Las
próximas semanas serán las más tensas que Venezuela ha
vivido desde el fin de las guerras que la asolaron durante
un siglo, desde que declaró su independencia hasta que una
cruel tiranía, la de Juan Vicente Gómez, le impuso la paz
de los sepulcros. Tanta desazón tiene el mismo origen que
aquellas tuvieron: la patología social de un pueblo que no
ha sabido adoptar las normas de la política civilizada,
dentro de las cuales la perpetuación en el poder y su
ejercicio incontrolado son posibilidades salvajes y por
tanto impensables.
Los
resultados del 23N han decidido a Chávez a realizar un
referéndum que sería la última votación más o menos normal
que tendría lugar bajo su gobierno. Simplemente, se ha
dado cuenta de que en cada votación le irá peor, hasta que
en una pierda el mando. De modo que no quiere saber más de
elecciones. Por otra parte, la falta de dinero es una
limitación política determinante para alguien cuya arma
fundamental es el soborno masivo.
Si al final
tendremos drama o tendremos tragedia dependerá de la
firmeza conque la sociedad resista al ciudadano que aspira
a ejercer la tiranía. Las condiciones no son del todo
favorables al proyecto dictatorial, como si lo fueron en
el caso más fácilmente homologable, que es el de Cipriano
Castro. La globalización política, que siempre existió en
algún grado, ahora es muy acentuada. Así lo determinan
factores como el desarrollo de las comunicaciones -no en
vano Fidel Castro detesta el internet. A esto se añaden
circunstancias muy poderosas, como la crisis económica,
que acentúa la interconexión de las naciones: los
trastornos de cualquier país, pero sobre todo de uno
productor de energía, repercuten desfavorablemente sobre
la economía global. La salud política de un país afecta al
conjunto, y no hay peor enfermedad política que una
dictadura.
Las
condiciones internas tampoco son propicias a la peste
tiránica. Chávez debe la mitad de su éxito a su
extraordinario talento político, el cual incluye una rara
capacidad para percibir con una fosa nasal las necesidades
del mercado electoral y con la otra la debilidad moral de
sus adversarios. Pero la otra mitad se la debe a la
abundancia dineraria -en su caso cabe llamarla capacidad
de soborno- de que ha disfrutado. Su proyecto de poder lo
ha fundamentado sobre una abundancia de dinero que parecía
inagotable y ha resultado no serlo. Los precios
petroleros, fuente de esa abundancia, tienden a descender
por debajo de los US$50 el barril y a mantenerse por ahí.
Para funcionar, el proyecto de Chávez necesita vender el
barril hasta a 100 dólares.
Esa
estrechez financiera que llegó para quedarse y la
progresiva desafectación de las mayorías le han aconsejado
abandonar cualquier gradualismo y buscar ya la batalla
decisiva. Fidel, para quien el tiempo está medido, le ha
hecho saber que ese tiempo actúa en contra suya, porque
cada año tendrá menos dinero y menos votos. Debe imponer
su dictadura ahora, cuando todavía tiene para comprar
votos y fusiles. De modo que el momento y las condiciones
del combate no son producto de un plan sino que le vienen
impuestos por las circunstancias. No hay un solo
antecedente de resultados favorables para un guerrero que
haya enfrentado este cuadro. Por supuesto, es posible que
Chávez sea el primero en obtenerlos, no sólo por su
talento sino por la cobardía y mezquindad de sus
adversarios, dicho sea en líneas generales y con las
excepciones que se quieran hacer. Pero incluso en este
aspecto el panorama esta vez no le sonríe. La presencia de
ánimo y la determinación de lucha conque Manuel Rosales ha
reaccionado a la amenaza de encarcelarlo debió sorprender
a Chávez, posiblemente engañado por las vacilaciones
tácticas conque el zuliano actuó en episodios anteriores.
De hecho, con la salvaje ofensiva contra Rosales y los
demás ganadores de elecciones en 23N, y contra los
comunicadores que le hemos adversado, Chávez le está
creando a la Oposición lo que más falta le hacía: un
cuadro de liderazgo. Encarcelará dirigentes políticos y
periodistas, cerrará televisoras y periódicos. Pero ya he
dicho otras veces que a uno lo construyen sus enemigos. En
ciertas coyunturas lo mejor que le puede ocurrir a uno es
un carcelazo, algo que le dije al mismo Chávez por allá en
los años noventa, pero la memoria de los megalómanos suele
ser confusa. En todo caso, espero tranquilo el carcelazo
mío. Sólo pido que no me ponga a compartir celda con Diego
Arria, a quien no sé por qué metió en ese lote y con quien
en todo caso nada comparto.
Como puede
verse, es inevitable y será larga y dura la batalla
decisiva. Al principio las hordas nazi-fascistas ganarán
terreno, pero ese mismo será el polvo que luego morderán.
La experiencia nos hará madurar como sociedad civilizada
-que aún no lo somos, y el Régimen se empeña en
demostrarlo. La clase media se la jugará con la juventud
como vanguardia. Los estudiantes serán el frente de
batalla al cual los militares cuidarán de no tocar ni con
el pétalo, por aquello de que en esta vida no hay algo tan
cierto como un día tras del otro.
Lamentable
será que el país quede dividido, porque la reconstrucción
moral, institucional y física sobre una base de progreso
bien distribuido requerirá la reconciliación. Por eso
algunos ciudadanos no odiamos ni siquiera al sociópata
mayor. De allí que le hayamos alertado sobre el destino
infausto de todos los déspotas, el cual nunca hemos
querido ni vamos a querer para ninguno de nuestros
compatriotas. Y esta actitud no es nueva. Hace más de
veinte años lo grabamos en el pórtico de El Nuevo País,
con palabras de Rómulo Betancourt: “Este país de todos
tenemos que hacerlo todos”.
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Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta |