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Comer o no comer, he allí el dilema
por Rafael Poleo
viernes, 9 mayo 2008


Los presidentes de los países peor gobernados del planeta, entre los cuales Venezuela ha ganado un sitio de honor, están reunidos en Nicaragua –aspirante al sub campeonato de la especialidad-, para conocer las razones de la actual escasez de alimentos y, se supone, ver la manera de enfrentarla.

Generalizar, como lo he hecho, es siempre una injusticia o por lo menos una imprecisión. No se puede llamar malgobernados a Costa Rica, México y Dominicana. Pero es que Venezuela y Nicaragua esplenden de tal modo que no se ve a los otros. Además, el gárrulo de Barinas ocupará la mayor parte del tiempo, dirá los más espectaculares disparates y eso le dará el tono a la reunión.

Las informaciones preliminares registran que el consenso tiende a culpar al Imperio por la escasez y alto precio de la comida. Hecho lo cual y tras deglutir un t-bone steack imperialista en la cena de clausura, cada uno volverá para su casa, a relamerse de gusto por el t- bone y por el discurso que se disparó en Managua. “Mi amor, me hubieras visto. Puse a Bush por el suelo y me aplaudieron muchísimo”, le dirá a Cilia Flores el canciller Maduro. Por supuesto, no habrá flores ni madureces. Ni el suyo ni ningún otro de los discursos hará florecer un aguacate ni madurar una mazorca de maíz.

La verdad es que El Imperio hizo lo posible por crear esta escasez de alimentos. El primer Bush lanzó una cruzada mundial para convencer a Europa y América Latina de que les convenía comprar los excedentes agrícolas americanos y de paso ahorrarse el subsidio a la agricultura. En esos años noventa, una dama de nombre Carla Hill, alta funcionaria del Imperio, recorrió el mundo vendiendo esa idea. Afortunadamente para todos, los gobernantes europeos le dieron un parao a la eñora Hill. Le explicaron a la que el subsidio mantenía activas a vastas regiones del viejo y sabio continente, las cuales así eran deliciosos parajes visitados por millones de turistas que dejaban cinco veces más dinero del invertido en subsidios. Por otra parte, más gastarían en atender los problemas causados por el éxodo del campo a la ciudad, debido a la declinación del negocio agrícola. Bush no encontraba qué decirle a sus electores del Medio Oeste –a quienes, por cierto, bien que los subsidian. Hasta que en la página 7 de The New York Times, un día de febrero de 1991 el cual recuerdo como si fuera hoy, este humilde cronista pudo leer una información de inside emanada de la Casa Blanca según la cual el presidente Bush había, en reunión secreta, prometido a sus electores de los estados agrícolas que algunos gobiernos adictos de América Latina se tragarían los excedentes que la prudente Europa había rechazado. Conspicuo entre esos gobiernos adictos era del de Carlos Andrés Pérez II, cuya naturaleza anti-nacional fue su característica más protuberante. (Esa historia puedo contarla con detalle, si me provocan).

Pérez y El Imperio no pudieron destruir lo que el gobierno de Lusinchi había creado. Durante el mandato de este buen gobernante a quien sin mayor análisis se repudia porque incurrió en el lugar común de enamorarse de su secretaria, sobrevolar Venezuela era como hacerlo sobre los campos de Iowa. Horizonte de siembras en Oriente y Occidente. Por supuesto, el rendimiento de aquellos maizales no era el de Estados Unidos, donde el subsidio directo e indirecto ha creado una infraestructura de apoyo que incluye semillas y fertilizantes de la mejor calidad, seguro agrícola para cubrir las malas cosechas, vialidad impecable, agroindustria metida en cintura -no como la de aquí, que extorsiona a los productores, la muy canalla- y sobre todo ese aparato diplomático de la potencia más grande la Tierra torciéndole el brazo a los gobiernos para que abran sus mercados a la comida Made in USA.

Recuerdo una anécdota ilustrativa de aquella Venezuela vivible donde el petróleo se vendía a menos de un décimo de lo que se vende hoy. Llegué un sábado a Tucupido (Guárico) y me invitaron a una “despedida de pobre”. ¿Qué es eso?. Se me informó que el agricultor que ganaba un millón en la cosecha estaba obligado a poner un costillar de res y unos cuantos frascos para celebrarlo con sus amigos. Aquel millón lo sacaba de la estrechez, porque le daba para financiar la próxima cosecha sin tener que trabajar para los banqueros, le permitía remplazar la pick up destartalada, arreglar la casa o comprar una si no la tenía y mandar a estudiar a los muchachos adonde hubiera universidad. Los agricultores, que son unos malagradecidos -como digo una cosa digo la otra-, deberían pregonar eso en vez de tratar de hacerse perdonar la vida por Chávez, que ni que le laman las bolas los dejará quietos, porque los odia con la profundidad conque el charlatán odia al hombre de trabajo.

Ese odio suicida que es el motor psicológico de este régimen esperpéntico, le aconsejó al régimen ignaro destruir las unidades de producción agrícola justo en el momento en que naciones que hasta hace poco no comían, como China y la India, le están entrando parejo a la papa. Son billones de gaznates que ahora tienen con qué pagar unos alimentos cuya producción, para más vaina, ha bajado por causa de la inestabilidad climática –los diez o cien mil muertos por el huracán que arrasó la antigua Birmania son nada si se les compara con la destrucción de la plantaciones de arroz que ese fenómeno causó en el Sudeste Asiático.

Esta es la situación sobre la cual en Managua pontifica un reposero chofer de autobús que al arroz lo conoce en la paella. Lo mismo da que hubieran mandado al ministro de Agricultura. Nadie en el entorno del gárrulo presidente sabe, y si sabe no se atreve a decirlo, que la única manera de combatir la escasez y los altos precios es produciendo. Un país que en 1998 votó estúpidamente está pagando lo que tiene que pagar, a precio de hambre y necesidad.


Post Scriptum. Primero: si quieren saber lo que es gárrulo, consulten el mataburros. Tú, Hugo, debes hacerlo de primero, para que sepas lo que eres y así a lo mejor hasta medio te compones. Segundo: a mi amigo Hiram Gaviria, que le diga a sus amigos los agricultores ricos que reproduzcan pagado este péndulo en los periódicos de sus regiones. Que den la cara, carajo. Así irán purgando la aberración de haber apoyado a Chávez en 1998 y hasta haber participado en los primeros meses de su esperpento (otra palabra a buscar en el mataburros). No les cobro por eso. Ellos saben que yo nunca cobro nada.
 

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  Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta


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