Inicio | Editor | Contáctenos 
 

Derechito al desastre
por Rafael Poleo
viernes, 4 abril 2008


Reducido al mínimo de sus posibilidades físicas y necesariamente muy disminuido en su capacidad intelectual, el ex presidente Carlos Andrés Pérez solicita que le permitan morir en la patria. El solicitante en nada recuerda al atlético personaje para quien en la campaña electoral de 1973 este cronista acuñó el slogan “Democracia con Energía”, ni al vigoroso caminante para quien en la misma campaña establecí la frase de “Ese hombre sí camina”, reacción espontánea de un adeco serrano impresionado por el paso de carga conque montaña arriba avanzaba su candidato. Nada queda de quien fuera ídolo de las mayorías venezolanas y gobernara el país discrecionalmente mediante una de esas leyes habilitantes cuya perversidad anti-democrática hoy estamos comprobando. Sólo hay un esquelético anciano que bravamente trata de mantener la dignidad crispada por repetidos accidentes cerebro-vasculares.

No puede ser más legítima esta solicitud. El extrañamiento del adversario político es una tara de la historia venezolana de la cual tuve buena prueba por decisión, justamente, del anciano luchador motivo de esta crónica. Pérez se ensañó conmigo de una manera desproporcionada. Habíamos sido grandes amigos, a fuer de pupilos de Betancourt. Nos enemistamos en su primer período, por mi oposición al endeudamiento y mi crítica de la corrupción, que llegó junto con el auge dinerario de los años setenta y que él no quiso contener. Salido del poder, Gustavo Cisneros nos amigó en un almuerzo a tres donde di por prescritas nuestras diferencias. El anfitrión debe recordar como respondí a su solicitud de paz: “Yo peleo contigo sólo cuando eres presidente. Sólo volveré a pelear si tratas de volver a serlo”.

- ¿¡Yo!? – me respondió. ¿Qué seré yo dentro de diez años? ¿Ha leído ese libro “Esos enfermos que nos gobernaron”?

Pasados esos diez años nos encontramos en la celebración de los 69 años de Miguel Ángel Capriles, una fiesta bizarra en petit comité, tipo despedida de soltero, en la cual Carlos Andrés y Jaime Lusinchi -candidato adeco: era marzo del ’83-, se batieron a barrigazos por la atención de una bailarina del vientre que salió de un enorme tambor.

Cuando llegué al restringido ágape, la anfitriona, Magaly de Capriles, me esperaba en la puerta: “Hay una amiga empeñada en hablar contigo”. Pasamos a un salón donde por 50 minutos le aseguré a Cecilia Matos que yo el pleito lo había dejado atrás. Transcurrió la fiesta donde apenas había alguien más que la cumbre del gobierno de Luis Herrera y el gabinete en la sombra de Lusinchi. El único realmente extrañado del poder era Enrique Delfino, perseguido de los copeyanos. A la hora de comer nadie quiso acompañarlo en la mesa. Salvo uno el pendejo. Pero el pobre Enrique estaba destinado a quedarse solo. El capitán de los mesoneros vino a decirme “El Presidente le pide que vaya a su mesa” -a Pérez todavía lo llamaban presidente.

Cecilia me hizo sitio entre su marido y ella en la mesa ovalada donde estaban de un lado el alto gobierno –el “premier” Pepi Montes de Oca y el ministro de Secretaría, García Bustillos, y del otro Jaime con quienes ocuparían esos mismos cargos en su gobierno -Consalvi y Lepage.

Pérez presidía comiendo a dos carrillos.
- Papi… He recuperado un gran amigo -le dijo Cecilia.
- Ajá- respondió CAP con satisfacción pero siempre tragando.
- Sí -continuó Ceci. Rafael Poleo… Que tanta gente hizo un paredón para separarnos de él.
Lo que siguió fue tenso. Guáimaros de Cecilia contra Consalvi y plomo grueso contra Lepage. Entre Miguel Ángel y yo apagamos la candela y la fiesta siguió.

Pasó el gobierno de Jaime, vino el de Carlos Andrés y de Miraflores salieron para los periódicos los recaudos para destruir a Jaime. Aquello de los jeeps que compraron para la campaña del propio Pérez. Siempre bajo la influencia de Pedro Tinoco, Carlos Andrés ensayó el baile neo-liberal. Por eso volvimos a pelear. Herminio Fuenmayor, director de Inteligencia Militar puesto por Cecilia, su amiga de juventud, asaltó mi casa y montó, con jueces felones de esos que abundan en los partidos, aquello del auto-atraco. Otra historia para otra ocasión.

El tema lo discutimos Pérez y yo en Santo Domingo en agosto del 2000. El secretario general de AD, Timoteo Zambrano y este servidor, éramos comisionados a la toma de posesión del presidente Mejías. Pérez me mandó a buscar con Héctor Cedillo, quizás su amigo más consecuente. Hablamos cuatro horas, hasta la madrugada. Presentes Cecilia y Cedillo. Pérez me sondeó para saber si le consideraba responsable del asalto a mi casa y los autos de detención que sus jueces me dictaron. Rápidamente aceptó que el autor fue Fuenmayor. “¡Ese loco! ¡Ese loco!”, decía vuelto hacia Cecilia, como culpándola. Pasamos a lo del rencor que pudiera guardarle. “Los vencedores no tenemos de qué vengarlos, y yo esa guerra te la gané”, le dije para tranquilizarlo. Pasamos a hablar de la situación venezolana y nos despedimos con la promesa de seguir comunicándonos. Cedillo, quien escuchó todo a pocos metros e intervino para respaldar lo que yo decía sobre el atraco a mi casa, me devolvió a mi hotel.

En 2006 apareció un libro que recoge conversaciones de Pérez con los periodistas Ramón Hernández y Roberto Giusti donde el expresidente fue despiadado con todos sus compañeros de partido, especialmente con Betancourt, el hombre que lo sentó en la silla presidencial. A mí me dedica varias páginas de insultos que, dentro del contexto venezolano, vienen a ser los más eficaces elogios. Textualmente: “…ha ejercido (Rafael Poleo) una influencia nefasta pero muy importante en el curso de la vida política venezolana. Es el hombre más peligroso, más nefasto, que haya parido Venezuela”.

Nada le facturo a Pérez por esas palabras ni por las gruesas mentiras que le preceden. Las dijo en 1993, cuando estaba preso en “La Ahumada”, como resultado de ciertas diligencias que hicimos cuatro perseguidos de su segundo gobierno. No fue leal con el entrevistado que los periodistas publicaran esas palabras dictadas por un explicable resentimiento, doce años después de haber sido pronunciadas dentro de un contexto que mucho había cambiado -entre otras cosas, ya habíamos tenido la aclaración de agosto del 2000 en Santo Domingo. Además, Pérez desautorizó indignado la publicación en una carta al editor, donde exigió retirar el libro de las estanterías.

Mucho más tengo que contar y contaré de mis accidentadas relaciones con el antiguo adversario cuyo derecho a morir en la patria hoy defiendo con las mismas razones con las cuales solicité del presidente Caldera el regreso de Marcos Pérez Jiménez. “Rompa usted, Don Rafa, la salvaje tradición de que los presidentes venezolanos mueran en el exilio”, le dije. (Por cierto, me dio luz verde para gestiones que Pérez Jiménez rechazó). Caldera aceptó mi argumento de que la violencia extrema y crueldad del exilio político puede explicarse mientras el extrañado representa para la seguridad del Estado un riesgo inmanejable, lo cual no era el caso del anciano Pérez Jiménez ni es el de Carlos Andrés Pérez.

Dentro de la necesaria re-educación para construir un país de todos en este campamento minero que nos legaron los libertadores, debemos aprender que el exilio es un hecho salvaje, una grotesca maldad que sólo practican las sociedades primitivas, generalmente mandadas por canallas.

 *

  Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta


© Copyright 2007 - WebArticulista.net - Todos los Derechos Reservados.