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De la coca al té verde
por Rafael Poleo
viernes, 7 marzo 2008


Comprometida ha de ser la situación de Chávez cuando los políticos se distraen de sus trajines electorales para repudiar la farsa mediática de un conflicto con Colombia. Tal atrevimiento era inconcebible hace apenas un año. Por este camino, hasta es posible que los partidos se resistan a pasar bajo la horcas caudinas de unas elecciones cortadas a la medida del régimen. Sería la conducta apropiada en esa hora crucial cuando las gallinas cantan como gallos.

Metido en su propio mundo y sujeto a sus propios valores, Chávez creyó encontrar en el desplante militar un atajo para escapar de una realidad que no es sino escasez, carestía, hambre, inseguridad y colapso del Estado como ente funcional. Todo agravado por un frente interno simplemente podrido, hato de incapaces y ladrones que ya no lo respetan, al punto de que su partido, si así puede llamarse a un cónclave de funcionarios y lambucios, arranca con el rechazo expreso de un tercio de los delegados asistentes a su congreso fundacional.

Nazi-fascista de naturaleza, doctrina y procedimientos, creyó que un cuadro pre-bélico le permitiría usar el recurso de “traición a la patria” para acallar el disgusto colectivo que ha reducido a un 20% el respaldo que una vez fue cuatro veces mayor. Veinte por ciento. Apenas uno de cada cinco ciudadanos. A eso se ha reducido el apoyo de este derruido líder popular. Apoyo que en el caso de su luto guerrillero se ha reducido a un 10%, sin duda sospechoso de temor o de bozal de arepa.

El mismo Chávez, ya incapaz de pensar sino dentro de su propia lógica, agrava su situación al acusar al Imperio como culpable de todos los males. En su cabeza de muchacho latinoamericano intoxicado de retórica barata sobrevive la ilusión de que la gente odia a los Estados Unidos. Un fenómeno que ya no se da ni en su entorno. Los chavistas son anti-imperialistas por envidia, y eso se cura con real. En cuanto se forran, que es lo que han hecho, lo primero es comprar casa en Florida y conocer Las Vegas, como hizo aquel zuliano más chavista que Chávez, ese que echaba espuma por la boca cuando hablaba de Estados Unidos hasta que lo fotografiaron dándose vida en el hotel más caro de la capital del juego.

La lógica aplicable a este caso indicaría distraer la atención de un hecho determinante como es la presencia del Imperio -que existe y es maluco- en el cerco implacable que está asfixiando al movimiento guerrillero. Eso es proclamarse perdedor antes de empezar la pelea. Por lo visto, entre los mitos en los cuales Chávez cree se cuenta ese de las lealtades.

Vainas de muchacho sin experiencia en el trato con el bicho humano, el cual se cuadra con el triunfador de turno hasta que a éste le crecen los enanos. ¡Si habrá uno visto! Los civiles ya están refrescando sus amistades extra-chavistas. En cuanto a los militares, sólo en un desprendimiento absoluto de la realidad se puede esperar que, conscientes como están de que su apresto operacional es casi nulo, trocados como han sido de militares en militantes, cambiada la experticia en el noble arte de la guerra por los turbios secretos del mercadeo en ñemas y verduras, van a fajarse con el poderoso aparato bélico que el Imperio le ha montado a Colombia. Los militares perciben la movilización hacia la frontera como el gesto histriónico de un cerebro irritado, la ejecutan con respetuosa parsimonia –después de todo, ni transportes tienen- y esperan que Dios meta su mano para que nada pase. Les alienta la certeza de que, si hubiera posibilidad de combate, personalidades con vocación heroica, cuales son los jerarcas del régimen, harían honor a su palabra entregando un kalashnikov a cada uno de sus hijos. El indicio de que ni un solo jerarca del régimen, civil o militar, tenga a su hijo bajo banderas, permite afirmar que no habrá plomo. Suponer lo contrario sería ofender a los valientes conductores de la Revolución. Todos sabemos que si Chávez realmente creyera que habrá plomo, a la primera línea de combate hubiera enviado a su hijo y a los de combatientes como Rodríguez Chacín, Cilia Flores, Maduro, Jorge Rodríguez, Carreño, así como a los nietos de Giordani, Pérez Arcay, García Ponce y Müller Rojas. No serían ellos menos que despreciables imperialistas como el príncipe Harry, nieto de la Reina y tercero en la sucesión del trono, a quien acaban de retirar de la línea de fuego en Afganistán -casi nada-, donde combatía desde hacía tres meses, sólo porque lo descubrieron y la cosa se regó en internet, convirtiendo su unidad en blanco privilegiado, lo cual lo hizo peligroso para sus camaradas de armas. Esa sinvergüenzura no va a pasar aquí. Con toda justicia, los héroes de la Revolución se reservarán el privilegio de que sus apellidos encabecen la gran lápida conmemorativa que se alzará del lado venezolano de la frontera para honrar a los hijos de la patria caídos en acción.

Pero… Abandonemos la Isla de la Fantasía. Chávez ha venido cumpliendo en Colombia una operación de salvamento de la guerrilla acosada y claudicante. Fidel se lo temía desde hace años y se lo había dicho a varios amigos, que así lo han comentado. A Chávez le instruyó ocuparse del asunto, pero éste anduvo ocupado en obligaciones que van desde Irán a la Argentina, en las intrigas del congreso fundacional del PSUV, en el atajaperros de sus funcionarios ladrones e incapaces. En fin, que no ha tenido vida y ahora es cuando le ha metido el pecho al problema.

A Fidel lo que más le ha preocupado, según confesó a íntimos ya en el 2002, es que a Chávez se lo lleve el problema guerrillero. De hecho, hace tiempo que Fidel abandonó esa línea. Una razón es la asociación de la guerrilla con el narcotráfico, que la ha desacreditado hasta en círculos internacionales donde antes se la miraba con simpatía. Pero lo más grave es que la violencia ha hecho deseable para el pueblo colombiano la relación militar con Estados Unidos, el cual así ha hecho de Colombia un aliado estratégico utilísimo. Estados Unidos podría aprovechar la relación notoria y probada de Chávez con la guerrilla para cargarse a aquel cuando se cargue a ésta. Ni Colombia ni Estados Unidos necesitarían poner un pie en Venezuela. Sólo habría que esperar las imprudencias temperamentales de Chávez, publicar evidencias de que el maridaje es estrecho, y a los militares venezolanos, amenazados de un enfrentamiento innecesario y desigual, se les hará indispensable lo que desde hace tiempo evalúan como recomendable.

Cuando asumió un plan conciliador que Uribe no podía rechazar, Chávez cumplió las sabias instrucciones de Fidel. Lamentablemente, la distancia y la engorrosa enfermedad que limita al viejo zorro -entre otros problemas, defeca permanentemente por un ano contra-natura abierto en la barriga-, le han dejado actuar por su cuenta. La irritabilidad de quien no duerme y la angustia de que todo le anda mal fueron potenciadas en Chávez por el tremendo impacto de la muerte del jefe de las FARC. Así estaba su ánimo cuando la mala costumbre de pensar frente a las cámaras le llevó al desatino de montar un zafarrancho de combate que pone en situación comprometida a los agobiados generales. Los militares físicamente no encuentran qué hacer con un comandante tan impulsivo. Los civiles hacen lo que suelen en estos casos: buscan la manera menos costosa de saltar la talanquera, la cual pudiera ser el chavismo sin Chávez.

Esa es la situación objetiva. Muy mala para Chávez, como le está casi todo. Siempre por su imprudente manera de manejar situaciones difíciles. Hay quien dice que todo mejoraría si deja la hoja de coca y se muda al té verde, que bebía Confucio.

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  Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta


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