Fracasado
su fantástico y costoso proyecto latinoamericano, Hugo
Chávez viaja a Rusia en el desarrollo de otro proyecto no
menos fantástico pero mucho más costoso que el delirio
regional con el cual ya nos ha desangrado. Lo del costo es,
a fin de cuentas, lo importante. Y ya sabemos que complacer
al presidente de la gran Rusia será muchísimo más caro de lo
que ha sido atraer a Bolivia y Nicaragua.
De manera inmediata, los juguetes submarinos habrán de
costarnos dicen que dos, pero al final serán tres o cuatro
mil millones de dólares. Luego vendrá el costo de ponerlos
en marcha y a cada rato repararlos -los trastos rusos suelen
ser de inferior calidad que los europeos y americanos, cual
demuestran sus aviones, conocidos por la atracción que en
ellos ejerce el piso sobre el cual vuelan. Volar es una
aventura, pero hacerlo en un aparato de fabricación rusa es
una temeridad.
La baja calidad de la oposición también puede medirse en
función de estos parámetros. Ni los mangasmeadas que le
hacen la barba al régimen ni quienes muestran más
testosterona, como serían los profesionales y técnicos
copeyanos o los comecandela adecos, han sacado la cuenta de
cuánto nos van costando las aventuras internacionales de
Hugo, en tabla comparativa con lo que ese dinero hubiera
significado en términos de educación, salud, vivienda,
seguridad y comunicaciones, o sea calidad de vida de los
venezolanos.
Oponerse a ese derroche es ahora tan urgente como la
proporción de lo que puede costar un chulo sudaca como
Kirchner si lo comparas con un jerarca mundial de la talla
de Putin. Un tío mío que en Caracas fue famoso por su vida
galante, hubiera dicho que la proporción es la misma que hay
entre una novia reclutada en Plan de Manzano y una amante
conquistada en el Crazy Horse de París.
Por cierto que no me meto con las relaciones con Rusia. Lo
que alarma es el costo. ¿No será posible amigarse con Putin
sin comprarle esos submarinos que nos son tan necesarios
como una nave espacial? ¿Somos así de feos que nadie nos
quiere sino por los reales? Porque lo de buscar referencias
distintas a los Estados Unidos es algo que estas crónicas
han venido solicitando aún desde antes de que propusieran
algo que hoy me permito recordar: un Gran Acuerdo Nacional
(GAN) para resolver nuestros problemas según el consejo de
Rómulo Betancourt, creador del único proyecto serio que a
los venezolanos se nos ha propuesto para hacer una nación
vivible: “Este país de todos tenemos que hacerlo todos”.
Lo de buscar referencias distintas lo he fundamentado en un
principio general de pluralidad según el cual la única
garantía de la libertad del hombre es la multiplicidad de
las fuentes de poder. Dicho de otro modo, somos libres en la
medida en que tenemos alternativas válidas. También hemos
dicho que en esta vida las mejores cosas se pueden hacer por
los peores motivos. Los motivos de Hugo son casi
inconfesables salvo en sus confidencias al doctor Chirinos,
a quien ahora habría substituido el doctor Rodríguez,
vicepresidente de uso múltiple, pues también oficia de
adobador electoral. Resumamos esos motivos en una expresión
científicamente inexacta pero útil a los efectos de la
comunicación: sentimientos de inferioridad que vuelven
violentas a las personas. Pero eso no le pasa a Hugo nada
más. Pudiera haberle pasado a Bolívar. Y, sin duda, fue el
caso de Napoleón, quien para compensar su hiposexualidad
hormonal desangró a Europa; y de Hitler, que no logró
resolver algo hoy tan sencillo como su homosexualidad; y de
Fidel Castro, a quien la mejor educación del mundo no logró
disolverle la arrechera de ser hijo del dueño de la casa y
la mujer de servicio. Uno ve esas cosas y se pregunta cómo
es que alguien tan inteligente se deja dominar por tales
pendejadas. Mucho más en un país de hijos naturales.
Recuérdese que en un momento dado, años ochenta, el
presidente de Venezuela -Lusinchi-, el jefe del partido de
gobierno -Manuel Peñalver- y el hombre económicamente más
poderoso del país -Pedro Tinoco-, eran nacidos fuera de
matrimonio. ¿Será que como no podemos tener complejos
internos, vamos a buscarlos en el ámbito internacional y, lo
que más me duele, al precio que sea?
Lo del mundo multipolar es un hecho, y un hecho afortunado
dentro de la ya mencionada tesis de las alternativas
válidas. No hace falta que gastemos nuestros churupos
fomentándolo. Lo que debemos hacer es una diplomacia
conforme al interés nacional y no conforme a los complejos
del presidente de turno -digo esto porque, según una Ley del
Péndulo que este mismo momento estoy postulando, a Chávez
pudiera sucederlo un incondicional del Imperio -dispuesto,
por ejemplo, a entregar PDVSA-, lo cual sería un desastre de
igual magnitud aunque de signo contrario.
Y, ¿cuál es ese interés nacional? De los países maduros
podemos aprenderlo, así como los muchachos aprenden a
hacerse el nudo de la corbata viendo a los hombres de la
casa. Venezuela es, en todos los aspectos, lo que se llama
un país atrasado, y más atrasado mientras más real le entra.
El atraso no es solamente cultural, que también: Hace tiempo
no tenemos un cuento, una novela, una plástica, una música,
de la cual podamos ufanarnos. No más Gallegos, ni Meneses,
ni Andrés Eloy, ni Uslar, ni Gerbasi. Tampoco un Fernández
Morán con su cuchillo de diamante ni un Velandia añadiendo
elementos a la Tablas de Mendeleyev. Ni un Sojo o un Lauro.
Los pintores vivos son ya los mayores como Alirio Rodríguez
y Osvaldo Vigas, para mencionar dos en una pléyade que se va
despidiendo. Lo que tenemos son politólogos y teorizadores
de tercera cuya experticia es el refrito de modelos
inaplicables a nuestra realidad de país minero como son el
socialismo y el neoliberalismo, o maquilladores de
aberraciones como el fascismo tropical que Hugo insiste en
que llamemos socialismo.
Esta realidad de país donde la educación quiere copiarse de
sociedades atrasadas como la cubana, cuyos gobernantes
actúan a la africana y cuyos administradores pueden
calificarse por el estado de los hospitales y las calles, se
mantiene por obra de los complejos que nos inducen a
desgastarnos en pleitos innecesarios y sobre todo ajenos.
Nos debería importar un bledo quién tiene la razón entre los
musulmanes teocráticos y los americanos empeñados en enseñar
democracia a quienes no saben con qué se come eso. El
Imperio, que existe y es maluco, debe interesarnos sólo en
la medida en que se meta con nosotros. A los Estados Unidos,
los venezolanos nada tenemos que cobrarle, salvo los
barriles de petróleo tan caros como nos sea posible. Los
marines han estado en Nicaragua, Cuba y Santo Domingo.
Resiéntanse con ellos los nicaragüenses, cubanos y
dominicanos, y hasta simpaticemos con su protesta. Pero de
allí a cogérnosla para nosotros como si ese fuera el
objetivo nacional y en detrimento de nuestro propio
desarrollo, es una actitud infantil, una regresión hacia los
problemas de la infancia infeliz, un problema psicológico
personal impuesto como conflicto subconsciente de toda una
nación.
La aventura latinoamericana de Chávez ha concluido de manera
dolorosa. Nuestros recursos financieros y sobre todo la
atención de nuestros gobernantes se han derrochado en el
proyecto de construir un frente anti-estadounidense en la
región. Al tonto de Hugo se lo han comido, se lo han bebido
y después lo han sacado con cajas destempladas. Ni el
gobierno socialista de Uruguay quiere auxiliarlo mandándole
carne, porque la tiene comprometida con un cliente fijo y
buen pagador llamado EE.UU. Y el problema es que no es Hugo.
Lo que Chávez ha derrochado no es de él. Es el patrimonio de
los venezolanos. De varias generaciones de venezolanos. Y
ahora pretende entrar en el juego de los grandes poderes.
¿Qué clase de llanero es éste, que ignora la máxima
fundamental que los hombres de las grandes planicies
aprendimos de chiquitos: En pleito de burros pierden los
pollinos?
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Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta |