Si alguien se hizo alguna vez la
ilusión de que Chávez respetará unas elecciones que él no
gane, los decretos totalitarios que acaba de emitir son
suficientes para disipar semejante fantasía. Estos decretos
simplemente borran los resultados de las elecciones del 2 de
diciembre pasado y de una vez anulan los del próximo 23 de
noviembre.
No quiere esto decir que no
debamos votar en noviembre. Si no se hubiese votado el 2 de
diciembre la opinión internacional no estaría, como está,
perpleja ante el acto bárbaro -perplejidad a la cual sigue
la indignación. Gracias a ese voto y a la movilización en
defensa de los resultados es que Chávez ha tenido ahora que
ponerse en evidencia como el sociópata aspirante a tirano
que fue toda la vida. Voto y movilización, porque sin
movilización el CNE se atreverá a hacer lo que le diga su
jefe. La movilización que se preparaba el 2D permitió a los
militares plantearle a Chávez la necesidad de que
reconociera su derrota. Después vino la transacción para
salvar la cara, reduciendo a 1% la diferencia que fue de 8%,
pese a trampas y presiones.
Por supuesto, la defensa del
voto sigue siendo fundamental. La tarde del 2 de diciembre
los partidos no tenían idea de cuáles eran los resultados.
Tampoco tenían prevista la movilización post-partum, sin la
cual todo esfuerzo anterior resulta vano. Estamos esperando
que resuelvan sus diferencias sobre postulaciones, para
preguntarles cómo piensan cobrarle al maula.
Si alguien tiene claro todo esto
es el propio Chávez. Sabe que en noviembre la gente irá a
votar, sabe que votará mayoritariamente contra él y sabe que
debe preparar un minucioso plan para desconocer los
resultados. Esto se le ha hecho complicado porque la
sociedad civil ha creado anti-cuerpos contra el proyecto
totalitario y los militares definitivamente no están
dispuestos a enfrentarse a sus compatriotas civiles sólo
para satisfacer la patología de un émulo de Hitler y Fidel
Castro que está destruyendo la nación con referencia
especial a las Fuerzas Armadas.
La situación ya no se le plantea
a Chávez en los términos simples de cuando bastaba alterar
las cifras en el Consejo Nacional Electoral, manejar a los
políticos a través de agentes encubiertos como los que
actuaron en todas las elecciones anteriores al 2D y ahogar
cualquier protesta popular con la amenaza de echarles la
tropa. El 2 de diciembre le enseñó que los miembros del CNE
y los militares también tienen familia en Venezuela. Los
rectores del CNE pueden, como hicieron el 2 de diciembre,
rebajar el porcentaje de una derrota, pero no se atreven a
desconocerla si el margen es superior a los 3 puntos. En
cuanto a los militares, se sentirán aliviados si el 23 de
noviembre una opinión mundial favorable, una actitud firme
de los políticos y una movilización civil les permite
controlar a su dislocado. En lo cual los militares ya se
entrenaron el 2D, y saben que funciona.
Consciente de esta situación,
que el 2D se le hizo patente, Chávez emite los decretos que
de antemano anulan el resultado electoral y eliminan la
autoridad de la oficialidad sobre subalternos y tropa. El
resultado electoral queda anulado con el decreto sobre
designación de vicepresidentes regionales que mandarán por
encima de los gobernadores y alcaldes –esto fue rechazado
por los electores el 2D, lo cual al presidente le sabe igual
que su recto-colitis crónica. En cuanto a la autoridad de
los oficiales, esa que el 2D lo obligó a aceptar la derrota,
queda anulada por el decreto que erige a Hugo Chávez en
comandante operacional de la Fuerza Armada. O sea, que si
los oficiales, como hicieron el 2D, exhortan al
reconocimiento de los resultados electorales el 23N, un
señor llamado Hugo Chávez los mandará a lavarse esa
guerrera. Veremos quiénes son los lavanderos.
Como en toda otra coyuntura
importante en la Historia de Venezuela, todo dependerá de
los militares. Menuda responsabilidad ante la Historia, ante
sus compatriotas y ante la colectividad civil con la cual
conviven ellos y sus familias. Sobre los compatriotas de
uniforme, unos cien mil apenas, pesa el destino de los casi
treinta millones de seres humanos –y el rancho ardiendo- que
nos aferramos a vivir en la Patria. Esa Patria sabrá
premiarlos, “y si no que os lo demande”.
Pero, si la decisión final la
tendrán los militares, no es menos importante la
responsabilidad de los civiles. Lo primero a entender es que
civiles no necesariamente quiere decir políticos. Es
realidad demostrada que en este país no hay un liderazgo
político consistente, dicho sea con un término de piadosa
ambigüedad y abiertos a las excepciones que sepan
distinguirse como tales, que las recibiremos como agüita de
verano. En una división así como natural de las
responsabilidades, los políticos se están encargando de
postular candidatos. Después de esto los ciudadanos de a pie
les exigiremos que de verdad se preparen para la defensa del
voto, responsabilidad que hasta ahora no supieron o no
pudieron cumplir –algunos no quisieron, pero esa es otra
historia. Algo podrán hacer y algo harán, pero el cuidado
real de los votos deben asumirlo organizaciones civiles del
tipo de la eficaz e insospechable Súmate, tema en el cual
debe entrarse apenas decididas las candidaturas. Advirtiendo
que a Súmate no lo miramos como un partido, sino como una
unidad de apoyo.
No estamos pasando sobre el
desconocimiento previo de los resultados, efectivo tras el
decreto por el cual Yo el Supremo se auto-confiere la
facultad de designar autoridades ejecutivas por encima de
los gobernadores y alcaldes que el pueblo elija. (“A ti no
te va a gobernar quien tu elijas, sino quien yo diga”).
Inmediatamente después de la batalla para que se reconozcan
los resultados electorales, cualquiera sea la actitud del
estamento militar la sociedad civil tiene que librar la
batalla decisiva contra los decretos que desconocen los
resultados del 2 de Diciembre. Esta batalla la empezó ya un
hombre que conoce a Chávez no sólo en su lamentable
patología, sino en su manera de pensar, reaccionar y actuar.
La presteza de su reacción evidencia que Luis Miquilena
estaba preparado para lo que Chávez hizo. Ese hombre que
acaba de cumplir 89 años tiene los cojones que le faltan a
los políticos de la generación intermedia, esa que ahora
mismo maneja la situación, los que tienen entre 40 y 70
años, sin que estén todos los que son ni sean todos los que
están, ni sean estrictas las cotas etáneas.
Del nivel de Miquilena hay otros
venezolanos capaces de cumplir aquello de “Éramos pocos y
tuvo que parir la abuela”. Desde hace semanas andan por todo
el territorio nacional concientizando sobre lo que viene,
mientras el movimiento estudiantil se ajusta las calzas
prietas que decía Betancourt. Oportunidad que será para que
sepamos si como roncan duermen pinos nuevos tipo Leopoldo
López y Luis Ignacio Planas, jóvenes veteranos como Ismael
García, Rafael Simón Jiménez y Gerardo Blyde, veteranos como
Ramón Martínez y Morel Rodríguez. En medio, Manuel Rosales,
necesitado de medir la cautela, no sea que la confundan con
culillo; Henry Ramos, a quien sabemos guapo aunque haga
extraños; los sofistas del MAS y hasta el señor de Primero
Justicia, con sus andares de conejo.
Amanecerá y veremos.
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Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta |