A
lo largo de la Historia, los venezolanos hemos cultivado una
lamentable incapacidad para producir modelos adecuados a
nuestra realidad. Importamos no solamente lo que comemos,
sino lo que pensamos y, sobre todo, los patrones de conducta
personal, social, política y económica. Desde la
Independencia ya nos preciábamos de haber copiado a los
enciclopedistas, la Ilustración y las revoluciones francesa
y estadounidense. Ahora poco, en los años noventa,
incurrimos en la pretensión de imponer un exótico modelo
neoliberal y, ahora, el modelo comunista de segunda mano que
un asesino histórico ha impuesto en Cuba. En ambos casos se
ignoran realidades objetivas que, para bien o para mal, nos
hacen distintos de otras sociedades en las cuales esos
modelos pueden haber funcionado.
En política arrastramos dos condicionamientos enajenantes.
Uno es el de Estados Unidos, sociedad admirable cuyo
funcionamiento eficaz es innegable y cuyo culto de la
libertad no es un mito, pero cuyo modelo no puede ser para
nosotros un referente sino en determinados aspectos, más
funcionales que estructurales y en ningún caso susceptibles
de copiarse al carbón. La otra referencia política son los
militares como factor determinante del rumbo que el país
tomará.
La rebelión chavista, que Ibsen Martínez en su genialidad
definió como “La Revolución de los Desdentados”, no ha
disminuido el efecto distorsionante que el modelo americano
ha venido ejerciendo sobre nosotros como personas y como
nación. Ser anti-americano es un disparate igual que ser
filo-americano. Si la admiración babieca y servil al modelo
americano supone sumisión psico-social y falta de
imaginación lógica para crear lo propio, el rechazo
histérico a todo lo gringo es, llegados a su médula,
vergonzosa envidia nacida de un complejo de inferioridad. Si
tuviéramos una personalidad propia dejaríamos de pensar y
actuar en términos de anti y pro norteamericanismo.
Dejaríamos de mirar a Estados Unidos como piedra de toque
para decidir que es bueno o malo, y lo trataríamos como lo
que realmente es: un cliente a quien debemos atender con
formal cortesía para obtener de nuestro producto tanto
dinero cuanto sea posible.
El otro referente, ante el cual reaccionamos con igual
torpeza emocional e intelectual, son los militares. Una de
las manifestaciones más lamentables de nuestro simplismo a
la hora de evaluar la política, es esa división, que ahora
aflora pero que siempre estuvo allí, entre militaristas y
anti-militaristas. Los anti-militaristas no son materia de
esta crónica. Baste confesar que el cronista necesitó muchos
años para comprender aquella frase que a Uslar Pietri le
hizo perder las elecciones de 1973: “Yo no soy anti-comunista,
yo no soy anti-nada”. La experiencia dice que aquello de lo
cual uno ha sido “anti” le puede ser necesario en cualquier
esquina de la vida o de la Historia.
Es el caso que en este momento venezolano lo único
determinante son los militares. Es el espectáculo grotesco
de una sociedad desequilibrada, y por eso ineficiente, donde
en cada período un factor de poder se hipertrofia, dándonos
ese aspecto monstruoso de quien se pasa una temporada con
una pata hinchada cual elefante, otra con la nariz como un
pimentón, después con los cachetes como un bombillo chino
comprado a través de Cuba y otra con los testículos como
aquel respetable señor de mi pueblo afectado de una hernia
que le dificultaba caminar y a quien a sus espaldas llamaban
“Bola e’Tigre”. Así, hemos tenido hipertrofia del poder
militar, luego de los partidos políticos, después del sector
financiero y ahora de los militares otra vez. Bien lejos de
aquel concepto de sociedad equilibrada que les he contado,
esa que es como un móvil de Calder, juego de pesos y
contrapesos que se compensan entre sí produciendo un
conjunto bello y eficaz.
Curioso que hoy en día el poder militar sea problema
político no para los civiles, sino para el teniente coronel
que manda apoyado en ellos y en nombre de ellos. Esta
dependencia que le obligó a tragar grueso y responder con
respeto a Baduel cuando éste le dijo que todo lo que tiene
en su cabeza es basura, Chávez la resiente más que los
versos de Graterolacho, la inquina de los curas y el
incordio de RCTV y Globovisión. Con las oposiciones civiles
se puede seguir la marcha hacia el sueño megalomaníaco del
poder total incontrastado, pero cuando cada Ministro de la
Defensa cuando sale lo descarga evidenciando lo que
realmente piensan los militares, pues así sí es verdad que
no se puede dormir.
Someter la pétrea resistencia de los militares a su proyecto
de poder total es el único problema real en la vida de Hugo
Chávez. Los demás son subsidiarios. A resolverlo dedica todo
su esfuerzo. Cuanto hace va dirigido a ello. Lo fundamental
del problema es que la institución militar es inmodificable
como factor conservador de la sociedad. Los oficiales pueden
gritar “Socialismo o muerte” como de cadetes limpian las
letrinas si lo ordena el Alférez Mayor, pero a la hora de
las chiquiticas reaccionan de acuerdo a la naturaleza
conservadora de su formación. Mientras tanto, y de acuerdo
al principio de simulación que empapa el arte de la guerra,
le dirán al Comandante en Jefe que él es hermoso, como se lo
dijeron a Medina y a Pérez Jiménez. De modo que la única
solución real, la única manera de que Chávez pueda dormir
sin el temor de que esta noche lo manden para Cuba, es
eliminar el estamento militar como hoy está construido y
reemplazarlo por las milicias revolucionarias. Tarea
ciclópea -me parece “misión imposible”- que ha puesto sobre
los robustos hombros del actual Ministro de la Defensa.
Fidel no le puede haber recomendado a Chávez otra cosa,
puesto que fue eso lo que él hizo al bajar de la Sierra
Maestra en 1959. En los dos primeros meses Fidel Castro
fusiló a los coroneles y generales que creyendo en el
carácter institucional de su oficio se quedaron en Cuba.
Luego disolvió a la oficialidad media desterrando a los más
capaces -y por tanto más peligrosos. Luego estableció un
sistema mixto de corrupción y terror por el cual los buenos
negocios han sido para los generales -Raulito maneja ese
aspecto del sistema- y quienes descollaban por su capacidad
y prestigio los destituía o fusilaba como fusiló al general
Ochoa.
Chávez no tuvo la oportunidad de fusilar al Alto Mando
Militar. Ni siquiera sabiendo que en 1998 conspiraron en
Fuerte Tiuna para impedir su acceso al poder -el presidente
Caldera impidió esa operación. Ha tenido que respetarlos,
porque así lo exigen los nuevos generales, cuidadosos de no
establecer precedentes siniestros. Lo único que puede hacer
es ir tejiendo la substitución de la institución toda por
una nueva estructura sometida a su voluntad. Esa tarea es la
fundamental y en función de ese objetivo será cada paso que
dé el único político importante que hay hoy en Venezuela.
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Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta |