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La insoportable sensación de no ser querido
por Rafael Poleo
viernes, 22 junio 2007


Muy chiquito debe tener el mundo el presidente Chávez cuando, ante la inminencia de un evento concebido según su apetito de prestigio mundial, ha tenido que prohibir las manifestaciones de estilo zanahoria conque las generaciones de relevo exigen lo que las anteriores no supieron defender: esa cosa elemental e indispensable que es vivir en democracia y libertad. Mal le aconsejó su consejero, quienquiera que sea -Fidel Castro, o esos miedos que se lo están comiendo al pobre Hugo.

Puestos en los zapatos del presidente, miremos los datos del problema. Ante todo, este movimiento juvenil está condenado a mantener el estilo gandhiano que es su característica más protuberante. Su tranquila pero firme manera de hacer las cosas ha desconcertado no sólo a Chávez, sino a Fidel. Esa actitud le ha hecho más fácil a los militares decirle a Chávez lo que desde hace tiempo quieren decirle: No cuente con nosotros para reprimir, que no queremos terminar en manos de la justicia internacional como le pasó a nuestros colegas argentinos. La táctica o la manera de ser de estos estudiantes ha tomado por sorpresa a los matones cubanos que manejan la seguridad de Estado en Venezuela. Tiene de cabeza a los estrategas del régimen. Es un cuchillito e’palo con el cual han puesto a la defensiva a un chavismo que hasta ahora había escogido los temas y el terreno donde a placer cacheteaba a una oposición de mangasmeadas.

Se explica el temor de Hugo a unas manifestaciones que pudieran llegar a ser violentas. Los militares no sólo no van a salir a reprimirlas, menos ahora que el juez Garzón vino por aquí a recordarles que ciertos delitos no prescriben. Tampoco los alcaldes están dispuestos a jugar una parada donde se les puede morir un estudiante. ¿Se imaginan al gordo Barreto, bon vivant de vocación y talento, convertido en un asesino internacionalmente solicitado? Antes se asila. Por eso los estudiantes no cometerán la pendejada de manifestar violentamente. Perderían su encanto. Si de sus líneas sale una molotov, seguro que la tiró un agente provocador pagado por el Gobierno. Entonces, ¿no hubiera sido mejor dejarlos manifestar antes que mostrar ante el mundo el culillo que se les tiene, la incapacidad para manejar la situación cuando ésta se plantea en términos civilizados y no en los de violencia que al régimen le son caros y propios? Esas manifestaciones hubieran pasado como algo natural, propio de nuestro tiempo y sobre todo de las democracias, donde la gente en general y los jóvenes en particular siempre están echandito vaina. A nadie hubieran sorprendido. En cambio, ahora el tema es que en Venezuela no se puede manifestar, bocato di cardenale para la prensa internacional que antes miraba a Hugo como el Robin Hood latinoamericano y ahora lo llama “el teniente coronel golpista”.

Lo que está a la vista es la ineptitud de unos gobernantes incapaces incluso para hacer esa revolución con la cual tratan de justificar sus torpezas, que de otro modo hasta los chavistas más leales empezarían a preguntarse qué carajo hace Hugo aquí. Esa realidad, el primero que la conoce es Chávez. Se le nota cada vez que, en estado de desesperación, insulta a la manada de inútiles que le rodea, hechas las excepciones que puedan hacerse en un colectivo de aventureros buenos para la retórica ofensiva y el ejercicio de las cinco uñas, pero incapaces de planificar, organizar y ejecutar una tarea tan elemental e ineludible como la de alimentar la población.

Las noches de nuestro Tirano Banderas son torturadas por la conciencia de que el tiempo pasó sin que tengamos revolución ni posibilidades objetivas de realizarla. Sin que podamos exhibir más que una intención de mejoramiento de las clases menesterosas, que antes siquiera tenían trabajo y sindicato mientras ahora lo que tienen es la limosna de Estado acompañada por la sangrienta humillación de ponerte la franela roja aunque eso te saque la piedra. Porque Chávez realmente soñaba con cambiar un país cuyas clases dirigentes habían caído en la indiferencia social, por no decir humana. Un líder así era inevitable en una sociedad cuyos pobres ya no tenían quien los representara, porque su partido socialdemócrata, ese que en cada período de gobierno mostraba cifras de pobres redimidos, vino a manos de una dirigencia snob que prefería la perfumada proximidad de banqueros y grandes constructores al olor de multitud conque se llenaron los pulmones Betancourt y Leoni.

Esa frustración viene potenciada por las características específicas del Chávez humano. Una personalidad patológicamente necesitada del afecto de la gente expresado en la aclamación colectiva. El carenciado afectivo que reacciona con violencia cuando siente que no lo quieren, que no reconocen siquiera sus buenas intenciones. Por esa fisura se le metió el fino manipulador de personas que es Fidel Castro. Y ahí se terminó de joder un país que había empezado a joderse el día que la Secretaria Femenina del partido del pueblo descubrió a Louis Vuitton.

Pero ahora están esos muchachos que Chávez no sabe qué hacer con ellos y Fidel Castro no entiende, porque no puede entender a unos jóvenes que no usan la pistola 45 conque él se hizo famoso en el bonche universitario de La Habana, donde aprendió su oficio de asesino.

Otro tema que no es tan otro

Los curas de todos los credos monoteístas importantes en Venezuela andan en una que parece aprendida de los estudiantes, quienes así devienen en maestros de quienes estábamos supuestos a enseñarles. El almuerzo que brindaron al cardenal Urosa, con invitación a factores de los medios de comunicación, fue una sorprendente muestra de tolerancia. Judíos y protestantes pivoteando sobre el católico para insistir en que la civilización hoy lo que dicta es tolerancia, diálogo y entendimiento.

Alienta la generosidad de los judíos, jefaturados por el agudo Pinchas, quienes organizaron el significativo ágape. Tranquiliza pensar que los judíos de hoy no se repliegan en la trampa del gueto, sino que se abren a una variopinta humanidad que al final de la película no es sino una sola, esa que hizo Dios. Ah… Y personalmente me entró un fresquito cuando el súper-pastor luterano Samuel Olson recordó a los pobres como centro que deben ser de cualquier proyecto de país.

Por supuesto, el mensaje fue no sólo de reconocimiento al cura Urosa –para mí, hasta el Papa es cura: curador. También de solidaridad con una Iglesia acosada por la barbarie. Todo esto envolviendo un mensaje como el de Betancourt grabado en el pórtico de “El Nuevo País”: Este país de todos, tenemos que hacerlo todos.
 

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  Artículo publicado originalmente en el semanario Zeta


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