Los
presidentes de los países peor gobernados del planeta, entre
los cuales Venezuela ha ganado un sitio de honor, están
reunidos en Nicaragua –aspirante al sub campeonato de la
especialidad-, para conocer las razones de la actual escasez
de alimentos y, se supone, ver la manera de enfrentarla.
Generalizar, como lo he hecho, es siempre una injusticia o
por lo menos una imprecisión. No se puede llamar
malgobernados a Costa Rica, México y Dominicana. Pero es que
Venezuela y Nicaragua esplenden de tal modo que no se ve a
los otros. Además, el gárrulo de Barinas ocupará la mayor
parte del tiempo, dirá los más espectaculares disparates y
eso le dará el tono a la reunión.
Las informaciones preliminares registran que el consenso
tiende a culpar al Imperio por la escasez y alto precio de
la comida. Hecho lo cual y tras deglutir un t-bone steack
imperialista en la cena de clausura, cada uno volverá para
su casa, a relamerse de gusto por el t- bone y por el
discurso que se disparó en Managua. “Mi amor, me hubieras
visto. Puse a Bush por el suelo y me aplaudieron muchísimo”,
le dirá a Cilia Flores el canciller Maduro. Por supuesto, no
habrá flores ni madureces. Ni el suyo ni ningún otro de los
discursos hará florecer un aguacate ni madurar una mazorca
de maíz.
La verdad es que El Imperio hizo lo posible por crear esta
escasez de alimentos. El primer Bush lanzó una cruzada
mundial para convencer a Europa y América Latina de que les
convenía comprar los excedentes agrícolas americanos y de
paso ahorrarse el subsidio a la agricultura. En esos años
noventa, una dama de nombre Carla Hill, alta funcionaria del
Imperio, recorrió el mundo vendiendo esa idea.
Afortunadamente para todos, los gobernantes europeos le
dieron un parao a la eñora Hill. Le explicaron a la que el
subsidio mantenía activas a vastas regiones del viejo y
sabio continente, las cuales así eran deliciosos parajes
visitados por millones de turistas que dejaban cinco veces
más dinero del invertido en subsidios. Por otra parte, más
gastarían en atender los problemas causados por el éxodo del
campo a la ciudad, debido a la declinación del negocio
agrícola. Bush no encontraba qué decirle a sus electores del
Medio Oeste –a quienes, por cierto, bien que los subsidian.
Hasta que en la página 7 de The New York Times, un día de
febrero de 1991 el cual recuerdo como si fuera hoy, este
humilde cronista pudo leer una información de inside emanada
de la Casa Blanca según la cual el presidente Bush había, en
reunión secreta, prometido a sus electores de los estados
agrícolas que algunos gobiernos adictos de América Latina se
tragarían los excedentes que la prudente Europa había
rechazado. Conspicuo entre esos gobiernos adictos era del de
Carlos Andrés Pérez II, cuya naturaleza anti-nacional fue su
característica más protuberante. (Esa historia puedo
contarla con detalle, si me provocan).
Pérez y El Imperio no pudieron destruir lo que el gobierno
de Lusinchi había creado. Durante el mandato de este buen
gobernante a quien sin mayor análisis se repudia porque
incurrió en el lugar común de enamorarse de su secretaria,
sobrevolar Venezuela era como hacerlo sobre los campos de
Iowa. Horizonte de siembras en Oriente y Occidente. Por
supuesto, el rendimiento de aquellos maizales no era el de
Estados Unidos, donde el subsidio directo e indirecto ha
creado una infraestructura de apoyo que incluye semillas y
fertilizantes de la mejor calidad, seguro agrícola para
cubrir las malas cosechas, vialidad impecable, agroindustria
metida en cintura -no como la de aquí, que extorsiona a los
productores, la muy canalla- y sobre todo ese aparato
diplomático de la potencia más grande la Tierra torciéndole
el brazo a los gobiernos para que abran sus mercados a la
comida Made in USA.
Recuerdo una anécdota ilustrativa de aquella Venezuela
vivible donde el petróleo se vendía a menos de un décimo de
lo que se vende hoy. Llegué un sábado a Tucupido (Guárico) y
me invitaron a una “despedida de pobre”. ¿Qué es eso?. Se me
informó que el agricultor que ganaba un millón en la cosecha
estaba obligado a poner un costillar de res y unos cuantos
frascos para celebrarlo con sus amigos. Aquel millón lo
sacaba de la estrechez, porque le daba para financiar la
próxima cosecha sin tener que trabajar para los banqueros,
le permitía remplazar la pick up destartalada, arreglar la
casa o comprar una si no la tenía y mandar a estudiar a los
muchachos adonde hubiera universidad. Los agricultores, que
son unos malagradecidos -como digo una cosa digo la otra-,
deberían pregonar eso en vez de tratar de hacerse perdonar
la vida por Chávez, que ni que le laman las bolas los dejará
quietos, porque los odia con la profundidad conque el
charlatán odia al hombre de trabajo.
Ese odio suicida que es el motor psicológico de este régimen
esperpéntico, le aconsejó al régimen ignaro destruir las
unidades de producción agrícola justo en el momento en que
naciones que hasta hace poco no comían, como China y la
India, le están entrando parejo a la papa. Son billones de
gaznates que ahora tienen con qué pagar unos alimentos cuya
producción, para más vaina, ha bajado por causa de la
inestabilidad climática –los diez o cien mil muertos por el
huracán que arrasó la antigua Birmania son nada si se les
compara con la destrucción de la plantaciones de arroz que
ese fenómeno causó en el Sudeste Asiático.
Esta es la situación sobre la cual en Managua pontifica un
reposero chofer de autobús que al arroz lo conoce en la
paella. Lo mismo da que hubieran mandado al ministro de
Agricultura. Nadie en el entorno del gárrulo presidente
sabe, y si sabe no se atreve a decirlo, que la única manera
de combatir la escasez y los altos precios es produciendo.
Un país que en 1998 votó estúpidamente está pagando lo que
tiene que pagar, a precio de hambre y necesidad.
Post Scriptum. Primero: si
quieren saber lo que es gárrulo, consulten el mataburros.
Tú, Hugo, debes hacerlo de primero, para que sepas lo que
eres y así a lo mejor hasta medio te compones. Segundo: a mi
amigo Hiram Gaviria, que le diga a sus amigos los
agricultores ricos que reproduzcan pagado este péndulo en
los periódicos de sus regiones. Que den la cara, carajo. Así
irán purgando la aberración de haber apoyado a Chávez en
1998 y hasta haber participado en los primeros meses de su
esperpento (otra palabra a buscar en el mataburros). No les
cobro por eso. Ellos saben que yo nunca cobro nada.
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Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta |