Comprometida
ha de ser la situación de Chávez cuando los políticos se
distraen de sus trajines electorales para repudiar la farsa
mediática de un conflicto con Colombia. Tal atrevimiento era
inconcebible hace apenas un año. Por este camino, hasta es
posible que los partidos se resistan a pasar bajo la horcas
caudinas de unas elecciones cortadas a la medida del
régimen. Sería la conducta apropiada en esa hora crucial
cuando las gallinas cantan como gallos.
Metido en su propio mundo y sujeto a sus propios valores,
Chávez creyó encontrar en el desplante militar un atajo para
escapar de una realidad que no es sino escasez, carestía,
hambre, inseguridad y colapso del Estado como ente
funcional. Todo agravado por un frente interno simplemente
podrido, hato de incapaces y ladrones que ya no lo respetan,
al punto de que su partido, si así puede llamarse a un
cónclave de funcionarios y lambucios, arranca con el rechazo
expreso de un tercio de los delegados asistentes a su
congreso fundacional.
Nazi-fascista de naturaleza, doctrina y procedimientos,
creyó que un cuadro pre-bélico le permitiría usar el recurso
de “traición a la patria” para acallar el disgusto colectivo
que ha reducido a un 20% el respaldo que una vez fue cuatro
veces mayor. Veinte por ciento. Apenas uno de cada cinco
ciudadanos. A eso se ha reducido el apoyo de este derruido
líder popular. Apoyo que en el caso de su luto guerrillero
se ha reducido a un 10%, sin duda sospechoso de temor o de
bozal de arepa.
El mismo Chávez, ya incapaz de pensar sino dentro de su
propia lógica, agrava su situación al acusar al Imperio como
culpable de todos los males. En su cabeza de muchacho
latinoamericano intoxicado de retórica barata sobrevive la
ilusión de que la gente odia a los Estados Unidos. Un
fenómeno que ya no se da ni en su entorno. Los chavistas son
anti-imperialistas por envidia, y eso se cura con real. En
cuanto se forran, que es lo que han hecho, lo primero es
comprar casa en Florida y conocer Las Vegas, como hizo aquel
zuliano más chavista que Chávez, ese que echaba espuma por
la boca cuando hablaba de Estados Unidos hasta que lo
fotografiaron dándose vida en el hotel más caro de la
capital del juego.
La lógica aplicable a este caso indicaría distraer la
atención de un hecho determinante como es la presencia del
Imperio -que existe y es maluco- en el cerco implacable que
está asfixiando al movimiento guerrillero. Eso es
proclamarse perdedor antes de empezar la pelea. Por lo
visto, entre los mitos en los cuales Chávez cree se cuenta
ese de las lealtades.
Vainas de muchacho sin
experiencia en el trato con el bicho humano, el cual se
cuadra con el triunfador de turno hasta que a éste le crecen
los enanos. ¡Si habrá uno visto! Los civiles ya están
refrescando sus amistades extra-chavistas. En cuanto a los
militares, sólo en un desprendimiento absoluto de la
realidad se puede esperar que, conscientes como están de que
su apresto operacional es casi nulo, trocados como han sido
de militares en militantes, cambiada la experticia en el
noble arte de la guerra por los turbios secretos del
mercadeo en ñemas y verduras, van a fajarse con el poderoso
aparato bélico que el Imperio le ha montado a Colombia. Los
militares perciben la movilización hacia la frontera como el
gesto histriónico de un cerebro irritado, la ejecutan con
respetuosa parsimonia –después de todo, ni transportes
tienen- y esperan que Dios meta su mano para que nada pase.
Les alienta la certeza de que, si hubiera posibilidad de
combate, personalidades con vocación heroica, cuales son los
jerarcas del régimen, harían honor a su palabra entregando
un kalashnikov a cada uno de sus hijos. El indicio de que ni
un solo jerarca del régimen, civil o militar, tenga a su
hijo bajo banderas, permite afirmar que no habrá plomo.
Suponer lo contrario sería ofender a los valientes
conductores de la Revolución. Todos sabemos que si Chávez
realmente creyera que habrá plomo, a la primera línea de
combate hubiera enviado a su hijo y a los de combatientes
como Rodríguez Chacín, Cilia Flores, Maduro, Jorge
Rodríguez, Carreño, así como a los nietos de Giordani, Pérez
Arcay, García Ponce y Müller Rojas. No serían ellos menos
que despreciables imperialistas como el príncipe Harry,
nieto de la Reina y tercero en la sucesión del trono, a
quien acaban de retirar de la línea de fuego en Afganistán
-casi nada-, donde combatía desde hacía tres meses, sólo
porque lo descubrieron y la cosa se regó en internet,
convirtiendo su unidad en blanco privilegiado, lo cual lo
hizo peligroso para sus camaradas de armas. Esa
sinvergüenzura no va a pasar aquí. Con toda justicia, los
héroes de la Revolución se reservarán el privilegio de que
sus apellidos encabecen la gran lápida conmemorativa que se
alzará del lado venezolano de la frontera para honrar a los
hijos de la patria caídos en acción.
Pero… Abandonemos la Isla de la Fantasía. Chávez ha venido
cumpliendo en Colombia una operación de salvamento de la
guerrilla acosada y claudicante. Fidel se lo temía desde
hace años y se lo había dicho a varios amigos, que así lo
han comentado. A Chávez le instruyó ocuparse del asunto,
pero éste anduvo ocupado en obligaciones que van desde Irán
a la Argentina, en las intrigas del congreso fundacional del
PSUV, en el atajaperros de sus funcionarios ladrones e
incapaces. En fin, que no ha tenido vida y ahora es cuando
le ha metido el pecho al problema.
A Fidel lo que más le ha preocupado, según confesó a íntimos
ya en el 2002, es que a Chávez se lo lleve el problema
guerrillero. De hecho, hace tiempo que Fidel abandonó esa
línea. Una razón es la asociación de la guerrilla con el
narcotráfico, que la ha desacreditado hasta en círculos
internacionales donde antes se la miraba con simpatía. Pero
lo más grave es que la violencia ha hecho deseable para el
pueblo colombiano la relación militar con Estados Unidos, el
cual así ha hecho de Colombia un aliado estratégico
utilísimo. Estados Unidos podría aprovechar la relación
notoria y probada de Chávez con la guerrilla para cargarse a
aquel cuando se cargue a ésta. Ni Colombia ni Estados Unidos
necesitarían poner un pie en Venezuela. Sólo habría que
esperar las imprudencias temperamentales de Chávez, publicar
evidencias de que el maridaje es estrecho, y a los militares
venezolanos, amenazados de un enfrentamiento innecesario y
desigual, se les hará indispensable lo que desde hace tiempo
evalúan como recomendable.
Cuando asumió un plan conciliador que Uribe no podía
rechazar, Chávez cumplió las sabias instrucciones de Fidel.
Lamentablemente, la distancia y la engorrosa enfermedad que
limita al viejo zorro -entre otros problemas, defeca
permanentemente por un ano contra-natura abierto en la
barriga-, le han dejado actuar por su cuenta. La
irritabilidad de quien no duerme y la angustia de que todo
le anda mal fueron potenciadas en Chávez por el tremendo
impacto de la muerte del jefe de las FARC. Así estaba su
ánimo cuando la mala costumbre de pensar frente a las
cámaras le llevó al desatino de montar un zafarrancho de
combate que pone en situación comprometida a los agobiados
generales. Los militares físicamente no encuentran qué hacer
con un comandante tan impulsivo. Los civiles hacen lo que
suelen en estos casos: buscan la manera menos costosa de
saltar la talanquera, la cual pudiera ser el chavismo sin
Chávez.
Esa es la situación objetiva. Muy mala para Chávez, como le
está casi todo. Siempre por su imprudente manera de manejar
situaciones difíciles. Hay quien dice que todo mejoraría si
deja la hoja de coca y se muda al té verde, que bebía
Confucio.
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Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta |