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Un pollino en pleito de burros
por Rafael Poleo
viernes, 29 junio 2007


Fracasado su fantástico y costoso proyecto latinoamericano, Hugo Chávez viaja a Rusia en el desarrollo de otro proyecto no menos fantástico pero mucho más costoso que el delirio regional con el cual ya nos ha desangrado. Lo del costo es, a fin de cuentas, lo importante. Y ya sabemos que complacer al presidente de la gran Rusia será muchísimo más caro de lo que ha sido atraer a Bolivia y Nicaragua.

De manera inmediata, los juguetes submarinos habrán de costarnos dicen que dos, pero al final serán tres o cuatro mil millones de dólares. Luego vendrá el costo de ponerlos en marcha y a cada rato repararlos -los trastos rusos suelen ser de inferior calidad que los europeos y americanos, cual demuestran sus aviones, conocidos por la atracción que en ellos ejerce el piso sobre el cual vuelan. Volar es una aventura, pero hacerlo en un aparato de fabricación rusa es una temeridad.

La baja calidad de la oposición también puede medirse en función de estos parámetros. Ni los mangasmeadas que le hacen la barba al régimen ni quienes muestran más testosterona, como serían los profesionales y técnicos copeyanos o los comecandela adecos, han sacado la cuenta de cuánto nos van costando las aventuras internacionales de Hugo, en tabla comparativa con lo que ese dinero hubiera significado en términos de educación, salud, vivienda, seguridad y comunicaciones, o sea calidad de vida de los venezolanos.

Oponerse a ese derroche es ahora tan urgente como la proporción de lo que puede costar un chulo sudaca como Kirchner si lo comparas con un jerarca mundial de la talla de Putin. Un tío mío que en Caracas fue famoso por su vida galante, hubiera dicho que la proporción es la misma que hay entre una novia reclutada en Plan de Manzano y una amante conquistada en el Crazy Horse de París.

Por cierto que no me meto con las relaciones con Rusia. Lo que alarma es el costo. ¿No será posible amigarse con Putin sin comprarle esos submarinos que nos son tan necesarios como una nave espacial? ¿Somos así de feos que nadie nos quiere sino por los reales? Porque lo de buscar referencias distintas a los Estados Unidos es algo que estas crónicas han venido solicitando aún desde antes de que propusieran algo que hoy me permito recordar: un Gran Acuerdo Nacional (GAN) para resolver nuestros problemas según el consejo de Rómulo Betancourt, creador del único proyecto serio que a los venezolanos se nos ha propuesto para hacer una nación vivible: “Este país de todos tenemos que hacerlo todos”.

Lo de buscar referencias distintas lo he fundamentado en un principio general de pluralidad según el cual la única garantía de la libertad del hombre es la multiplicidad de las fuentes de poder. Dicho de otro modo, somos libres en la medida en que tenemos alternativas válidas. También hemos dicho que en esta vida las mejores cosas se pueden hacer por los peores motivos. Los motivos de Hugo son casi inconfesables salvo en sus confidencias al doctor Chirinos, a quien ahora habría substituido el doctor Rodríguez, vicepresidente de uso múltiple, pues también oficia de adobador electoral. Resumamos esos motivos en una expresión científicamente inexacta pero útil a los efectos de la comunicación: sentimientos de inferioridad que vuelven violentas a las personas. Pero eso no le pasa a Hugo nada más. Pudiera haberle pasado a Bolívar. Y, sin duda, fue el caso de Napoleón, quien para compensar su hiposexualidad hormonal desangró a Europa; y de Hitler, que no logró resolver algo hoy tan sencillo como su homosexualidad; y de Fidel Castro, a quien la mejor educación del mundo no logró disolverle la arrechera de ser hijo del dueño de la casa y la mujer de servicio. Uno ve esas cosas y se pregunta cómo es que alguien tan inteligente se deja dominar por tales pendejadas. Mucho más en un país de hijos naturales. Recuérdese que en un momento dado, años ochenta, el presidente de Venezuela -Lusinchi-, el jefe del partido de gobierno -Manuel Peñalver- y el hombre económicamente más poderoso del país -Pedro Tinoco-, eran nacidos fuera de matrimonio. ¿Será que como no podemos tener complejos internos, vamos a buscarlos en el ámbito internacional y, lo que más me duele, al precio que sea?

Lo del mundo multipolar es un hecho, y un hecho afortunado dentro de la ya mencionada tesis de las alternativas válidas. No hace falta que gastemos nuestros churupos fomentándolo. Lo que debemos hacer es una diplomacia conforme al interés nacional y no conforme a los complejos del presidente de turno -digo esto porque, según una Ley del Péndulo que este mismo momento estoy postulando, a Chávez pudiera sucederlo un incondicional del Imperio -dispuesto, por ejemplo, a entregar PDVSA-, lo cual sería un desastre de igual magnitud aunque de signo contrario.

Y, ¿cuál es ese interés nacional? De los países maduros podemos aprenderlo, así como los muchachos aprenden a hacerse el nudo de la corbata viendo a los hombres de la casa. Venezuela es, en todos los aspectos, lo que se llama un país atrasado, y más atrasado mientras más real le entra. El atraso no es solamente cultural, que también: Hace tiempo no tenemos un cuento, una novela, una plástica, una música, de la cual podamos ufanarnos. No más Gallegos, ni Meneses, ni Andrés Eloy, ni Uslar, ni Gerbasi. Tampoco un Fernández Morán con su cuchillo de diamante ni un Velandia añadiendo elementos a la Tablas de Mendeleyev. Ni un Sojo o un Lauro. Los pintores vivos son ya los mayores como Alirio Rodríguez y Osvaldo Vigas, para mencionar dos en una pléyade que se va despidiendo. Lo que tenemos son politólogos y teorizadores de tercera cuya experticia es el refrito de modelos inaplicables a nuestra realidad de país minero como son el socialismo y el neoliberalismo, o maquilladores de aberraciones como el fascismo tropical que Hugo insiste en que llamemos socialismo.

Esta realidad de país donde la educación quiere copiarse de sociedades atrasadas como la cubana, cuyos gobernantes actúan a la africana y cuyos administradores pueden calificarse por el estado de los hospitales y las calles, se mantiene por obra de los complejos que nos inducen a desgastarnos en pleitos innecesarios y sobre todo ajenos. Nos debería importar un bledo quién tiene la razón entre los musulmanes teocráticos y los americanos empeñados en enseñar democracia a quienes no saben con qué se come eso. El Imperio, que existe y es maluco, debe interesarnos sólo en la medida en que se meta con nosotros. A los Estados Unidos, los venezolanos nada tenemos que cobrarle, salvo los barriles de petróleo tan caros como nos sea posible. Los marines han estado en Nicaragua, Cuba y Santo Domingo. Resiéntanse con ellos los nicaragüenses, cubanos y dominicanos, y hasta simpaticemos con su protesta. Pero de allí a cogérnosla para nosotros como si ese fuera el objetivo nacional y en detrimento de nuestro propio desarrollo, es una actitud infantil, una regresión hacia los problemas de la infancia infeliz, un problema psicológico personal impuesto como conflicto subconsciente de toda una nación.

La aventura latinoamericana de Chávez ha concluido de manera dolorosa. Nuestros recursos financieros y sobre todo la atención de nuestros gobernantes se han derrochado en el proyecto de construir un frente anti-estadounidense en la región. Al tonto de Hugo se lo han comido, se lo han bebido y después lo han sacado con cajas destempladas. Ni el gobierno socialista de Uruguay quiere auxiliarlo mandándole carne, porque la tiene comprometida con un cliente fijo y buen pagador llamado EE.UU. Y el problema es que no es Hugo. Lo que Chávez ha derrochado no es de él. Es el patrimonio de los venezolanos. De varias generaciones de venezolanos. Y ahora pretende entrar en el juego de los grandes poderes. ¿Qué clase de llanero es éste, que ignora la máxima fundamental que los hombres de las grandes planicies aprendimos de chiquitos: En pleito de burros pierden los pollinos?
 

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  Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta


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