curso. Si no se enferma Escalante, el curso de nuestra historia pudo ser más sereno.

De Pérez Jiménez en adelante los presidentes gozaron de una medicina avanzada, capaz de prevenir muchos males. Poco antes de morir, me dijo, riéndose de sí mismo: “Soy un hombre biónico”. Y me describió de arriba abajo los adminículos que le habían colocado para que siguiera funcionando. En cuanto a Betancourt, estaba intelectualmente disminuido en sus últimos años, pero no tanto como para no saberlo. Por eso dejó el paso a Carlos Andrés, quien luego trataría sin la menor delicadeza este aspecto de la salud del maestro sobre cuyos hombros llegó al poder.

Los problemas psíquicos se mantienen soterrados por un enfoque arcaico de la salud mental, que llama locura cualquier depresión o simple fatiga de los nervios. Ésta fatiga del timonel basta para explicar el rumbo errático del actual régimen. En sana lógica, nadie en la situación del presidente Chávez puede estar sano. Son cuatro años de campaña electoral cuesta arriba y nueve años de fracasos en el gobierno, sin posibilidad de recuperación porque el equipo es cada vez más pequeño y menos competente. Todo esto sobre un psiquismo sensible, dotado más para la escena que para el duro trabajo de administrador. Y, más abajo en la psiquis, la condición básica de un artista, de un “divo”, no de un jefe de Estado.

Por supuesto, el perverso no es Chávez, sino el sistema. Los medios, especialmente la televisión, propiciamos el auge de los picos de plata carismáticos, en el fondo inconsistentes y hasta infradotados para la específica función de gobierno. En el caso que nos ocupa, el personaje pudo haber sido un digno sucesor de mi admirado e inolvidable amigo Renny Ottolina, cuyo show del mediodía Hugo reproduce en sus “Aló presidente”. Porque a Chávez la figura de Fidel se le vuelve paradigmática cuando ya es un político en funciones. Antes de eso, sus ídolos son Renny y ese cumplido caballero del micrófono y la amistad que fue Delio Amado León. En la Escuela Militar, Chávez no se dormía soñando que estaba en la Sierra Maestra –como le dijo a Fidel la primera vez que se encontraron-, sino pegado al radiecito por donde salía la masculina entonación y dicción perfecta de Delio Amado transmitiendo los juegos de béisbol.

Todos somos responsables

Para comprender la tragedia debemos aceptar que en el caso de Chávez la irresponsabilidad no fue suya, sino de los poderosos que lo promovieron creyendo que podrían manejarlo y de los electores que fueron a votar en el ánimo de quien elige una reina de carnaval. Él era un muchacho sin preparación ni experiencia, que perseguía un sueño aún confuso, cuando alguien lo puso en manos de Fidel. El viejo bellaco, hábil manipulador de personas, llenó aquel recipiente vacío con toda la mierda acumulada en décadas de maldad. A partir de allí, Fidel ha actuado como un íncubo que ha ido desalojando de la mente de su víctima todo respeto humano y la ha llenado con sus propios complejos y frustraciones, instrumentalizándolo para sus obscuras venganzas.

Lo cierto es que hoy tenemos un presidente manejado a distancia por un malvado moribundo que a través de él pretende continuar su proyecto de odio.

La fatiga de tantos años de poder y la frustración de una serie de fracasos, dentro de los cuales el fundamental ha sido en su honesto deseo de redimir a los pobres, agobia a este presidente nuestro cuya naturaleza hipersensible no tolera la crítica, cuyo orgullo infantil le impide rectificar, urgido por una enfermiza necesidad de ser amado la cual provoca reacciones apocalípticas ante cualquier rechazo de los que naturalmente debe enfrentar un político. Su ejecutoria al frente del Estado venezolano ha sido un rosario de fracasos y frustraciones que en nada confortan una naturaleza como la suya. Viene de cuatro años de campaña electoral cuesta arriba más nueve años de ejercicio ineficaz del poder, durante los cuales se han agravado todos los problemas que él soñó resolver. Se ha derrochado un capital inmenso, se ha amontonado una deuda nacional abrumadora, se ha desmontado la maquinaria administrativa, se ha fracturado mortalmente el aparato productivo justo cuando los precios mundiales trepan en rubros vitales como el de alimentos, se ha entronizado una corrupción descarada y masiva, se ha convertido la revolución en una farsa en la cual no creen ni sus más voraces usufructuarios. No hay empleo, ni comida, ni seguridad personal ni territorial, ni salud, ni educación, ni servicios públicos elementales. Nuestra conducta internacional es la de forajidos. Nuestro presidente yace en el agujero obscuro de los fracasados. Sus manos están vacías. Como político y estadista no tiene ni partido, ni revolución, ni equipo de gobierno, ni algo que mirar salvo fracasos. Como hombre no tiene amigos, ni compañera, ni confidentes, ni religión, ni filosofía que lo conforte. Ni alguien en quien confiar salvo el anciano bellaco que lo manipula. Ante este cuadro meramente descriptivo, ¿cómo puede estar, allá en su soledad, sino agotado y desmoralizado, sobre todo cuando se trata de una personalidad hipersensible, el ser humano cuyo psiquiatra original, Edmundo Chirinos, describe bañado en llanto cada vez que exponía sus problemas íntimos, y eso mucho antes de que sobre él cayera tanta adversidad?

Es una situación delicada que delicadamente se debe manejar. Pero se debe manejar no sólo y no tanto por una Oposición naturalmente interesada en sacar provecho político, sino por la delgada línea de los ciudadanos responsables y desinteresados, empezando por los del partido de Gobierno. Ante lo que viene en las próximas semanas por obra del desabastecimiento, el costo de la vida, el caos social, ya no se puede invocar la coartada de la revolución bajo la cual se han amparado ladrones e incapaces. En un país normal, en estas condiciones el Jefe del Gobierno debe dimitir y el partido de Gobierno tiene la prioridad para la elección de un substituto. Porque una realidad tan evidente como la del colapso del presidente Chávez, es que el chavismo sigue siendo el movimiento político más importante del país, con raíces socio-históricas muy profundas, con una razón de ser que le da validez y permanencia, con una vitalidad de la cual otros carecen y, de modo inmediato, con más respaldo electoral que cualquier otra opción. De modo que substituirlo en el poder sería una pretensión tan ilegítima como la de soslayar un análisis serio sobre la fatiga nerviosa del presidente y la posibilidad de que ésta sea tan profunda que le inhabilite para el cumplimiento de sus funciones.

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  Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta


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