Chávez
ha comenzado la ofensiva final para implantar en Venezuela
un régimen comunista. Esta decisión la ha tomado a pesar de
que los factores le son ahora mismo adversos. Casi es el
peor momento para un intento de esa naturaleza. Pero Chávez
sabe que dentro de unos meses las condiciones le serán aún
menos favorables.
Las perspectivas financieras son dramáticas. Son las que
provocaron la caída de Perón y Pérez Jiménez en los años
cincuenta. El derroche, el desorden y la corrupción han
vaciado las arcas. La industria petrolera está casi
colapsada por efecto de una gerencia incompetente y
corrompida. El déficit presupuestario es creciente,
incontenible e inmanejable. Eso basta para determinar la
caída de cualquier gobierno, mucho más de uno que depende de
la corrupción a todos los niveles, incluído el de las clases
más humildes que reciben subsidio directo y periódico en
efectivo. Dentro de poco no habrá sino dinero inorgánico,
vacío, sin valor, que entregar a las misiones.
El cuadro internacional es desastroso. No quedan apoyos sino
de países menesterosos, política y militarmente
insignificantes, como Cuba, Nicaragua y Bolivia. Ecuador y
la Argentina se nos apartan en la medida en que nos
sospechan sin dinero. El resto del continente está
antagonizado. Las grandes potencias quieren que Chávez
salga. Estados Unidos, obviamente. Pero también El Vaticano
y la Unión Europea. Rusia y China estirarán las relaciones
mientras puedan vender algo, pero nos dejarán en la hora
final. Putin ya ve que no habrá con qué comprarle
submarinos. China nos vende lo que puede, como los
inadecuados taladros petroleros que estallaron en Oriente,
incidente por el cual no podremos cumplir el compromiso con
Japón, que ya pagó un petróleo que no podemos entregarle
porque no lo producimos. Queda el fundamentalismo islámico.
Pero, ¿en qué medida nos conviene indentificarnos con una
ideología terrorista en la cual el resto del mundo, incluído
China y Rusia, ven la mayor de las amenazas?
Para enfrentar este cuadro trágico, Chávez tratará de unir
al país en torno a un enemigo común: los Estados Unidos.
Militarizará ese antagonismo para sancionar como traidor a
la patria a quien tenga objeciones. Habrá caza de brujas,
especialmente entre los militares. Paralelamente acelera la
estructuración de milicias como alternativa a un estamento
militar que le es claramente adverso. Esa estructuración de
la fuerza alternativa es desembozada. Más aún, se la utiliza
como instrumento disuasivo. El artículo de Lina Ron en “El
Nuevo País” describiendo el crecimiento de estos irregulares
fue una importante pieza táctica preparada en un laboratorio
de alto nivel.
El enfrentamiento entre Chávez y los militares no llegará a
choques armados. Si acaso habrá algún incidente. Es una
guerra de posiciones en la cual vencerá quien más rápida y
sólidamente ocupe los puntos clave que dan el control de la
Fuerza Armada –de los cuales el ministerio de la Defensa no
es el más importante. La alta oficialidad se expresó a
través de Baduel en el discurso donde rechazó absolutamente
el proyecto de Chávez en lo político, lo económico y lo
social. El nuevo ministro, por el contrario, exigió
prepararse para el choque contra los Estados Unidos. Esta
presunción de una invasión americana justificaría la
substitución de la Fuerza Armada regular, incapaz de
enfrentar a los yanquis, por unas fuerzas irregulares que
luchen contra el invasor mediante francotiradores, guerrilla
y terrorismo. Müller Rojas lo dijo. Irak es el modelo.
Por último en escalafón más no en importancia están los
cuadros medios, especialmente los tenientes coroneles que
comandan los batallones. Cuando fueron designados hace un
año, Patricia Poleo publicó con anticipación quiénes serían
los nuevos comandantes. No se equivocó en uno solo, a pesar
de que terminó la lista observando que a esos jóvenes
oficiales Chávez no los conocía. Quienes los conocen son
Diosdado Cabello y Ronald Blanco La Cruz, militares
gobernadores de Miranda y Táchira respectivamente, a quienes
se atribuye una postura más parecida a la de Baduel que a la
de Chávez; es decir, ese cambio social profundo en
democracia y libertad que José Vicente Ranbgel dijo al
lanzar su programa y Baduel elogió en la demolición del
modelo castro-comunista con que se despidió del Ministerio
de la Defensa.
A grandes rasgos, el cuadro es muy desfavorable para Chávez.
No sería extraño que niegue haber dicho todo lo que ha dicho
y haber hecho todo lo que ha hecho. Su cerebro, Fidel
Castro, conoce perfectamente la recomendación de Lenín: dar
un paso atrás para luego dar dos hacia delante.
De cualquier modo, en este pulso los venezolanos nos estamos
jugando la felicidad o el horror.
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Artículo publicado originalmente en el diario El
Nuevo País |