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La criptonita está en los pies
por Rafael Poleo

viernes, 26 octubre 2007


En los próximos meses los venezolanos sabremos de qué mal nos vamos a morir. No será ni el que Chávez pretende –un régimen de poder total como el de Fidel Castro-, ni un retorno al neoliberalismo fanático cuya cojitranca imposición en los años noventa tiene tanto que ver con esto que hoy sufrimos.

No se trata de pronosticar, sino de evaluar, a sangre fría, las posibilidades. Sin optimismos babiecas ni ópticas fatalistas. Dejándole a Chávez el error de mirar a Venezuela 2007 como si fuera Cuba 1959. Porque aquí puede pasar algo muy malo, pero no será lo mismo que pasó en Cuba. Quienes estábamos vivos y actuantes cuando aquello sucedió (1959-1960), podemos medir las enormes diferencias y hasta contar la historia que no han querido contarnos. Fidel Castro llegó al poder impuesto por un determinante sector de intereses norteamericanos. Ellos inventaron a Fidel Castro, lo financiaron y lo mantuvieron. El embajador de los Estados Unidos en La Habana fue quien, llegado el momento, ordenó al general Tabernilla, Jefe del Ejército, que montara en un avión al presidente Batista y lo sacara del país. Luego, a lo largo de 1959, los medios de comunicación estadounidenses sistemáticamente glorificaron a la revolución y sus comandantes. Magnificaron episodios menores para mitificar a unos revolucionarios que en la realidad combatieron poco y breve. Así se trucó la realidad de un movimiento que había ido ganando terreno gracias al dinero estadounidense con el cual sobornaba a los militares cubanos para que le dejaran operar con holgura –lo que hoy hace en Sur América la narcoguerrilla. Una vez en el poder, Fidel fue a buscar ayuda económica en Washington. Si se la hubieran dado, hubiera sido un lacayo más del imperialismo norteamericano. Como no se la dieron, lo fue del imperialismo ruso, que es anterior al de Estados Unidos, pervivió en la era comunista y sigue tan campante.

Es que a la gente se le dice lo que le resulta psíquicamente confortable. Chávez es el primero en sufrir ese fenómeno de memoria selectiva que rechaza los datos contrarios a sus aspiraciones. Si él fuera un líder competente y no un muchacho latinoamericano con la cabeza llena de basura cuyas deficiencias se disimulan con el poco de real que hay en este momento, le daría el debido crédito a la inolvidable sentencia de Uslar Pietri según la cual este proyecto es inviable. No bueno o malo, que eso ya es otra cosa. Inviable, neologismo por nuestra antigua expresión de irrealizable.

Chávez prefiere este camino efectista porque hablar disparates y decretar locuras es más fácil que construir un país, como hicieron Pérez Jiménez y Betancourt, los mellizos de la Revolución de Octubre, quienes, mencionados en orden cronológico, construyeron, uno en lo físico y otro en lo institucional, el país que los militares y políticos de hoy están destruyendo.

Mientras los militares respaldan este proyecto de destrucción nacional y los políticos bailan el tango con el orate, la izquierda latinoamericana avanza en la lucha contra la pobreza, problema prioritario en nuestra región. No hace falta ir hasta Lula y Bachelet para aprenderse esta lección de eficaz responsabilidad social. El nica Daniel Ortega está dando una demostración de cómo se pueden hacer las cosas no sólo para mantenerse en el poder sino para ir echando adelante en la lucha contra la pobreza. Su discurso es hasta incendiario, por momentos. Pero los actos son los propios para mantenerse en el poder y sacar lo que se pueda a uno y otro lado. Las consecuencias de pelearse con la Iglesia ya las probó la vez anterior, de modo que ahora es un camandulero pestífero a sacristía, un católico reaccionario de tomo y lomo que hasta prohíbe el aborto. Descarga al imperialismo en su discurso ante la ONU, pero acepta nuevos préstamos del Fondo Monetario Internacional, instrumento financiero de ese imperialismo denostado. Acoge complacido los vagos ofrecimientos que Chávez le hace cuando le pega la fiebre del micrófono, pero más que en promesas de difícil cumplimiento, el sandinista cree en las tropas americanas que en sus aviones y helicópteros llevan la ayuda alimentaria a las regiones pobres de Nicaragua. Esto le saca la piedra a Chávez, pero tiene que tragar grueso. No puede darle a Ortega el pretexto para saltar la talanquera hacia el jugoso mercado norteamericano, que le está picando el ojo.

Chávez se mantiene al frente del Gobierno, pero sería impropio decir “en el poder”. Más poder tiene la red montada por Diosdado Cabello, de peso inocultable. A los diosdados, que son varios, Chávez les sirve como guardián del poder real, que ellos controlan –por ejemplo, los comandantes de los batallones. Le han explotado la megalomanía, dejándolo payasear por el mundo mientras ellos tejen su red. Pero a Chávez le cayó la locha. Por eso ahora quiere el poder total, para hacer lo que Fidel hizo en los primeros meses: liquidar el poder militar y purgar a los posibles rivales.

Los políticos electoreros atisban por la ventana la fiesta del poder real y llegan a la conclusión de que mejor para ellos es un adversario como Chávez, que les permite sobrevivir con cada farsa electoral, que un régimen de izquierda democrática surgido de algún sacudimiento político. Todo menos dejar que la gente se ponga los zapatos de caminar, única arma capaz de aflojarle los esfínteres a Superman.

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  Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta


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