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La inevitable batalla decisiva
por Rafael Poleo
viernes, 5 diciembre 2008


    Las próximas semanas serán las más tensas que Venezuela ha vivido desde el fin de las guerras que la asolaron durante un siglo, desde que declaró su independencia hasta que una cruel tiranía, la de Juan Vicente Gómez, le impuso la paz de los sepulcros. Tanta desazón tiene el mismo origen que aquellas tuvieron: la patología social de un pueblo que no ha sabido adoptar las normas de la política civilizada, dentro de las cuales la perpetuación en el poder y su ejercicio incontrolado son posibilidades salvajes y por tanto impensables.

 

    Los resultados del 23N han decidido a Chávez a realizar un referéndum que sería la última votación más o menos normal que tendría lugar bajo su gobierno. Simplemente, se ha dado cuenta de que en cada votación le irá peor, hasta que en una pierda el mando. De modo que no quiere saber más de elecciones. Por otra parte, la falta de dinero es una limitación política determinante para alguien cuya arma fundamental es el soborno masivo.

 

 Si al final tendremos drama o tendremos tragedia dependerá de la firmeza conque la sociedad resista al ciudadano que aspira a ejercer la tiranía. Las condiciones no son del todo favorables al proyecto dictatorial, como si lo fueron en el caso más fácilmente homologable, que es el de Cipriano Castro. La globalización política, que siempre existió en algún grado, ahora es muy acentuada. Así lo determinan factores como el desarrollo de las comunicaciones -no en vano Fidel Castro detesta el internet. A esto se añaden  circunstancias muy poderosas, como la crisis económica, que acentúa la interconexión de las naciones: los trastornos de cualquier país, pero sobre todo de uno productor de energía, repercuten desfavorablemente sobre la economía global. La salud política de un país afecta al conjunto, y no hay peor enfermedad política que una dictadura.

 

    Las condiciones internas tampoco son propicias a la peste tiránica. Chávez debe la mitad de su éxito a su extraordinario talento político, el cual incluye una rara capacidad para percibir con una fosa nasal las necesidades del mercado electoral y con la otra la debilidad moral de sus adversarios. Pero la otra mitad se la debe a la abundancia dineraria -en su caso cabe llamarla capacidad de soborno- de que ha disfrutado. Su proyecto de poder lo ha fundamentado sobre una abundancia de dinero que parecía inagotable y ha resultado no serlo. Los precios petroleros, fuente de esa abundancia, tienden a descender por debajo de los US$50 el barril y a mantenerse por ahí. Para funcionar, el proyecto de Chávez necesita vender el barril hasta a 100 dólares.

 

    Esa estrechez financiera que llegó para quedarse y la progresiva desafectación de las mayorías le han aconsejado abandonar cualquier gradualismo y buscar ya la batalla decisiva. Fidel, para quien el tiempo está medido, le ha hecho saber que ese tiempo actúa en contra suya, porque cada año tendrá menos dinero y menos votos. Debe imponer su dictadura ahora, cuando todavía tiene para comprar votos y fusiles. De modo que el momento y las condiciones del combate no son producto de un plan sino que le vienen impuestos por las circunstancias. No hay un solo antecedente de resultados favorables para un guerrero que haya enfrentado este cuadro. Por supuesto, es posible que Chávez sea el primero en obtenerlos, no sólo por su talento sino por la cobardía y mezquindad de sus adversarios, dicho sea en líneas generales y con las excepciones que se quieran hacer. Pero incluso en este aspecto el panorama esta vez no le sonríe. La presencia de ánimo y la determinación de lucha conque Manuel Rosales ha reaccionado a la amenaza de encarcelarlo debió sorprender a Chávez, posiblemente engañado por las vacilaciones tácticas conque el zuliano actuó en episodios anteriores. De hecho, con la salvaje ofensiva contra Rosales y los demás ganadores de elecciones en 23N, y contra los comunicadores que le hemos adversado, Chávez le está creando a la Oposición lo que más falta le hacía: un cuadro de liderazgo. Encarcelará dirigentes políticos y periodistas, cerrará televisoras y periódicos. Pero ya he dicho otras veces que a uno lo construyen sus enemigos. En ciertas coyunturas lo mejor que le puede ocurrir a uno es un carcelazo, algo que le dije al mismo Chávez por allá en los años noventa, pero la memoria de los megalómanos suele ser confusa. En todo caso, espero tranquilo el carcelazo mío. Sólo pido que no me ponga a compartir celda con Diego Arria, a quien no sé por qué metió en ese lote y con quien en todo caso nada comparto.

 

    Como puede verse, es inevitable y será larga y dura la batalla decisiva. Al principio las hordas nazi-fascistas ganarán terreno, pero ese mismo será el polvo que luego morderán. La experiencia nos hará madurar como sociedad civilizada -que aún no lo somos, y el Régimen se empeña en demostrarlo. La clase media se la jugará con la juventud como vanguardia. Los estudiantes serán el frente de batalla al cual los militares cuidarán de  no tocar ni con el pétalo, por aquello de que en esta vida no hay algo tan cierto como un día tras del otro.

 

 Lamentable será que el país quede dividido, porque la reconstrucción moral, institucional y física sobre una base de progreso bien distribuido requerirá la reconciliación. Por eso algunos ciudadanos no odiamos ni siquiera al sociópata mayor. De allí que le hayamos alertado sobre el destino infausto de todos los déspotas, el cual nunca hemos querido ni vamos a querer para ninguno de nuestros compatriotas. Y esta actitud no es nueva. Hace más de veinte años lo grabamos en el pórtico de El Nuevo País, con palabras de Rómulo Betancourt: “Este país de todos tenemos que hacerlo todos”.

 

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  Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta


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