En
los próximos meses los venezolanos sabremos de qué mal nos
vamos a morir. No será ni el que Chávez pretende –un régimen
de poder total como el de Fidel Castro-, ni un retorno al
neoliberalismo fanático cuya cojitranca imposición en los
años noventa tiene tanto que ver con esto que hoy sufrimos.
No se trata de pronosticar, sino de evaluar, a sangre fría,
las posibilidades. Sin optimismos babiecas ni ópticas
fatalistas. Dejándole a Chávez el error de mirar a Venezuela
2007 como si fuera Cuba 1959. Porque aquí puede pasar algo
muy malo, pero no será lo mismo que pasó en Cuba. Quienes
estábamos vivos y actuantes cuando aquello sucedió
(1959-1960), podemos medir las enormes diferencias y hasta
contar la historia que no han querido contarnos. Fidel
Castro llegó al poder impuesto por un determinante sector de
intereses norteamericanos. Ellos inventaron a Fidel Castro,
lo financiaron y lo mantuvieron. El embajador de los Estados
Unidos en La Habana fue quien, llegado el momento, ordenó al
general Tabernilla, Jefe del Ejército, que montara en un
avión al presidente Batista y lo sacara del país. Luego, a
lo largo de 1959, los medios de comunicación estadounidenses
sistemáticamente glorificaron a la revolución y sus
comandantes. Magnificaron episodios menores para mitificar a
unos revolucionarios que en la realidad combatieron poco y
breve. Así se trucó la realidad de un movimiento que había
ido ganando terreno gracias al dinero estadounidense con el
cual sobornaba a los militares cubanos para que le dejaran
operar con holgura –lo que hoy hace en Sur América la
narcoguerrilla. Una vez en el poder, Fidel fue a buscar
ayuda económica en Washington. Si se la hubieran dado,
hubiera sido un lacayo más del imperialismo norteamericano.
Como no se la dieron, lo fue del imperialismo ruso, que es
anterior al de Estados Unidos, pervivió en la era comunista
y sigue tan campante.
Es que a la gente se le dice lo que le resulta psíquicamente
confortable. Chávez es el primero en sufrir ese fenómeno de
memoria selectiva que rechaza los datos contrarios a sus
aspiraciones. Si él fuera un líder competente y no un
muchacho latinoamericano con la cabeza llena de basura cuyas
deficiencias se disimulan con el poco de real que hay en
este momento, le daría el debido crédito a la inolvidable
sentencia de Uslar Pietri según la cual este proyecto es
inviable. No bueno o malo, que eso ya es otra cosa.
Inviable, neologismo por nuestra antigua expresión de
irrealizable.
Chávez prefiere este camino efectista porque hablar
disparates y decretar locuras es más fácil que construir un
país, como hicieron Pérez Jiménez y Betancourt, los mellizos
de la Revolución de Octubre, quienes, mencionados en orden
cronológico, construyeron, uno en lo físico y otro en lo
institucional, el país que los militares y políticos de hoy
están destruyendo.
Mientras los militares respaldan este proyecto de
destrucción nacional y los políticos bailan el tango con el
orate, la izquierda latinoamericana avanza en la lucha
contra la pobreza, problema prioritario en nuestra región.
No hace falta ir hasta Lula y Bachelet para aprenderse esta
lección de eficaz responsabilidad social. El nica Daniel
Ortega está dando una demostración de cómo se pueden hacer
las cosas no sólo para mantenerse en el poder sino para ir
echando adelante en la lucha contra la pobreza. Su discurso
es hasta incendiario, por momentos. Pero los actos son los
propios para mantenerse en el poder y sacar lo que se pueda
a uno y otro lado. Las consecuencias de pelearse con la
Iglesia ya las probó la vez anterior, de modo que ahora es
un camandulero pestífero a sacristía, un católico
reaccionario de tomo y lomo que hasta prohíbe el aborto.
Descarga al imperialismo en su discurso ante la ONU, pero
acepta nuevos préstamos del Fondo Monetario Internacional,
instrumento financiero de ese imperialismo denostado. Acoge
complacido los vagos ofrecimientos que Chávez le hace cuando
le pega la fiebre del micrófono, pero más que en promesas de
difícil cumplimiento, el sandinista cree en las tropas
americanas que en sus aviones y helicópteros llevan la ayuda
alimentaria a las regiones pobres de Nicaragua. Esto le saca
la piedra a Chávez, pero tiene que tragar grueso. No puede
darle a Ortega el pretexto para saltar la talanquera hacia
el jugoso mercado norteamericano, que le está picando el
ojo.
Chávez se mantiene al frente del Gobierno, pero sería
impropio decir “en el poder”. Más poder tiene la red montada
por Diosdado Cabello, de peso inocultable. A los diosdados,
que son varios, Chávez les sirve como guardián del poder
real, que ellos controlan –por ejemplo, los comandantes de
los batallones. Le han explotado la megalomanía, dejándolo
payasear por el mundo mientras ellos tejen su red. Pero a
Chávez le cayó la locha. Por eso ahora quiere el poder
total, para hacer lo que Fidel hizo en los primeros meses:
liquidar el poder militar y purgar a los posibles rivales.
Los políticos electoreros atisban por la ventana la fiesta
del poder real y llegan a la conclusión de que mejor para
ellos es un adversario como Chávez, que les permite
sobrevivir con cada farsa electoral, que un régimen de
izquierda democrática surgido de algún sacudimiento
político. Todo menos dejar que la gente se ponga los zapatos
de caminar, única arma capaz de aflojarle los esfínteres a
Superman.
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Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta |