Mientras
preparábamos la nota consecutiva a la publicada ayer sobre
los errores políticos del presidente Chávez, intentando
interpretar por qué un político tan fino se ha conducido
últimamente de manera tan torpe, el personaje le dio la
patada a la lata anunciando que, a marcha forzada, todo el
poder del Estado de dirigirá a establecer una Economía
Socialista sin resquicios capitalistas. Este anuncio puede
verse como una profundización de la conducta políticamente
equivocada que le atribuimos al Presidente, o –así quiso él
presentarla- como una absoluta seguridad en la solidez de su
poder.
Es objetivamente difícil considerar sólida la posición de
Chávez. La precariedad ha sido el signo de su gobierno desde
el principio y a nueve años de ejercicio no hay signos de
consolidación. Su tiempo, energías y recursos financieros se
han desperdiciado en la conformación de un eje de poder
latinoamericano hoy reducido a la modestísima adhesión,
generosamente pagada, de tres gobiernos sin influencia ni
peso: Nicaragua, Cuba y Bolivia.
Tratará de salvar cara
alineándose con Rusia en un acuerdo prendido con alfileres
muy costosos: la compra de unos submarinos que son lo último
que necesita no sólo el país, sino la propia Fuerza Armada y
hasta la Armada misma. Su partido político, que no camina
sin dinero público, todavía está en formación y le plagan
las rivalidades internas. La opinión de los militares
adictos a su movimiento no ha cambiado desde que en mayo del
año pasado se reunieron en San Antonio de Los Altos para
criticar descarnadamente la manera como se gobierna. Esos
militares, no Chávez, son quienes conocen a los actuales
comandantes de batallón. Su equipo de gobierno es hoy mucho
menos eficaz del que tenía hace un año, lo cual aumenta
cruelmente la carga de trabajo que afecta inevitablemente su
salud –clave de las posibilidades de este tipo de líderes
centralizadores. Sus habilidades, sobradas frente a los
políticos convencionales, son, según puede verse,
insuficientes para enfrentar el movimiento libertario de los
jóvenes a quienes la vanguardia estudiantil llevará
indefectiblemente a una rebelión pacífica y por eso mismo
más eficaz. Todo esto sobre un país que simplemente no
funciona, cuyas finanzas públicas son una confusión
indescifrable, su fuente de ingresos –PDVSA- ejemplo de
corrupción y desorden, los servicios públicos no tienen
mantenimiento ni planificación de desarrollo, la inseguridad
ha creado una nueva arquitectura de búnkers familiares en
los barrios populares, los alimentos no aparecen por más que
el Presidente se desgañita llamándolos y las encuestas
indican una lógica desafectación de la gente común cansada
de promesas.
En estas condiciones, el anuncio de una Constitución que
establezca la base jurídica de una economía socialista, es
un auto-engaño para consolarse de su proyecto fracasado. Los
personajes determinantes entre quienes acudieron al acto del
Teresa Carreño serán los primeros en sabotearlo
socarronamente. Los tres ministros designados para la
comisión que preparará el texto transformador, presumiendo
capacidades que sólo en el caso de Jorge Rodríguez han sido
demostradas –en la construcción de andamiajes electorales-
tienen suficiente carga con sus ministerios respectivos. Sus
cansados brazos no llegarán adonde ese socialismo gramciano
que Giordani mezcló en la tapara presidencial podría
convertirse en una realidad tangible. La nueva ilusión es
por lo menos tan irrealizable como la del eje de poder
latinoamericano que iba a enfrentar a los Estados Unidos.
Construir una economía socialista con los ministros
Rodríguez, Iglesias y Rivero, corresponde a la idea de
enfrentar a los Estados Unidos con los recursos de
Nicaragua, Cuba y Bolivia.
Pero, además de la ilusión de un nuevo proyecto, en esta
línea aparentemente dura que en realidad está quebrada, hay
la impaciencia de ancianos que antes de morirse quieren ver
su sueño realizado. Ya nos pasó con un cardenal que quiso
radicalizar el curso natural de los hechos, provocando más
bien la reversión de acontecimientos que estaban pautados en
su propia naturaleza. Así como algunos generales del 2002
cedieron a la urgencia de quien se sabía al borde del
sepulcro, Chávez tiene en las costillas esa espuela de un
tirano consciente de que con él se disuelve su proyecto y
que sólo transplantándolo a otro país puede prolongarlo más
allá de su muerte.
En resumidas cuentas, Fidel ha convencido a Chávez de que
fidelice a Venezuela antes de que él, Fidel, se muera, hecho
que ocurrirá en cualquier momento dentro de los próximos dos
años. La urgencia no es de Chávez, es de Fidel.
Lamentablemente, el teniente coronel nunca supo actuar por
su propia cabeza. Desde Barinas siempre hubo un mentor que
quiso realizarse a través suyo. El sueño de Chávez no es de
Chávez. Es del último que le habla. Hoy tiene en una oreja
al perverso de Fidel Castro y en la otra al iluso de
Giordani. Y así vamos, de ilusión en ilusión, mientras el
país real se cae a pedazos.
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Artículo publicado originalmente en el diario El
Nuevo País |