Muy
chiquito debe tener el mundo el presidente Chávez cuando,
ante la inminencia de un evento concebido según su apetito
de prestigio mundial, ha tenido que prohibir las
manifestaciones de estilo zanahoria conque las generaciones
de relevo exigen lo que las anteriores no supieron defender:
esa cosa elemental e indispensable que es vivir en
democracia y libertad. Mal le aconsejó su consejero,
quienquiera que sea -Fidel Castro, o esos miedos que se lo
están comiendo al pobre Hugo.
Puestos en los zapatos del presidente, miremos los datos del
problema. Ante todo, este movimiento juvenil está condenado
a mantener el estilo gandhiano que es su característica más
protuberante. Su tranquila pero firme manera de hacer las
cosas ha desconcertado no sólo a Chávez, sino a Fidel. Esa
actitud le ha hecho más fácil a los militares decirle a
Chávez lo que desde hace tiempo quieren decirle: No cuente
con nosotros para reprimir, que no queremos terminar en
manos de la justicia internacional como le pasó a nuestros
colegas argentinos. La táctica o la manera de ser de estos
estudiantes ha tomado por sorpresa a los matones cubanos que
manejan la seguridad de Estado en Venezuela. Tiene de cabeza
a los estrategas del régimen. Es un cuchillito e’palo con el
cual han puesto a la defensiva a un chavismo que hasta ahora
había escogido los temas y el terreno donde a placer
cacheteaba a una oposición de mangasmeadas.
Se explica el temor de Hugo a unas manifestaciones que
pudieran llegar a ser violentas. Los militares no sólo no
van a salir a reprimirlas, menos ahora que el juez Garzón
vino por aquí a recordarles que ciertos delitos no
prescriben. Tampoco los alcaldes están dispuestos a jugar
una parada donde se les puede morir un estudiante. ¿Se
imaginan al gordo Barreto, bon vivant de vocación y talento,
convertido en un asesino internacionalmente solicitado?
Antes se asila. Por eso los estudiantes no cometerán la
pendejada de manifestar violentamente. Perderían su encanto.
Si de sus líneas sale una molotov, seguro que la tiró un
agente provocador pagado por el Gobierno. Entonces, ¿no
hubiera sido mejor dejarlos manifestar antes que mostrar
ante el mundo el culillo que se les tiene, la incapacidad
para manejar la situación cuando ésta se plantea en términos
civilizados y no en los de violencia que al régimen le son
caros y propios? Esas manifestaciones hubieran pasado como
algo natural, propio de nuestro tiempo y sobre todo de las
democracias, donde la gente en general y los jóvenes en
particular siempre están echandito vaina. A nadie hubieran
sorprendido. En cambio, ahora el tema es que en Venezuela no
se puede manifestar, bocato di cardenale para la prensa
internacional que antes miraba a Hugo como el Robin Hood
latinoamericano y ahora lo llama “el teniente coronel
golpista”.
Lo que está a la vista es la ineptitud de unos gobernantes
incapaces incluso para hacer esa revolución con la cual
tratan de justificar sus torpezas, que de otro modo hasta
los chavistas más leales empezarían a preguntarse qué carajo
hace Hugo aquí. Esa realidad, el primero que la conoce es
Chávez. Se le nota cada vez que, en estado de desesperación,
insulta a la manada de inútiles que le rodea, hechas las
excepciones que puedan hacerse en un colectivo de
aventureros buenos para la retórica ofensiva y el ejercicio
de las cinco uñas, pero incapaces de planificar, organizar y
ejecutar una tarea tan elemental e ineludible como la de
alimentar la población.
Las noches de nuestro Tirano Banderas son torturadas por la
conciencia de que el tiempo pasó sin que tengamos revolución
ni posibilidades objetivas de realizarla. Sin que podamos
exhibir más que una intención de mejoramiento de las clases
menesterosas, que antes siquiera tenían trabajo y sindicato
mientras ahora lo que tienen es la limosna de Estado
acompañada por la sangrienta humillación de ponerte la
franela roja aunque eso te saque la piedra. Porque Chávez
realmente soñaba con cambiar un país cuyas clases dirigentes
habían caído en la indiferencia social, por no decir humana.
Un líder así era inevitable en una sociedad cuyos pobres ya
no tenían quien los representara, porque su partido
socialdemócrata, ese que en cada período de gobierno
mostraba cifras de pobres redimidos, vino a manos de una
dirigencia snob que prefería la perfumada proximidad de
banqueros y grandes constructores al olor de multitud conque
se llenaron los pulmones Betancourt y Leoni.
Esa frustración viene potenciada por las características
específicas del Chávez humano. Una personalidad
patológicamente necesitada del afecto de la gente expresado
en la aclamación colectiva. El carenciado afectivo que
reacciona con violencia cuando siente que no lo quieren, que
no reconocen siquiera sus buenas intenciones. Por esa fisura
se le metió el fino manipulador de personas que es Fidel
Castro. Y ahí se terminó de joder un país que había empezado
a joderse el día que la Secretaria Femenina del partido del
pueblo descubrió a Louis Vuitton.
Pero ahora están esos muchachos que Chávez no sabe qué hacer
con ellos y Fidel Castro no entiende, porque no puede
entender a unos jóvenes que no usan la pistola 45 conque él
se hizo famoso en el bonche universitario de La Habana,
donde aprendió su oficio de asesino.
Otro tema que no es tan otro
Los curas de todos los credos monoteístas importantes en
Venezuela andan en una que parece aprendida de los
estudiantes, quienes así devienen en maestros de quienes
estábamos supuestos a enseñarles. El almuerzo que brindaron
al cardenal Urosa, con invitación a factores de los medios
de comunicación, fue una sorprendente muestra de tolerancia.
Judíos y protestantes pivoteando sobre el católico para
insistir en que la civilización hoy lo que dicta es
tolerancia, diálogo y entendimiento.
Alienta la generosidad de los judíos, jefaturados por el
agudo Pinchas, quienes organizaron el significativo ágape.
Tranquiliza pensar que los judíos de hoy no se repliegan en
la trampa del gueto, sino que se abren a una variopinta
humanidad que al final de la película no es sino una sola,
esa que hizo Dios. Ah… Y personalmente me entró un fresquito
cuando el súper-pastor luterano Samuel Olson recordó a los
pobres como centro que deben ser de cualquier proyecto de
país.
Por supuesto, el mensaje fue no sólo de reconocimiento al
cura Urosa –para mí, hasta el Papa es cura: curador. También
de solidaridad con una Iglesia acosada por la barbarie. Todo
esto envolviendo un mensaje como el de Betancourt grabado en
el pórtico de “El Nuevo País”: Este país de todos, tenemos
que hacerlo todos.
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Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta |