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El pétreo obstáculo militar
por Rafael Poleo
viernes, 27 julio 2007


A lo largo de la Historia, los venezolanos hemos cultivado una lamentable incapacidad para producir modelos adecuados a nuestra realidad. Importamos no solamente lo que comemos, sino lo que pensamos y, sobre todo, los patrones de conducta personal, social, política y económica. Desde la Independencia ya nos preciábamos de haber copiado a los enciclopedistas, la Ilustración y las revoluciones francesa y estadounidense. Ahora poco, en los años noventa, incurrimos en la pretensión de imponer un exótico modelo neoliberal y, ahora, el modelo comunista de segunda mano que un asesino histórico ha impuesto en Cuba. En ambos casos se ignoran realidades objetivas que, para bien o para mal, nos hacen distintos de otras sociedades en las cuales esos modelos pueden haber funcionado.

En política arrastramos dos condicionamientos enajenantes. Uno es el de Estados Unidos, sociedad admirable cuyo funcionamiento eficaz es innegable y cuyo culto de la libertad no es un mito, pero cuyo modelo no puede ser para nosotros un referente sino en determinados aspectos, más funcionales que estructurales y en ningún caso susceptibles de copiarse al carbón. La otra referencia política son los militares como factor determinante del rumbo que el país tomará.

La rebelión chavista, que Ibsen Martínez en su genialidad definió como “La Revolución de los Desdentados”, no ha disminuido el efecto distorsionante que el modelo americano ha venido ejerciendo sobre nosotros como personas y como nación. Ser anti-americano es un disparate igual que ser filo-americano. Si la admiración babieca y servil al modelo americano supone sumisión psico-social y falta de imaginación lógica para crear lo propio, el rechazo histérico a todo lo gringo es, llegados a su médula, vergonzosa envidia nacida de un complejo de inferioridad. Si tuviéramos una personalidad propia dejaríamos de pensar y actuar en términos de anti y pro norteamericanismo. Dejaríamos de mirar a Estados Unidos como piedra de toque para decidir que es bueno o malo, y lo trataríamos como lo que realmente es: un cliente a quien debemos atender con formal cortesía para obtener de nuestro producto tanto dinero cuanto sea posible.

El otro referente, ante el cual reaccionamos con igual torpeza emocional e intelectual, son los militares. Una de las manifestaciones más lamentables de nuestro simplismo a la hora de evaluar la política, es esa división, que ahora aflora pero que siempre estuvo allí, entre militaristas y anti-militaristas. Los anti-militaristas no son materia de esta crónica. Baste confesar que el cronista necesitó muchos años para comprender aquella frase que a Uslar Pietri le hizo perder las elecciones de 1973: “Yo no soy anti-comunista, yo no soy anti-nada”. La experiencia dice que aquello de lo cual uno ha sido “anti” le puede ser necesario en cualquier esquina de la vida o de la Historia.

Es el caso que en este momento venezolano lo único determinante son los militares. Es el espectáculo grotesco de una sociedad desequilibrada, y por eso ineficiente, donde en cada período un factor de poder se hipertrofia, dándonos ese aspecto monstruoso de quien se pasa una temporada con una pata hinchada cual elefante, otra con la nariz como un pimentón, después con los cachetes como un bombillo chino comprado a través de Cuba y otra con los testículos como aquel respetable señor de mi pueblo afectado de una hernia que le dificultaba caminar y a quien a sus espaldas llamaban “Bola e’Tigre”. Así, hemos tenido hipertrofia del poder militar, luego de los partidos políticos, después del sector financiero y ahora de los militares otra vez. Bien lejos de aquel concepto de sociedad equilibrada que les he contado, esa que es como un móvil de Calder, juego de pesos y contrapesos que se compensan entre sí produciendo un conjunto bello y eficaz.

Curioso que hoy en día el poder militar sea problema político no para los civiles, sino para el teniente coronel que manda apoyado en ellos y en nombre de ellos. Esta dependencia que le obligó a tragar grueso y responder con respeto a Baduel cuando éste le dijo que todo lo que tiene en su cabeza es basura, Chávez la resiente más que los versos de Graterolacho, la inquina de los curas y el incordio de RCTV y Globovisión. Con las oposiciones civiles se puede seguir la marcha hacia el sueño megalomaníaco del poder total incontrastado, pero cuando cada Ministro de la Defensa cuando sale lo descarga evidenciando lo que realmente piensan los militares, pues así sí es verdad que no se puede dormir.

Someter la pétrea resistencia de los militares a su proyecto de poder total es el único problema real en la vida de Hugo Chávez. Los demás son subsidiarios. A resolverlo dedica todo su esfuerzo. Cuanto hace va dirigido a ello. Lo fundamental del problema es que la institución militar es inmodificable como factor conservador de la sociedad. Los oficiales pueden gritar “Socialismo o muerte” como de cadetes limpian las letrinas si lo ordena el Alférez Mayor, pero a la hora de las chiquiticas reaccionan de acuerdo a la naturaleza conservadora de su formación. Mientras tanto, y de acuerdo al principio de simulación que empapa el arte de la guerra, le dirán al Comandante en Jefe que él es hermoso, como se lo dijeron a Medina y a Pérez Jiménez. De modo que la única solución real, la única manera de que Chávez pueda dormir sin el temor de que esta noche lo manden para Cuba, es eliminar el estamento militar como hoy está construido y reemplazarlo por las milicias revolucionarias. Tarea ciclópea -me parece “misión imposible”- que ha puesto sobre los robustos hombros del actual Ministro de la Defensa.

Fidel no le puede haber recomendado a Chávez otra cosa, puesto que fue eso lo que él hizo al bajar de la Sierra Maestra en 1959. En los dos primeros meses Fidel Castro fusiló a los coroneles y generales que creyendo en el carácter institucional de su oficio se quedaron en Cuba. Luego disolvió a la oficialidad media desterrando a los más capaces -y por tanto más peligrosos. Luego estableció un sistema mixto de corrupción y terror por el cual los buenos negocios han sido para los generales -Raulito maneja ese aspecto del sistema- y quienes descollaban por su capacidad y prestigio los destituía o fusilaba como fusiló al general Ochoa.

Chávez no tuvo la oportunidad de fusilar al Alto Mando Militar. Ni siquiera sabiendo que en 1998 conspiraron en Fuerte Tiuna para impedir su acceso al poder -el presidente Caldera impidió esa operación. Ha tenido que respetarlos, porque así lo exigen los nuevos generales, cuidadosos de no establecer precedentes siniestros. Lo único que puede hacer es ir tejiendo la substitución de la institución toda por una nueva estructura sometida a su voluntad. Esa tarea es la fundamental y en función de ese objetivo será cada paso que dé el único político importante que hay hoy en Venezuela.

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  Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta


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