La
Venezuela democrática pudiera encontrar en los próximos
meses el liderazgo perdido hace veinte años, cuando AD y
Copei abandonaron las posturas ideológicas que desde la
caída de Pérez Jiménez les habían convertido en polos de
alternativa electoral, y Carlos Andrés Pérez cambió la vieja
chamarra socialdemócrata por un inadecuado frac neoliberal.
Desde que “El Caracazo” de 1989 mostró la enorme fractura
abierta entre el país político y el país nacional, tres
figuras han ocupado el escenario. Una de ellas, dominante,
la de Hugo Chávez, supo explotar la frustración colectiva.
Por un momento tuvo en sus manos las herramientas para
reconstruir un cuadro político sano y el poder para reparar
los daños causados por la desmoralización del estamento
político a partir del auge dinerario de los años setenta.
Una mezcla de inexperiencia y narcisismo en función de
gobierno amplió el horizonte de sus ambiciones y redujo las
dimensiones y sobre todo la profundidad de su liderazgo, al
hacerlo dependiente de una estrategia de permanente soborno
a las clases populares y al estamento militar. Sólo en caso
de crisis extrema se podrá conocer la solidez de lealtades
obtenidas por ese procedimiento. La imagen viril del
sindicalista Carlos Ortega apareció en los primeros años del
nuevo siglo como una alternativa capaz de polarizar el
entusiasmo popular, pero no logró sobrevivir al golpe
reaccionario conocido como “El Carmonazo”. Manuel Rosales
brilló por unos meses en la campaña electoral del 2006,
inmolándose en los pocos minutos de su aparición la noche de
una derrota previamente anunciada por quien aparecía como su
principal mentor, el ex ministro calderista Teodoro Petkoff.
Como en política no hay muertos, Rosales ha reaparecido como
centro del bloque opositor en el episodio, realmente
coyuntural, del próximo domingo, cuando Venezuela escogerá
entre totalitarismo stalinista y democracia popular. Un
aparato que tiene como núcleo la estructura adeca del Zulia
-transformada hace años en aparato del gobernador Rosales-,
crecida en la campaña presidencial del 2006 y conectada con
importantes factores de poder, en especial mediáticos, le
dan una ventaja momentánea que el político zuliano volverá a
jugarse en otra azarosa noche de domingo, el próximo 2 de
diciembre.
El desempeño en esas horas y días post-electorales será
decisivo para posicionar liderazgos en el ánimo de la
mayoría democrática, que ya se expresa como un 60% del
electorado y sería más si en Venezuela fueran propicias las
condiciones para manifestar abiertamente preferencias
políticas. En ese período de alta sensibilidad inmediato a
las votaciones debe crecerse la figura de Herman Escarrá, el
constitucionalista que ha conjugado conexión con las masas,
personalidad y valentía personal, para convertirse en el
político predilecto de la oposición radical. Todo dependerá
de la cobertura que le presten fundamentales medios de
comunicación que ya juegan al futuro y parecen interesados
en afincar otros liderazgos.
Para situarse en la primera línea de esta carrera, al
general Raúl Baduel le bastó con denunciar de manera
convincente la desviación totalitaria y anticonstitucional
del régimen. Baduel se perfila como alternativa de liderazgo
militar y popular frente a su antiguo camarada de
conspiraciones a la sombra del samán, el teniente coronel
Chávez Frías. La suposición de respaldo militar se
fundamenta en hechos concretos que serían motivo de otra
crónica. En cuanto a la resonancia popular, parece
garantizada por el eficaz y combativo equipo de Podemos, que
dimana influencia desde Sucre y Aragua, ejercida por
dirigentes tan capaces como son Didalco Bolívar, Ismael
García y Ramón Martínez. Éste último, gobernador de gran
raigambre en Sucre, emergió en las últimas semanas como una
figura nacional.
La dimensión real de Primero Justicia como partido mayor de
la derecha democrática viene distorsionada por la confusa
percepción de las elecciones presidenciales del 2006. Para
ese momento Julio Borges apareció como el dirigente más
robusto de una derecha débil, pero inmediatamente después se
produjo la separación de los dos dirigentes carismáticos del
partido, Leopoldo López y Gerardo Blyde, rumbo a Un Nuevo
Tiempo, el partido de Rosales. Ni Borges ni su partido han
hecho nada notorio desde entonces, de modo que sólo cabe
registrar que luce menos débil que su competidor natural, el
socialcristiano Copei, del cual tampoco es mucho lo que se
conoce, salvo que Eduardo Fernández dio paso a dirigentes
jóvenes como su secretario general, Luis Ignacio Planas. Se
ve que no es la hora de la derecha.
La decadencia de Copei, quizás por falta de una razón de
ser, está conectada a la debacle de Acción Democrática,
partido del cual Copei había sido la contra-figura. Este
colapso adeco empezó con el programa neo-liberal de Pérez en
1989, las rivalidades de sus micro-líderes para las
elecciones de 1998, la estampida de esos mismos
micro-líderes semanas antes de esas elecciones -negociaron
su derrota con Miquilena-, la vergonzosa entrega del
Congreso en 1999, la conchupancia con el chavismo manejada
por Lewis Pérez en el 2000 y la dispersión del
micro-liderazgo hacia destinos tan imprecisos que cuesta
trabajo recordar en qué partido está ahora cada uno de esos
jefezuelos.
La extensión en el caso adeco es necesaria. AD fue el
partido que antes del chavismo atrajo por medio siglo la
adhesión de las mayorías. Se derrumbó minado por la cobardía
y la corrupción. Su caso ayuda a entender la manera como
Chávez se ha impuesto, más por la debilidad moral de sus
adversarios que por sus propias capacidades. De cualquier
manera, la determinación y estoicismo conque Henry Ramos ha
asumido la Secretaría General ha mantenido la vigencia del
partido, el cual en las encuestas aparece con un 5% que debe
ser muy sólido para mantenerse en medio de tantas
decepciones y que es más de lo que tienen otros opositores,
exceptuado Un Nuevo Tiempo, del cual debe decirse que tiene
antecedentes básicamente adecos, comenzando por la
militancia donde se formó su líder, Manuel Rosales.
Para el futuro destaca el político Leopoldo López y, diez
años después en la escala etánea, el dirigente estudiantil
Yon Goicoechea. López tiene su propio aparato y apenas
pasados los treinta años ha almacenado una considerable
experiencia. Goicoechea tiene sentido tanto de las
limitaciones que supone su corta edad cuanto de las
posibilidades que eso le supone, lo cual se puede resumir
diciendo que tiene mucho más en su futuro que en su pasado.
Más adelante se sabrá si son aliados o rivales, lo cual
dependerá mucho de los intereses que les van rodeando.
Para el futuro inmediato, maduros para el liderazgo están
Rosales, Escarrá y Baduel. Esto no significa ni permite
ignorar a los demás dirigentes mencionados y alguno que se
me haya quedado en el tintero. Precisamente, de la habilidad
y, por qué no decirlo, de la grandeza que estos tres
muestren en sus relaciones con los demás mencionados,
dependerá mucho quién será el líder, quizás definitivo, de
la democracia popular derivada de esta transición hacia un
nuevo país que ha sido el chavismo con Chávez.
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Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta |